Publicada al cumplirse el 28 de marzo de 2022 ochenta años de la muerte del poeta.
Por Mar Campelo Moreno (sobrina nieta del poeta)
Además: Entrevista a Mar Campelo Moreno, la sobrina nieta del poeta y "Manolo, aguador ahogado": la historia detrás de la elegía inédita de Miguel Hernández
En la foto: Miguel Hernández, en la Gran Vía de Madrid, junto a su hermana Elvira y su sobrina.-
A Elvira Hernández Gilabert, mi abuela
Hace más de 25 años que te fuiste y hoy se cumplen 80 de la última vez que viste a tu hermano Miguel con vida, pero no he olvidado las anécdotas que me contaste una y otra vez desde que era una niña hasta que la maldita enfermedad se llevó tus recuerdos; aunque, incluso cuando habías perdido la capacidad de expresarte, abrías los ojos y algo se removía dentro de ti si veías una foto de tu hermano.
Cómo te reías cuando me contabas las regañinas que le echabas cada vez que "se le iba el santo al cielo" en sus excursiones a la sierra de Orihuela para leer o escribir y tenías que justificarlo con cualquier excusa, o cuando clavaste las contraventanas para que no las abriera en las horas de calor.
También se reía él cuando leías sus poemas y le hacías que te explicara lo que se escondía en cada juego retórico, no descansabas hasta que lo entendías todo. Y cuando lo reprendías por sus expresiones subidas de tono. Siempre sonreías cuando hablabas de vuestra niñez y juventud, se te iluminaban los ojos reviviéndolo y dibujabas la imagen de un muchacho alegre, espontáneo, cariñoso y vital, con una enorme empatía con el sufrimiento ajeno.
Fuisteis compañeros de juegos y siempre cómplices, amigos. Te hablaba de sus lecturas, de su pasión creadora –fuiste la primera lectora de muchos de sus poemas-, de su deseo vehemente de ir a Madrid, pero también de sus vivencias, de sus amigos, de las mujeres a las que amó… Con esa atención al detalle que tenías que reprimir entre risas pudorosas: "Miguel, no me cuentes esas cosas".
Con esa sonrisa tuya de medio lado, me contabas que tu madre y tú ordeñabais las cabras por segunda vez para sacar unas perricas que le enviabais a Miguel para que sobreviviera en Madrid.
Te casaste y te fuiste a Madrid con tu marido y tu hija (mi madre); el tío Miguel volvió a Madrid en esa misma época y, aunque vivía en una pensión, iba casi a diario a tu casa a comer y a que le lavaras la ropa.
Cuando leíste la elegía que le escribió a su amigo Manolo, que había muerto ahogado, le pediste que no la publicara porque causaría más dolor y te la regaló para que hicieras con ella lo que quisieras. Tú la guardaste en tu carpeta de los tesoros, la que contenía todos los recortes de prensa en los que se hablaba de él; esa carpeta que fue creciendo durante el resto de tu vida con cada carta suya, cada foto, cada publicación, cada referencia a tu hermano por mínima que fuera.
¿Por qué tuvo que volver a Orihuela cuando acabó la guerra? ¿Por qué no escuchó a vuestro padre cuando le dijo "vete, Miguel, que ahora viene el exterminio"? Porque quería abrazar a su familia y se sabía inocente. Y lo encarcelaron en el Seminario, en esa sierra en la que le gustaba perderse para escribir, para leer, para empaparse de naturaleza.
Sus cartas desde la cárcel trataban de transmitir esperanza, incluso se permitía alguna broma; os ocultó que lo habían condenado a muerte hasta que le conmutaron la pena por cadena perpetua. Esas cartas que llegaban censuradas o escondidas en el borde de las lecheras, escritas en papel higiénico. Y tú escribías o visitabas a cualquiera que pudiera interceder para su excarcelación.
Ya vivías en Alicante cuando lo trasladaron al Reformatorio de Adultos, la que sería su última cárcel. Caminabas hasta allí cada vez que se permitía una "comunicación" y le llevabas los alimentos que enviaban tus padres desde Orihuela y los que podías conseguir a través del estraperlo; esas lecheras que tanto costaba llenar y que los carceleros dejaban caer.
El día de las Mercedes los niños podían visitar a los presos y entraban su hijo y los tres tuyos. Mi madre, con siete años, era la mayor y le hacías memorizar los mensajes que querías transmitirle. Cuando salían, la interpelabas para que repitiera cada palabra de tu hermano.
Me hablabas de aquel día que fuiste a verlo con Josefina: no tenía fuerzas para caminar y se apoyaba en dos compañeros. Cuando os vio, se irguió, hinchó el pecho y sonrió:
- Miguel, qué bien te veo, ¿estás mejor?
- Han venido a ofrecerme dinero y la libertad si me retracto de todo lo que he escrito y pongo mi pluma al servicio del régimen.
- ¡Habrás dicho que sí!
- He dicho que no.
"Ese era mi hermano", concluías.
Su salud empeoraba. Recorrías Alicante de punta a punta sin descanso buscando una recomendación que traspasara el bloqueo para que lo visitara un médico, hasta que lo conseguiste. Lo ayudó a respirar mejor, aunque, sin los medios suficientes, no podía hacer más. Lo ideal era trasladarlo al sanatorio para tuberculosos de Porta Coeli, donde, fuera de la insalubridad de la prisión, se recuperaría. Pero mientras tu hermano no accediera a volver al seno de la iglesia, era imposible.
Se te rompía el corazón cuando entrabas a visitarlo a la enfermería y lo encontrabas ahogándose entre suciedad. Lo lavabas, lo vestías con ropa limpia y le extraías el líquido de los pulmones como te había enseñado el médico.
Consciente de que se acercaba el final, accedió a casarse por la iglesia, postrado en la cama, para proteger a su familia (los matrimonios civiles habían quedado invalidados). Pocos días después se aprobó el traslado a Porta Coeli, pero ya era tarde.
La noche del 27 de marzo fuiste a visitarlo con Josefina, se te quebraba la voz cuando me contabas que lo aseaste y lo ayudaste a respirar por última vez. Murió esa madrugada.
Y llegaron los años del silencio, del miedo a pronunciar su nombre, de la hipocresía, de los libros de Losada llegados misteriosamente desde Argentina, de las conversaciones a media voz. Te indignaba la injusticia, el odio y las mentiras, siempre las mentiras. Me hablabas del tío Miguel entre murmullos y me pedías que bajara la voz cuando te pedía detalles: "No cuentes nada", "no te signifiques". Pues ahora lo estoy contando, abuela, mi memoria es tu memoria.
Ya en democracia, ibas a todos los actos y accedías a casi cualquier entrevista. Te quedabas exhausta, pero era tu "deber" homenajear y propagar el nombre y la obra de tu hermano. Esa fue la labor de toda tu vida.
Te habría encantado saber que 2017 fue el "Año de Miguel Hernández", a ti que te preocupaba tanto que lo hicieran desaparecer. Que de vez en cuando doy una charla sobre ese legado de recuerdos que me regalaste. Que publiqué la elegía a Manolo, como tú querías. Que la cama de tu hermano (que te acompañó a todos los lugares donde viviste) está ahora en su cuarto, en la casa de la calle de Arriba, que ahora se llama de Miguel Hernández, y que es su casa-museo. No lo han olvidado, abuela, hasta la estación de tren lleva su nombre, y un aeropuerto, y una universidad, y colegios, y centros culturales.
Descansa en paz, abuela, la poesía de tu hermano resuena en todo el mundo; su nombre está marcado a fuego; y yo seguiré compartiendo este legado que me transmitiste hasta dejarlo grabado en mi memoria. Miguel Hernández es, indiscutiblemente, un gran poeta; pero para mí siempre será el tío Miguel.
Tomado de Público
ENTREVISTA A MAR CAMPELO, LA SOBRINA NIETA DE MIGUEL HERNÁNDEZ
«A las derechas les parece peligroso Miguel Hernández»
La sobrina nieta de Miguel Hernández Mar Campelo recupera en esta entrevista algunos episodios de la vida del poeta a la vez que defiende su legado y crítica la decisión del Ayuntamiento de Madrid de dejar fuera sus versos del memorial del Cementerio del Este.
Mar Campelo nunca conoció a Miguel Hernández. Sin embargo, son tantas las referencias y anécdotas que conserva sobre el poeta que bien parece haberse criado a su lado. De hecho, cuando Mar Campelo comienza a hablar la figura de Miguel Hernández se torna más humana. Se aleja el mito y se acerca la persona que fue. Mar aprendió (casi) todo lo que sabe sobre el autor de Nanas de la cebolla de su abuela Elvira Hernández, la hermana mayor del poeta. Mar es, por tanto, la sobrina nieta del conocido como poeta del pueblo.
Su abuela Elvira tenía apenas un par de años más que Miguel Hernández. Pasaron la infancia juntos y compartieron hasta el último día. Ella, que vivía en Alicante, acudía al Reformatorio de Adultos de la ciudad para cuidar al poeta en sus últimos días de vida. Lo lavaba, le ayudaba a respirar y hacía todo lo que estaba en su mano para que su hermano no muriera en aquella cárcel putrefacta. Pero murió. O como señaló Julia Hidalgo a Público «lo hicieron morir».
Desde entonces, Elvira, la hermana de Miguel Hernández y la abuela de Mar, trató de mantener vivo su recuerdo. Contó a su nieta todo cuanto sabía sobre su hermano. Acudió a cada uno de los homenajes que pudo y trató de difundir la obra de su hermano tanto cuanto pudo. Mar recuerda perfectamente el día que llegó a casa corriendo para enseñarle a su abuela que el «tío Miguel» aparecía en el libro de Lengua y Literatura del colegio. «¿Ves? Es la democracia», replicó la abuela.
Sin embargo, la tan ansiada democracia ha deparado más de un disgusto a la familia y descendientes del poeta. El último, que el Ayuntamiento de Madrid decidiera dejar fuera del memorial a las víctimas del franquismo sus versos.
¿Quién fue Miguel Hernández? ¿Qué le contaba su abuela?
Mi abuela describía a un hombre muy vital. Con un gran sentido del humor y una sonrisa permanente. También me transmitió que era un hombre extremadamente sensible y que sufría mucho por el resto. Era la empatía personificada. Una persona que sufría mucho al ver las condiciones de trabajo en las que vivían los españoles de la época. Un ejemplo es cuando estuvo en Jaén, como comisario de propaganda durante la Guerra Civil, y escribió el poema tan famoso sobre los aceituneros altivos.
Era una persona que se reía mucho. ¿Te puedo contar una anécdota?
Claro, adelante.
Tú sabes qué es un verano en Orihuela, que es donde crió la familia y el calor que allí hace. Pues bien, la madre de Miguel Hernández y de mi abuela estaba enferma de asma y mi abuela limpiaba y ventilaba la casa cada mañana a primera hora y después cerraba las ventanas a cal y canto para que no entrara la solera y el calor. Cuando Miguel llegaba de la calle iba corriendo a la ventana y abría de par en par para respirar profundamente.
– «Miguel, ¡no abras!»
– «¡Que sí, que me ahogo!»
Y así cada día. ¿Al final sabes qué hizo mi abuela? Pues un día puso clavos en la ventana para cerrarla a cal y canto. Miguel cuando llegó y lo vio rompió a reír. Me contó mi abuela que se caía al suelo y todo de la risa. Y, tiempo después, el propio Miguel utilizó esta anécdota de la ventana para un soneto, que dice todo lo contrario.
¿Qué poema es?
Yo te agradezco la intención, hermana,
la buena voluntad con que me asiste
tu alegría ejemplar: pero, desiste
por Dios: hoy no me abras la ventana.
Por Dios, hoy no me abras la ventana
de la sonrisa, hermana, que estoy triste,
lo mismo que un canario sin alpiste,
dentro de la prisión de la mañana.
No te he de sonreír: aunque porfíes
porque a compás de tu sonrisa lo haga,
no puedo sonreír ante esta tierra.
Hoy es día de llanto: ¿por qué ríes?
Ya me duele tu risa en esta llaga
del lado izquierdo, hermana… Cierra: cierra
¿Qué hay en la obra de Miguel Hernández o en su figura que lo hace tan especial? ¿Qué es lo que mueve a la gente a defender su figura contra cualquier injusticia contra su figura?
«Cuando lees a Miguel Hernández siempre te encuentras a ti mismo en algún poema»
Es difícil responder. Es cierto que la poesía de Miguel tiene algo especial, algo que le permite conectar con la gente. Cuando lees a Miguel Hernández siempre te encuentras a ti mismo en algún poema. Miguel era pueblo y hablaba como pueblo. Su poesía toca los sentimientos más básicos de los humanos y hace que la gente lo sienta como algo suyo. Creo, además, que el hecho de haber estado prohibido y que la gente lo leyera a escondidas… ha permitido que muchas personas hayan hecho de Miguel algo suyo, algo propio. Una especie de símbolo de resistencia. Ya no hablamos de un escritor sino de alguien que es de nosotros, que es casi como de la familia.
¿Qué es lo que molesta tanto a las derechas de la figura de Miguel Hernández?
Creo que es esa conexión que tiene con el pueblo y con las gentes más humildes lo que ha hecho de él un poeta peligroso para las derechas. Al Ayuntamiento de Madrid, por ejemplo, le parece peligroso Miguel Hernández por escribir aquello de que por la libertad ‘sangra, lucha y pervive’. Como te decía, Miguel es un símbolo de resistencia. Se ven fotos suyas en manifestaciones con el puño en alto en plena trinchera. Miguel utilizó su poesía para dar voz a los que no tenían nada. A los aceituneros, los niños yunteros…
Otro poeta, el señor Agustín de Foxa, llegó a decir que a hombres como Miguel Hernández había que exterminarlos, liquidarlos absolutamente. Hasta que no quedara nada de ellos. Y eso, hoy día, ya es imposible porque Miguel Hernández ya es de todos.
¿Qué sintió cuando se enteró de la decisión del Ayuntamiento de Madrid de no incluir los versos de su tío abuelo?
Pues pasé por tres fases. La primera, indignación. Te preguntas por qué. Luego, tristeza. Después de tantos años de lucha de la familia por extender la palabra de Miguel… y que ahora, en 2020, sientas que hay una marcha atrás… es triste.
Ahora estoy en la tercera fase. Viendo la reacción que ha habido de la gente a todos los niveles… de políticos, de intelectuales, aficionados, lectores… Entonces me digo: no lo van a conseguir. Borrarán estos versos del memorial, pero no lo van a borrar de la memoria colectiva. Su recuerdo está en todos y el acto del domingo en el cementerio fue una prueba de ello. Ya no hay forma de silenciar a Miguel Hernández.
De las cosas que le contó su abuela, ¿qué recuerda del paso de Hernández por la guerra y de su muerte en Alicante?
Varias cosas. Por ejemplo. Cuando acabó la Guerra Civil, Miguel regresó a Orihuela pensando que no le pasaría nada porque él no había hecho nada. Llegó al pueblo y toda la familia le pidió que se marchara. El padre de Miguel y de mi abuela se lo dijo muchas veces.
– «Miguel, vete de aquí. Te van a matar»
– «Papá, ya se ha acabado la guerra. Ha llegado la paz»
– «No, hijo. Ha llegado el exterminio».
El padre de Miguel y de mi abuela sabía lo que podía pasar y, finalmente, pasó. Mi abuela también me contó que ya cuando Miguel estaba muy malo, en sus últimos días, entró un día a visitarlo y que lo vio especialmente contento.
– Miguel, qué bien te veo y qué contento.
– Han venido a ofrecerme ‘dineros’ y la libertad. Me piden que me retracte de todo y que ponga mi pluma al servicio del régimen.
– ¿Les habrás dicho que sí, no?
– No.
Hace pocos años usted sacó a la luz un poema inédito de Miguel Hernández, una elegía a su amigo, Manolo el aguador. ¿Cree que aún nos queda material inédito del poeta por descubrir?
Pues igual que nosotros hemos custodiado ese documento durante 80 años… creemos que puede haber otras personas que también lo hayan hecho o que, directamente, no sepan que lo tienen. Miguel escribía muchísimo y mi abuela me cuenta que regalaba poemas a sus conocidos y amigos. A nosotros nos queda alguna carta desde la cárcel que enviaba a mi abuela preguntando por mi madre que publicaremos próximamente. Pero no sé si quedan más poemas. No lo sé. Pero no lo descarto.
Fuente: Publico
"MANOLO, AGUADOR AHOGADO": LA HISTORIA DETRÁS DE LA ELEGÍA INÉDITA DE MIGUEL HERNÁNDEZ
A 75 años de su muerte, la sobrina nieta del notable poeta español reveló un poema que había permanecido oculto en la familia por tres generaciones. Por qué es importante para comprender su obra y las similitudes con “Elegía”, que Joan Manuel Serrat supo inmortalizar
04 Dic, 2017
Dice la leyenda que, siendo niño, Miguel Hernández, el gran poeta español, aprendió a leer en la oscuridad, porque su padre lo golpeaba si lo veía con un libro en la mano. Dice la leyenda que cuando falleció, hace ya 75 años, nunca cerró los ojos. Y hoy dice la historia que, aquel afán por crear, por descubrir, por comprender, sigue vivo y más si se tiene en cuenta la reciente aparición de una nueva elegía, que permaneció oculta, atesorada por su familia a lo largo de generaciones.
Tres generaciones lo acunaron y leyeron, lo mantuvieron en secretos como a un tesoro que no se desea dejar ir, pero que la conciencia y el tiempo obligan a compartir. Miguel, aquel pastor de cabras que llevó sus orígenes de tierra, sol y sudor en la sangre, en su pluma y en su humildad, le regaló el poema a su hermana Elvira, su primera lectora, su crítica más fiel.
Y fue ella quien le recomendó no publicarlo. Es que la elegía, dedicada a un amigo, Manolo el aguador, contenía una crítica, un estilete que surgía desde el dolor de la pérdida, hacia la madre de su compañero de tardes en el monte, a quien le atribuía el último grado de responsabilidad y acusaba de mezquina.
Así, oculto del mundo, llegó hasta la nieta de Elvira, quien recibió la herencia de publicarlo, el legado de regalarlo a los lectores. Elvira conservó este poema, como así también las cartas y documentos de su hermano, hasta la fecha de su fallecimiento (en 1996), cuando pasan a manos de su hija mayor, Elvira Moreno Hernández, a quien años antes había confiado su custodia.
"De Elvira Moreno, mi madre, todo el archivo pasa a mi poder en el 2016, con el encargo tácito de que lo haga público en el momento oportuno. Ambas transmisiones se han realizado con el acuerdo tanto de las otras hijas vivas de Elvira Hernández, Rosa y Concha, como del resto de sus nietas y nietos", explicó Mar Campelo Moreno a La Vanguardia de España.
Si bien el manuscrito no está fechado, a través de los datos obtenidos en la hemeroteca, se podría situar en las primeras semanas de agosto de 1935. Los diarios La Verdad (7 de agosto de 1935), El Día (7 de agosto), La Libertad (6 de agosto) y El Luchador (5 de agosto) refieren al fallecimiento de un aguador de nombre Manuel García Ortuño, alias Solajes, natural de Orihuela, pueblo que vio nacer al autor de Perito en lunas (1933) y El rayo que no cesa (1936).
"No puedo asegurar que se trate de la misma persona, pero las coincidencias tanto en el nombre, como en el oficio o en la causa de la muerte, pueden hacer pensar con cierta seguridad que este Manuel García Ortuño, que murió ahogado el 4 de agosto de 1935, es el destinatario de la elegía", aseguró
Para la sobrina nieta, "Manolo, aguador ahogado” es "casi con toda seguridad" uno de los amigos de la calle de Arriba, en la ciudad alicantina de Orihuela, donde el también dramaturgo pasó su infancia desde los cuatro años.
"El poeta muestra su dolor por el amigo muerto y la rabia por la injusticia de su muerte, a través de figuras y referencias utilizadas ya en sus poemas anteriores: el agua, la tierra, el yunque, el trueno, el arado, los dientes", escribió su familiar, quien además -toda una especialista en la obra de su célebre familiar- agregó: "Las similitudes de esta elegía con la dedicada a Ramón Sijé, que escribiría pocos meses después –en enero de 1936–, tras la muerte de su amigo el 24 de diciembre de 1935, apoyan la fecha sugerida".
Mar Campelo Moreno explicó a La Vanguardia que "la elegía a Manolo el aguador toma la forma más clásica –que ya había utilizado en sus elegías previas– de laudatorio del amigo desaparecido en segunda persona, y sólo en la última estrofa se muestra el autor en su dolor y su ofrenda de lágrimas, de su voz (su arma más valiosa) y una vez más, la tierra, para terminar con dos endecasílabos puramente elegíacos. Esta exposición de sus sentimientos avanza lo que será la expresión del dolor desgarrado en primera persona de la elegía a Ramón Sijé, que es un canto desesperado, en el que arremete contra la muerte que llegó "temprano" y a la que "no perdona" y que culmina con la esperanza irracional de que el amigo vuelva, pues les ha quedado pendiente "hablar de muchas cosas".
La excepcionalidad de esta nueva elegía va más allá de su espíritu inédito. Hernández, quien cultivó las formas clásicas como la elegía, realizó varias a lo largo de su corta corta carrera -falleció a los 31 años- aunque eran dedicadas en general a personajes públicos o de su entorno, e incluso a algunos animales. Sin embargo, ésta, la de "Manolo, aguador ahogado" es la primera en la que persona muerta tiene una relación afectiva con él, lo toca como ninguna otra y es "en consecuencia, la primera con un tono íntimo, que muestra el dolor sincero y que camina hacia la culminación del género elegíaco en la dedicada a su 'compañero del alma'".
"Manolo, aguador ahogado" (Elegía inédita)
A punto de casarte te has ahogado.
Y una mujer tortura sus cabellos,
echa de menos un timón de olmo,
llora un novio de yunques resistentes,
un corazón de campanario en fiesta,
derramando jornales por el suelo, que unisteis
para pagar el azahar y el hijo.
Y otra mujer, tu madre, tan mezquina
que te crio con hierbas y mendrugos,
gime y te insulta porque ha de pagar tu entierro.
Hoy tendrán sed tinajas y gargantas,
hoy huelgan por ti fuentes y aguadores,
carros y surtidores, con los brazos caídos.
Tu cuerpo estaba hecho de herramientas sonoras:
parecías compuesto de disparos,
tu voz llevaba un trueno de las riendas
y dos trillos tus pasos, tan potentes
que quedaban las huellas de tus pies
grabadas en las losas.
Tú y la chicharra, de la misma especie.
Cuando hacías equilibrios sobre un cuchillo en pie,
cuando sobre tu carro
de cántaros templando sus guitarrones de agua,
relampagueando el látigo mordías al borrico,
cuando te desplegabas sobre tu acordeón,
caía seducida una hortelana.
Tú y Rosendo, los mozos más fornidos, Manolo.
Tu dilatado tórax ocupaba la calle,
a tu sien hondamente negra de juventud
acudían las venas y el amor a manojos,
parecía que nunca te habías de morir,
parecías verdad, y eras mentira.
Viniste al mundo derribando sillas
y levantando arados con los dientes,
tu mano mejoró la del león
y resistió tu espalda la caída de un pino.
Gremio de relucientes puñaladas,
suavemente las aguas te han matado.
Cuatro aguadores de anudados brazos
te llevan con los pies para delante.
Cuenta con mi dolor, cuenta conmigo,
y con mi corazón, y con mi lengua,
cuenta con un puñado de lágrimas y tierra,
cosechero que fuiste del estrépito,
privilegio acabado de la vida.
FUENTE: INFOBAE
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