lunes, 28 de octubre de 2019

DE LA VIDA ALEGRE

Por César Sánchez Beras (*)

Dicen los que estuvieron con ella en unas de esas noches de besos comprados, que tenía el don de hablar con fluidez y de opinar juiciosamente sobre cualquier cosa. Vestía modestamente, pero limpia, nunca se le vio despeinada, en el trayecto que hacía desde su casa en el barrio “Punta Brava” hasta la Plaza, donde se encontraba todo el comercio legal o ilegal, del Ingenio Quisqueya.

Nunca faltó por ningún motivo a las pocas reuniones que se celebraban en la escuela para conversar con los padres de los educandos de la Escuela Virgen de la Caridad del Cobre.

De caminar pausado, pero con ritmo, iba como si estuviera escuchando una música interior mientras desandaba los polvorientos senderos del municipio. En tiempo muerto, cuando toda actividad comercial se reducía a cero, ella, ni corta ni perezosa lavaba ropa ajena, revendía huevos o gallinas ponedoras, rifaba galones de aceite o sábanas, para el sorteo de los domingos y hay quienes aseguran que hasta ofició “horasantas” cantadas en aniversario de difuntos.

Su personalidad misteriosa agregó más misterio a mi adolescencia, así, que, en la próxima zafra, cuando ella reinició su vida de prostituta de pueblo, me propuse conocer mejor ese raro espécimen de mi pueblito natal.

Durante mucho tiempo la observé con detenimiento: ni una palabra descompuesta, ni un tono más alto que lo normal, ni un vestido con escote ofensivo, ni una falda por encima de las rodillas, ni un milímetro más del colorete acordado. Cuando reuní los 5 pesos que costaría pagar el hotel de paso, y los honorarios por servicios sexuales prestados, me aventuré pasada las nueve de la noche a buscarla en la plaza. Tuve que mentir varias veces antes de llegar a ella, pues siendo menor en un pueblo pequeño todo se conjuraba en mi contra. Cuando cerré la puerta y ella se desamarró el pelo, quise socializar un poco para entrar en ambiente.

—Usted es curiosa—le dije, privando en más adulto de lo que era. —Trabaja como prostituta y nunca le he escuchado una mala palabra, nunca le he visto una actitud indecente, nunca le he visto ni siquiera mover las caderas para buscar futuros clientes. Entonces ella me miró con ojos inolvidables y me dijo…
—Es que yo soy “cuero” aquí. Fuera de esa puerta, está el mundo, está la sociedad, están mis hijos.

Cuando ella entró al cuartucho de baño para asearse para la jornada. Puse los 5 pesos en la mesita y me fui llorando todo el camino. Toda la noche me pesaba en el alma. Por muchos años sentí que la prostituta era yo.

(*) César Sánchez Beras es un escritor oriundo de San Pedro de Macorís; al presente reside en Lawrence, Massachusetts, Estados Unidos. César es ante todo poeta y decimero, como él mismo afirma, pero también escribe obras infantiles y de teatro y, por supuesto, cuentos. Su obra, El Sapito Azul, ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil (2004). Ese mismo año, su obra Días de Carne ganó el Premio Nacional de Poesía Salomé Ureña de Henríquez, en la República Dominicana. César es poeta laureado de Cambridge College, de Cambridge, Massachusetts.

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