Por Pinio Chaín
Mar caribe mar
de olas tranquilas como el alba
pródiga apacible y limpia
gota ardiente más honda
convulsa y tibia
Bajo el ígneo rumor y superficie
Mar caribe mar
Estos poemas se ofrecen marcados por un aura hecha nostalgia, desgarramiento y abandono. Por el deterioro acumulado en el tiempo y el que ya se ha transmitido al hombre. Condenado a la no permanencia más inminente, como alegoría de la regeneración de la naturaleza se esfuerza, sin embargo, por llevar a cabo sus últimos “trabajos perdidos”, como con una dedicación, humildad y resignación que convierten la tarea en heroica. El mar, el río, el océano aquí se desdoblan repetidamente a lo largo de estos versos hasta confluir y disolverse en summa de todos los otros que el mundo conoce con el nombre de mar Caribe, símbolo central de las Antillas Mayores, no obstante aparecer en las altas colinas, montes y sierras americanas, o viajando a través de grandes y enfermizos ríos que arrastran podredumbres y la humedad de las minas, el viento de los páramos, la sequedad de la madera, la sombra gris en la piedra de afilar.
¿Dónde está lo real: en el cielo o en el fondo de las aguas? En nuestros sueños, el infinito es tan profundo en el firmamento como bajo las aguas. Nunca será demasiada la atención que presentemos a estas dobles imágenes como la de la isla-estrella, dentro de una psicología de las imágenes. Son como bisagras del sueño que, según Gaston Bachelard, gracias a ellas, cambia de registro, cambia de materia. Aquí, en esta bisagra, el agua sube al cielo. El sueño le da al agua el sentido de la patria más lejana, de una patria celeste.
Buscaban el mar.
Al parecer lo llevaban
Buscando desde siempre.
Bajo el polvo. Entre los viejos
Cascarones del olvido.
Pero el mar nunca
Aparecía.
Empeñaban en ello la
Mayor parte de su tiempo:
Giraban en torno todo el día.
Pero ¿por qué lo buscaban?
Por todo. Por nada. En
realidad no lo sabían.
(Buscar el mar, Alejandro González Luna)
Todo lo que la muerte tiene de pesado, de lento, está marcado por los viajes por estas aguas. Los barcos cargados de almas están siempre a punto de zozobrar. Asombrosa imagen en la que sentimos que la Muerte teme morir y el ahogado sigue temiendo el naufragio. La muerte es un viaje que nunca termina, una perspectiva infinita de peligros. El peso que sobrecargan las yolas, los barcos y los navíos es tan grande porque las almas son defectuosas, corrompidas y enajenadas. Las yolas, los barcos y navíos se dirigen siempre a los infiernos.
En estos textos no hay navíos de la dicha. Estos barcos, yolas o navíos como la barca de Caronte, son, pues, un símbolo ligado a la indestructible desgracia de los hombres y mujeres que atraviesan las edades del sufrimiento. El llamado del mar es a veces tan fuerte, que puede servir para determinar distintos tipos de desastres y tragedias.
Ahora que en mí siento
la inconmovible eternidad gritando
como un árbol erguido, como una oscura piedra
caída en lo profundo, en un grito que cobra
su precisa metedura de estatura de mundo;
ahora que en mi carne yo sé que está esculpiendo
la soledad su estatua más honda de silencio,
porque no hay un bosque de hojas, sino un hombre,
limitado en la forma de su humana presencia:
devuélveme mi mar veraz de otras edades;
mi fino mar de vidrio transparente,
desmelenado igual que los leones,
con su náufrago de cielo solitario
en la aurora salobre de sus rosadas conchas,
con sus yodos terribles, sus salitres
de milenarios miedos oxidados
en el bronce sonoro de sus negras campanas:
mi mar, mi viejo mar, poblado todo
de corales profundos
y tenebrosos légamos primarios,
el que vive aún en mí, petrificado,
en submarinas olas
de pretéritas penas congeladas;
el mar que no se ha ido, porque en mí está varado
como en el tallo del rosal de la rosa,
como mi corazón sobre la tierra.
Oh, mar creación perfecta,
el hijo preclaro de mi sagacidad:
dame tu oscura lámpara de sombras;
quiero irme de nuevo desnudando
hasta volver a ti
y ser tus olas.
(Segunda variación, Franklin Mieses Burgos)
Todo aquí exhala una conciencia del deterioro; no así su lenguaje ni los recursos expresivos que escapan a cualquier efecto de decadencia. Se trata de un lenguaje muy cuidado, refinado, preciso y sin ninguna señal de debilitamiento, donde cada palabra, cada imagen, cada ritmo han sido elegidos y trabajados para que el poema logre decir lo que dice: un largo viaje hacia la pesadilla y la incertidumbre. No hay experimentación con el lenguaje y aunque algunas veces se ve lo conversacional, nunca apela a las efímeras formas dialécticas. Sin embargo, la rigurosidad del lenguaje y su signo de fortaleza no implican la propuesta de un orden definitivo, sino un orden provisorio que es precisamente el nivel lingüístico, donde el mar es un espacio de destrucción y tragedia.
Superficie de luces agotadas donde apenas el sonido de la sombra suena. yo te nombro ciudad irreal hundida en la penumbra de un recuerdo invernal. el Ozama que fluye por cada objeto a la deriva es una historia. el Ozama que sube del fondo de la noche hacia mi palabra. un pez flota suspenso entre la imaginación y un escarceo brillante de hojas secas. el Ozama refugio del miedo de la noche y de toda la pobreza de unos hombres. largo testimonio de secretas temporadas de amor y de todo excremento vertedero. yo te nombro ciudad irreal hundida en la penumbra de un recuerdo invernal. cuando en la orgía de las horas oscuras no queda diferencia y el amanecer estalla en su maravilla cotidiana. cuando el silencio penetra el aire ancho y el murmullo de los troncos y las piedras. el río que hay en el Ozama empieza a sudar leche la luna y baba. Empieza a mostrar sus ahogados. sus ángeles suicidas. sus dioses imperfectos. sus luases orinados. sus vírgenes violadas por murciélagos y sapos. los lanchones de hueso dejan la superficie cantando su retorno hacia lo profundo. todo mi cuerpo. toda mi memoria contenidos por el río que corre en el Ozama. todo mi ser desgonzado y transido. superficie de luces diluidas por donde ya no se oyen las rancias velloneras. yo te nombro ciudad irreal hundida en la penumbra de un recuerdo fatal.
(Poema 24 al Ozama: acuarela, José Mármol)
La estética del deterioro en estos poetas dominicanos se define a partir de los elementos en decadencia, percibidos como residuos causados por los acontecimientos, la usura del tiempo, los sedimentos subyacentes de la muerte, la destrucción causada por el uso y el desgaste, los personajes víctimas de las plagas, la sociedad en descomposición, los espacios desiertos, las vastas regiones sin nombres, las ciudades monótonas y la visión particular del destino incierto del ser de los márgenes: el desarraigo, la vida y la muerte.
Plinio Chahín, poeta, crítico, docente y ensayista dominicano. Autor de Pensar las formas (2017).
Copiado del periódico Hoy
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