lunes, 24 de abril de 2023

NOVELA Y CUENTO: CONTRASTES, SIMILITUDES

Fragmentos de la obra "Teoría y técnica del cuento"
Por Enrique Anderson Imbert

Aficionados a las estadísticas dividen los géneros narrativos atendiendo al número de palabras:
Novela, con un mínimo de 50,000 palabras. Novela corta, de 30,000 a 50,000 palabras. Cuento, de 2,000 a 30,000 palabras. Cuento corto, de 100 a 2,000 palabras. Es un modo muy mecánico de clasificar, pero cualquiera que sea la unidad de medida que usemos, el tiempo que se tarda en leer una novela es mayor.

a) Cuadro de contrastes
Podemos utilizar un cuadro de contrastes entre los rasgos de la novela larga y los rasgos del cuento corto:
La novela —dicen— proyecta una concepción del mundo en un vasto conjunto de sucesos heterogéneos. El cuento, en cambio, enfoca una visión de la vida en un suceso de intensa unidad de tono.
La novela suelta a muchos personajes para que se las arreglen como puedan en un complicado proceso social. El cuento, en cambio, atrapa a pocos personajes —uno, bastaría— en una crisis tan simple que inmediatamente se precipita en un desenlace.
La novela satisface una curiosidad sostenida a lo largo de una indefinida serie de incidentes. El cuento, en cambio, satisface una instantánea curiosidad por lo ocurrido en una peripecia única.
La novela caracteriza a su personaje y el lector se interesa, no por tal o cual aventura, sino por la psicología del aventurero. El cuento, en cambio, introduce a su personaje como mero agente de la ficción, y el lector se interesa, no por su carácter, sino por la situación en que está metido.
La novela crea un personaje tan voluntarioso que muchas veces se rebela contra el narrador y declara su autonomía, como Augusto Pérez en Niebla de Unamuno. El cuento, en cambio, pocas veces consiente tal escándalo y cuando la insurrección ocurre se trata, no de un rasgo de la psicología del personaje, sino de un motivo de la trama.
La novela puede hablarnos de siglos, de países, de muchedumbres. El cuento, en cambio, prefiere hablarnos de unas pocas horas, de un barrio aislado, de unos seres solitarios.
La novela nos produce la impresión de que estamos leyendo algo que pasa, y sin prisa acompañamos a sus personajes en un largo viaje por capítulos que, uno a uno, son incompletos. El cuento, en cambio, nos cuenta algo que pasó, y con impaciencia aguardamos el desenlace, que completa la acción.
La novela es imitación del andar de los hombres en los innumerables cursos de sus historias privadas: la forma abierta de la novela invita al novelista a marchar incesantemente y aun a perderse en el horizonte. El cuento, en cambio, es una encrucijada en el camino de la vida: la forma cerrada del cuento obliga al cuentista a una detenida inspección de los intramuros.

b) Contrastes en forma de metáforas
La novela es un cañón con poderosos impactos sobre grandes bultos. El cuento, en cambio, es un rifle que permite afinar la puntería sobre objetos muy seleccionados.
La novela es una poderosa luz. El cuento, en cambio, es un destello.
La novela es una ciudad poblada por personas ocupadas en diversos quehaceres. El cuento, en cambio, es una casa donde cohabita un grupo íntimo, unido con un solo propósito.
La novela se ramifica en todas direcciones, y sus últimas ramitas se esfuman en el aire. El cuento, en cambio, es un fruto redondo, concentrado en su semilla.
La novela es una trama abierta. El cuento, en cambio, es una trama cerrada.

c) Cosas comunes entre novela y cuento; diferencias genéricas
Tanto la novela como el cuento son totalidades: ni la novela es una suma de cuentos ni el cuento es un fragmento de novela. Pero la novela se subdivide en capítulos los que, uno a uno, son vistazos incompletos. El lector, en cada capítulo, contempla lo que les está pasando a los personajes pero, como quiere comprenderlos psicológicamente, también se interesa por lo que les pasó antes de la fecha en que comienza la acción novelesca, y así agradece al novelista cuando lo ve exponer antecedentes, anticipar hechos, analizar y comentar. El cuento, en cambio, es una trama unitaria, cuanto menos digresiva, mejor. Los personajes no existen fuera del cuento: están metidos en un conflicto cuyo resorte va a dispararse de un momento a otro. Es el resorte del problema y su solución, de la pregunta y su respuesta. La acción, única, que queda completada con el desenlace.
Tanto la novela como el cuento se construyen con tensiones y distensiones. Pero en la novela las tensiones se multiplican porque resultan de varios «esquemas dinámicos» dentro del esfuerzo de la creación literaria, y si hay un solo esquema este es permanente, imperfectivo. En el cuento, en cambio, basta una tensión, la cual promete una distensión inmediata, y su esquema dinámico es desinente, perfectivo.
Tanto la novela como el cuento evocan forzosamente un pasado, puesto que el narrar es anterior al leer. Pero la novela, con más desenvoltura que el cuento, puede hacernos creer que el tiempo de su acción es coetáneo con el tiempo del lector. Acompañamos al personaje novelesco en un viaje tan largo que nos sentimos como espectadores de un fluir presente, así sea el personaje de una novela histórica o el personaje de una novela ucrónica. El personaje de un cuento, en cambio, no nos da tiempo para que olvidemos que está entramado en una acción pretérita de la que nos vamos enterando incidente tras incidente.
Tanto la novela como el cuento narran hechos sucesivos. Las palabras salen unas de otras, hacia adelante y describen poco a poco un acontecer que también se desenvuelve hacia adelante. Los personajes, tanto en la novela como en el cuento, viven hacia el futuro, se han lanzado a vivir cada cual con su propio programa existencial y van cobrando personalidad a lo largo de las complicadas líneas de acción de una dinámica realidad. Pero la novela nos abre sus puertas, entramos y desde dentro acompañamos a los personajes con la ilusión de que también nosotros progresamos. El cuento, en cambio, se nos da como una esfera de cristal en la que no podemos penetrar y aunque desde fuera veamos a personajes que se dirigen hacia un fin no nos olvidamos que el narrador está recordando un pasado y por tanto corregimos la aparente progresión de los hechos con una mira retrospectiva.
Tanto la novela como el cuento invitan al lector al espionaje. En la novela seguimos los pasos del protagonista con un espionaje continuo. Los vemos andar de aquí para allá, durante mucho tiempo, entremezclado, en una muchedumbre, y lo espiamos desde diversas distancias, desde diversos ángulos. En el cuento, en cambio, el protagonista, arrojado a una singular situación, cobra conciencia de sí: esta autorrevelación es un cambio, Sí, pero termina el cuento antes de que veamos cómo este cambio ha de manifestarse en la conducta futura. Es un rápido vistazo a una persona, no un continuo espionaje. De aquí que la novela nos produzca la impresión de estar leyendo algo que pasa y el cuento algo que pasó.

d) Lo malo de estos cuadros comparativos es que, a fuerza de exagerar las diferencias, las falsifican. En la historia del arte de narrar siempre descubriremos novelas con calidad de cuentos y cuentos con calidad de novelas. Por ejemplo:
Novelas cuya acción transcurre en una hora y cuentos que transcurren en un siglo.
Novelas con un personaje y cuentos con muchos personajes.
Novelas con personajes chatos, sin psicología y cuentos con personajes redondos psicológicamente.
Novela de trama sencilla y cuentos de intrincada trama.
También es malo que en esos caudros comparativos se deslicen juicios de valor, com que tal género es más importante que el otro. […]

e) Resumen
El cuento, por definición, no puede dejar de contar.
El cuento, por ser breve, capta una acción única y le da forma en una trama rigurosamente construida; y esta trama es tan recia que se resiste mejor que la novela a la desintegración formal. Los cuentos renuevan también sus técnicas; sólo que los experimentos técnicos, en el cuento, no consiguen deshacerlo.
La novela crea personajes y el cuento en cambio se limita a meter a esos personajes en una situación. De ahí se podría deducir que el personaje de una novela es más convincente que el protagonista de un cuento.
El protagonista de un cuento, no porque carezca de psicología, sino porque lo espiamos en una sola peripecia, no nos da tiempo para que intimemos con él.
Cuando se compara una novela de trescientas páginas con un cuento de diez páginas lo inmediatamente visible es, en la novela, el protagonista, y en el cuento, la trama. Pero esa comparación no es justa.
El lector, que sigue con interés las aventuras del protagonista novelesco en su lucha contra las circunstancias que le resisten, sigue con igual interés las aventuras del cuentista en su lucha contra la inercia de la lengua y de la materia narrativa.
El cuentista es el verdadero protagonista de su cuento, ni más ni menos que el poeta es el protagonista de su poema lírico. El cuentista no se canta a sí mismo, como el poeta; pero, como poeta, expresa lo que le está sucediendo a él justo cuando, con trucos de ilusionista, finge que algo le está sucediendo a sus personajes. 
La diferencia entre novela y cuento es externa: la novela es larga, el cuento es corto.
Una consecuencia artística de la brevedad es que la novela, por ser larga, puede relegar la trama a un plano secundario; el cuento, por ser corto, ostenta en un primer plano una trama bien visible. En el cuento, mas que en la novela, los hilos de la acción se entretejen en una trama, y esta trama prevalece sobre todo lo demás. En el cuento, la trama es primordial. En una definición de cuento no pueden faltar estas dos notas: la brevedad y la primacía de la trama.

Anderson Imbert, Enrique. Teoría y Técnica del cuento, Barcelona, Ariel, 1992; pp. 34-39

SOBRE ENRIQUE ANDERSON IMBERT

Enrique Anderson Imbert (Córdoba, 12 de febrero de 1910 - Buenos Aires, 6 de diciembre de 2000) fue un escritor, ensayista, crítico literario y profesor universitario argentino. (Enlace a su biografía completa en Wikipedia)

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