lunes, 23 de enero de 2023

CARLOS FUENTES EN LA REGIÓN MÁS TRANSPARENTE

Por José Emilio Pacheco

Ninguna novela mexicana ha sido esperada como lo fue «La región más transparente». Aquel lunes 7 de abril se iniciaba otra literatura y asistíamos sin saberlo al surgimiento de lo que, en los sesenta, el mismo Carlos Fuentes iba llamar la Nueva Novela Hispanoamericana.

La conmoción radicaba en expresar una nueva realidad que los mexicanos no alcanzábamos a entender. Vivir es ignorar el porvenir y el país del «milagro mexicano», el «modelo de estabilidad» para una Iberoamérica convulsa no podía saber lo que le esperaba. El tema de «La región más transparente» era y es el fracaso de la Revolución mexicana. En vísperas de su cincuentenario (1960) Fuentes la juzgó una revolución traicionada.

Varias generaciones descubrieron a México en este libro —novela realista, novela histórica, novela de ideas, novela poemática, novela biográfica, novela esotérica, novela satírica, elogio de la hibridez y de lo inconcluso, epopeya triunfal de la derrota y la humillación que llegaba al cabo de nuestros únicos dieciocho años de paz conocidos desde 1910. Ideas que hasta entonces sólo se habían manifestado en libros y publicaciones académicas irrumpieron en el foro proporcionado por una narración apasionante.

«La región más transparente» fue la primera y la última novela sobre la ciudad de México, su mitificación literaria y su elegia anticipada poco antes de que la capital se disolviera en la catástrofe urbana llamada D. F., aglomeración informe que compite con Los Ángeles en ser la última ciudad o la primera de las postciudades del siglo XXI.

Nadie más que Fuentes pudo escribirla. Sólo él pudo haber sido capaz de hacer cincuenta años más tarde «La voluntad y la fortuna» (2008), que es para el D. F. lo que «La región más transparente» ha sido para la extinta ciudad de México, la capital como Gran Prostituta de Babilonia. No en vano la novela está abierta y cerrada por la puta Gladys García.

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Así como la metrópolis se precipitaba sobre sus alrededores para engullirlos y anularlos, la novela del joven Fuentes desbordaba los géneros y los incluía a todos en un fluir narrativo sin descanso. El cuento, el ensayo, la crónica, el reportaje, el poema en prosa, los diálogos de los vivos y los muertos, la biografía, el drama, el guion de cine, el elogio de lo mixto y lo impuro: todo era necesario para abarcar y para inventar una realidad a la que nadie se había enfrentado en toda su magnitud.

Entre los lectores innumerables de esta novela hay un sector, mínimo y ya en peligro de extinción, constituido por los adolescentes que habitamos en 1958 aquella ciudad de México. El lugar natal era invisible para nosotros. Fuentes nos descubrió sus avenidas, sus calles, sus palacios y sus tugurios al revelarnos todo eso mediante un proceso de desfamiliarización. Su mirada no es la del extranjero que ve en lo diferente un exotismo degradado. Fuentes observa el escenario de sus relatos, la pluralidad de narraciones que se entretejen de modo indisoluble para formar el todo coherente y laberíntico de su novela, no como cualquier otro sino como un mexicano “otro”, un niño que ha crecido en Río de Janeiro, en Washington, en Santiago de Chile y en Buenos Aires, sí, pero dentro de ese territorio extraterritorial de las embajadas que son parte de México y a la vez se encuentran obligadas a representarlo. El niño, por lo demás, pasa las vacaciones en lo que nadie puede negarle como su tierra.

El adolescente que llega a vivir en la capital mexicana —la gran aldea transfigurada y metropolizada por el exilio español en particular y europeo en general— tiene la doble riqueza de verla desde fuera y desde dentro. Del mismo modo el bilingüismo le da una perspectiva literaria única, nada frecuente entre los escritores mexicanos de entonces. Tenía todo para ser el primero de los novelistas “hispanos” que hoy escriben en inglés. Pero Fuentes eligió la lengua española, no la recibió como algo irremediable. Y por ello también la ha asimilado en sus textos clásicos y es uno de los grandes lectores actuales del «Quijote».

Gabriel García Márquez y Julio Cortázar han señalado que para la mayoría de nosotros el español es la lengua que aprendimos en nuestras casas y no tratamos de estudiar ni merecer ni conquistar, porque es también la que leemos en traducciones no siempre cuidadosas. Fuentes no necesita de intermediarios en otros idiomas, por eso pudo apropiarse, no nada más dejarse influir, de todos los recursos de la novela en la primera mitad del siglo XX у ha dominado como pocos la tradición escrita del español, suyo por nacimiento y elección. De allí su poderío verbal: no escribe con un vocabulario sino con todo el idioma. También cuenta en su haber que ha leído muy bien a sus contemporáneos y a los que llegaron después.

Fuentes nombró lo que no tenía nombre, convirtió en personajes a los seres anónimos que recorrían esas calles transfiguradas por la perenne injusticia, la violencia de siempre, la victoria de la miseria, la especulación inmobiliaria y la tempestad del progreso. Recogió sus voces y sus ecos, sus rumores y hasta sus olores.

En el primer intento de lo que después Mario Vargas Llosa designó como «novela total» recorrió todos los ámbitos e incluyó a los revolucionarios y a los que se aprovecharon de la Revolución, a los aristócratas del Porfiriato y a los nuevos burgueses, a los parásitos y a los que trabajan para que los otros no lo hagan y los desprecien, a los intelectuales y a los analfabetos, a los de aquí y a los que llegaron de otros mares, a los banqueros y a los proletarios, y a «los guardianes», Ixca Cienfuegos y Teódula Moctezuma, lazo de unión entre el presente corrupto y el pasado de piedra incorruptible. Ixca Cienfuegos es el pretérito que yace enterrado y vivo en el subsuelo y tiene la omnisciencia y la ubicuidad del narrador ficticio que sin decirlo cuenta la novela. La estrategia es más flexible que la convención de hacer que la narrara la ciudad misma.

«La región más transparente» cubre cincuenta años de vida mexicana, retrocede hasta 1900 y avanza hasta 1954 pero su núcleo ardiente está en 1951, el año clave del medio siglo mexicano. La realidad social del régimen de Miguel Alemán (1946-1952), primer civil tras una larga serie de Gobiernos militares, queda en ella de modo incomparable. Por eso, más que la pugna entre civilización y barbarie, entre la modernidad de Federico Robles y el aztequismo lírico de Ixca Cienfuegos, lo que analiza es el carácter siempre colonial y opresivo de la sociedad mexicana. Tal vez como ninguna otra novela nuestra mezcla épica y picaresca, habla de la lucha por la vida у la siniestra victoria del más fuerte.

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Un libro no se queda inmóvil, está siempre actuante para las lecturas nuevas que lo echan a andar y ven lo que otros no vieron. El joven escritor que en 1957 entregó su manuscrito al Fondo de Cultura Económica no podía prever la resurrección de la ciudad azteca a partir de 1978, ni menos que la festividad de la Independencia el 15 de septiembre, imán trágico para los personajes de su novela, se iba a convertir en el cincuentenario de «La región más transparente» y, gracias al terrorismo, en otra fecha trágica (nuestro 15-S) para el martirologio mexicano.

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Realismo crítico y literatura fantástica, prosa poética y subversión del lenguaje, novela popular y experimentación vanguardista: cuanto se ha hecho en la narrativa mexicana posterior a Fuentes se encuentra en acto o en potencia en esta novela, tan venturosa y tumultuosamente imperfecta como tan magistral y germinal, de un gran escritor ante quien nadie ha sido indiferente. 

V. S. Pritchett, el gran crítico inglés, se preguntó en los sesenta si hay en el aire de las Américas (inglesa, francesa, portuguesa e hispana) algo fatal para la invención literaria: un comienzo maravilloso y luego la oscuridad, el vacío, la muerte.

Fuentes representa la viva negación de este prejuicio. De 1954 a 2008, de «La muerte de Artemio Cruz» a «Los años con Laura Díaz», de «Las buenas conciencias» a «La frontera de cristal», de «Terra nostra» a «Cristóbal Nonato», de «Aura» a «El naranjo», de «Agua quemada» a «La silla del águila», de «Zona sagrada» a «Todas las familias felices», de «Cumpleaños» a «Diana o la cazadora solitaria», de «Cantar de ciegos» a «Constancia y otras novelas para vírgenes», de «Gringo viejo» y «La campaña» a «Instinto de Inés» e «Inquieta compañía», Fuentes nos ha dado una obra que en sí misma es toda una literatura dentro de las literaturas de su país, su continente y la lengua española. No podríamos concebir un México sin Fuentes ni una novelística actual sin su presencia.

Hay una foto conmovedora tomada a principio de los años treinta en la Rua das Laranjeiras. Es una fiesta de la embajada mexicana en Brasil y en ella el embajador Alfonso Reyes sostiene en brazos a un niño vivaz, el hijo de Rafael Fuentes, el joven secretario de esa representación. Es quizá la primera de una serie de imágenes en que el escritor aparecerá al lado de las grandes personalidades de su siglo y muestra dos aspectos de Fuentes que han contribuido a hacerlo quien es: el que sabe aprender y el que sabe trasmitir lo aprendido, el hombre exento de la envidia y la malevolencia, que son las enfermedades profesionales del escritor. Nadie como él ha podido admitir críticamente su tradición ni aceptar con tanta generosidad a las sucesivas nuevas generaciones. Quizá por eso su obra nunca se ha detenido, en cada libro ha logrado deshacerse de sus propias certezas y emprender siempre una nueva aventura sin apoyarse en el terreno firme de sus trabajos anteriores. Hoy, como en «La región más transparente», Fuentes se arriesga, empieza como por vez primera todo el tiempo. Nunca está satisfecho ni cree saberlo todo para siempre.

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«Ni un día sin pintar» fue el lema de Diego Rivera. «Ni un día sin escribir» parece el de Carlos Fuentes. Nada tan lejano a él como la tortura del bloqueo y la página en blanco. Escribir, así sea acerca de lo más trágico, es un placer y una fiesta que se renueva cada mañana.

Hablar de Rivera hace inevitable referirse a los vasos comunicantes entre las artes y las letras. Con base en un texto célebre de «Visión de Anáhuac» (Madrid, 1917), en que se anticipa a la intertextualidad y urde con las crónicas de los conquistadores la descripción de un día en México-Tenochtitlan, Diego Rivera pinta uno de sus más célebres murales. John Dos Passos lo observa trabajar y se le ocurre transferir a la novela el procedimiento de Rivera. El resultado: «Manhattan Transfer» y la trilogía «USA». El círculo se cierra: el joven Fuentes lee a Dos Passos y se empeña en unirlo a Rivera y escribir como quien pinta un mural algunas páginas de su novela omnívora sobre la ciudad de México.

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Y es que a él le tocó la suerte de atestiguar la agonía de la capital mexicana, espejo oscuro donde el mundo contempla el hundimiento de todas las teorías acerca del progreso. El apocalipsis urbano anunciado en sus novelas se adelantó. Y él estuvo aquí para hacer en 2008 y en «La voluntad y la fortuna» la crónica de la realidad actual con sus decapitados y los incesantes cadáveres que aparecen todos los días con huellas de tortura y dentro de toneles de ácido. Ante el desastre solo nos queda recomenzar, pero nadie sabe cómo ni en dónde ni cuándo.

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Hoy como ayer la obra toda de Fuentes es un intento por encontrar una respuesta narrativa y mítica, realista y fantástica a la pregunta sin contestación de qué es México. Extraño país abierto a los dos océanos y cerrado sobre sí mismo, a medio camino entre Europa y Asia, última frontera del mundo indígena y del mundo hispánico, en donde continúa la lucha iniciada hace más de dos mil años entre la Romania y la Germania y donde ni la Conquista ni la Colonia ni la Independencia ni la Reforma ni la Revolución han terminado.

La historia de México no se entiende sin las historias de España y de los Estados Unidos. Fuentes ha interrogado mediante la imaginación los enigmas sin fondo. Como todo novelista mexicano, se enfrentó desde el comienzo a la dificultad de superar en la página la doliente grandeza y la inmejorable construcción dramática que se dio en la realidad.

Se necesitaría la colaboración de Sófocles y Shakespeare para imaginar tragedias como la de Moctezuma y Hernán Cortés o Carlota de Bélgica y Maximiliano de Habsburgo. Por algo estas figuras históricas vuelven una y otra vez a su obra narrativa y dramática.

Él tiene presente siempre que todo se relaciona con todo y la tarea del escritor es buscar esas conexiones. De las minas de México y Perú y el trabajo esclavo de los indios y los africanos sale la base material para hacer de Europa lo que fue y lo que es. De la tentativa de Luis Bonaparte, «Napoleón» III: frenar el avance anglosajón y protestante con un reino católico, proviene el concepto de una «Latinoamérica» (que no Hispanoamérica ni Iberoamérica), sale el imperio imaginario de Maximiliano. La intervención francesa, el Vietnam y el Irak del siglo XIX, desangra al país y provoca la derrota ante Prusia en 1870, origen de la Alemania de Bismarck, la Comuna, las dos guerras mundiales y la Revolución soviética.

En 1917 la promesa de Berlín a México: devolverle los territorios perdidos en 1848 si ataca al régimen de Washington, provoca la intervención de Wilson en la guerra europea y el que su país salga de la conflagración transformado en la gran potencia a cuya agonía estamos asistiendo. Este es el territorio histórico que a partir de «La región más transparente» Fuentes explora en sus novelas, sus cuentos, sus ensayos y sus dramas.

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Dentro del mundo anglosajón Fuentes es la voz de Hispanoamérica. Él defiende nuestras versiones de la realidad ante un vastísimo público no acostumbrado a escuchar el punto de vista del otro.
Años antes de que se hablara del “boom”, a él se le ocurrió la idea de que existía una nueva novela hispanoamericana y la expuso en un ensayo precursor.

En México, en Londres y en París su casa fue el recinto aglutinador de ese movimiento bicontinental que significa para la narrativa de nuestra lengua lo que el Modernismo de Rubén Darío (y Ramón del Valle-Inclán, Juan Ramón Jiménez, Antonio y Manuel Machado) representó para la poesía. Su Territorio de La Mancha no reconoce la partición de las aguas ni las fronteras nacionales. Al cumplirse el medio siglo de «La región más transparente», Carlos Fuentes ya no es nada más el gran novelista de su país, México, sino de todo el mundo hispánico. 
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Presentación de «La región más transparente», de Carlos Fuentes, editada por la Real Academia Española, Asociación de Academias de la Lengua Española y Alfaguara, 2008. 

D. R.  © Herederos de José Emilio Pacheco. 

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