“Quizá nos la pasamos siempre lanzando nuestro cuerpo / hacia aquello que nos ha de destruir”, escribe Ada Limón en el primer poema de esta serie. En él nos presenta la incertidumbre y el dolor como síntomas ineludibles de nuestra corporalidad. Un reconocimiento de la herida, un sabernos vulnerables que, con mirada certera, recorre imágenes del día a día. Y sobre ellas, algo más: ya sea una perra que persigue a un vehículo en ruta, una mujer que se inclina en una barandilla de acero, el rastro sonoro del río Mississippi o el de un ferrocarril Southern Pacific durante el verano, la muerte está siempre presente. Ella lo sabe, y por ello implora: “Lector, quiero decir: / No mueras”.
Traducción English/Español por Jorge Vessel
THE LEASH
After the birthing of bombs of forks and fear,
the frantic automatic weapons unleashed,
the spray of bullets into a crowd holding hands,
that brute sky opening in a slate-metal maw
that swallows only the unsayable in each of us, what’s
left? Even the hidden nowhere river is poisoned
orange and acidic by a coal mine. How can
you not fear humanity, want to lick the creek
bottom dry, to suck the deadly water up into
your own lungs, like venom? Reader, I want to
say: Don’t die. Even when silvery fish after fish
comes back belly up, and the country plummets
into a crepitating crater of hatred, isn’t there still
something singing? The truth is: I don’t know.
But sometimes, I swear I hear it, the wound closing
like a rusted-over garage door, and I can still move
my living limbs into the world without too much
pain, can still marvel at how the dog runs straight
toward the pickup trucks break-necking down
the road, because she thinks she loves them,
because she’s sure, without a doubt, that the loud
roaring things will love her back, her soft small self
alive with desire to share her goddamn enthusiasm,
until I yank the leash back to save her because
I want her to survive forever. Don’t die, I say,
and we decide to walk for a bit longer, starlings
high and fevered above us, winter coming to lay
her cold corpse down upon this little plot of earth.
Perhaps we are always hurtling our body towards
the thing that will obliterate us, begging for love
from the speeding passage of time, and so maybe,
like the dog obedient at my heels, we can walk together
peacefully, at least until the next truck comes.
LA CORREA
Después del parto de bombas de horcas y miedo,
las frenéticas armas automáticas desplegadas,
el rocío de balas en una multitud cogida de manos,
ese crudo cielo abriéndose en fauces pizarra metalizado
que sólo se tragan lo indecible en cada uno de nosotros, ¿qué
queda? Hasta el río escondido en ningún lado es de un anaranjado
venenoso y ácido por una mina de carbón. ¿Cómo puedes
no temerle a la humanidad, querer lamer el fondo del arroyo
hasta dejarlo seco, succionar el agua mortífera con
tus propios pulmones, como veneno? Lector, quiero decir:
No mueras. Aun cuando uno tras otro pez plateado
emerja boca arriba, y el país caiga en picada
en un cráter crepitante de odio, ¿no queda acaso algo
que todavía canta? La verdad: no lo sé.
Pero a veces, te juro que lo oigo, la herida cerrándose
como una puerta de garaje oxidada, y aún puedo mover
mis extremidades vivas en el mundo sin mucho
sufrimiento, puedo asombrarme todavía de cómo corre
la perra hasta las camionetas como alma que
lleva el diablo, porque cree que los ama,
porque está segura, sin duda alguna, de que
eso que ruge fuerte la amará de vuelta, su mansa naturaleza
viva de deseo por compartir su maldito entusiasmo,
hasta que tiro de la correa para salvarla porque
quiero que sobreviva para siempre. No mueras, digo,
y decidimos caminar un rato más, los estorninos
febriles en lo alto sobre nosotras, el invierno viniendo a
acostar su frío cadáver en esta pequeña parcela.
Quizá nos la pasamos siempre lanzando nuestro cuerpo
hacia aquello que nos ha de destruir, mendigándole amor
al raudo paso del tiempo, y quizás, como la obediente
perra a mis talones, podemos caminar juntos
tranquilamente, al menos hasta que pase la próxima camioneta.
***
OVERPASS
The road wasn’t as hazardous then,
when I’d walk to the steel guardrail,
lean my bendy girl body over, and stare
at the cold creek water. In a wet spring,
the water’d run clear and high, minnows
mouthing the sand and silt, a crawdad
shadowed by the shore’s long reeds.
I could stare for hours, something
always new in each watery wedge—
a bottle top, a man’s black boot, a toad.
Once, a raccoon’s carcass half under
the overpass, half out, slowly decayed
over months. I’d check on him each day,
watching until the white bones of his hand
were totally skinless and seemed to reach
out toward the sun as it hit the water,
showing all five of his sweet tensile fingers
still clinging. I don’t think I worshipped
him, his deadness, but I liked the evidence
of him, how it felt like a job to daily
take note of his shifting into the sand.
PASARELA
La carretera no era tan peligrosa antes,
cuando caminaba hasta la barandilla de acero,
agachaba mi cuerpo flexible de niña, y miraba
al agua fría del arroyo. En una primavera húmeda,
el agua solía correr limpia y alta, piscardos
mordisqueando arena y limo, un cangrejo de río
a la sombra de las largas cañas de la costa.
Me podía quedar mirando por horas, siempre algo
nuevo en cada cuña acuosa—
una tapa de botella, una bota negra, un sapo.
Una vez, el cadáver de un mapache, mitad debajo
del elevado, mitad fuera, se pudrió despacio
durante meses. Solía vigilarlo todos los días,
mirando hasta que los huesos blancos de su mano
estaban desprovistos de piel y parecían extenderse
hacia el sol cuando chocaba contra el agua,
mostrando sus cinco adorables dedos elásticos
aferrándose todavía. No creo que lo venerase,
su falta de vida, pero me gustaba la evidencia
de él, la forma en que se sentía como un trabajo diario
tomar notas de su transformación en arena.
***
WONDER WOMAN
Standing at the swell of the muddy Mississippi
after the Urgent Care doctor had just said, Well,
sometimes shit happens, I fell fast and hard
for New Orleans all over again. Pain pills swirled
in the purse along with a spell for later. It’s taken
a while for me to admit, I am in a raging battle
with my body, a spinal column thirty-five degrees
bent, vertigo that comes and goes like a DC Comics
villain nobody can kill. Invisible pain is both
a blessing and a curse. You always look so happy,
said a stranger once as I shifted to my good side
grinning. But that day, alone on the riverbank,
brass blaring from the Steamboat Natchez,
out of the corner of my eye, I saw a girl, maybe half my age,
dressed, for no apparent reason, as Wonder Woman.
She strutted by in all her strength and glory, invincible,
eternal, and when I stood to clap (because who wouldn’t have),
she bowed and posed like she knew I needed a myth—
a woman, by a river, indestructible.
LA MUJER MARAVILLA
De pie en la crecida del enlodado Mississippi,
después que el doctor de Urgencias apenas dijese, Bueno,
son cosas que pasan, volví a dejarme engañar
por New Orleans otra vez más. Pastillas para el dolor giraron
como remolino en mi cartera junto a un hechizo para más tarde.
Me ha tomado tiempo admitirlo, estoy en una intensa batalla contra
mi cuerpo, la columna vertebral inclinada treinta y cinco grados,
vértigo que va y viene como un villano de DC Comics
al que nadie puede matar. El dolor invisible es los dos
una suerte y una desgracia. Siempre te ves tan feliz,
me dijo un extraño una vez que me convertía a mi lado bueno
sonriendo. Pero ese día, sola a la orilla del río,
oía la charanga resonando desde el Steamboat Natchez,
y por el rabillo de mi ojo, vi a una muchacha, de la mitad de mi edad,
vestida, sin una razón clara, de la Mujer Maravilla.
Se pavoneaba en toda su gloria y fortaleza, invencible,
eterna, y cuando me puse de pie para aplaudir (porque cómo no hacerlo),
hizo una reverencia y posó como si supiese que yo necesitaba un mito—
una mujer, en un río, indestructible.
***
CARGO
I wish I could write to you from underwater,
the warm bath covering my ears—
one of which has three marks in the exact
shape of a triangle, my own atmosphere’s asterism.
Last night, the fire-engine sirens were so loud
they drowned out even the constant bluster
of the inbound freight trains. Did I tell you,
the R. J. Corman Railroad runs five hundred feet from us?
Before everything shifted and I aged into this body,
my grandparents lived above San Timoteo Canyon,
where the Southern Pacific Railroad roared each scorching
California summer day. I’d watch for the trains,
howling as they came.
Manuel is in Chicago today, and we’ve both admitted
that we’re travelling with our passports now.
Reports of ICE raids and both of our bloods
are requiring new medication.
I wish we could go back to the windy dock,
drinking pink wine and talking smack.
Now it’s gray and pitchfork.
The supermarket here is full of grass seed, like spring
might actually come, but I don’t know. And you?
I heard from a friend that you’re still working on saving
words. All I’ve been working on is napping, and maybe
being kinder to others, to myself.
Just this morning, I saw seven cardinals brash and bold
as sin in a leafless tree. I let them be for a long while before
I shook the air and screwed it all up just by being alive, too.
Am I braver than those birds?
Do you ever wonder what the trains carry? Aluminum ingots,
plastic, brick, corn syrup, limestone, fury, alcohol, joy.
All the world is moving, even sand from one shore to another
is being shuttled. I live my life half afraid, and half shouting
at the trains when they thunder by. This letter to you is both.
CARGA
Desearía poder escribirte desde debajo del agua,
el baño tibio cubriendo mis orejas—
una de ellas tiene tres marcas en la forma
exacta de un triángulo, asterismo de mi propia atmósfera.
Anoche, las sirenas del camión cisterna eran tan estruendosas
que ahogaban hasta al bramido constante
de los trenes de carga que llegaban. ¿Te conté
que el ferrocarril R. J. Corman pasa a quinientos pies de nosotros?
Antes de que todo cambiase y yo envejeciera en este cuerpo,
mis abuelos vivían encima del cañón de San Timoteo,
donde el ferrocarril Southern Pacific rugía cada día en el verano
sofocante de California. Yo estaba atenta a los trenes,
aullando a su llegada.
Hoy Manuel está en Chicago, y ambos admitimos
que ahora viajamos con nuestros pasaportes
Reportes de redadas de ICE y las dos, nuestras sangres
necesitan nuevos medicamentos.
Desearía que pudiésemos volver al muelle con viento,
a tomar vino rosado y hablar tonterías.
Ahora es gris y sombrío.
Aquí el supermercado está lleno de semillas para grama, como si
la primavera fuese a llegar, pero no lo sé. ¿Y tú?
Me dijo una amiga que sigues esforzándote en rescatar a las
palabras. Lo único a lo que me he dedicado es a tomar la siesta, y quizá
a ser más amable con los demás, conmigo misma.
Justo esta mañana, vi siete cardenales atrevidos y valientes
como un pecado en un árbol sin hojas. Los dejé estar allí un buen rato
antes de agitar el aire y arruinarlo todo con sólo vivir también.
¿Soy más valiente que esos pájaros?
¿Te preguntas acaso qué traen los trenes? Lingotes de aluminio,
plástico, ladrillos, sirope de maíz, caliza, furia, alcohol, alegría.
Todo el mundo se desplaza, incluso la arena se transporta de una orilla
a otra. Yo vivo mi vida medio asustada, y medio gritándole
a los trenes cuando retumban. Esta carta para ti es ambas.
Tomado de
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