Lo despertó el sonido del césped que el viento acariciaba como la arena del Sahara acaricia los rayos del sol, y los brazos tibios y siempre fieles de un padre, abrazaban al hijo que marchaba hacia la guerra.
Se dispuso a enderezar las piernas y contempló el verde horizonte por unos minutos, pensaba en los ruidos de la ciudad, apreciaba la tranquilidad, lo cautivaba el silencio. Caminó hacia el baño con la lentitud de los que cargan un ataúd, se sentó en una silla de madera, ya en la cocina, y abrió el libro que había dejado sobre la mesa la noche anterior; era el capítulo 18, la misma edad del soldado. Deslizó sutilmente sus dedos sobre la página derecha, preparándose para re-entrar en un mundo fantástico.
Aprovechó que había un asiento solitario, (cosa bastante rara en Londres a esa hora), se sentó delicadamente, ladeó su falda azul hacia el lado izquierdo y cruzó las piernas. Mientras sacaba el libro de su bolso, notó que un joven le sonreía; ella devolvió el gesto con un aire de poca importancia. Abrió el libro en un capítulo primo, y se conectó con el mundo.
Las balas cantaban al ritmo de la novena de Beethoven. No podía pedir mejor escenario, tan increíblemente suicida, tan acertadamente vivo y próximo a la muerte. No había nada que describiera mejor la vida que la muerte, eso lo entendió en pocos segundos, nunca había sabido o experimentado tanto en tan poco tiempo.
Cerró el libro en un capítulo primo, y se condujo rumbo al pueblo; mientras conducía sin prisa, saludaba a un grupo de alpinistas que recién llegaban de Glasgow. Entró en el restaurante que había visitado anteriormente y se sentó en su ya casi acostumbrada mesa. La camarera le llevó el menú, y él se distrajo un poco al verla marchar con su swing erótico. Pidió un desayuno sencillo, huevos con tocinos, papas a la americana y un jugo de naranja —es difícil concentrarse en la historia con el estómago vacío—, pensó para sí. Alzó la vista por dos segundos para mirar discretamente al joven y luego se volvió a perder entre las páginas; mientras el tren, a sólo 82 años de su creación, avanzaba con la paciencia de algún coronel quien espera que le escriban. Pagó la cuenta dejando una propina bastante generosa, se despidió de la camarera y se condujo hacia su auto. En la radio escuchaba "Bibia Be Ye Ye" by Ed Sheeran sin poder ignorar la similitud con alguna canción de Juan Luis Guerra y, pensar en los años que se ha ausentado de su tierra caribeña.
Der Führer le había dicho a sus comandantes que dieran la orden, que había que pelear hasta el final. Los soldados alemanes ya habían tomado gran parte de Europa y se disponían a atacar a Moscú; mientras él no pensaba si no en las palabras de su padre, en regresar a casa. No entendía el por qué los seres humanos debían matarse los unos a los otros y no podían coexistir en paz, se le nublaba el pensamiento, se le agotaba la esperanza.
Entró en la casa, abrió el refrigerador, se sirvió un vaso con agua y se dispuso a abrir el libro, esta vez en el capítulo 22. El joven no paraba de observarla, sentía un impulso inexplicable de admirarla como a una obra surrealista, de perderse en ella, de tratar de descifrar lo que leía, lo que la ataba tanto a ese libro. —¡Avancen! ¡Fuego!— se atrincheró detrás de unas paredes frágiles, esperó a que sus compañeros avanzaran primero, no podía mover ni un dedo, sus tímpanos ya no eran suyos, sus ojos ya neblina, sus piernas, incapaces de seguir, le abandonaban; pero una repentina bofetada lo sacudió, ¡Pannnnnn! Y entendió que debía avanzar. Levantó su rifle, apretó el gatillo y empezó a disparar a los alemanes que avanzaban sin miedo entre la lúgubre atmósfera de una guerra que nadie habría de ganar, disparaba como quien busca una salida de algún laberinto el cual ya lleva 4 años perdido en él.
Tomó un sorbo de agua y súbitamente pensó en la camarera, en lo bella que era, en la sensualidad de sus caderas, en la llama ardiente de sus ojos verdes y en sus labios húmedos; había acudido al mismo restaurante todas las mañanas desde que llegó a Creetown, y siempre la observaba, pero sin poder decirle lo que realmente pensaba, la miraba, con su falda azul, con su libro intrigante en esas manos tan delicadas y bien cuidadas, ella levantó la vista y le sonrió, el tren se había detenido en una parada muy transitada, ella bajó la vista lentamente y se volvió a perder en las oraciones calculadas del libro, él se sacudió de la mente a la camarera y se perdió otra vez en la historia. El joven se arregló la chaqueta de su uniforme un poco, se aseguró de que su maleta estuviera a salvo entre sus piernas, miró su pelo en el espejo que provenía de sus zapatos y alzó la vista de nuevo, para perderse en ella.
Lograron resistir a los soldados alemanes, la guerra había terminado, dejando 61,000,000 de muertes de un lado, entre las cuales 45,000,000 eran civiles; y 12,000,000 de muertes del otro lado, entre las cuales 4,000,000 eran civiles. Por algunos años, el mundo encontraría la paz de nuevo. Los soldados que lograron sobrevivir, marchan a sus casas, pueblos y ciudades que los recibirán sin trabajos estables y sin agradecerles por su servicio; salvo los familiares que agradecen verlos regresar con vida, de la muerte que es la guerra.
Esa mañana manejó como de costumbre, se sentó en su mesa ya habitual, y esperó a que la camarera de ojos verdes se desocupara. Esta vez él le sonrió primero y ella le devolvió la sonrisa, ordenó lo de siempre y antes de irse se aseguró de dejar una cita pendiente. De vuelta a la casa conducía con dejadez, feliz. En la radio se escuchaba una canción de 1981 "Don't Stop Believin'" y se dejó arropar de alegría, de amor.
Abrió el libro en el capítulo 24, dispuesto a leer las últimas líneas de la historia. Acarició la página izquierda (raramente) y se desintegró en las palabras.
Ella sabía que su parada era la siguiente, así que alzó la vista para mirarlo nuevamente, se sonrieron pero ninguno se atrevía a hablar, él por no molestar su lectura y ella por algún miedo absurdo o por una absurda cultura establecida que dicta que una mujer no puede empezar una conversación con un hombre, (lo absurdo sería el dejar escapar algo que nunca podría volver, por temor no a él, sino a lo que dirían los demás).
Ella volvió a mirar el libro, esta vez por disimulo; pero no pudo evitar notar la coincidencia de lo que estaba ocurriendo; era una mezcla de ficción-realidad a la cual no estaba acostumbrada, pero pensó que podría ser sólo eso, una coincidencia.
Las puertas del tren se abrieron, él se levantó primero, él se arregló la chaqueta de su uniforme perfectamente planchado, sus zapatos resplandecían, su porte erguido lo describía como lo que era, y le brindó una sonrisa a la joven del libro intrigante. Ella se levantó segundo, se arregló su falda azul, su sombrero hermoso y nunca antes mencionado, tomó su bolso, él tomó su maleta, ella cargó su libro en las manos, y salieron del tren. En el andén se miraba un señor impaciente. Cuando lo vio, sus ojos brillaron igual que la primera vez que lo vio nacer, se abrazaron y lloraron juntos, él le quitó la maleta de sus manos, él dijo lo mucho que lo extrañó, él le elogió su uniforme perfectamente planchado y él le dijo que lo amaba. Ella presenciaba el acto en silencio, aún estaba confundida, se sentó en un café, abrió su libro intrigante con prisa para terminar de leer el capítulo 24 y último del libro. Sonrió y se marchó pensando que no era una coincidencia; pero que sí era una mezcla de ficción-realidad; entonces él cerró el libro, pero no sin antes preguntarse por qué la historia no tenía un final amoroso; se levantó de la silla, caminó hacia el patio, miró el césped con júbilo, pensó en el Sahara, en la caricia del viento en su cara y en los labios húmedos; con los cuales él habría de juntarse esta noche.
(*) RESEÑA BIOGRÁFICA DE JAIRO RAMÍREZ
- Joven lector y escritor nacido en la ciudad de Mao, Valverde, República Dominicana. Actualmente reside en la ciudad de New York. Escritor de cuentos, novelas, poemas, ensayos, canciones y otros.
- Es también cantautor, toca la guitarra y compuso todas las canciones que figuran en su álbum: "Yo no he venido a juzgarle".
- Es traductor, domina el idioma Inglés y actualmente está aprendiendo el italiano.
- Es cinturón negro tercer Dan en Taekwondo ITF y actualmente es profesor de Taekwondo en Queens, NY.
- Campeón en Taekwondo ITF en los juegos Panamericanos celebrados en Rosario, Argentina, 2013.
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