jueves, 17 de enero de 2019

“ABRIL 84” EN LOS VERSOS DE LUPO HERNÁNDEZ RUEDA

Por Domingo Caba Ramos
3 noviembre, 2017


En fechas 23, 24 y 25 de abril de 1984, días después del asueto de semana santa, y aprovechando los días feriados, el gobierno, entonces encabezado por el doctor Salvador Jorge Blanco (PRD), firmó un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que disparó el precio de los artículos de primera necesidad.

El pueblo percibió la medida como un «palo acechao» Al normalizarse las actividades, el lunes 23, en horas de la tarde, se iniciaron en los principales barrios de la capital dominicana una serie de protestas que muy pronto se extendieron a todo el país. El profesor Juan Bosch las bautizó con el nombre de «poblada». El Ejército, además de la Policía, fue lanzado a las calles con órdenes de disparar y reprimir a los revoltosos.

Saqueos, censura a la prensa, centros comerciales no solo saqueados, sino también destruidos, vías desérticas e interrumpidas con escombros, destrozos a la propiedad privada, barrios populares incendiados, agresión a periodistas, tanques de guerra recorriendo las calles, cientos de presos y heridos, y más de doscientos dominicanos muertos fue el resultado de aquel impetuoso e inesperado estadillo popular.

Se trata de un acontecimiento que, contrario a lo ocurrido con el 24 de abril de 1965, ha sido muy poco tomado en cuenta por nuestros principales creadores literarios, razón por la cual su presencia, en las páginas de la literatura dominicana, puede catalogarse de muy tímida.

Lupo Hernández Rueda, recién fallecido (1), y uno de nuestros primerísimos poetas, recrea magistralmente la histórica «poblada» en el poema «Abril 84»:

ABRIL 84

«Entonces abril trajo la muerte en sus alforjas.
En duermevela oigo los disparos,
en duermevela siento las pisadas de la muerte,
en techos y farmacias,
en la calles pobladas,
donde el pulpero de la esquina.

Oigo gemidos, risas,
La pólvora avanzando,
lenguaje torpe y ruin e intermitente,
decapitando, decapitándose,
mordiendo la agonía,
el rumor de los vientres vacíos;
imágenes dantescas de la muerte ordenada.

No. No es cierto que esto ocurra, pero ha sucedido.
Palpo el llanto,
la sangre,
el desorden, sus nombres.
Todos mueren y no se sabe cuántos.

Y una sombra muy larga,
cada vez más oscura,
recubre lentamente el horizonte,
sin que nadie la toque,
sin que nadie quebrante su silencio,
puerta rota,
poblada que deambula,
concitando el incendio,
en los barrios cerrados al milagro»

(1) (n. Santo Domingo, 29 de julio de 1930 – m. Santo Domingo, 23 de octubre de 2017)

(De su libro «Con el pecho alumbrado»

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