lunes, 9 de diciembre de 2019

LA ÚLTIMA ENTREVISTA CONCEDIDA POR EL POETA ALEXIS GÓMEZ ROSA

Por Vianco Martínez/Especial para Acento.com.do | 4 de diciembre de 2019

SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Alexis Gómez Rosa (septiembre 1950-noviembre 2019), poeta andariego y educador, fue integrante de la Generación de Posguerra y miembro fundador del grupo La Antorcha. Sus versos, tejidos con pedazos de luna llena, tienen la estampa de su tiempo.
Fue tres veces Premio Anual de Poesía Salomé Ureña de Henríquez y su obra fue traducida al francés, italiano, portugués, inglés y japonés.

Soledad Álvarez, que compartió con él la fraternidad de los primeros versos, dijo una vez: “Alexis es una fiesta. Como su poesía”. Y Pedro Conde, poeta y peleador de elevadas ideas, afirmó que el poeta se jugó la vida en cada verso. Y lo despidió con estas palabras:
“Ese gurú risueño de humor explosivo, humor a flor de piel, sarcástico, hilarante, detonante, vivió como ensimismado en su poesía, ejerció el oficio con una vocación sacerdotal, con una consagración y disciplina de monje budista, como si se lo jugara todo en cada poema, como si en el juego de infinitos artificios verbales se jugara el sentido de esa poesía que era el sentido de su vida y viceversa, como alguien que asumía en su arte poética el pleno sentido de la existencia”.

Diógenes Céspedes aseguró, hace tiempo ya, que Gómez Rosa era el poeta dominicano que más ha sabido metamorfosear su vida biográfica para acomodarla al estado poético en el cual ha vivido siempre la poesía. “Me figuro siempre a Alexis Gómez Rosa como un poeta. Es el único de los poetas de posguerra que vive continuadamente en un estado poético. Hasta en su vida personal él es todo un esbozo del futuro poema”.

En 1977, el poeta Héctor Incháustegui, en una carta que le remitiera tras haber leído uno de sus libros, expresó: “Hay un tono y una actitud ante el mundo que no es frecuente en nuestros poetas, porque vienen combinadas la inspiración con la erudición, el sentimiento y lo que deja en lo recóndito la cultura, entendida la cultura como lo que queda después que se aprende algo muy bien, pero lejos de la letra que nos permitió aprenderlo. (…) Hay algo de (Ezra) Pound y algo también del (Pablo) Neruda político, que no dejó de ser por poeta por ello”.

Según Jeannette Miller, Gómez Rosa era dueño de una elevada conciencia del lenguaje como instrumento, “ese trabajo conceptual por encima de la explosión emotiva, única manera de lograr una obra que realmente cuente”.

Hoy se fue, pero quedan sus versos. Y quedan sus palabras. Y queda aquí el recuerdo de su don de gentes y de la vitalidad de un hombre de su tiempo que nunca dejó de sonreír.

Esta fue, quizás, la última entrevista que concediera antes de partir. Fue realizada en varias entregas y en el tiempo del poeta. Unas veces ácidas y llenas de ironía, otras veces tiernas, pero siempre profundamente humanas, sus respuestas se parecen a él, al hombre que midió el mundo con la intensidad de su mirada, al poeta que condecoró la ciudad con el atrevimiento de sus versos.

La ciudad de Santo Domingo empieza en sus versos y termina en el mar. Él le inventó unos límites en su poesía e hizo de la melancolía una capital. “Aquella ciudad –me dijo el poeta- quedó anclada en la memoria. Es el recuerdo de la niña que amé y cuyo platónico amor quise coronar en el Rialto. Es el Callejón de Regina donde iba a recoger las vainas de las amapolas que luego convertía en canoas para soltarlas en las cunetas de la Arzobispo Portes. Aquella ciudad que se me perdió en la bruma de la escolaridad trujillista hasta los callejones que venció la guerra”.

Me dijo el poeta muchas cosas más el poeta: sobre la poesía y sobre el arte de escribirla (“La poesía hace esquina con la vida, donde todo acontece. (…) “Y escribir para mí no es más que iluminar los misterios del hombre”; sobre la Guerra y sus conjuros (Abril trajo su flauta, su dosis de pimentón y pimienta, su gusanillo narcótico en la cama y en la mesa; por la guerra descubro la patria (hasta el momento unas oscuras lecciones de Historia de Bernardo Pichardo)”; sobre los Premios Nacionales de Literatura (“No todo lo que brilla es oro; algunos premios inscribieron en la historia su grandeza al elevar la distinción; otros fueron enaltecidos por ella”; y sobre las consecuencias que dejan los intelectuales cuando están en el poder (“Son nefastas porque son inestables, tránsfugas de la política y muy malos administradores. Viven expuestos al peligro porque sus veleidades les crean un angustioso estado de conciencia”).

Alexis entonó en voz alta uno de sus versos primeros:

“¡Poeta! De la infancia
He traído mi canto
Y a la infancia de nuevo
Ha regresado”


Y luego se fue a vivir en una estrella.

¿Qué le ha dado la formación académica a su poesía y qué le ha quitado?
Ganado tengo el pan, hágase el verso, dijo José Martí y, en sentido contrario, versos produje sin saber cómo ganarme la vida. Eran días felices aquellos bajo la sombrilla familiar, articulando la palabra de una tertulia a otra, hasta salir del aula uasdiana en la que no me gradué, salvo de agitador y crítico de domingo, que no me proporcionaba -como se habrá de comprender-, ni siquiera la mota de la vergüenza.

Esa felicidad de adolescente tocó a su fin al casarme a muy temprana edad. Entonces procuré arrimar el pan necesario (pan para tres bocas), a una actividad próxima a mis inquietudes de ángel doctrinario, distribuidor de utopías, y versificador a medio tiempo.

Acto seguido, curriculum en mano, me lanzo a conseguir empleo como profesor de literatura en un colegio privado, mientras dejo mi anatomía en un pupitre de ilusión donde soñé ser profesor. Tres semestres bastaron para comprender que abogados no forman literatos, y abandoné la Escuela de Letras de la universidad del Estado.

Tiempo después barajé la posibilidad de estudiar en el exterior, abriendo puertas del éxito a mis indeterminaciones. En Nueva York, a través de la academia, pude darle sistema a mis estudios y búsquedas de nuevos cauces expresivos. Nombres, movimientos, métodos y disciplina adquirí como primera ganancia, posibilitando la creación de un universo cruzado de vasos comunicantes enriquecedores: jazz, cine, artes plásticas, publicidad.
Como consecuencia de esa dinámica mi poesía conjugó el rigor y diversidad de la academia, con el tránsito y temblor de la calle que se ilumina en la variedad de su discurso. Esto es: poesía que rescata, suma, incorpora lenguajes interdisciplinarios en la vorágine de su bulimia.

Usted era ya un jovencito cuando estalló la Guerra de Abril. ¿Qué estremecimientos humanos le dejó aquel acontecimiento?
Nací el 2 de septiembre de 1950, que hace un trayecto de 14 años, 7 meses y 22 días a la fecha de la insurrección popular del 65. Época efervescente llena de asombro y descubrimientos; rápida, cruda y cruel como un filme de Steven Seagal: una época difícil y explosiva.

Ahora todo lo veo como un cortometraje: mi vida, antes del 24 de abril, una luminosa epifanía; después de los tiros, una oscura expectación.

Vivir del lado este del Ozama, en un sector de tradición trujillista, sólo dejaba espacio para que un mozalbete admirado por la intrepidez de un grupo de militares honesto, liquidara en su interior la esperanza y el sueño.

Pero lo cierto es que la Guerra de Abril (ya ahí en el enunciado reside la poesía), produjo el salto de adolescente a hombrecito y, en consecuencia, a tener las motivaciones de quien ya exhibe incipiente bigote.

En cuanto a la poesía: comprendí desde temprano que la poesía cobra bien caro cuando se le traiciona comprometiendo su naturaleza.

¿Además de definir el lado en que quería estar, usted hizo algo para ser parte de las ilusiones desatadas por la guerra, en términos personales, en términos humanos o en términos literarios?
La Guerra de Abril marcó mi generación: un sello gomígrafo sobre cada palabra, una palabra incendiada sobre cada acción, una acción que siempre supo a clandestinaje.

Con la guerra conocí el compromiso de ser proyectado en el otro, el espíritu de una época del sueño multitudinario, la alegría blindada de la esperanza redentora. Abril trajo su flauta, su dosis de pimentón y pimienta, su gusanillo narcótico en la cama y en la mesa. Por la guerra descubro la patria (hasta el momento unas oscuras lecciones de Historia de Bernardo Pichardo), descubro la necesidad de justicia y libertad por conquistar, la ilusión de una vida en urticante y luminosa pimienta.

¿Por qué volvió a la Guerra en su libro La tregua de los mamíferos después de tantos libros transcurridos, después de tantos años vividos, de tantas lejanías acumuladas y pagadas en palabras; qué le adeuda aun la Guerra de Abril a usted y qué le debe usted a ella?
La Guerra, para mi generación, ha sido siempre el eterno retorno, el regreso a los principios con los que se pasa revista a la conducta y a la Historia. Ante ella (el recuerdo de ella) hemos tenido que dar la cara; carnet de pureza ideológica en mano; mostrar la elocuencia de la cicatriz, la palabra incontaminada en la identidad revolucionaria.

La historia reciente ilustra, ampliamente, esos extremismos de penosa ceguera que no hicieron más que agregar estulticia a la sana discusión de las ideas. Pero, entre una cosa y otra, las culpas se fueron repartiendo en el camino y la Guerra de Abril quedó como una deuda pendiente en la agenda nacional. Unos inscribieron sus esfuerzos en la nómina del Estado o en la lucha de los grupos revolucionarios; otros buscamos una interpretación del estallido bélico a través de la investigación, el arte, el teatro y la poesía para dejar en el tiempo su significado.

Te puedo asegurar que la cantera que abrió la guerra, como toda experiencia humana, es insondable, inmensamente rica. A ella le debo el ojo siempre despierto, goloso, extremando los límites.

¿Hay una poética de la Guerra?
Tanto así como para ensartar una retahíla de sueños y buenas intenciones: poética de la esperanza, del futuro luminoso, del combate sin cuartel (porque sin guerra no habrá paz), del hombre nuevo y decoroso; la poética de la sociedad igualitaria, la del reino de los trabajadores (¡claro está!), la del socialismo que se construye del campo a la ciudad; una poética de Cuba sí, yankees no; otra, la de que 100 flores se abran y compitan 100 escuelas ideológicas. Sí, la guerra encierra (encerró) una poética de ultraje y saqueo para hacer mala poesía.

¿Cómo y en qué circunstancias políticas y literarias surgió el grupo La Antorcha?
El grupo La Antorcha nace como un parto de inquietudes estudiantiles mientras cursábamos el tercer año de bachillerato en el Colegio San Francisco de Asís del Ensanche Ozama, Enrique Eusebio, Blas de la Rosa y yo, donde Mateo Morrison era nuestro profesor de idiomas. El hecho en sí acontece por un aire de época que hermanó las inquietudes literarias mías y de Enrique, quienes planteamos a Mateo la necesidad de crear un grupo cultural, similar a El Puño o La Máscara, para promover la cultura en la margen oriental del río Ozama.

Hijos del momento histórico y de la efervescencia política de aquellos días posteriores a la Guerra de Abril, las orientaciones de La Antorcha hicieron causa común con otros grupos como El Puño y La Isla, con los que mantuvimos una íntima relación de trabajo. Ahora, una gran diferencia quiero hacer notar.

Ellos: Miguel Alfonseca, René del Risco, Ramón Francisco, Marcio Veloz Maggiolo, Jeannette Miller y Antonio Lockward, eran poetas y escritores establecidos; nosotros, «los del montón salidos»: éramos poetas en agraz, aprendices. Son miembros fundadores del grupo La Antorcha, además de los mencionados: Soledad Alvarez, Fernando Vargas y Amarilis Rodríguez.

Éramos un grupo de mozalbetes cuyo mayor capital y activo fue el entusiasmo anclado en las paredes de un aguado catolicismo. Surgió en 1967 en la margen oriental del río Ozama, aunque (con cierto gadejo, te digo), estábamos más cerca de las verdes aguas del Higuamo por nuestro febril provincianismo, que de la Puerta del Conde que ambicionábamos conquistar.

Un tanto provinciano en su visión del mundo, podríamos decir que el Ensanche Ozama donde residíamos y se formó el grupo, era el cantón más occidental de San Pedro de Macorís: «la provincia sublevada» que previó Norberto James; donde el verde olivo de los guardias (San Isidro), se conjugaba con el color del cañaveral (San Luis), haciendo válida la funesta y curiosa sinécdoque: mi barrio encierra más poder de fuego que la Batalla de las Carreras.

En las calles gravitaba el seco aliento de burócratas y militares; el aula era un hervidero de inquietudes cívicas y literarias. Por las calles se desplazaba el glamour de los cadetes contra el recelo nuestro que halló su nicho en los pasillos del colegio. De repente todo cambió. Abril trajo la pólvora y la sangre haciendo residir la muerte en el patio de la casa. Días duros aquellos de 1965. Días de ojos abiertos por donde penetró el asombro enmudecido que finalmente desembocó en palabras de ira y amotinamiento, creando la necesidad de una antorcha solidaria.

Tras ese propósito Enrique Eusebio y yo contactamos a Mateo Morrison (profesor de nosotros en el Colegio San Francisco de Asís), quien posteriormente incorporó a Rafael Abreu Mejía que dio nombre al grupo. Luego se sumaría Soledad Alvarez (inquieta y desafiante) y Fernando Vargas, que aportó nombres, títulos e inquietudes de su bien amueblada cabeza.

Su presencia en el grupo fue determinante pues nos puso de frente a la Literatura con mayúscula, actualizando el limitado repertorio de lecturas y familiarizándonos con los fundadores de la modernidad escritural de occidente; particularmente de los poetas norteamericanos, ingleses y franceses que, al tiempo de profundizar en sus obras, nos invitó siempre prestar atención a la obra del maestro Pedro Henríquez Ureña. Con él cobraron vida las reuniones del grupo porque la lectura, decía, era algo más que tener valor de redacción.

La idea la impuso el tiempo en esa necesidad social de dar una respuesta colectiva al desmadre que se nos vino encima.

Antes de La Antorcha y para la misma época, ya existía La Máscara, El Puño y La Isla con su denominación de origen bastante marcada.

A diferencia de todos ellos (grupos formados por escritores connotados), nosotros irrumpimos en los escenarios de opinión con la frescura propia que sella la ignorancia. Grandes sueños, atrevimiento y un fardo repleto de ilusiones que iluminaba esa bitácora de bolsillo que nos condujo a visitar a Franklin Mieses Burgos, Marcio Veloz Maggiolo, Juan Sánchez Lamouth, Ramón Francisco, René del Risco y a Miguel Alfonseca.

Sobre la marcha (de nuevo Norberto), fuimos haciendo camino fortaleciendo la dinámica del grupo que a fuerza de coraje y lecturas, verso a verso, alcanzamos el respeto de los poetas mayores.

¿La casualidad geográfica de nacer “de aquel lado del río Ozama” puede verse con algún simbolismo?
Pues mira que sí. Nos creímos ser los nuevos conquistadores que llegaron al antiguo virreinato en yola a refundar la ciudad de Ovando; aunque otros (como Antonio Lockward Artiles), nos consideraran unos intrusos merecedores de cocotazos. La ciudad, evidentemente, no fue refundada; pero su literatura abrió sus puertas para que se inscribieran nuestros nombres.

¿Qué lineamientos estéticos e ideológicos quería seguir el grupo?
La época nos marcó para continuar el camino de nuestros antecesores caracterizado por una literatura utilitarista de identificación con las luchas sociales. La Revolución Cubana fue nuestro espejo y sus poetas ejemplos a imitar, que a su vez imitaron a los poetas de la Generación del 27 en España, con la carga ideológica que trajo la guerra civil de 1936.

De ahí se desprende que los lineamientos estéticos estaban predeterminados.

¿Qué poetas, dominicanos o extranjeros, inspiraban a La Antorcha?
En el frente local te puedo decir que hicimos amistad y leíamos con fruición a Domingo Moreno Jimenez, Rafael Américo Henríquez, Tomás Hernández Franco, Franklin Mieses Burgos, Héctor Incháustegui Cabral, Pedro Mir, Aida Cartagena Portalatín, Freddy Gatón Arce, Antonio Fernández Spencer, entre las voces fundadoras del canon dominicano.

Del exterior la nómina es larga y diversa: los estadounidenses Walt Whitman, Edgar Lee Master, Ezra Pound, T.S.Eliot, Wallace Stevens, e.e. Cunmings; los franceses Charles Baudelaire, Jules Laforgue, Arthur Rimbaud, Paul Verlaine, Jacques Roubaud, Yves Bonnefoy; el portugués Fernando Pessoa y los latinoamericanos Jorge Luis Borges, Vicente Huidobro, César Vallejo, José Lezama Lima, Octavio Paz y Haroldo de Campos.

¿Qué dificultades enfrentó la agrupación para hacer valer sus razones y sus presupuestos estéticos e ideológicos?
¿Razones? Las de un corazón al borde de su arritmia; presupuestos: los que nos trajera el día.

¿Qué peso tuvo el grupo La Antorcha en la poesía de la postguerra?
El que tiene en boxeo un peso pluma.

¿Qué peso tenían sus integrantes en la poesía de la época? ¿Eran escritores con una historia, o estaban empezando a hacer una historia?
¿Qué se puede esperar de un poeta en agraz que no sea su jojota indefinición? Los poetas de La Antorcha guardaron celosamente (conociendo la tradición, ensayando), la pasión por la obra que vendría después.

¿En algún momento La Antorcha confundió la poesía con la denuncia? ¿Cuáles fueron las consecuencias?
Signo de los tiempos, la denuncia, arropó al grupo que no escapó del sarampión socializante. ¿Consecuencias? Una mala racha de pobre poesía y la vergüenza de haber escrito bajo la luz de una Luna Cabeza Caliente.

¿La Antorcha veía la poesía como un instrumento de la lucha de clases? ¿Qué querían negar los de La Antorcha?
A esa edad (17, 18, 19 años) la visión no alcanza para tanto; pero teníamos claro la certeza de que la espiga no alcanzaba para todos; que la tierra distaba mucho de ser el paraíso prometido; y que el dolor, como la verdolaga, se daba tanto aquí como en Nicaragua, Venezuela o Bolivia.

En ese contexto latinoamericano, me sentí comulgar, en el mismo plato, con otros poetas que tocaban la misma lira hermanados en intención de hacer poesía testimonio: Roque Dalton, René Depestre, Roberto Fernández Retamar y otros tantos. Coincidir con ellos me hace parte de su misma estrategia escritural: la de poner la poesía al servicio de una causa redentora.

Según el escritor colombiano Willian Ospina, la toma de posición ideológica y política pone a la poesía en peligro a la poesía y da como resultado una poesía menor. ¿Sucedió en La Antorcha?
Nada más falso. La historia desmiente a Ospina. Basta con recorrer el último milenio para encontrar múltiples ejemplos de unidad político-poética de maravillosa excelencia. Dos extremos de banderas opuestas nos ilustran; Ezra Pound, en la primera mitad del siglo XX y, posteriormente, los peruanos Antonio Cisneros, en Canto Ceremonial contra un oso hormiguero y, de Rodolfo Hinostroza, Contranatura.

Constituye un craso error creer que política y poesía se repelen, cuando, por lo contrario, esta última hace trascender la política sacándola de su inmediatez y chatura. La cuestión del carácter menor de cierta poesía política está en el mal manejo del lenguaje, en la ausencia de recursos expresivos para explicar su pobreza. La poesía no es política ni antipolítica. La poesía es.

¿Qué tan iguales y que tan diferentes eran los integrantes del grupo? ¿Cuáles eran sus especificidades?
Iguales como pertenecer al mismo barrio y tener un vecino militar; diferentes, como para impedir que nuestras voces se organizaran y estructuraran a favor del drama de los de abajo.

¿Qué diferenciaba a los poetas de la postguerra de los de la Guerra del 65?
Nada fundamental. Ellos un poco mayorcitos; nosotros como importados de una película de indios y vaqueros.

Dice Mateo Morrison que se formaron dos grupos en base a criterios ideológicos y estéticos. ¿A ustedes los dividía la poesía o la política? ¿Cómo se enfrentó La Antorcha a la reseca de la Post Guerra?
Pienso que el poeta se refiere a quienes hacían una poesía que privilegiaba el contenido, vale decir, la protesta social, la denuncia política, en oposición a otro sector que sin renegar de lo político, incorporaba a su ejercicio escritural otras preocupaciones de tipo formal, ensayando nuevos procedimientos y búsquedas expresivas.

En lo particular -quizás por mi naturaleza que no gusta repetirse, me inclinaba a hacia la experimentación formal que me acercó, a muy temprana edad, a los postulados del grupo Noigandres de Poesía Concreta del Brasil y a Manuel Rueda y su Pluralismo. ¡Claro! ya para 1975 la resaca de la guerra había dejado su viento frío que René del Risco encarnó con su poemario homónimo y casi todos cerramos fila tras él pues en esas páginas nos sentimos representados. Frío fue el viento de la derrota y con Balaguer al frente del Estado se hizo urgente recomponer el tablero.

¿Cuál era el perfil personal, ideológico y literario de los demás integrantes de La Antorcha?
Enrique, en lo personal, era extraño, difícil, con poco sentido del humor, dado a la confrontación y alineado con la izquierda, sin militancia y literariamente vanguardista. Mateo es absolutamente distinto. De fácil trato, dispuesto a la jarana, tiene una personalidad de hombre bronco aunque participativo. Creo que su herencia cocola lo hace circunspecto y reservado como si estuviese pidiendo para todo permiso. En lo político ideológico-responde a la mentalidad de un catorcista que devino en pro-chino; en lo literario su obra se inscribe dentro de los parámetros de la poesía tradicional dominicana.

De Soledad (Álvarez), qué decirte: una mujer de recia personalidad, afable, de altas luces y fina sensibilidad, cuya poesía (limpia, precisa y bien estructurada) acelera en mi corazón los latidos.

Al final de la jornada, ya con el beneficio del tiempo transcurrido, ¿Cuál debe ser el juicio final de la historia ante el desempeño poético de La Antorcha?
En una escala del 1 al 100 pasó la prueba con 75.

¿Cómo valora usted la trayectoria de los premios nacionales? ¿Cree que en sentido general han sido actos de verdadera justicia literaria?
Como sucede con todas las valoraciones humanas no todo lo que brilla es oro. Algunos premios inscribieron en la historia su grandeza al elevar la distinción; otros fueron enaltecidos por ella.

¿Qué debe tener un poema para que pueda mover las emociones de la gente?
La fuerza y la luz necesarias para que al leerlo nos levante del asiento.

Dice Mateo Morrison que usted era un poeta rebelde. ¿Nunca llegó a ser un poeta maldito?
La rebeldía en mí es desobediencia contra la estética cómoda, repetitiva y acartonada de lo establecido. Por un lado, sin ser reduccionista, ser rebelde es hacer causa común con la lucha por crear un hombre nuevo (eso creíamos); trabajar por construir el paraíso en la tierra (igualmente eso creímos); y, del otro lado de la moneda, era apostar por la renovación del lenguaje abriendo nuevos cauces de un libro a otro.

Pero el malditismo, ¿qué es el malditismo más allá del invento conceptual de Paul Verlaine? ¿Acaso celebrar a Lautreamont, Baudelaire y Nerval apurando una botella de ajenjo? ¿Leyendo al filo de la navaja a Ciorán y a Antonin Artaud hasta que la sangre borre las normas y los convencionalismos sociales? ¿O creando a los nuevos incomprendidos el espacio que vinieron a ocupar Ramos Sucre y Gómez Jattin embarrándose con las babas del diablo? Ser poeta maldito es un tópico literario.

¿Cuál ha sido la época de oro de la poesía dominicana?
Sin temor a equivocarme, te digo: las primeras cuatro décadas del siglo XX.

¿Quién salva la poesía dominicana de hoy?
Yo soy el que vendrá.

En un país de naufragios ¿alinearse al poder es una opción aceptable para los intelectuales?
En un país de naufragios (traduzco); vale decir, de latrocinio, dolo, corrupción y ausencia de oportunidades, mantenerse sobre la línea de flotación es la mayor heroicidad posible.

¿Qué sucede con la libertad -de crear, de escribir, de informar, de narrar- cuando el intelectual se alinea al poder?
Escribe con menos tormento y más confortabilidad.

¿Por qué se alinean los intelectuales al poder? ¿Por necesidad o por convicción?
Porque a nadie le amarga un dulce.

¿Qué consecuencias ha tenido en República Dominicana el alineamiento de los intelectuales al poder y cuáles son los riesgos y peligros de que los intelectuales se alineen?
Nefastas porque son inestables, tránsfugas de la política y muy malos administradores. Viven expuestos al peligro porque sus veleidades les crean un angustioso estado de conciencia.

En menos de un siglo la humanidad pasó de escribir a mano a escribir a maquinilla, y de ahí a escribir en computadora. ¿De sus primeros poemas a los últimos como ha escrito usted?
Mi escritura ha evolucionado filtrando mis garabatos, tachaduras, liquid paper hasta el comando que, por un golpe involuntario a una tecla, me borra todo lo escrito.

¿Cómo le llegan los temas? ¿Sale a buscar la poesía de la calle o ella viene a buscarlo?
La poesía está ahí, en la gente, en los objetos, en el pan necesario. Misión del poeta: tener ojos para descubrirla.

¿Cuáles son los principales problemas que enfrenta para escribir un poema?
No saber cómo decir lo que quiero decir (afasia), por lo que nada podría escribir (agrafia), que es el oficio disléxico del tartamudo.

¿Cuando un poeta envejece sus versos envejecen con él?
Paradójicamente, cuando uno envejece, al escribir se alcanza mayor clarividencia.

¿Cuando las noches se rompen en pedazos y el mundo se estremece de desigualdad sigue haciendo falta un poema?
¡Claro! Hoy, como ayer (porque el pasado es el paso que acabo de dar), en este tiempo nublado de la sinrazón y el desconocimiento del otro; la poesía viene a ser el pan festivo (imprescindible) en la mesa de los expulsados del paraíso. Iluminada por la sangre estremecida la poesía (en cualquiera de sus expresiones: el poema), es sendero que se bifurca.

Por un lado, le abre al lenguaje su cauce más profundo de renovación permanente; y, por el otro, es luz que no puede mentir porque en ella se anida el ansia de libertad de un corazón sin fronteras.

Lo que hace falta es el gran cambio, una revolución que devuelva al hombre la inocencia perdida y lo enrumbe hacia una luminosa espiritualidad que impida todo tipo de totalitarismo y desigualdades.

¿El mundo sigue mereciendo la poesía?
El mundo es la poesía.

¿Qué efecto quiere que tengan sus poemas?
El efecto de una bomba en las piernas de la felicidad posible.

Mire estos versos de su poema Urbano corazón:
“La tarde, en las esquinas, se olvida de preparar la noche. / La tarde rítmica (lo que es más lamentable) se olvida de proponer planicies o relieves, -y en la glorieta del parque Independencia /nos quedamos, infelices restauradores de la noche.

Mire este otro:
Avanza la noche / como un solo cartel de Ramírez Conde o Silvano Lora.

Y mire otro más de Café sublime:
“El polvo en las orejas / correrías, en la política de El Conde, y las mariposas que regresan del Rialto por el sexo, abriéndose en todo el ojo a los espasmos de una ética piadosa”.

La pregunta es esta: Usted tuvo una relación de amor con su ciudad, la condecoró con el atrevimiento de sus versos, le rindió el homenaje de las palabras y la hizo suya en poemas que se detuvieron en sus rincones, desde el callejón de Regina hasta los callejones de la Guerra. Hace años murió Silvano y de Condecito no sé qué ha sido; ya el parque Independencia no tiene glorieta y el cine Rialto, de tanto olvido, ya ni siquiera es historia. La Ciudad Colonial, vencida por la Guerra y vencida por la paz, ya entregó su trono a la modernidad. ¿Entonces, qué ha sido de la ciudad de sus viejos poemas, adónde fue a parar en medio de tantos alardes de modernidad y en medio de tanta ostentación vacía?
Aquella ciudad quedó anclada en mi memoria. Es el recuerdo de la niña que amé a distancia y cuyo platónico amor quise coronar en el Rialto. Es el Callejón de Regina donde iba a soltar canoas de las vainas de las amapolas en las cunetas de la calle Arzobispo Portes, aquel cura que traicionó a Juan Pablo Duarte. En fin, aquella ciudad ya casi no la reconozco. Aquella ciudad se me perdió en la bruma de la escolaridad trujillista hasta los callejones que venció la guerra.

Ud. Dijo en su poema “Campeador de onda corta”: “La poesía es el acto más lúcido de la política”. ¿Sigue pensando igual?
Si por algo tiene sentido la política es porque la poesía la dimensiona y catapulta. Lo demás es cháchara de los días para El Gobierno de la Mañana.

En el mundo materialista e individualista parido por la postmodernidad ¿cuáles utopías son posibles?
La lectura en las aguas discursivas del espejismo que ponga patas arriba el imaginario conocido.

¿Usted cree que la poesía aún tiene asignado un papel social o un papel en la lucha política?
El papel de la poesía es ser buena poesía. Con eso contribuye a elevar la condición humana.

¿Qué puede hacer un poeta con su poesía mientras la sociedad se derrumba?
Nada que no sea convertirse en agente del cambio.

Hay una sociedad que sufre y lucha por sobrevivir en medio de los grandes naufragios de sistemas políticos fracasados y sociedades que se tambalean. ¿Los poetas le han dado la espalda a la sociedad al refugiarse en su individualidad?
Todo lo contrario. Su mayor aporte a contrarrestar esa degradación humana es elevar con la luz de su imaginario un mundo para todos compartido.

¿Qué poetas filósofos ha leído y qué ha buscado en ellos?
Te daré un nombre para no ser un aguafiesta: Nieztche.

¿Cómo quiere entenderse con la eternidad?
En un ring de boxeo antes que un golpe del azar derribe al árbitro.

¿Qué género prefiere para leer?
Lo que en el destape de la imaginación esté bien escrito.

¿Cuál es su lector ideal?
Otras veces lo he dicho: el que vendrá.

¿A quién se debe la poesía?
A los duendes que perfila el insomnio.

¿Qué podía hacer un poeta de posguerra en Nueva York, además de cargar cada día con sus nostalgias y las añoranzas que traía de la Guerra?
Sobrevivir a un medio de lengua desconocida que me obligó a doblar el lomo en almacenes y factorías.

¿Qué fue usted a buscar a Nueva York?
No fui a Nueva York a suplir precariedades económicas, aunque me rompiera en veinte para alcanzar mi objetivo. Aquí la papa era rendía. Fui a Nueva York a estudiar tras cuyo esfuerzo alcancé una Maestría en Literatura Hispanoamericana en New York University.

¿Cómo fueron sus días en esa ciudad y qué asombros le concedió?
Nueva York fue una revelación que me enfrentó a mi gran ignorancia. Vivir en esa ciudad me permitió entrar en contacto con la cultura moderna en todas sus manifestaciones: jazz, cine, artes plásticas, arquitectura y el conocimiento del otro que permanentemente cuestionaba mi insuficiencia.

Hace más de 60 años Walter Benjamín dijo: “Volver la mirada a lo extraordinario es lo único que todavía nos puede salvar”. ¿Puede ser válida esa reflexión para la decadencia que vive la poesía de hoy?
Es naturalmente válida cuando el mundo de hoy se mira como catástrofe que no difiere de épocas anteriores en las que todos consultaban su Delfos particular. Es la voz del oráculo que siempre anticipa un apocalipsis que ponga fin a la maldad, a la prevaricación y a la inequidad que tiene su dique de contención en la divinidad como expresión de lo extraordinario.

Solo desde esta perspectiva ecuménica puedo acercarme a esa mirada salvadora, por la que no resbala la poesía.

Esta pregunta es a su vez una reflexión de Chantal Maillard, filósofa y poeta belga. ¿Dónde debe situarse el escritor cuando el abismo es todo lo que hay?
Fácil: comprarse un parapente.

A propósito de Maillard, ¿a usted le gusta la filosofía?
No me disgusta.

¿Cree que la filosofía liga bien con la poesía?
La poesía hace esquina con la vida, donde todo acontece.

Maillard también dice que escribe para que el agua envenenada pueda ser bebida. ¿Usted para qué escribe?
Escribo tratando de hallar un equilibrio a una existencia sacudida por golpes bajos, una existencia que ha perdido su centro, eslabonando los márgenes por donde me abandono. O, remitiéndome a Oficio de post-muerte, 1973: Escribir para mí no es más que iluminar los misterios del hombre.

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