Ernesto Sábato
INTERROGATORIO PRELIMINAR
Desde que publiqué mi primer libro hasta hoy, he debido responder a cantidad de preguntas de periodistas y lectores sobre el qué y el cómo de mi literatura. No me parece mal comenzar este libro con una selección de las más significativas cuestiones que se me formularon y de las respuestas que di.
SEGUNDA ENTREGA (*)
¿Por qué dejó transcurrir tanto tiempo entre El Túnel y Sobre Héroes y Tumbas? ¿No le gusta escribir novelas?
No. Me atormenta mucho, no es un goce ni un pasatiempo. Y aunque respeto a los que escriben todos los días y publican todos los años, yo no puedo hacerlo. No puedo sino escribir sobre las grandes crisis que atravesamos en nuestra existencia, esas encrucijadas en que nuestro ser parece hacer un balance total, en que reajustamos nuestra visión del mundo, el sentido de la existencia en general. Esos períodos del hombre son pocos, muy pocos: el fin de la adolescencia, el fin de la juventud, el fin de la vida. Lástima que no pueda darse el testimonio final. Ahora bien, lo que pasa es que todos hacemos muchos bocetos para esos cuadros cruciales. Y algunos los publican. No sé si tienen razón o no, pues podría ser que en un boceto demos con más espontaneidad o soltura lo que luego creemos dar más cabalmente en el cuadro final. No lo sé, pero lo que sé es que yo no me siento inclinado a publicar todas esas experiencias intermedias: por modestia o por arrogancia. Por otra parte, si genios como Stendhal han dejado un par de libros, si un portento como Cervantes pasa a la historia del arte con una sola novela ¿por qué exigirle diez o veinte o cincuenta a escritores menos garantizados? En lo que a mí se refiere, me daré por muy satisfecho si antes de morirme logro escribir una novela que resista el tiempo.
Los hechos en que parece basarse Sobre Héroes y Tumbas ¿han sucedido realmente? ¿Ha tomado ese episodio de la crónica policial, como Stendhal en Rojo y Negro? ¿Los personajes son fundamentalmente reales?
Los episodios son inventados, aunque tengan aire de crónica. Hay una casa en el barrio de Barracas que elegí después de buscar durante mucho tiempo una que me areciera adecuada a la historia que estaba imaginando. Está en la calle Río Cuarto, tal como en mi obra, pero no tiene Mirador. El Mirador lo tomé de otra antigua mansión en ruinas, que está en H. Yrigoyen casi Boedo. Podría usted preguntarme para qué buscar esas casas, ya que no se trataba de hacer un film sino una novela. No sabría explicarlo exactamente. En parte porque me apasionaba y sentía un curioso placer en buscar una casa donde pudiera haber sucedido algo semejante. También, quizá, porque volvía más real mi historia inventada. Iba a menudo a mirarlas y sentía un extraño goce en imaginar los habitantes de mi ficción entre esas paredes: si dormían en esos momentos (a menudo las visité de noche y hasta de madrugada), si estaban dentro, etc. En cuanto a los personajes, con excepción de dos o tres que aparecen retratados (Borges, el padre Castellani, el pintos Oscar Domínguez, Ramos), son totalmente ficticios.
¿Qué ha querido decir, en última instancia, con esa novela?
No podría resumir en cien palabras lo que he dicho en trescientas mil, porque entonces habría en esa novela doscientas noventa mil novecientas palabras de más. Tampoco podría hacerlo con simples conceptos, pues las vivencias que he tratado de dar en la obra no son reductibles a esa clase de abstracciones. En una novela, en fin, hay algo tan esencialmente contradictorio como en la vida misma. Cuanto más, podría decir que en la búsqueda de Martin, en la tenebrosa pasión de Alejandra, en la melancólica visión de Bruno y en el horrible Informe sobre Ciegos he intentado describir el drama de seres que han nacido y sufrido en este país angustiado. Y a través de él, un fragmento del drama que desgarra al hombre en cualquier parte: su anhelo de absoluto y eternidad, condenado como está a la frustración y a la muerte. Y a pesar de esa frustración y de esa condena, algo así como una absurda metafísica de la esperanza. También como en la vida.
Un crítico ha dicho que el Informe sobre Ciegos pertenece a un individuo arrebatado por la manía de persecución. ¡Le pasa a usted algo con los ciegos? Le preguntamos esto porque ya en El Túnel aparece uno en un papel protagónico. ¿Tiene este personaje alguna vinculación con el desaforado “Informe” de esta nueva novela?
Tiene la inevitable relación que guardan entre sí los personajes obsesivos de un escritor. Sí, en cierto modo Castel prefigura a Fernando, del mismo modo que María prefigura a Alejandra. También es cierto que tanto Castel como Fernando Vidal padecen manía persecutoria. ¿Si a mí me pasa algo con los ciegos? Bueno, sí. Debo confesar que siento ante ellos un extraño y ambiguo sentimiento, como si estuviera ante un abismo en medio de la oscuridad. Sí, siento algo en la misma piel, algo que no puedo precisar ni explicar. Y eso que experimento yo en germen lo desarrollé hasta el delirio en el espíritu de Fernando, y así escribí el Informe. No quiere eso decir que yo comparta en detalle y hasta sus últimas consecuencias semejante locura. Por otro lado, espero que usted comprenda que no se trata de un “Informe” científico ni liberal, pues es algo menos y algo más que eso; aunque si me pregunta qué es exactamente no sabría decírselo. Felizmente, ya los lectores y los críticos y los psicoanalistas han empezado a explicármelo: la ceguera es una metáfora de las tinieblas, el viaje de Fernando es un viaje a los infiernos, o un descenso al tenebroso mundo del subconsciente y del inconsciente, es la vuelta a la madre o al útero, es la noche.
Algunos lectores se han escandalizado con el Informe. ¿Cuál es su opinión?
Cualquier examen despiadado del hombre puede traer dificultades con los tontos y los fariseos. Puedo garantizar que en esta novela no hay nada que haya sido escrito con ánimo inferior, por el solo gusto del escándalo o con el deseo de suscitar bajas pasiones. Esas bajas pasiones que todos alentamos en germen, incluyendo (y quizá sobre todo) a esos caballeros que se escandalizan. He tenido la satisfacción, sin embargo, de ver salir en mi defensa a los mejores espíritus, a los más profundos y honestos.
También hemos oído decir que ese Informe no es totalmente coherente con el resto de la obra. ¿Qué puede decirnos?
Un librero me comentó, en efecto, que le parecía un poco ajeno a la novela, algo así como una narración dentro de otra más vasta. Le pregunté si tenía sueños, pesadillas, y le rogué que me dijera cuál era la que más se le reiteraba desde su infancia. Era así: lo perseguían por los techos resbaladizos y muy inclinados de grandes catedrales. Le observé que esa pesadilla parecía tener muy poca relación con la venta de libros, tanto más que se le venía repitiendo desde su niñez, cuando ni pensaba en vender libros. Se quedó pensativo y perplejo. Le expliqué que en mi novela pretendí dar la realidad en toda su extensión y profundidad, incluyendo no sólo la parte diurna de la existencia sino la parte nocturna y tenebrosa. Y que siendo Fernando Vidal el personaje central y decisivo, todo lo que a él se refiriera era importante y debía ser transcripto, muy especialmente aquello que fuera su obsesión fundamental, aunque aparentemente tuviese poco que ver con los sucesos luminosos y diurnos. Su Informe es la gran pesadilla de Fernando y expresa, aunque sea simbólica y oscuramente, lo más importante de su condición y existencia. Suprimir esa parte de la novela, en consideración a una coherencia lógica, es como suprimir los sueños de los hombres en una visión integral de su vida. Por disparatados e ilógicos que sean, nos están dando el mensaje más revelador de esa existencia, la clave de esa región enigmática en que se hacen y deshacen los destinos.
¿La anécdota de su novela la tomó porque la consideraba significativa, representativa de nuestro conflicto actual, aquí y ahora? Se ha dicho que Alejandra es una imagen del país. Se ha creído encontrar muchos símbolos en esta novela. Nos gustaría conocer su opinión.
Una novela no se escribe con la cabeza, se escribe con todo el cuerpo. Y muchas de las cosas que uno pone dentro son oscuras; ni uno mismo conoce su significado último, porque no ha salido de la parte más lúcida de nuestra conciencia. Y así sucede que los planes que inevitablemente empezamos haciendo para escribir, que en buena medida son cerebrales, terminan por ser arrollados por los personajes, que una vez en marcha cobran vida propia. Es muy difícil decir, en tales condiciones, lo que una novela significa en cada uno de sus aspectos, aun para el propio autor. Uno se propone muchos objetivos que luego son perturbados, oscurecidos y hasta tergiversados por los acontecimiento. Más, todavía: lo que uno se propuso tiene poca importancia, porque hay que juzgar la novela a posteriori, por los resultados. En lo que a mí se refiere, debo confesar que mucho de lo resultante me sorprendió y hasta me disgustó. Yo necesitaba, por ejemplo, que Bordenave fuera un canalla total, para acelerar el proceso que debía llevar a Martín al proyecto de suicidio. No pude lograrlo. Bordenave luchó e inexorablemente salían de su boca palabras que no eran las apropiadas para mi plan. Tuve que dejarlo tal como era. En tales casos, que se presentan a cada instante en la ejecución de una novela, el escritor debe dejarse conducir por su instinto, jamás por su razón.
En cuanto a la interpretación de Alejandra, como símbolo del país, me he quedado de una pieza. Pero quizá sea el autor de esa curiosa hipótesis, particularmente talentoso, quien tenga razón y no yo. Lo único que puedo asegurar, en todo caso, es que jamás se me ocurrió semejante idea. Me propuse, sí, poner en acción una mujer muy argentina, y lo bastante complicada como para que apasionase a mí, ya que me es difícil escribir sobre personajes que no me apasionen a mí mismo. Una mujer de la que yo mismo podría haberme enamorado. Pero, al fin y al cabo, la creación artística se parece mucho al sueño, y aunque no nos lo propongamos, las figuras y espectros que nos visitan en nuestros sueños tienen o pueden tener un significado simbólico que uno no sospecharía.
(*) En el libro, la entrevista no tiene divisiones; las entregas se utilizan aquí para facilitar su publicación.
Sábato, Ernesto. El escritor y sus fantasmas. Aguilar Argentina. 4ta edición, mayo de 1971. Páginas 16-20.
ENLACES A LAS OTRAS PUBLICACIONES EN LA SERIE
EL ESCRITOR Y SUS FANTASMAS – 1
EL ESCRITOR Y SUS FANTASMAS – 3
EL ESCRITOR Y SUS FANTASMAS – 4
EL ESCRITOR Y SUS FANTASMAS – 5
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