miércoles, 22 de mayo de 2019

EL RELATO LILIPUTIENSE

Javier Perucho

El microrrelato es un género literario con una tradición robusta cuyos antecedentes en Hispanoamérica se remontan al modernismo, aunque su apreciación por el gran público apenas empieza a reconocerse.

Las teorías sobre su germinación van de las hipótesis de Castañón -surge en la colonia para compensar una necesidad social-, y de Zavala -son una característica de la posmodernidad-, al deslumbramiento de De la Borbolla -la literatura lapidaria, el epitafio, es la cuna del minicuento.

En México, la revista El Cuento, desde su fundación, fue su principal promotor y divulgador, tareas que ejercía con benevolencia, generosidad y magisterio su director, don Edmundo Valadés.

Este añejo y novísimo género ha recibido múltiples denominaciones, indeterminación grave, ya que en su nombre recae su seriedad y valor artístico; por ejemplo, en sus infatigables “Inventarios” José Emilio Pacheco lo nombró “microrrelato”, y Valadés lo bautizó “minicuento” en los talleres de composición literaria que impartía en las instalaciones del Museo Carrillo Gil. A su vez, su principal estudioso y divulgador contemporáneo, Lauro Zavala, lo denomina “cuento mínimo” y “minificción”; además, para integrar la antología de marras estableció como criterio taxonómico elemental la extensión de los relatos; es decir, los que la conforman son textos con no más de 400 palabras.

Sin embargo, este florilegio permite inferir los rasgos de identidad del microrrelato, útiles para entender su naturaleza, aunque esta reseña no se pretende manual jíbaro para reconocer minicuentos: así, descartando los que son meros ejercicios de estilo, estampas, fábulas y adivinanzas -porque pretenden fines didácticos incompatibles con la naturaleza del género-, el resto admite los tres elementos clásicos del cuento: principio, desarrollo y final, además de la neoliberal economía léxica que los individualiza -si en el cuento sin adjetivos esta máxima es regla de oro, en el microrrelato es ley-, aparte de ceñirse vicariamente a las otras normas de composición que le son connaturales: unidad temporal, acteal y espacial. Pueden, a su vez, inferirse otros rasgos distintivos, vale decir, un solo incidente, un personaje, una atmósfera; incluso los microcuentistas, los nuevos cazadores de géneros, han logrado la maestría del arranque in media res o, aún más, trasplantar exitosamente al género las técnicas literarias de las últimas vanguardias, como el metacuento: el cuento sobre el cuento, una reflexión sherezadeana sobre el arte del microrrelato.

Relatos vertiginosos es una prolongación natural de las vastas y documentadas Teorías del cuento que Zavala compiló y publicó en la UNAM entre 1993 y 1998. Por ellos se percata el lector del extendido fervor que ha causado la frecuentación de este género entre los escritores modernos y contemporáneos de Latinoamérica, aunque en esta muestra se encuentran sobrerrepresentados los mexicanos, pero compulsados con rigor argentinos, uruguayos y guatemaltecos, los artífices más tenaces de este arte pigmeo.

Un comentario final sobre la arquitectura interior de la antología: como está dividida en dos partes (autores y temáticas), el índice no las asienta claramente; la primera inicia con los autores, luego, sin transición o continuidad alguna, da comienzo la segunda. Acaso sea un tropiezo editorial, pero aun así las estancias y pasillos se dejan habitar y transitar apaciblemente.

NOTAS

Artículo a propósito de la aparición de Relatos vertiginosos. Antología de cuentos mínimos (Alfaguara, México, 2000), selección y prólogo de Lauro Zavala.

Javier Perucho, editor y ensayista. Su libro más reciente es la compilación de ensayos Estéticas de los confines (México, Verdehalago, 2003).

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