martes, 26 de noviembre de 2024

PARADOJAS DE LA LITERATURA

Ensayo por Luis Eduardo García, poeta y narrador peruano

El mundo literario está lleno de paradojas, por ejemplo: un escritor es para la mayoría alguien que siente placer al escribir, la poesía es un arte que nadie entiende y la creatividad literaria un intento inútil de rescatar lo banal. La mayoría parte de la idea del poder de la subjetividad y la belleza de las palabras para revelar los secretos de la realidad, pero esta, a veces, revela otra cosa.

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Entre las múltiples paradojas de la literatura hay tres muy poderosas: que escribir no es un placer, que la poesía tiende a la incomunicación o al silencio y que crear es un proceso alquímico en la medida en que convierte lo insignificante en significativo.

Con respecto al placer que produce escribir, todo hace suponer que es lo contrario; es decir, que la escritura es más bien un drama, una agonía. El ciudadano común y corriente tiene la idea de que un escritor es alguien que se afana en buscar un lugar aislado, bello y pacífico que le permita volcar en una computadora o en una página en blanco todo su mundo interior.

La imagen de un lobo solitario, de un ser apartado por voluntad propia del mundo real viene de allí y, sin la menor duda, ha sido alimentado por los propios escritores. De allí viene también la creencia de que quien escribe es un ser infinitamente feliz, pues la escritura es una fuente de gozo y placer de la que muchos quisiéramos disponer a nuestro antojo.

“Cuando escritores, colegas míos, cuya obra admiro, me dicen que sienten un placer infinito al escribir, no es que no les crea… es que me cuesta un trabajo horrible imaginar eso. Para mí escribir es una lucha con el idioma. El pintor tiene un lienzo en blanco, y lo va llenando de colores. Pero el lienzo está en blanco, entregado a él totalmente, a lo que él haga. El músico tiene una gama de sonidos, una manera de aprovechar esos sonidos. En cambio, los escritores nos las tenemos que ver con las palabras, con las que hablamos con el peluquero, peleamos con el taxista, discutimos con el amigo, hacemos una vida diaria que gasta y desgasta las palabras. Y esas mismas palabras son las que tenemos que sentarnos a usar para darles brillo, para darles eficacia”, escribió Álvaro Mutis.

En relación con que la poesía tiende a la incomunicación o al silencio, se trata, creo, de una afirmación verdadera en un sentido. Alicia Genovese sostiene que el discurso poético es un discurso descolocado en el mundo actual debido a que va a contracorriente de la transparencia comunicacional y es difícil de decodificar. “Lo poético exige como registro el descondicionamiento del lenguaje de los usos instrumentales habituales en la comunicación”, escribe. Esto quiere decir que para informar o trasmitir un mensaje la poesía apela a la ruptura gramatical, a los estados emocionales imprevisibles y a la revelación. En cambio, el mensaje “transparente” de los medios y las redes sociales se contenta con lo que tiene, con los condicionamientos comunes del lenguaje y con la comodidad gramatical. Debido a esto, la poesía es como un grado cero de lo dicho, un desordenamiento gramatical, una vuelta al silencio para encontrarle sentido a las palabras. Y pone como ejemplo este verso de César Vallejo: “El traje que vestí mañana”, en el que pasado “vestí” no es congruente con el adverbio “mañana”, lo cual crea una incongruencia gramatical que enriquece el contenido. “El ayer puntual del vestí queda suspendido con el mañana en un tiempo eterno, el de quien añora”, explica Genovese.

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Unos dicen que la literatura es un arte de minorías y otros que no, pues basta con ver la cantidad de libros y autores que son éxitos de venta. Unos dicen que la literatura es para los intelectuales y los escritores y otros que no, pues así lo demuestran los miles de ciudadanos que visitan las ferias de libros cada año.

En realidad, todas las afirmaciones son ciertas a condición de aclarar que entendemos por literatura. Si nos referimos al «oficio (ocupación habitual) que emplea como medio de expresión una lengua», sin duda debemos admitir que la literatura vende, y mucho. Allí tenemos a los libros de autoayuda, cocina y de entretenimiento en general. Sus autores tienen objetivos económicos muy definidos y, sobre todo, cuentan con el olfato y las herramientas básicas para lograr su cometido.

Pero si hablamos de la literatura como el «arte que emplea como modelo de expresión una lengua», estamos hablando de cosas mayores, pues «arte» implica una actividad muy compleja cuyo objetivo central es conmover al lector. Para llegar a su meta, un autor tiene que convertirse en un artista; esto es, alguien dotado y preparado técnica y emocionalmente para producir belleza.

Vamos definiendo entonces las primeras diferencias. Mientras la literatura que llamaremos práctica persigue vender sus productos, la literatura que llamaremos artística tiene como meta desestabilizar afectivamente al lector, lo cual se consigue a través de la belleza del lenguaje y una visión sorprendente e inesperada de la realidad. A un autor de best-sellers le interesa vender libros más que lograr la condición de artista, mientras que a un escritor verdadero le interesa ser un artista antes que un comerciante de libros.

Para ser un Paulo Coelho o un Dan Brown no se necesita poner en riesgo la vida, mientras que para ser Fernando Pessoa o César Vallejo hay que asomarse al borde espeluznante del abismo y mirar cuán lejos está el suelo. Unos y otros representan los extremos de la literatura. De un lado, Coelho y Brown como productores de historias hasta cierto punto superficiales y eficaces; y de otro, Pessoa y Vallejo como creadores de un arte en cierta forma imposible, por cuanto está despojado de estrategias de éxito económico. Los primeros, además, escriben para ser, en tanto los segundos son para escribir.

Ocurre a veces que los escritores de la segunda categoría, la de los verdaderos, alcanzan fama y fortuna en vida o muertos. Esto ocurre no por una estrategia bien pensada o porque usaron los medios de comunicación como cajas de resonancia, sino porque el tiempo obra con ellos el milagro de la universalización de sus creaciones; es decir, que los lectores se sientan identificados con los contenidos de sus libros y se conmueven con sus maneras de mirar la vida.  Son los llamados exitosos a su pesar. Roberto Bolaño, por ejemplo.

También existen excelentes escritores que han llegado a donde están por una mezcla de libertad y calculada promoción. Las estrategias de marketing no funcionarían sin el talento natural que poseen novelistas como Mario Vargas Llosa o Paul Auster. Es una mezcla extraña en la que siempre hay que andar en la línea del equilibrio; el territorio del justo medio; el modelo que, dicen los optimistas, deben seguir los aspirantes a escritores. Este es el tipo de literatura surgido en la edad contemporánea como consecuencia de la aceleración del desarrollo humano y el poder del marketing y los medios de comunicación.

El quid del asunto no es, sin embargo, llegar a ser famoso y vender miles de libros, sino lograr que los libros se lean y después de esto meterse en el corazón del lector. Esto en pocas palabras se llamar ser perdurable y no tiene nada que ver la publicidad y los medios, aunque sí muchas veces con la suerte.

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Columna "Cartas del tribal". Suplemento "Enfoque" de 'La Industria "de Trujillo. Domingo 24 de noviembre del 2024.

Tomado sin autorización de la página del autor en Facebook

SOBRE LUIS EDUARDO GARCÍA
Luis Eduardo García (Chulucanas, Piura, Perú, 1963) Poeta, narrador y periodista. Es docente de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Privada del Norte de Trujillo. En 1985 ganó el VI concurso “El poeta joven del Perú” y en el 2009 el Tercer Premio del Concurso Internacional Copé de Poesía. Ha publicado cuatro libros de poesía: Dialogando el extravío (1986), El exilio y los comunes (1987), Confesiones de la tribu (1992) y Teorema del navegante (2008); dos de cuentos: Historia del enemigo (1996) y El suicida del frío (2009); y uno de crónicas, ensayos y entrevistas: Tan frágil manjar (2005). En el 2002 realizó una pasantía en la sección internacional del diario El País de Madrid. Tiene una maestría de Periodismo. Mantiene desde 1986 una página de reseñas y comentarios literarios en el suplemento dominical del diario La industria de Trujillo. (Esta reseña es de 2011, por lo tanto, es incompleta)



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