jueves, 8 de octubre de 2020

LOUISE GLÜCK, PREMIO NOBEL DE LITERATURA 2020


La estadounidense Louise Glück es la ganadora del Premio Nobel de Literatura de este año, "por su inconfundible voz poética que, con una belleza austera, hace universal la existencia individual", anunció la Academia Sueca este jueves. (En ingles: "for her unmistakable poetic voice that with austere beauty makes individual existence universal.")

Glück "busca lo universal, y para esto se inspira en los mitos y motivos clásicos, presentes en la mayoría de sus obras", agregó la Academia.

Nacida en Nueva York en 1943, también es profesora de inglés en la Universidad de Yale, en Connecticut.

Ha recibido varios reconocimientos de prestigio, entre ellos el Premio Pulitzer por su poemario The Wild Iris ("El iris salvaje"), en 1993 y el Premio Nacional del Libro (2014).

Su poesía se centra en la dolorosa realidad del ser humano, y aborda temas como la muerte, la infancia y la vida familiar.


MUESTRA DE SU POESÍA

El espino

Al lado tuyo, pero no

de tu mano: así te miro

andar por el jardín

de verano: las cosas

que no pueden moverse

aprenden a mirar. No necesito

perseguirte a través

del jardín; en cualquier parte

los humanos dejan

señal de lo que sienten, flores

esparcidas en el polvo del camino, todas

blancas y doradas, algunas

levemente alzadas

por el viento de la tarde. No necesito

seguirte adonde estás ahora,

hundido en la ponzoña de este campo, para

saber la causa de tu huida, de tu humana

pasión, de tu rabia: ¿por qué otra cosa

dejarías caer todo aquello que has acumulado?

De Iris salvaje, Versión de Eduardo Chirinos


Lamium

Así se vive cuando tienes un corazón helado.

Como yo: entre sombras, arrastrándose sobre la roca fría,

bajo las copas inmensas de los arces.

El sol apenas me alcanza.

A veces, al comenzar la primavera, lo veo elevarse a lo lejos.

Luego crecen las hojas sobre él, hasta cubrirlo todo.

Siento su brillo entre las hojas, vacilante,

como quien golpea un vaso con una cuchara de metal.

No todos necesitan de la luz

en igual medida. Algunos

creamos nuestra propia luz: una hoja plateada

como un sendero que nadie puede recorrer, un lago de plata

poco profundo bajo la oscuridad de los arces.

Pero esto ya lo sabes.

Tú y aquellos que piensan

que viven por la verdad, y en consecuencia,

aman todo lo que es frío.

De Iris salvaje. Versión de Eduardo Chirinos


La terquedad de Penélope

Un pájaro llega a la ventana. Es un error

considerarlos solamente

pájaros, muy a menudo son

mensajeros. Por eso, una vez

se precipitan sobre el alfeizar, se quedan

perfectamente quietos, para burlarse

de la paciencia, alzando la cabeza para cantar

pobrecita, pobrecita, un aviso

de cuatro notas, para volar luego

del alfeizar al olivar como una nube oscura.

¿Pero quién enviaría a una criatura tan liviana

a juzgar mi vida? Tengo ideas profundas

y mi memoria es larga; ¿por qué iba a envidiar esa libertad

cuando tengo humanidad? Aquellos

que tienen el corazón más diminuto son dueños

de la mayor libertad.

De Praderas. Traducción de Andrés Catalán


Amante de las flores

En nuestra familia, todos aman las flores. Por eso las tumbas nos parecen tan extrañas: sin flores, sólo herméticas fincas de hierba con placas de granito en el centro: las inscripciones suaves, la leve hondura de las letras llena de mugre algunas veces… Para limpiarlas, hay que usar el pañuelo.

Pero en mi hermana, la cosa es distinta: una obsesión. Los domingos se sienta en el porche de mi madre a leer catálogos. Cada otoño, siembra bulbos junto a los escalones de ladrillo. Cada primavera, espera las flores. Nadie discute por los gastos. Se sobreentiende que es mi madre quien paga; después de todo, es su jardín y cada flor es para mi padre. Ambas ven la casa como su auténtica tumba.

No todo prospera en Long Island. El verano es, a veces, muy caluroso, y a veces, un aguacero echa por tierra las flores. Así murieron las amapolas, en un día tan sólo, eran tan frágiles…

De Ararat, traducción de Abraham Gragera López


Confesión

Decir que nada temo sería faltar a la verdad. La enfermedad, la humillación, me atemorizan. Tengo sueños, como cualquiera. Pero aprendí a ocultarlos para protegerme de la plenitud: la felicidad atrae a las Furias. Son hermanas, salvajes, que no tienen sentimientos, sólo envidia.

De Ararat, traducción de Abraham Gragera López


BIOGRAFÍA

Louise Glück, en Wikipedia

Louise Glück, en Poetry Foundation


LIBROS

Zenda recomienda: Una vida de pueblo, de Louise Glück


ALGUNOS POEMAS 

La mariposa 

 Mira, una mariposa. ¿Pediste un deseo?

         Uno no pide deseos a las mariposas.

Tú hazlo. ¿Pediste uno?

      Sí.

Pues no cuenta.


Amor bajo la luz de la luna

A veces un hombre o una mujer imponen su desesperación

a otra persona, a eso lo llaman

alternativamente desnudar el corazón, o desnudar el alma.

(Lo que significa que para entonces adquirieron una.)

Afuera, la tarde de verano, todo un mundo

arrojado a la luna: grupos de formas plateadas

que podrían ser árboles o edificios, el angosto jardín

donde el gato se esconde para revolcarse en el polvo,

la rosa, la coreopsis y, en la oscuridad, la cúpula dorada del capitolio

transformada en aleación de luz de luna,

forma sin detalle, el mito, el arquetipo, el alma

llena de ese fuego que en realidad es luz de luna,

,tomada de otra fuente, y brilla unos instantes, como brilla

la luna: piedra o no,

la luna sigue estando más que viva.


Semejanza final

 La última vez que vi a mi padre ambos hicimos lo mismo.

El estaba parado en la puerta de su habitación,

esperando que yo acabase de hablar por teléfono.

Que él no estuviera pendiente a su reloj

era una señal de que quería conversar.

Conversar para nosotros siempre significó lo mismo.

El decía algunas palabras, yo decía unas de vuelta.

Y en eso consistía.

Casi terminaba agosto, hacía mucho calor, mucha humedad.

Al lado los trabajadores arrojaban gravilla fresca en la marquesina.

Mi padre y yo evitábamos estar solos;

No lográbamos conectarnos, hablar por hablar.

Era como si no existieran

otras posibilidades.

Así que esta era especial: cuando un hombre se está muriendo,

hay de qué hablar.

Debe haber sido temprano en la mañana. De un lado a otro de la calle

los aspersores empezaron a funcionar. El camión del jardinero

apareció al final de la cuadra

hasta que se detuvo para estacionarse.

Mi padre quería contarme cómo era eso de morirse.

Dijo que no estaba sufriendo.

Dijo que se había quedado esperando el dolor, aguardando, pero nunca vino.

Lo único que sentía era una especie de debilidad.

Le dije lo mucho que me alegraba, que me parecía que tenía suerte.

Algunos de los maridos se subían a sus carros para ir al trabajo.

No gente que conociéramos. Nuevas familias,

familias con niños pequeños.

Las amas de casa se paraban en la marquesina, gritando o haciendo ademanes.

Nos dijimos adiós como acostumbrábamos,

Sin abrazarnos, nada dramático.

Cuando el taxi vino, mis padres lo observaron desde la entrada,

Agarrados de las manos, mi mamá tirando besos como suele hacer,

ya que le molesta cuando una mano no se está usando.

Pero por primera vez, mi padre no sólo se quedó parado ahí.

Esta vez saludó.

Eso mismo hice yo en la puerta del taxi.

Como él, saludé para esconder el temblor de mi mano.


El iris salvaje

Al final del sufrimiento me esperaba una puerta.

Escúchame bien: lo que llamas muerte lo recuerdo.

Allá arriba, ruidos, ramas de un pino vacilante.

Y luego nada. El débil sol temblando sobre la seca superficie.

Terrible sobrevivir como conciencia, sepultada en tierra oscura.

Luego todo se acaba: aquello que temías,

ser un alma y no poder hablar,

termina abruptamente. La tierra rígida

se inclina un poco, y lo que tomé por aves

se hunde como flechas en bajos arbustos.

Tú que no recuerdas

el paso de otro mundo, te digo

podría volver a hablar: lo que vuelve

del olvido vuelve

para encontrar una voz:

del centro de mi vida brotó

un fresco manantial, sombras azules

y profundas en celeste aguamarina.


ENLACES

Poemas a Media Voz

Selección de poemas, El Cultural


THE EMPTY GLASS

By Louise Glück

I asked for much; I received much.

I asked for much; I received little, I received

next to nothing.

And between? A few umbrellas opened indoors.

A pair of shoes by mistake on the kitchen table.

O wrong, wrong—it was my nature. I was

hard-hearted, remote. I was

selfish, rigid to the point of tyranny.

But I was always that person, even in early childhood.

Small, dark-haired, dreaded by the other children.

I never changed. Inside the glass, the abstract

tide of fortune turned

from high to low overnight.

Was it the sea? Responding, maybe,

to celestial force? To be safe,

I prayed. I tried to be a better person.

Soon it seemed to me that what began as terror

and matured into moral narcissism

might have become in fact

actual human growth. Maybe

this is what my friends meant, taking my hand,

telling me they understood

the abuse, the incredible shit I accepted,

implying (so I once thought) I was a little sick

to give so much for so little.

Whereas they meant I was good (clasping my hand intensely)—

a good friend and person, not a creature of pathos.

I was not pathetic! I was writ large,

like a queen or a saint.

Well, it all makes for interesting conjecture.

And it occurs to me that what is crucial is to believe

in effort, to believe some good will come of simply trying,

a good completely untainted by the corrupt initiating impulse

to persuade or seduce—

What are we without this?

Whirling in the dark universe,

alone, afraid, unable to influence fate—

What do we have really?

Sad tricks with ladders and shoes,

tricks with salt, impurely motivated recurring

attempts to build character.

What do we have to appease the great forces?

And I think in the end this was the question

that destroyed Agamemnon, there on the beach,

the Greek ships at the ready, the sea

invisible beyond the serene harbor, the future

lethal, unstable: he was a fool, thinking

it could be controlled. He should have said

I have nothing, I am at your mercy.

 

“The Empty Glass” from The Seven Ages by Louise Glück.  Copyright © 2001 by Louise Glück.  Reprinted with the permission of HarperCollins Publishers.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Entradas populares