AL RECIBIR EL PREMIO NOBEL DE LITERATURA EN 1950
Señoras y señores.
Considero que este premio, más que conferírseme a mí, como hombre, se otorga en honor a mi trabajo; a la obra de una vida transcurrida entre la zozobra y la extenuación del espíritu humano, sin aspiraciones de gloria y mucho menos pensado en el enriquecimiento económico, pero sí pugnando por crear, a partir de los materiales del espíritu humano, algo que antes no existía. De ahí que con relación a este premio no sea yo más que un mero depositario. Y en cuanto a su aspecto monetario, no será difícil dar con un destino equiparable con el propósito y trascendencia de su origen. Sin embargo, me gustaría hacer lo mismo en relación con el presente homenaje, aprovechando la ocasión como pináculo desde el cual me podrían escuchar los jóvenes, tanto hombres como mujeres que en este momento se entregan a las mismas angustias y luchas, y entre quienes ya figura aquel que algún día habrá de ocupar el sitio en el que ahora me encuentro.
Actualmente nuestra tragedia es el haber experimentado por tanto tiempo un miedo físico, universal y generalizado que apenas nos es dable soportar. Ahora ya no existen problemas del espíritu y la única pregunta que se plantea es: ¿En qué momento voy a desaparecer? Es por esto que los jóvenes que ahora escriben se han olvidado de los problemas del alma humana en conflicto consigo misma, problemas que por sí solos puede generar la buena literatura, pues sólo de esto es de lo que vale la pena escribir; lo que justifica la zozobra y la extenuación.
El escritor debe ponerse en contacto nuevamente con estos conflictos: darse cuenta por sí mismo de que lo esencial de todas las cosas es experimentar temor; y una vez que haya asimilado esto, borrarlo de su mente para siempre, sin dar cabida a nada en su taller, salvo a las antiguas verdades del corazón, las verdades universales de otros tiempos, que cuando ausentes hacen de cualquier historia algo efímero y vano: el amor y el honor; la piedad y el orgullo; la compasión y el sacrificio. En tanto el autor no proceda de esta manera, trabajará como bajo un anatema; escribirá no acerca del amor, sino de la lujuria, de derrotas en las que nadie pierde nada de valor, de victorias desesperanzadas, y lo peor de todo, sin misericordia y compasión. Sus congojas no se abatirán sobre osamentas universales, ni dejarán cicatrices tras de sí. No será a partir del corazón que él escriba, sino de las glándulas.
En tanto no aprenda de nuevo esto, escribirá como si estuviese perdido en la multitud, observando el fin del género humano. Y esto es algo que me niego a aceptar: que incluso en el último sangrante y moribundo de los atardeceres –tras resonar el postrero tañido del destino sobre la última y fatua roca, ahí ya posada sin marea—prevalezca todavía un sonido más: el de su insignificante e infatigable voz, viva aún. Esto es algo que no puedo admitir. Considero que el hombre no sólo habrá de resistir, sino también de prevalecer. Y es inmortal no por ser el único entre los animales que está dotado de una voz inextinguible, sino por el hecho de poseer un alma, un espíritu capaz de compasión, sacrificio y resistencia. Escribir acerca de estas cosas es el deber del poeta, del escritor. Y es su privilegio ayudar al hombre a aguantar, inyectándole ánimos, haciéndole recordar el valor y el honor, la esperanza y el orgullo, la compasión, piedad y sacrificio, que han constituido la gloria de su pasado. La voz del poeta no necesita ser simplemente un testimonio del hombre, bien puede ser uno de sus puntales, de los pilares que le ayuden a subsistir y predominar.
VERSIÓN ORIGINAL EN INGLÉS
Ladies and gentlemen,
I feel that this award was not made to me as a man, but to my work – a life’s work in the agony and sweat of the human spirit, not for glory and least of all for profit, but to create out of the materials of the human spirit something which did not exist before. So this award is only mine in trust. It will not be difficult to find a dedication for the money part of it commensurate with the purpose and significance of its origin. But I would like to do the same with the acclaim too, by using this moment as a pinnacle from which I might be listened to by the young men and women already dedicated to the same anguish and travail, among whom is already that one who will some day stand here where I am standing.
Our tragedy today is a general and universal physical fear so long sustained by now that we can even bear it. There are no longer problems of the spirit. There is only the question: When will I be blown up? Because of this, the young man or woman writing today has forgotten the problems of the human heart in conflict with itself which alone can make good writing because only that is worth writing about, worth the agony and the sweat.
He must learn them again. He must teach himself that the basest of all things is to be afraid; and, teaching himself that, forget it forever, leaving no room in his workshop for anything but the old verities and truths of the heart, the old universal truths lacking which any story is ephemeral and doomed – love and honor and pity and pride and compassion and sacrifice. Until he does so, he labors under a curse. He writes not of love but of lust, of defeats in which nobody loses anything of value, of victories without hope and, worst of all, without pity or compassion. His griefs grieve on no universal bones, leaving no scars. He writes not of the heart but of the glands.
Until he relearns these things, he will write as though he stood among and watched the end of man. I decline to accept the end of man. It is easy enough to say that man is immortal simply because he will endure: that when the last dingdong of doom has clanged and faded from the last worthless rock hanging tideless in the last red and dying evening, that even then there will still be one more sound: that of his puny inexhaustible voice, still talking.
I refuse to accept this. I believe that man will not merely endure: he will prevail. He is immortal, not because he alone among creatures has an inexhaustible voice, but because he has a soul, a spirit capable of compassion and sacrifice and endurance. The poet’s, the writer’s, duty is to write about these things. It is his privilege to help man endure by lifting his heart, by reminding him of the courage and honor and hope and pride and compassion and pity and sacrifice which have been the glory of his past. The poet’s voice need not merely be the record of man, it can be one of the props, the pillars to help him endure and prevail.
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