jueves, 4 de abril de 2024

EL LOCO EN EL ESPEJO

Cuento por Miguel Ramírez

No, el loco no es usted, sino el otro, el que le mira desde el espejo…

I
Lorenzo Arias, hombre legalmente adulto como de unos 35 años, de quien podría pensarse que es único, pero no, como él hay muchos que son adictos a desarmar pieza por pieza las creencias y los mitos, para saber cómo es que funcionan. Aconteció que, de tanto hurgar en su mente, un día empezó a tener un comportamiento extraño cada vez que se enfrentaba a un espejo. Debido a su capacidad analítica y por ser una persona autocrítica, nadie tuvo que decirle nada acerca de su nueva conducta, él mismo lo intuyó. Y como él sabía que aquel desajuste no lo podría resolver por su cuenta, pensó que lo mejor era consultarlo con un sicólogo. Analizó esa opción, pero luego, la desechó porqué imaginó que su problema rebasaba los conocimientos de un terapeuta. No le quedaba de otra que no fuera ponerse al cuidado de un siquiatra. 

II
Lorenzo, muy respetuoso de la puntualidad, llegó al consultorio médico a las 2:30 p. m., para llegar a su cita con el doctor Fernández, fijada para ese día a las 3:00 p. m. Contrario a lo que él creía, en la sala de espera solamente había un hombre, próxima persona a ser tratada por el médico. Lorenzo se registró y fue a sentarse frente al hombre que esperaba su turno y quien tenía un tic nervioso en el ojo derecho. Y como Lorenzo no sabía que lo del otro sólo era un movimiento involuntario, pensó que el susodicho le estaba guiñando a él, y también empezó a devolverle los guiños, pero con el ojo izquierdo, para que el otro no pensara que lo estaba copiando para burlarse. Un rato después, entró a la sala una joven uniformada: pantalón azul y blusa blanca con dos grandes bolsillos laterales. Ella le dijo al picaojo que la siguiera. Antes de perderse por un pasillo que llegaba hasta una pared sin salida, el hombre le guiñó el mismo ojo a Lorenzo; y hasta parece que quiso sonreírle, pero no lo hizo: tal vez la próxima vez se decida y lo intente. 

III
Luego de cinco minutos, una señora y una joven ya adulta, entraron al consultorio; no se podía descifrar cuál de ellas era la del problema, porque las dos parecían "normales", como muchas gentes que, a simple vista, parecen "normal", pero que tienen una olla de grillos en la mente. Como a los quince minutos, que es el tiempo que ahora dura una consulta médica a cambio de un dineral, salió el picaojo; la secretaria del doctor le entregó una tarjeta con la fecha de su próxima cita porque, cuando un médico te tiene, te coge un cariño tan $incero, que ya no quiere dejar de verte nunca más. El picaojo, quien parece que ya no confiaba en nadie, antes de salir, se chequeó todos los bolsillos, para asegurarse de que no le faltaba nada; y, después de darle a Lorenzo su último cambio de luz con un guiñe, se fue con su raro parpadeo a otra parte. Entonces la joven uniformada vino a por Lorenzo. Después de intercambiar un breve saludo con su nuevo paciente, el médico lo invitó a sentarse en un cómodo sillón y él ocupó otro enfrente. 

IV 
¨Bien, señor Ramos", le dijo, "no voy a preguntarle cuál es su problema, porque si usted lo supiera, no estaría aquí; se supone que soy yo quien tiene que hacer su diagnóstico, pero para que yo pueda identificar su mal, necesito que usted me diga cuáles son sus síntomas".
"Pues nada, doctor, es que..."
"Ya arrancamos mal, porque nadie va a consultarse con un médico por nada".
"Pues nada es solamente una introducción antes de entrar en el tema principal".
"Disculpe usted, pero es que, en mi oficio, hasta el más mínimo detalle se toma en cuenta. Perdone la interrupción; ahora ya puede continuar".
"Mi caso, mondo y lirondo, es que no me atrevo a enfrentármele al espejo; tengo miedo de ver reflejado a otro más feo que yo; ¿usted se imagina?".
"Bueno, eso ya es demasiado".
"Ciertamente, doctor; y sólo de intentarlo, me da sudoración, nerviosismo y hasta ganas de llorar o de gritar. Dígame, doctor, ¿cree usted que estoy loco?
"No, el loco es el otro".
"¿Cuál otro?"
"El que está en el espejo".
"¡Menos mal! Pero ahora, ¿qué hago?"
"Usted está sufriendo de Catoptrofobia o Eisoptrofobia. Le voy a recetar un ansiolítico, para que se relaje y se les aplaquen esos otros síntomas. También, lo voy a remitir a un sicólogo especialista en fobias, para una terapia cognitivo-conductual (TCC). Él puede encontrar la raíz de su miedo y la terapia adecuada para erradicar su mal, que yo sospecho es producto de una baja autoestima.
"Gracias, doctor; yo ya estoy a punto de darle un puñetazo al espejo del baño".
"No haga usted eso; se va a herir la mano y podría morir desangrado. Cubra todos los espejos de su casa hasta que ya esté preparado para enfrentar su miedo; y, por ahora, deje tranquilo al loco en el espejo".

FIN

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