Ana Magdalena Bach, atacada por un remordimiento de conciencia debido a su propia infidelidad, está presionando a su esposo (un destacado músico clásico) para que le diga si alguna vez le ha sido infiel. La cosa va más o menos así:
[...]
“—Por una vez en tu vida, Doménico, dime la verdad.
Él sabía que su nombre de pila en boca de ella era señal de tormenta, y la apresuró con su seriedad habitual:
—¿Qué es?
Ella no fue menos:
—¿Cuántas veces me has sido infiel?
—Infiel, nunca —dijo él—. Pero si lo que quieres es saber si me he acostado con alguien, hace años me advertiste que no lo quieres saber.
—Esas son cosas que uno dice por ahí —dijo—, pero no para que las tomen tan al pie de la letra.
—Si te digo que no, estoy seguro de que no lo crees —dijo él—, y si te digo que sí, no lo soportarás. ¿Cómo hacemos?
Ella sabía que un hombre no daría semejante vuelta para decir que no, y le salió adelante:
—¿Quién fue la afortunada?
Él dijo con una fluidez natural:
—Una de Nueva York
Ella empezó a levantar la voz:
—Pero quién era
—Una china —dijo él.
[…]
Había sido unos doce años antes, en el hotel de Nueva York donde vivió con su orquesta un fin de semana durante el Festival Wagner. La china era el primer violín de la orquesta de Pekín, alojada en el mismo piso. Cuando terminó de contarlo, Ana Magdalena estaba en carne viva.
[…]
Ella cerró los ojos para ordenar la respiración por no darle el gusto de que le notara la rabia, y le preguntó de sorpresa:
—¿Lo tenía horizontal?
Él no pudo resistir la risa, y ella lo secundó…”
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