lunes, 25 de julio de 2022

EL MICRORRELATO LATINOAMERICANO. ¿PERFUME, TWIT O MARIPOSA?

Ana María Shua,
escritora argentina

¿Qué es un microrrelato? (O una minificción, términos que utilizaré por el momento como sinónimos). Tal vez no tenga mucho sentido aclararlo aquí, entre especialistas, pero el lector común todavía pide explicaciones. Hace muchos años, cuando yo empecé a escribir micros, todo era más fácil: se lo llamaba, simplemente, cuento muy breve y las definiciones no eran necesarias. Pero atención: en cambio todavía no se lo consideraba como un género literario distinto del cuento. Y creo que al microrrelato le hizo muy bien que la crítica hiciera ese descubrimiento. Volveré sobre este tema. 

Hay mil definiciones más o menos poéticas, incluso algunas que intentan definir en particular el microrrelato latinoamericano. Se lo compara con un rayo, con un estallido, con una fragancia, con un relámpago. También hay definiciones técnicas muy rigurosas. Algunas se esfuerzan por abarcar todas las características de las minificciones conocidas. En mi opinión personal, estas definiciones enumerativas están limitadas por la misma perspectiva que limitó la comprensión de la obra de Aristóteles durante la Edad Media: una definición no tiene por qué ser una preceptiva, es decir, un conjunto de reglas a las que hay que atenerse para estar seguro de que uno ha logrado mantenerse dentro del género. Los géneros literarios son mucho más elásticos de lo que parece y cada vez que creemos haber encerrado alguno dentro de límites fijos, aparece un autor genial y salta por encima del cerco.

¿Cuánto estamos dejando de lado si definimos el microrrelato como un género humorístico? ¿O satírico? ¿O alegórico? ¿Qué pasa si no hay referencias intertextuales? ¿No se lo debería considerar en nuestra clasificación? Cuanto más detalladas, más peligrosas se vuelven las definiciones. 

Propongo aquí algunas definiciones técnicas y poéticas que me parecen interesantes y valiosas. Dicen del microrrelato: 

Francisca Noguerol (crítica española): “es una forma narrativa breve, que raramente supera la página de extensión y se diferencia del cuento tradicional por sus tramas ambiguas, personajes abocetados, lenguaje multívoco y finales sorprendentes”.  
Lauro Zavala (crítico mexicano): Minificción (no microficción): “Género híbrido con elementos extraliterarios, intertextual, irónico, autónomo, serial, lúdico y alegórico”. 
Raúl Brasca (autor y crítico argentino): “Pieza en prosa compuesta de pocas palabras y elocuente silencio concebida para ser completada por el lector y disparar en él una o varias posibilidades de sentido”. 
Violeta Rojo (crítica venezolana): “Artefacto literario mínimo, des-generado, proteico, intertextual, que necesita la activa participación del lector y es muy difícil de definir”. 
David Lagmanovich (crítico argentino): “Son cuentos concentrados al máximo, bellos como teoremas (…) que ponen a prueba nuestras maneras rutinarias de leer”. 
Clara  Obligado (escritora y crítica argentina-española):  “Son vértigo, seducción, vislumbre; el lector debe rematar su efecto, entrar en un proceso delicado de lectura desentrañadora y reiterada. Y resumirlos es sumarles palabras”. 
Fernando Valls (crítico español): El microrrelato es un género narrativo breve que cuenta una historia (principio este irrenunciable) en la que impera la concisión, la elipsis, el dinamismo y la sugerencia (dado que no puede valerse de la continuidad), así como la extrema precisión del lenguaje, que suele estar al servicio de una trama paradójica y sorprendente. A menudo, se presta a la experimentación y se vale de la reescritura o lo intertextual; tampoco debería faltarle la ambigüedad, el ingenio ni el humor. 
Andrés Neuman (escritor argentino-español) los define como “textos concebidos a partir de una elipsis muy ostensible, una sintaxis por lo general económica y una estructura esquemática precisa y cerrada, aunque su efecto sea, a veces, el de quedar abierto”. 
Enrique Anderson Imbert (autor y crítico argentino): “[El microrrelato] es un fruto redondo, concentrado en su semilla”. 

De diversos modos los críticos han intentado definir, describir y a veces delimitar el microrrelato. En términos generales, Dolores Koch insiste en la cuestión del humor, la sátira, la parodia, la irreverencia. Brasca habla de la autosuficiencia narrativa la concisión y la intensidad expresiva. Lauro Zavala propone que el género reúne como ninguno la brevedad, diversidad y fugacidad de la escritura contemporánea y exige un reconocimiento a su elevado potencial de complicidad, fractalidad y virtualidad.
 
Seré un poco más breve y mucho más sencilla. Para esta charla me atendré a la siguiente definición: Microrrelato es un texto narrativo que tiene como máximo una página, es decir, alrededor de 300 palabras. 

Y por favor, no me pregunten qué es lo narrativo. 

No es verdad y es fuente de muchos malentendidos la idea de que un microrrelato es mejor cuanto más breve. Una idea maligna, fuente de confusión con respecto al tema brevedad-calidad es la cuestión de los nuevos formatos tecnológicos. Los periodistas culturales preguntan constantemente acerca de la relación entre el twit y el microrrelato, una relación tan poco intensa como fue en otro momento la del cuento brevísimo con el telegrama. Comparar el twitter con el microrrelato es algo así como comparar una novela con una resma de hojas de papel. En las hojas se pueden imprimir novelas, cuadros sinópticos, facturas, información clasificada o lo que a usted se le dé la gana. Y lo mismo sucede con el twitter. Un twit de doscientos ochenta caracteres puede servir para dar información periodística, denostar al adversario, hacer declaraciones políticas, conversar con los amigos, insultar, elogiar…o escribir literatura. En todo caso, si se trata de literatura, siempre son interesantes los límites por los efectos que provocan. En el Reino Unido, el periódico Daily Telegraph convocó en cierta oportunidad a un concurso de “sagas”, denominando así a pequeñas historias que tuvieran exactamente cincuenta y cinco palabras. El resultado fue muy atractivo, con algunos textos de alta gracia. No quiero decir que el formato twitter no sirva para escribir microrrelatos, sino que la relación entre ellos es optativa y no necesaria. Sobre todo, hay que recordar constantemente que un microrrelato no es mejor cuanto más breve. Yo suelo apelar a ese genial minicuento de Borges “Los dos reyes y los dos laberintos”, para explicarle a los neófitos de qué se trata.

La cuestión del nombre 

El término “microrrelato” lo utilizó por primera vez en 1977 el escritor mexicano José Emilio Pacheco. Y lo retomó en uno de los primeros artículos sobre el género la crítica Dolores Koch, en 1981. 
Críticos y autores parecen rivalizar en la determinación de un nombre, que todavía no ha quedado en firme. No se trata de que el microrrelato sea un género nuevo (es antiguo como la humanidad), sino que su descubrimiento por la crítica ha sido relativamente reciente. 

Ahora los críticos y autores parecen rivalizar no solo en la originalidad de sus textos, sino también en la novedad del nombre que eligen para denominarlos:

• Cuentos brevísimos 
• Cuentos atómicos 
• Nanoficción 
• Hiperbreves 
• Nanocuentos 
• Relato liliputiense 
• Ficción súbita 
• Cuentos bonsai 
• Cuenticos 
• Cuentos instantáneos
• Textículos 
• Cuentos rápidos
• Cuentos repentinos 
• Cuentos jíbaros
• Cuentos pigmeos 
• Minirrelatos
• Cuentos mínimos 
• Relatos de bolsillo
• Minificciones 
• Cuento ultracorto
• Relatos vertiginosos 
• Minicuentos
• Ficción mínima 
• Cuentos en miniatura
• Microficciones 
• Relámpagos
• Cuentos microscópicos

Muchos autores prefieren evitar los nombres que incluyan la palabra “cuento”, porque de acuerdo a las definiciones más aceptadas, consideran que no todos los microrrelatos son exactamente cuentos. Según esta opinión, los minicuentos serían un subgénero dentro del microrrelato. Por eso hablé de minicuento en relación con la obra de Borges. 

En inglés todos los géneros suelen ser un poco más largos. Las novelas tienen más páginas, las sagas seriales tienen más volúmenes y la nouvelle (novela corta) casi no existe. Se admite que un texto de 50-60 páginas bien nutridas todavía puede darse el lujo de llamarse “cuento”. En ese terreno, las sudden fictions, ficciones súbitas, tienen entre una y tres páginas, y en español las llamaríamos simplemente cuentos cortos. Están también las super-short-stories, una creación del autor de ciencia ficción Frederic Brown. Otros nombres que apuntan a cierta característica del género: blasters y flash fiction hacen alusión a la brevedad, pero también al estallido, el golpe de sentido, ese efecto de repentina comprensión que completa el significado del microrrelato. Las flash-fictions o microficticions son un género muy nuevo en la literatura anglosajona. El premio Booker Internacional a Lydia Davis ha contribuido mucho a su difusión y su prestigio.

El descubrimiento de la crítica 

En los años ochenta comenzaron a publicarse por primera vez en la historia de la crítica literaria los primeros artículos de crítica académica sobre la minificción. El término nunca llegó a imponerse en España, donde por lo general se sigue hablando de “microrrelato”, mientras que los críticos mexicanos se inclinan por “minificción” y a los autores nos da igual. 

Pero hay una consecuencia del trabajo crítico que no nos es indiferente, porque contribuyó mucho a la difusión del género. Con uno u otro nombre, estos textos híbridos y rebeldes dejaron de ser considerados cuentos brevísimos (como si fueran un subgénero del cuento y pudieran aplicársele las mismas reglas), y fueron reconocidos como un género independiente con sus características propias. Fue un descubrimiento geográfico, de algún modo parecido al de Colón: como América, el microrrelato ya estaba allí, y sin embargo los críticos se encontraron con un inmenso territorio inexplorado, virgen de pensamiento, de estudios, de investigaciones, y se lanzaron alegremente a su conquista y colonización.

El interés de la crítica fue acompañando a un movimiento expansivo del género que abarcó a América Latina y España, con nuevos autores, nuevos lectores, revistas especializadas y, en los últimos años, concursos, editoriales, festivales y congresos. Los críticos académicos suelen ser también profesores universitarios: así, por un efecto de derrame fueron interesando a muchos de sus alumnos. Poco a poco se fue constituyendo una comunidad de lectores de microrrelatos en todo el ámbito iberoamericano. La combinación del interés académico y la posibilidad de difusión en Internet, (la pantalla es un sitio tan cómodo para los géneros breves) se unieron en la expansión y el desarrollo del microrrelato en español.

El género, ¿es latinoamericano? 

Muy pronto surgió una intensa discusión entre los críticos latinoamericanos y los españoles: ¿es el microrrelato un género nacido en España o en América Latina? En lo personal, como escritora y como lectora salvaje, a mí me da exactamente lo mismo para gran indignación de algunos de mis colegas latinoamericanos, que insisten en demostrarme la enorme importancia de un movimiento literario que por primera vez no habría empezado en Europa (con la literatura de América Latina como simple reflejo), sino que sería un auténtico vástago de nuestras tierras, con suficiente entidad como para ejercer influencia en la literatura española. Como parte de la discusión entre los críticos de este y aquel lado del océano, se enarbolan banderas y se esgrimen autores. Del lado de España, se sostiene como precursor del microrrelato a Ramón Gómez de la Serna, con sus Greguerías, o se cita cierto texto famoso de Juan Ramón Jiménez. Y en América Latina, aun antes que el mexicano Julio Torri están, por supuesto, los microrrelatos de Rubén Darío. Que no se llamaban así cuando los compuso, pero que hoy brillan en las notas críticas y en las antologías. 

En el afán de demostrar la importancia de Rubén Darío como precursor del microrrelato latinoamericano, se cae, según mi opinión personal, en ciertas exageraciones. Por una parte, la figura de Rubén Darío, nicaragüense que desarrolló buena parte de su obra en España, es un puente entre las dos orillas. Por otra parte, no todas sus piezas breves en prosa pueden considerarse microrrelatos. La brevedad es lo mínimo que se espera del género, pero no lo máximo: es solamente una de sus características, aunque también sea, por cierto, la única que no puede faltar. La mayor parte de los escritores latinoamericanos del siglo XIX y también muchos españoles de la misma época, escribieron piezas breves. Tal vez porque la figura del escritor profesional no estaba todavía claramente definida en América Latina, se había desdibujado en España y nuestros escritores eran políticos, militares, diplomáticos, con breves momentos para dedicarle a la literatura. Muchas de estas piezas son descriptivas, otras son pensamientos o reflexiones, en buena parte son poemas en prosa. 

El autor mexicano al que se considera uno de los padres del microrrelato es Julio Torri, que desde su primer famoso texto, A Circe, anticipó muchas de las características que después se considerarían típicas del microrrelato en español. Pero ya veremos cómo simultáneamente se estaba trabajando también en la brevedad de diversos modos en España. 

Hay una fecha clave en la historia del microrrelato: en 1955 los escritores argentinos Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares publicaron la primera antología en español: los Cuentos breves y extraordinarios, una selección que incluía ya muchas de las características del género. Por una parte, los autores encontraron lo que la crítica dio en llamar “incrustaciones”, breves textos que forman parte de textos más largos, cuentos o novelas o incluso ensayos, revistas, manuales y que tienen, sin embargo, sentido propio: extraídos de su lugar de origen, se sostienen perfectamente como textos independientes. Por otro lado, la crítica ha probado hoy que muchos de esos Cuentos breves y extraordinarios, atribuidos a diversos autores y aparentemente tomados de otros libros, son, en realidad, invención pura de los autores de la antología. Nuestro género se muestra así divertido y lúdico desde su mismo nacimiento, aunque la cuestión de su nacimiento sea tan discutida. 

Mientras Borges y Bioy trabajaban en el extremo sur del continente, en el norte otras dos grandes figuras de la literatura latinoamericana estaban haciendo un trabajo equivalente en México: Juan José Arreola y Augusto Monterroso desarrollaron en esos años lo más valioso de su obra, en particular en relación con el microrrelato. Como si se tratara de un movimiento de pinzas que terminó por abarcar a todo el continente, pronto comenzaron a surgir grandes autores que se dedicaron al género en todos los países de América Latina. Impulsado por la revista mexicana El Cuento (1939/ 1964-1999), dirigida por el escritor mexicano Edmundo Valadés y después por su continuadora, Puro Cuento (1986-1992), dirigida por el escritor argentino Mempo Giardinelli, alentado también en los 80, en Colombia, por la revista E-kuóreo, dirigida por Guillermo Bustamante Zamudio y Harold Kremer, se produjo en América Latina un particular desarrollo del microrrelato, en buena parte acompañando la tendencia del continente hacia lo fantástico. Y surgieron autores como Juan Epple y Pía Barros en Chile, Luis Britto García y Gabriel Jiménez Emán en Venezuela, Menén Desleal en El Salvador, Bustamante Zamudio y Kremer en Colombia, Enrique Jaramillo Levy en Panamá y muchos, muchísimos autores mexicanos como Agustín Monsreal, Felipe Garrido o Guillermo Samperio, argentinos como Julio Cortázar, Marco Denevi, Enrique Anderson Imbert, Isidoro Blaisten. (Me detengo deliberadamente en autores nacidos antes de 1960). Fue tal vez una época de oro para nuestro género, y ya les diré por qué lo considero así. 

Muchos consideran que el primer microrrelato publicado en España es “El joven pintor” (1908) de Juan Ramón Jiménez. Es necesario recordar que el gran Max Aub, uno de los padres del género con sus Crímenes ejemplares, desarrolló su obra como minificcionista en México, pero transcurrió en España buena parte de su vida. Antes todavía Ramón Gómez de la Serna, con sus numerosos “disparates” y “caprichos”, reunidos en la Greguerías, y José Moreno Villa, con sus Libros I y II de su obra miscelánea Evoluciones. Cuentos, caprichos, bestiario, epitafios y obras paralelas, fueron importantes antecedentes del cultivo de la micronarrativa, aunque sus textos no fueran exactamente microrrelatos.
 
El mismo García Lorca escribió muchas brevedades, que ahora han sido reunidas en un solo volumen: Pez, astro y gafas. Prosa narrativa breve. También Luis Buñuel fue el autor de varios textos brevísimos. Francisco Ayala y Fernando Arrabal escribieron textos breves desde el exilio en países extranjeros. Ana María Matute e Ignacio Aldecoa, desde el exilio interior, recrearon en sus brevedades la crueldad de la vida cotidiana en un país dañado y empobrecido por la guerra civil y la dictadura. 

A partir de los 80, con el desarrollo de la crítica, el género creció también en España, y grandes autores de narrativa se dedicaron a él, como Luis Mateo Diez, José María Merino, o Juan Pedro Aparicio. El microrrelato comenzó a ser estudiado en las universidades más importantes de España. Pero además, el desarrollo del microrrelato en España a fines del siglo XX y XXI tiene una característica propia fundamental: la aparición de editoriales dedicadas al género que acompañaron el movimiento y a sus autores. Mientras que en América Latina la mayor parte de las publicaciones son libros de autor (las antologías son una excepción), varias editoriales españolas comenzaron a publicar microrrelatos a partir de los años noventa y se constituyó un público lector dispuesto a disfrutar de la brevedad. 

Toda lista es arbitraria. Sé que estoy dejando de lado grandes nombres de un lado y otro del Atlántico. Elegir es siempre desprenderse de algo. Y los autores nacidos después de 1960 son tantos que preferí evitar el problema de elegir entre ellos.

La brevedad en Europa, antecedentes del microrrelato 

¿Hasta qué punto podríamos asegurar de que el microrrelato es un género nacido y criado en español? Aun dejando de lado los antecedentes que hay en la literatura popular de todos los pueblos del mundo (pienso, por ejemplo, en Las mil y una noches), también los hay en creaciones de autor. 

Por ejemplo, en el surrealismo francés. El movimiento surrealista nació ordenadamente, predicando el desorden creativo en la Francia de 1924 con el Manifiesto de André Breton. Por el camino de la subversión poética, una gran cantidad de autores franceses eligieron escribir brevedades que son, en buena parte, antecedentes del microrrelato de autor. Y redescubrieron autores como Aloysius Bertrand o William Blake. 

El mismo Breton, Alfred Jarry, Antonin Artaud, Marcel Schwob, Lautremont, Apollinaire, Duchamp, todos ellos escribieron textos brevísimos, tal vez más poéticos que narrativos, pero jugando en esa delicada frontera. También lo hizo Jean Cocteau, con su maravilloso Opium —Diario de una desintoxicación—, ese libro de textos sutilísimos que mezclan y combinan la narración con la reflexión y la poesía y que incluye algunos netos minicuentos. Y mi muy admirado autor belga Henry Michaux (naturalizado francés), con su Viaje a la Gran Garabaña. Para mí, los textos de Michaux (Namur, Bélgica, 1899-París 1984) son ya microrrelatos bien definidos, aunque en su momento fueran considerados poesía, simplemente porque todavía no se había inventado un casillero para clasificarlos de otro modo.
Nacido en Budapest en 1912, István Örkeny fue un escritor y dramaturgo húngaro de origen judío, autor de los extraordinarios Cuentos de un minuto, que comparten con los microrrelatos de Monterroso el humor ácido y la visión satírica de la sociedad, y son al mismo tiempo siempre inesperados, siempre poéticos y extraños. Las ciudades invisibles, (1972) de Italo Calvino, es uno de nuestros textos sagrados, un libro emparentado con la Gran Garabaña de Michaux, que curiosamente fue publicado en español en Argentina como ciencia ficción, por la editorial Minotauro. El gran editor español Paco Porrúa encontró ese casillero para darse el lujo de publicar un libro admirable y difícil de clasificar. 

Pero Franz Kafka (Praga, 1883-1924) sigue siendo a mi juicio el más grande de los autores de microrrelato en el siglo XX y uno de los que definieron las características del género. 

Sin embargo, hay que reconocer que estos libros y estos autores fueron casos aislados, casi antecedentes. Quizás, a pesar de todo, el microrrelato todavía no había nacido al mundo como género.
En Estados Unidos hay un caso muy particular: El autor de ciencia ficción Frederic Brown fue un verdadero adelantado del microrrelato. En Estados Unidos, en los años 50, escribió una serie de geniales y brevísimas historias de ciencia ficción y fantasía a las que llamó super-short-story. En general son cuentos casi tradicionales, excepto por su extensión. Para muchos, habría que clasificarlos en el subgénero de minicuento. 

Robert Hass es otro extraordinario autor norteamericano, un gran poeta, pero también autor de minificciones a las que se dio el nombre de poesía, por esa falta de casillero que tenían los críticos y los mismos escritores.

El caso argentino. Actualidad y banalización 

En 1975 comencé a escribir lo que después sería mi primer libro de microrrelatos: La sueñera. Cuando lo terminé, muchos años después, me encontré con la enorme sorpresa de que había escrito algo que se consideraba extraño y menor. Mientras lo escribía, yo creía estar continuando una importante tradición de la literatura argentina. Todos nuestros grandes cuentistas, mis maestros, escribieron también microrrelatos: Borges, Cortázar, Bioy Casares, Silvina Ocampo, Denevi, Blaisten. Curiosamente, durante muchos años, esa tradición fue negada y olvidada. Y, en cierto modo, lo sigue siendo. Nos faltan todavía editoriales valientes dispuestas a jugarse por el género. 

Pero esa supuesta cobardía tiene cierto sentido cuando nos encontramos con un problema muy actual: como sucede con la poesía, el microrrelato tiene más autores que lectores. Si eran pocos los escritores que se dedicaban a la minificción y el problema era la sed, hoy, en medio de una avalancha de publicaciones, el género corre el peligro de morir ahogado, no solo en la Argentina. Encerrado en los tópicos de la literatura fantástica, dando vueltas una y otra vez alrededor de los grandes ejemplos clásicos, el microrrelato en español se empobrece. 

Una de las razones es el surgimiento de cientos de minificcionistas. No porque sean muchos, sino porque no se consideran a sí mismos escritores. Mientras que en otras épocas los autores de microrrelato eran escritores que también trabajaban otros géneros, hoy a los microrrelatistas les falta esa ambición. Se contentan con ser parte de este movimiento sin duda interesante pero limitado. Deberían ser escritores, pero ese es un paso que no se atreven a dar: se acercaron al género porque es breve y parece fácil y jamás osarían escribir un cuento de cinco páginas. Por eso considero que los setenta fueron una época de oro, con el surgimiento de todos esos excelentes auténticos escritores latinoamericanos que optaron por nuestro querido género…entre otros. 

Es notable que los mejores autores argentinos son también escritores y se destacan en otros géneros: Raúl Brasca, Luisa Valenzuela, narradores, Eugenio Mandrini poeta, Roberto Perinelli dramaturgo… Me gustaría mucho ver surgir verdaderos escritores entre los jóvenes minificcionistas. 

Creo que una manera en que el género podrá escapar de esta jaula en la que da vueltas, atrapado, en los últimos años, es la mutua contaminación que tarde o temprano se va a dar con el microrrelato en otros idiomas. Las minificciones en inglés son radicalmente distintas: suelen ser relatos realistas, centrados en cuestiones psicológicas o subjetivas, a veces se trata de un instante de revelación en una situación cotidiana, en fin, han optado por otro camino. Sería interesantísimo conocerlos más a fondo y dejarnos impregnar por su influencia, contaminándolos al mismo tiempo con nuestra propia manera de entender el género.

El futuro 

Quisiera terminar esta charla anticipando el futuro del género. 

Un meteorito grande, veloz, inesperado, devastador, destruye el planeta tierra, convirtiéndolo en polvo cósmico. De todas las bibliotecas físicas y virtuales del mundo, un solo libro sobrevive, flotando en el espacio. Varios siglos después, lo descubre una nave de los Molganos, otra raza inteligente de la galaxia. Es una antología de microrrelato. Los especialistas Molganos en historia y cultura terrestres llegan a la conclusión de que el microrrelato era el arte humano por excelencia, que nunca existió ningún otro. Los Molganos son largueros. Desarrollan tesis de miles de páginas (si sus textos pudieran medirse por páginas) para explicar por qué los habitantes de la tierra exigían y amaban lo brevísimo por sobre todas las cosas. Llegan a la conclusión de que los seres humanos necesitaban una literatura capaz de expresar en su estructura misma la brevedad de la vida humana. Desde entonces, para el universo, el microrrelato es la representación de todo el arte de la raza humana. 

Ese es el futuro del microrrelato, esa es su enorme responsabilidad.

Ana María Shua 

Una de las figuras señeras entre los escritores que han dado brillo al microrrelato actual, nació en Buenos Aires en 1951. Es autora de novelas, cuentos, microrrelatos y literatura infantil. Entre otras distinciones obtuvo el Premio Nacional de su país, la Beca Guggenheim, el Konex de Platino y el Premio Internacional Arreola en México. Su novela más reciente es Hija. En 2017 publicó Todos los universos posibles, una compilación de sus primeros cinco libros de microrrelatos. Su último libro en ese género, La Guerra, fue publicado simultáneamente en Madrid y en Buenos aires en 2019. Parte de su obra ha sido traducida a quince idiomas. 

Ponencia recogida en “Instantánea del cuento latinoamericano”, que es la memoria de un Coloquio Internacional sobre el cuento latinoamericano realizado en mayo de 2020, compilado en libro por Humberto Jarrín B., Álvaro Bautista-Cabrera y Hoover Delgado. 

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