lunes, 17 de octubre de 2022

CONVERSACIÓN CON ARTURO PÉREZ-REVERTE

"De tanto mirar a las mujeres descubrí su superioridad"

Hablamos con el escritor con motivo de la publicación de su última novela, Revolución. Y descubrimos que Pérez-Reverte es un caballero andante, un espadachín, un gladiador y un pirata bravucón porque a eso sigue jugando desde que era un niño.

Por Ana Trasobares

Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951), es uno de los escritores contemporáneos más importantes en lengua castellana. Muchos le conocimos en el telediario cuando cubría como corresponsal de guerra conflictos armados en Chipre, Líbano, Malvinas, Golfo Pérsico, Angola, Bosnia. Otros le redescubrimos después a través de sus novelas: La Tabla de Flandes, La Reina del Sur, Territorio Comanche, Las aventuras del Capitán Alatriste, El pintor de batallas (aquí los mejores libros de Pérez-Reverte ordenados de menos bueno a mejor). Y los más jóvenes saben de él por las redes sociales, donde el académico de la RAE habla de literatura y también de lo que él considera que es una estupidez. En todas sus vertientes hay un denominador común: entender la naturaleza del ser humano, y si es en situaciones extremas, mejor, “pues es ahí donde uno realmente da la cara”, dice.

Hoy somos nosotros los que queremos entender al hombre que hay detrás de sus palabras, ese que tiene un buen batallón de amigos y también un regimiento de gente que no le traga. “Yo soy un buen tipo, de verdad. Otra cosa es que la vida o las circunstancias den otra imagen de mí. De hecho, hay gente que venía detestándome y que, tras sentarnos a charlar, al final nos hemos hecho amigos”.

Lo que dice lo dice en nuestra casa, en los platós de Hearst España. Le hemos invitado para que nos cuente de qué va su nueva novela Revolución (Ed. Alfaguara), que sale a la venta el próximo 4 de octubre, y nos hable de paso de su vida hasta donde nos deje preguntar. Llega por su cuenta puntual para posar delante de la cámara. No ha querido estilismo ni retoques. Tampoco le hacen falta. Él siempre ha sido un dandi, hasta con el chaleco antibalas y esas gafas de pasta con las que retransmitía sus crónicas bélicas. En la distancia corta se me hace pequeño, aunque enseguida evidencia su grandeza a base de amabilidad, una educación extrema y reflexiones para subrayar. Aquí el Pérez-Reverte que pocas veces nos han contado.

Emiliano Zapata, Francisco Villa, Porfirio Díaz. Vuelve usted con Revolución a la novela histórica con grandes dosis de aventura. ¿Es el género que más le estimula como escritor/lector?
La aventura unida a la historia tiene una ventaja: lo hace más divertido para el escritor y supongo que también para el lector, por lo menos a mí me pasa. Agarrar la historia, utilizar un marco real y falsificarlo con una intervención semiclandestina, manipulando e introduciendo personajes imaginarios en un espacio real, resulta muy agradable. Es como jugar.

¿Puedo decir que la palabra que le define es jugador?
Absolutamente sí. Soy un jugador, que no ludópata, desde niño. Hay un aspecto de la literatura y de la vida al que siempre he sido fiel y es al juego. Me gusta mucho jugar. Escribir es como jugar a disfrazarse de pirata, bandolero, gladiador… igual que cuando uno es pequeño. Para mí la diversión, el placer y el jugar es un motivo tan poderoso como cualquier otro para escribir una novela, si no más.

Entonces eso del dolor creativo no va con usted, ¿no?
No, yo soy un escritor feliz. No tengo angustias creativas. Tengo historias que contar y las cuento.

¿Y tiene tantas como para publicar una nueva casi todos los años? Algunos se maravillan con su nivel de producción.
Soy prolífico porque soy disciplinado. Para mí la escritura es un trabajo, no es un arte, a mí no me llegan las musas. Por la mañana me levanto a las ocho y trabajo ocho horas, aunque no tenga gana. Pero reconozco que me hace inmensamente feliz. Durante el año que más o menos tardo en escribir una novela, me documento, leo, viajo, como y observo todo ese mundo que voy a retratar. Y cuando termino, busco otra historia que llene el vacío de ese punto final.

México, primer tercio del siglo XX. Estalla la revolución y aquello es un caos de sangre y traiciones. ¿Por qué viaja con su nuevo libro hasta allí?
Se lo debía por varias razones. Una es que mantengo una relación muy estrecha con el país –La Reina del Sur es una novela muy importante para mí– y otra muy íntima y familiar es que esta novela arranca en mi infancia. Uno de mis bisabuelos paternos, ingeniero de minas que dirigía unas explotaciones primero en Linares y luego en La Unión y en Cartagena, tenía un amigo, compañero en la Escuela de Minas, que fue a trabajar a México en esa época. Desde allí le escribía cartas a mi bisabuelo contándole que habían llegado Pancho Villa y Zapata, y todo lo que allí veía. Esas cartas siempre estuvieron en casa, mi abuela me hablaba mucho de aquello y se quedó en mi cabeza. Muchas novelas te acompañan durante los años. Solo hay que esperar el momento adecuado para escribirlas.

¿Por qué dice que Revolución es en cierta medida una novela autobiográfica si usted no vivió aquello?
Por la mirada que le presto a su protagonista, Martín Garret Ortiz, un joven ingeniero de minas español que recién llegado a México se encuentra con el estallido de la revolución. Yo nunca escribo novelas que tengan que ver directamente con mi biografía, a excepción de El pintor de batallas, pero sí utilizo mi biografía para escribir novelas, apoyo en ellas muchas cosas vividas. Cuando empecé a escribir esta novela necesitaba un hilo conductor y entonces me di cuenta de que podía hacer un paralelismo entre su vida y la mía. Cuando yo fui a la guerra por primera vez, junto al horror y la barbarie, descubrí que también era una extraordinaria escuela de lucidez sobre la vida y el ser humano. En la guerra aprendí que mirando, observando, ves cosas que a lo mejor tardarías años o décadas en descubrir en una vida normal.

¿Qué otras cosas le enseñó la guerra?
La guerra me descubrió las reglas geométricas e implacables que rigen el universo y a los seres humanos, reglas crueles, sin sentimientos, que te dan esa lucidez al ver al ser humano hacer lo extremo, lo hermoso, lo siniestro. Eso es lo que mi personaje descubre a través de lo que yo he vivido. Mi biografía es una biografía compleja. No solo la llené con libros y películas. Viajé muy joven, estuve en lugares de mucha violencia y mi mirada se educó entre lo leído y lo vivido. Yo vi la guerra como Martín Garret la revolución.

Habla de lo leído. ¿Los libros le ayudaron para sobrevivir en medio de la batalla?
Claro, yo he leído mucho, y cuando estaba en las guerras proyectaba mis lecturas, las interpretaba: veía a los griegos, a los romanos, a Hector, Aquiles, a Áyax, al Cid, a Conrad… Ver al ser humano en el mismo día siendo un héroe por la mañana y por la tarde un asesino es una lección de vida. Eso para un joven de 22 años que tenía yo entonces cuando empecé como corresponsal de guerra es un golpe psicológico no negativo, sino un flash positivo.

¿Cuántas veces ha pensado “de esta no salgo vivo”?
Muchas veces. ¿Cuántas?, no sé, cien o ciento y pico. Yo era buen periodista. En el mundo en el que me movía (fue reportero de guerra desde 1973 a 1994) había que serlo para sobrevivir. Había trucos nobles para ejercer el oficio, pero lo que nunca me falló fue entender e interiorizar los códigos de mi interlocutor: observar, aprender y apelar con humildad: “Si me matas, te comprendo. Pero si no lo haces, te estarás portando como un hombre de honor”. Todo ser humano quiere sentirse en algún momento caballeroso, digno, leal, noble… hasta los infames. Y no es hipocresía, ojo, porque si finges lo notan. El error del occidental es funcionar con sus propios códigos. Esto que aprendí en la guerra, y otras muchas cosas más, se las presto al personaje de Revolución.

Comparta algún episodio extremo de su vida.
Una vez entré por una serie de circunstancias en una cantina mexicana, en el barrio de Tepito, un barrio muy peligroso de México D.F., y me dije: “Arturo, de aquí no vas a salir vivo. Si me largo, me van a seguir y me van a trincar en la calle”. Entonces miré y vi al que me parecía más peligroso y fui hacia él y le dije: “Disculpe, como soy español y no conozco las costumbres, quizá he hecho o dicho alguna cosa incorrecta. Le ruego que me disculpe, pero tengo mucho gusto en invitarle a usted y a todos sus compañeros a un tequila”. Fue decir eso y cambió absolutamente todo. Y al final me acompañaron, me invitaron, me contaron… Eso lo he hecho mucho. Y repito que no es hipocresía. Yo siempre procuro aprender de la gente que me rodea. Así soy.

En la guerra y en los conflictos los hombres siempre son los protagonistas, pero las mujeres también jugamos un papel importante y usted lo refleja siempre en sus novelas.
Es que estoy convencido de que si el varón cambia con la guerra, con la vida, con la violencia, también cambia con las mujeres. Cuando un hombre se acerca a una mujer y la mira de verdad, se queda fascinado y a veces aterrado. No hay nada más peligroso que una mujer herida o dispuesta a pelear por lo que cree u odia. Las mujeres son más valientes, más inteligentes, más decididas. Cuando toman una decisión, su consecuencia es asombrosamente coherente. Tengo una teoría: la mujer ha pasado tantos siglos callada y observando, mientras el hombre salía a cazar mamuts, a hacer la guerra o al fútbol, y ellas en casa pariendo hijos para la guerra, siendo motín del vencedor o moneda de cambio, que ha ido adquiriendo unos conocimientos sobre el hombre y la vida de los que el hombre carece. Lo llevan en su código genético. Yo he aprendido más de las mujeres que de los hombres. Y de tanto mirarlas, sobre todo cuando uno es joven, descubrí su superioridad intelectual y moral. No hay más que comparar a un niño y a una niña de la misma edad para darse cuenta. Por eso en mis novelas siempre hay mujeres fuertes, listas y valientes.

En Revolución hay tres ejemplares magníficos. Sin hacer spoiler, ¿quiénes son? 
Maclovia Ángeles, analfabeta, guerrillera que va con la revolución, una mula de carga, infeliz, que sigue a su hombre hasta que le matan y acaba con otro porque alguien tiene que protegerla; lúcida, con coraje y resignación, valiente, dura, útil. Luego está Yurem Laredo, con la astucia y los egoísmos e intereses de la clase alta. Para ella el mundo está a su servicio. La belleza unida al dinero crea este tipo de personaje. Y una tercera protagonista es la periodista americana Diana Palmer, inspirada en una mujer real, que viaja, lee, vive. Esa mujer no me la invento. En aquella época había varias mujeres que viajaban y trabajaban como periodistas, como Nellie Bly, que dio la vuelta al mundo como muchas hicieron como corresponsales la Primera Guerra Mundial. Estas tres mujeres representan tres vías de acceso a la lucidez para el protagonista, Martín Garret.

Y usted que dice haber aprendido tanto de las mujeres, ¿ha sabido conservar a lo largo de su vida a sus grandes amores?
A ese tipo de preguntas no contesto. Ni lo he hecho ni lo haré. (Off the record sí responde, no sin antes recordarme que nunca en la vida se ha dejado fotografiar acompañado).

Hablemos entonces de lo que le gusta hacer cuando no trabaja.
Leer, navegar y escribir, por ese orden, es lo que más me gusta hacer en esta vida.

¿Y lo que más detesta?
La estupidez humana, incluida la propia, porque yo también soy estúpido muy a menudo. Cuando era joven pensaba que era la maldad lo que más asco me daba, pero ahora sé que es la estupidez. Es más peligroso un estúpido que un malvado. Juntas a un malo y a mil tontos y tienes 1.001 malvados.

¿Por eso le gusta dar caña a sus haters?
Ni me gusta ni me entretiene provocar a mis haters. Para mí las redes sociales tienen tres funciones: son un medio de comunicación muy potente con mis lectores (en Twitter tiene 2.4 millones de seguidores); dos, me permite observar los procesos y aprender lo que no sé o lo que creía saber, pero nunca debato. Yo planteo un tema y me retiro. Alguna vez he entrado al trapo, pero pocas; y tres, son una válvula de desahogo ante la estupidez, la violencia o mi propio mal humor. Si algo me amarga, una patada al hormiguero me alivia.

Cuando se mira al espejo, ¿qué ve?
A un tipo de 70 años que envejece, obvio. Pero el hecho no me acompleja, es más, yo siempre digo de mí mismo que soy un viejo. Claro que fui joven, como todos. Y a los jóvenes ya les tocará ser viejos, si tienen suerte. Yo he tenido suerte porque lo puedo contar. Otros amigos míos no lo han contado.

De niño, ¿a qué jugaba?
A emular la película o el libro que había visto o leído el día anterior. Veía una película de piratas y era un pirata; leía una historia sobre exploradores en el Ártico y era explorador; veía Ben-Hur y jugaba con mis amigos a gladiadores; leía Los tres mosqueteros y era espadachín. Mis juegos siempre estuvieron condicionados por la lectura o el cine. Yo no conocí la televisión hasta los 12 años. Y no era de jugar al fútbol, ni a las canicas ni al escondite. Era de jugar a juegos que requerían imaginación. Y como yo tenía imaginación, en torno a mí se juntaban los amigos que se dejaban seducir por mis historias y compartíamos aventuras. Tuve una infancia muy feliz en ese sentido. Incluso cuando hoy navego, porque el mar es mi otra vida, para mí también es un juego. Hay días malos, temporales, navegaciones complejas, nocturnas… Pero me lo planteo como un juego porque estoy desempeñando un papel, el de marino. En esos momentos soy marino. Hoy sigo jugando a mis 70 años. El día que pierda la capacidad de jugar se habrá acabado todo para mí.

¿Jugaba con su padre? ¿Cómo era? ¿Cómo le recuerda?
“Era un hombre honrado y un caballero”, es lo que se dijo de mi padre en su entierro. Se lo escuché decir a uno de sus muchos amigos que nos acompañaron ese día, justo en el momento en que estaban bajando el féretro al foso de la tumba familiar. Me pareció un epitafio extraordinario... Mi padre era un hombre tranquilo, elegante, silencioso, que trabajaba en una empresa de petróleos. Me gustaba mucho su forma de ser. Físicamente me parezco a él, y más con los años. Y en carácter también, aunque era menos nómada que yo.

Como académico de la RAE, ¿cuál es su palabra favorita? 
Mi palabra favorita del diccionario es ultramarinos. Tiene historia, tiene mar, tiene latín, tiene aroma, tiene mi infancia… Si uno bucea en ella, da para leer, para viajar, para mirar, para recordar… Es una palabra fascinante. Aún recuerdo de niño una tienda cuyo nombre era Ultramarinos y Coloniales. Si cierro los ojos incluso puedo olerla.

Última pregunta: siendo usted uno de los escritores más vendidos de este país, ¿en qué invierte lo que gana?
No voy a hablar de dinero. Si lo hiciera, mi padre se levantaría de su tumba. En mi casa nunca se ha hablado de dinero. Estaba prohibido y mantengo esa buena costumbre. Solo diré que mi primer sueldo fue de 28,000 pesetas en el diario Pueblo. Como era soltero y entonces tenía una vida disoluta, seguro que me lo gasté en una buena juerga con amigos y amigas.

Este artículo aparece publicado en el número de octubre 2022 de la revista © Esquire

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