miércoles, 27 de noviembre de 2019

A PROPÓSITO DEL CUENTO (*)

Augusto Monterroso

Enseñanza de la literatura
La literatura, por ser un arte, se halla sujeta, como todos, a ciertas normas y principios que pueden ser transmitidos sin que esto signifique que todo el que asista a un taller de narrativa acabe por convertirse en escritor. Nadie se admira francamente de que exista o funcione una academia de música pero siempre se ve con reticencia que se pueda enseñar a escribir un cuento. No dudo, por mi parte, de que en las academias o talleres puedan enseñarse algunos fundamentos: lo que no creo que pueda transmitirse es el talento.

Recomendaciones
Lo primero que suelo recomendar, por sencillo que parezca, es que nos preocupemos por estudiar dos ciencias cada vez más olvidadas; la gramática y la retorica pues, del mismo modo que los músicos necesitan aprender los distintos tonos y los pintores el valor de los colores, es necesario que los escritores aprendamos a combinar correcta y eficazmente las palabras para alcanzar el efecto deseado en determinada situación. Claro está que, por más que avancemos en el buen uso de la gramática y la retórica, este conocimiento por sí solo no puede bastarnos para crear buena literatura, pues se trata de estudiar la lengua como un ente muerto y la lengua es un ser viviente. Por eso es importante escuchar cómo platican las criadas, los policías, las vendedoras de verdura en el mercado y combinar ese conocimiento vivo de la lengua con la correcta dirección de la gramática y la retórica para lograr una buena narrativa. Solo el que conoce profundamente las reglas puede violarlas y crear formas nuevas en el arte.

Exhumemos dos ciencias
La idea de que la gramática es algo aburrido es un prejuicio que generalmente nos aleja de su estudio. Yo también tenía ese temor en un principio pero mi deseo de llegar a escribir correctamente me hizo persistir en mi empeño de dominarla hasta que, un buen día, encontré ese maravilloso tratado de gramática de Andrés Bello que tiene un prólogo no menos incitante de Rufino José Cuervo y, por medio de ese libro, empecé a darme cuenta de que la gramática podía ser algo ameno y gratificante. Luego pasé a la retórica y me hice amigo de Cicerón y de su De oratori que igualmente me dejó una enseñanza importante. Ahora, he visto que en España ha aparecido publicada por primera vez la retórica de Juan Luis Vives traducida directamente del latín. Es un libro apasionante que se encuentra al alcance de todos y que puede enseñarnos muchas cosas.

Estética del cuento
No profeso ninguna estética pero creo que el cuento debe ser sencillo, despojado, carente de toda ampulosidad, sin que por ello vaya a dejar de conmovernos o impedirnos sentir los padecimientos del protagonista. Un cuento es un fragmento de la vida cotidiana que luego la misma vida va complicando; por eso, no debemos estorbar su desarrollo con la acumulación de datos u objetos superfluos. El viejo mandamiento que señala que un revólver colgado al principio de un cuento en la pared debe ser disparado, de algún modo, al final del relato, es algo que debe tenerse en cuenta.

La medida de un buen cuento
La medida de un buen cuento nos la otorga su necesidad de relectura pues solo un buen relato apetece volver a ser leído. Pero los fundamentos del cuento han de ser más intuitivos que teóricos porque la intuición lleva a la originalidad, mientras que la teoría puede hacernos caer en una mecánica contraria a la obra de arte.

Tema y desarrollo
El tema de los cuentos es siempre el mismo pues se trata de hablar de sentimientos compartidos por todos y de las relaciones que tejemos en el trato cotidiano movidos por el amor o el odio, la envidia o la bondad, lo que hace que una tragedia griega pueda tener en el fondo el mismo entramado que un drama de barrio. Claro está que la forma de narrar estos sentimientos ha sufrido, por supuesto, muchos cambios. A principio de siglo se creía que el cuento debería tener un final sorpresivo y el cuentista preparaba la atmósfera necesaria para producir ese efecto impactante. Pero la formula fue usada hasta el cansancio y el cuento terminó por contaminarse de tontería. El cuento moderno, digamos de Chejov en adelante, no está empeñado en que al final va a ocurrir algo; empieza a ocurrir desde el principio. No quiero que se piense que estoy contra lo extraño o lo fantástico, ni mucho menos contra lo irreal, pero pido que su exposición se realice de manera sencilla. Jonathan Swift expuso las fantásticas aventuras de Gulliver de una manera tan natural y sencilla que sus lectores llegaron a pensar que habían ocurrido en la realidad.

Trascendencia y banalidad del cuento
Escoger un tema no resulta, en un principio, nada fácil, pues cuando empezamos a escribir pensamos que los temas que vamos a tratar deben, inevitablemente, ser trascendentales, como la historia del enterrado vivo o algo por el estilo, hasta que llegamos a convencernos de que los temas no tienen que ser grandiosos ni sobrecogedores para llegar a ser profundos. La muerte del perrito de la casa es, sin duda, la historia más trivial y triste del mundo pero esto no quiere decir que alguien no pueda crear un buen relato con ese tema.

Exigencias del cuento
Cada cuento exige su manera y persona de ser contado: a nadie se le ocurre que Don Quijote pueda ser contado en primera persona; mientras que el Lazarillo o El Buscón, por tratarse de la vida de pícaros que nos cuentan sus andanzas, exigen ser narrados de manera directa y confesional.

Mutación del personaje
El personaje no se sale de las manos del escritor sino del lector que, generalmente, no logra captar su profundidad. El Quijote fue, en un principio, una criatura irrisoria y desatinada que transformaba las aspas de un molino en brazos de gigantes hasta que los románticos advirtieron que, a medida que avanzaba la obra, su imagen se iba transformando en la de un ser patético y triste. Hoy en día nos produce más tristeza que hilaridad.

El arte, sustento de la imaginación
El arte, si se mira de un manera práctica, podría resultar, en efecto, completamente inútil. No obstante, sabemos que sus distintas manifestaciones satisfacen una necesidad fundamental del hombre: la comunicación. La función de la literatura en todos los tiempos ha consistido en alimentar la imaginación, en permitirnos ver lo que no hemos visto por pereza o incapacidad.

(*) Memorias de un taller de narrativa impartido por Augusto Monterroso en Casa de América, recogidas por Samuel Serrano.

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