La mítica figura de William Shakespeare es objeto de teorías que debaten el
mito de su genio, un misterio que persiste, a más de cuatrocientos años de
distancia.
Por Verónica Bujeiro Sobre ningún otro escritor pesa la duda acerca de la autoría de sus obras
como sobre William Shakespeare, cuya mítica figura es objeto de teorías que debaten
el mito de su genio, acaso por ser un misterio vital que a más de cuatrocientos
años de distancia persiste como una fuerza motora que embarga la conciencia
universal con sus creaciones. La propiedad de su corpus creativo, reconocido como uno de los legados
artísticos más grandes de la humanidad, ha sido puesta bajo la lupa a partir
del siglo XIX bajo el argumento de que el ser humano y el genio no son
compatibles. Debido al origen humilde de William Shakespeare (hijo de un
artesano guantero, aparentemente iletrado) no parece posible que hubiera
contado con las herramientas y la educación formal necesarias para avalar la
cultura e ilustración que ostenta su obra, ni con el conocimiento intestino de
los modos de proceder y las costumbres de la aristocracia inglesa que figuran
como escenarios para sus tramas dramáticas. Sin dudar de su existencia real,
documentada en contratos que avalan su oficio como actor y empresario teatral,
para el vasto número de conspiradores que no han dejado de circular desde el arranque
de la sospecha, William Shakespeare no es más que un prestanombres, un
pseudónimo sobre el cual se han parapetado distintos personajes distinguidos de
la época, cuya procedencia social o bien estatus dentro de la misma (como es el
caso de las mujeres) no les permitían trabajar bajo su propio apelativo. Entre las primeras sospechas conocidas está la propuesta por la escritora y
dramaturga estadounidense Delia Bacon, quien alrededor de 1856 afirmó tener la
suficiente evidencia para demostrar que el autor legítimo de las obras de
Shakespeare era un grupo de pensadores comandado por el filósofo y político de
la corte inglesa Francis Bacon en colaboración con Walter Raleigh, escritor y
político favorecido por la corte isabelina, y el reconocido poeta Edmund
Spenser, entre otros. La acusación de Delia proviene de los paralelismos entre
las ideas filosóficas de Bacon, el uso de palabras y figuras retóricas propias
a su léxico personal, así como a la tenencia de información comprometedora
sobre los usos y costumbres de la corte isabelina, que no solo denunciaban
vicios ocultos, sino que otorgaban a las obras dramáticas el carácter de
vehículo para inculcar ideas políticas y filosóficas. Con el apoyo de Ralph
Waldo Emerson, Delia acudió a Inglaterra para profundizar en su investigación y
lejos de recurrir a las vías tradicionales de indagación bibliográfica intentó
exhumar los restos de Bacon en búsqueda de evidencia secreta, pero no tuvo
éxito. El dramaturgo coetáneo al autor de Hamlet Christopher Marlowe también
ha figurado en esta lista, amparado incluso bajo la improbable teoría de que no
murió asesinado y continuó escribiendo. Una creencia que ha trascendido como un
chiste recurrente que alude a la supuesta rivalidad que sostuvieron en vida
ambos creadores. Otra postura controversial proviene del grupo iniciado hacia 1920 por el
maestro de escuela John Thomas Looney, quien afirmó que el verdadero autor de
las obras fue Edward de Vere, decimoséptimo conde de Oxford. Para estos
conspiradores, el aristócrata de la era isabelina ofrendó partes de su
biografía a los eventos acontecidos en las obras y sonetos adjudicados al
bardo. El motivo de no haberlos publicado bajo su nombre fue para no correr
peligro, preservar su reputación y proteger los secretos concernientes a la
vida privada de la reina Isabel I. Los radicales simpatizantes de esta teoría,
conocidos como oxfordianos, han creado desde entonces organizaciones
internacionales dedicadas a este debate e incluso han llevado el tema a la
Corte Suprema de Estados Unidos, sin obtener un resultado favorable. También se ha barajado la posibilidad de que Shakespeare fuera una mujer,
una sospecha fundamentada primordialmente por una lectura atenta a sus
personajes femeninos, quienes en su complejo modo de ser y actuar muestran una
desviación notable de los modos y costumbres de la época; es por ello que se
especula sobre figuras como lady Mary Sidney, condesa de Pembroke, quien
contaba con el rango aristocrático, el potencial intelectual y la cultura
necesarios para escribir los dramas. Sin embargo, la confabulación que cuenta
con más adeptos en la era contemporánea apunta a la poeta Emilia Bassano
(también conocida como Emilia Lanier), a quien se le ha identificado
tradicionalmente como la “dama oscura” de los sonetos de Shakespeare y quien
fue la primera mujer publicada en Inglaterra en 1611. Si bien este personaje
fascinante ha rondado el imaginario por posiblemente haber sido allegada al
autor, es gracias a un muy bien argumentado artículo escrito por la periodista
Elizabeth Winkler, publicado en la revista The Atlantic en 2019, que la
chispa de la duda vuelve a encenderse. Winkler señala las cualidades de esta
extraordinaria mujer de ascendencia italo-judía, educada dentro de la corte y
con una sapiencia intelectual y musical destacable, así como su experiencia
geográfica y cultural de primera mano sobre lugares que el bardo aparentemente
nunca visitó. Los stratfordianos, aquellos que verdaderamente creen que
Shakespeare, el actor y empresario, es el autor legítimo, en su propio
fanatismo y desmesura no contuvieron sus ataques a esta postura y a la propia
Winkler y consideraron esta posibilidad una ofensa inédita. Estas confabulaciones son tan complejas, y enloquecidas por momentos, que
no han pasado inadvertidas para la ficción: varias películas, como Anonymous
(2011) de Roland Emmerich, u obras teatrales, como I am Shakespeare
(2007) de Mark Rylance, las han hecho motivo de sus tramas. La pieza teatral de
Rylance, quien fue director artístico del Shakespeare’s Globe Theatreen
Londres, se mofa de diversas teorías, dando a cada personaje puesto bajo
sospecha la oportunidad de explicar por qué podría ser el verdadero creador
hasta llegar a un clímax delirante en donde se invita al público a proclamarse
también como el autor de Romeo y Julieta. Sobre la última polémica
arrojada por Winkler, Rylance ha declarado entretenido que tendría que hacer
actualizaciones cada tanto de su propia obra, pero más allá de ver en todo el
asunto un conflicto reconoce en estas controversias parte de la vitalidad sobre
el aparente misterio que rodea el vigor de esos dramas en los que la humanidad
sigue encontrando interrogantes, placeres y sorpresas. En una dimensión paralela quizás el alma del verdadero y único William
Shakespeare está ahora mismo deleitada con los giros que ofrece esta
desmesurada trama. Verónica Bujeiro es dramaturga, guionista e ilustradora mexicana, docente y
crítica de teatro. Actualmente pertenece al Sistema Nacional de
Creadores-Fonca.
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