miércoles, 10 de abril de 2024

5 MICROFICCIONES – XIV

I. CONTRAOFENSIVA INEFECTIVA
Vivíamos en el mismo vecindario. Nos habíamos visto. Sé que era casada; tenía dos niños. Una tarde me escribió por WhatsApp: “Auxilio, ayúdame, por favor”, acompañada de una foto en que estaba desnuda, bocabajo, esposada al espaldar de una cama. En su trasero descomunal se leía S.O.S.
Sospechando una tragedia, me dirigí a la casa que me indicó, para ver lo que podía hacer.
Procedí a soltarla. Me dijo: “Primero, bórrame lo que me escribieron en las nalgas”
Busqué una toalla mojada y cuando me acomodaba para hacerlo, oí el flash de una cámara. Se me acercaron dos tipos fornidos y me dijeron: “Ahora, vas al banco con nosotros y sacas lo que te pidamos, o mandaremos estas fotos comprometedoras al periódico, con copias a tu jefe y a tu mujer”.
Hice lo que me dijeron.
Dos semanas después, me escribieron de nuevo: “Necesitamos más dinero… acuérdate que tenemos las fotos”.
Le escribí: “Yo sé la mujer de quién eres. ¿Te gustaría que él se entere de la "carrera" a que te dedicas? De seguro él reconocerá el tatoo en tu trasero.” 
Me contestó: “¿Y quién tú crees que era el encapuchado que tomó la foto? Manda el dinero, o ya sabes”.

II. PARA NO ENVEJECER
Cuando llegó a ellos la noticia de que el tiempo pasaba más lento mientras más nos alejamos del centro de la tierra, y por ende envejecemos más lentamente, comenzó a notarse que la clase pudiente creaba barrios enteros en las montañas más altas del país; algunos incluso crearon sus oficinas en helicópteros que sobrevolaban la ciudad lo que con el tiempo no solo creó problemas de embotellamiento con sus consiguientes accidentes fatales, sino enemistades y enfrentamientos encarnizados nacidos de las rivalidades por controlar el espacio aéreo. 

III. TÍO PASSOLINI ESTUDIANDO JAPONÉS
A Tío Passolini se le metió en la cabeza estudiar el idioma japonés y se compró un método especial que le permitía aprender mientras dormía. Cuenta el tío que aprendió japonés perfectamente, pero sólo podía hablarlo cuando estaba profundamente dormido. 

IV. UN ROBOT ENCANTADOR 
Aquello avanzaba por las calles con gracia avasalladora, vibrando y tirando chorros blancuzcos a su alrededor, exhalando humo con olor a vainilla por su único orificio y al mismo tiempo silbando melodías encantadoras. Dicen que era un robot, pero no un robot cualquiera; era un robot sentimental, enamorado, apasionado y loco, todo falo, erecto, montado sobre bolsas rodantes, que podía moverse ciento ochenta grados en todas direcciones, columpiar, encogerse, estirarse, doblarse, vibrar y girar a múltiples velocidades. Muchos, incluyendo la autoridad máxima del país, quedaron prendados bajo el influjo de aquella cosa. Algunos de ellos hasta se montaron en él, los más cautos solo aventurándose a su ladera rugosa, de nervios protuberantes, y otros, los más osados, llegando hasta la cúspide, donde, según contaron, era donde estaba en realidad el gozo. Era contagioso el entusiasmo con que hablaban todos de ese artefacto milagroso, de su capacidad infinita de proveer placer, sobre todo de la suavidad, la hospitalidad y la ternura de su prepucio. Tanto fue el impacto sentimental del adefesio, que el palacio presidencial lo contrató de manera exclusiva para entretener a los del partido y a sus invitados en sus bacanales semanales. 

V. EL MOSQUITO GANÓ
Su calva era un mar de sangre, producto de intentar matar al mosquito que le picaba en la cabeza utilizando la mano en la que tenía el cuchillo con que en ese momento cortaba la carne.

Isaías Ferreira Medina

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