jueves, 23 de abril de 2020

EL ARTE DE LA NARRATIVA CORTA

Por Dana Gioia y R. S. Gwynn
Lamar University, Beaumont, Texas


El cuento es probablemente el género literario más popular entre los lectores, pero, inexplicablemente, sigue siendo el menos discutido entre los críticos literarios. Esta paradoja tipifica la extraña pero fascinante historia de la forma. El cuento fue el último género literario de importancia en desarrollarse. Aunque han existido varias maneras de contar historias a través de la civilización humana, la manera particular de dar forma a una narración, la que ahora convencionalmente, y, admitámoslo, arbitrariamente, llamamos “cuento", no surgió hasta principios del siglo XIX. Cuando en 1837 Nathaniel Hawthorne publicó Twice-Told Tales, el volumen generalmente considerado como el que dio inicio al cuento en inglés, la poesía y el drama ya habían florecido durante milenios. Las formas cortas en prosa, como la parábola y la fábula, datan de casi el mismo tiempo. Incluso la novela, relativamente una novicia en la literatura, había existido durante casi dos siglos. Entre estos ancianos literarios, el cuento surgió como una innovación, dinámica y distinta.

¿Qué tenía de nuevo y diferente el cuento en comparación con los tipos de ficción corta anteriores? Los críticos han argumentado esa pregunta durante casi dos siglos. No es sorprendente, que siendo críticos, todavía estén discutiendo al respecto. Pero los lectores y escritores reconocieron de inmediato el poder especial y la innovación de la forma. El cuento formalizó por lo menos tres cosas que cambiaron la manera en que se narraba la ficción breve. Primero, condensó la acción de la historia, generalmente en una sola situación centrada en un solo personaje. Todo el poder dramático y narrativo de la historia se comprimió para explorar esa única acción: sus motivaciones, desarrollo y efectos. Tal compresión narrativa ayudó a crear una segunda innovación. Alentó una caracterización más profunda de los protagonistas al representar a menudo su vida interior y las circunstancias externas, lo que le dio al cuento una mayor sensación de realismo. Finalmente, el cuento usaba la prosa de manera poética. El sonido y el ritmo, la imagen y el símbolo, el tono y el punto de vista fueron cuidadosamente diseñados para comunicar no solo la trama sino también la experiencia física y emocional de la historia. Lo que resultó fue una forma de contar historias más unificada, intensa y expresiva que cualquier otra que los lectores del siglo XIX habían conocido anteriormente. Y el público quedó cautivado.

Si bien el cuento es un género moderno, también ha sido internacional desde el principio, apareciendo por primera vez casi simultáneamente en Rusia, Francia y Estados Unidos. A las pocas décadas de su aparición en las obras de Poe, Gogol, Flaubert y Maupassant, este ya se había extendido a la mayoría de las grandes literaturas. El cuento se convirtió rápidamente en una expresión significativa en países tan diferentes como China, Brasil, Japón, Alemania, Australia e Italia. El género ejerció una influencia particularmente fuerte en la literatura emergente de naciones nuevas o modernizadas como Irlanda, Japón, Argentina, China, Canadá y Estados Unidos, donde la naturaleza flexible de la forma y su falta de tradiciones desalentadoras la convirtieron en un medio accesible para los escritores.

Aunque las nociones de universalidad no están de moda actualmente, es imposible estudiar la historia del cuento sin sentir que hay algo casi universal en su atractivo, una combinación de intensidad y flexibilidad que lo hace fácilmente adaptable a diferentes culturas y tradiciones. Las nuevas formas artísticas de expresión generalmente no eliminan las tradiciones más antiguas; a menudo las absorben y las transforman. Aunque el cuento japonés moderno, por ejemplo, copió conscientemente a Tolstói y a Maupassant, este también asimiló las imágenes matizadas y el estilo poético del haiku y el tanka. De manera similar, los cuentos argentinos, canadienses, indios, nigerianos y estadounidenses han compartido una forma genérica sin perder sus acentos nacionales distintivos. El cuento también asimiló géneros narrativos anteriores como el gótico y la fantasía, la aventura y el romance. Cualquier tipo de historia que un autor quisiera contar podía encajar en la forma, desde un experimento de vanguardia hasta un thriller de ciencia ficción.

El propósito de la literatura, sostenía el poeta romano Horacio, era deleitar e instruir, preferiblemente al mismo tiempo. Sin duda, una de las razones por las cuales el cuento se hizo tan popular en todo el mundo es que proporciona una combinación única de instrucción y placer. Hay algunas verdades que solo podemos expresarlas con historias. Algunas ideas necesitan ser incorporadas utilizando acción, personajes y circunstancias. De lo contrario, las verdades parecerán vagas y poco convincentes. Decir "No puedes evitar tu destino a pesar de tus mejores esfuerzos", es un tópico aburrido, pero la historia de Edipo, que mata erróneamente a su padre y se casa con su propia madre, es una tragedia desgarradora e inolvidable. Las historias hacen que la verdad sea tangible, específica y real: como experimentamos nuestras propias vidas. Una declaración abstracta como "Está mal matar" nos atrae únicamente a nivel ideológico, mientras que una novela penetrante como Crimen y castigo de Dostoievsky obliga al lector a experimentar la percepción simultáneamente a través de la emoción, la imaginación, el intelecto, la memoria y los sentidos físicos.

Sin embargo, lo que permite al narrador involucrar y transformar al lector no es simplemente la verdad sino el placer. "Cada historia", escribió Willa Cather, "debe dejar en la mente del lector sensible un residuo intangible de placer". Vladimir Nabokov fue aún más lejos cuando afirmó: "Para mí, una obra de ficción solo existe en la medida en que me proporciona lo que sin rodeos llamaré éxtasis estético". La verdad se puede encontrar abundantemente en los libros de texto de matemáticas o en los diccionarios médicos, pero pocos lectores la buscarán en esos lugares sin la incitación al deleite. La literatura hace su magia capturando y manteniendo la atención del lector.

El placer que ofrece la ficción no se refiere a algo tan restringido como la simple diversión, aunque no hay nada de malo en ser entretenido. Más bien, el placer de la literatura significa atrapar totalmente las facultades mentales y emocionales del lector con la narración. Hay placer tanto en el suspenso como en la comedia, el terror explícito y el romance imaginario. El escritor espera encantar al lector, enfocar su atención en el momento-a-momento del desenlace de la historia. “Leo por placer”, escribió Margaret Atwood, “y ese es el momento en el que más aprendo. El aprendizaje subliminal”. Y la instrucción de la literatura no solo es subliminal sino también holística. Un lector aprende con la totalidad de su humanidad. Debido a que la ficción nos habla de manera integral, tiene el potencial de afectarnos más poderosamente que un argumento meramente intelectual o moral.

Un libro, afirmaba Franz Kafka, debe ser "un hacha para romper el mar helado dentro de nosotros". Al ponernos momentáneamente dentro de la vida de un personaje que enfrenta una situación crucial, el escritor tiene la capacidad de romper nuestra complacencia cotidiana. Como señaló Chinua Achebe, cuando leemos una historia, "no solo vemos, sufrimos junto al héroe". El cuento es el hacha más afilada de la ficción, su herramienta imaginativa más intensa para romper el mar helado de nuestro aislamiento individual. Una historia corta nos desafía a ampliar nuestra humanidad al experimentar momentáneamente el interior de otra vida, a menudo radicalmente diferente.

La novela también proporciona placer e iluminación, pero debe desarrollarse de manera lenta y acumulativa. Da una cuenta exacta de otra vida en todos sus detalles cotidianos. Probablemente nunca habitaremos la mente de otra persona más completamente que cuando leemos una novela. Pero las novelas son grandes empresas y no necesariamente se adaptan a todas las tareas imaginativas. Los cuentos son necesariamente cortos; representan un momento de crisis o descubrimiento. "Cada uno de nosotros tiene mil vidas", escribió Nadine Gordimer, "y una novela le da al personaje una sola". En comparación, un volumen de historias cortas puede proporcionarnos una variedad de introspecciones breves pero intensas.

Edgar Allan Poe, quien ayudó en el desarrollo del cuento, pensó en la forma como un tipo de narración en prosa esencialmente poética que creó un estado de trance de sentimiento, pensamiento y sensibilidad elevados , "y una exaltación del alma que no puede sostenerse por mucho tiempo". Desde el principio, tanto los lectores como los escritores han entendido que entre las formas literarias, el cuento ha sido especialmente adecuado para capturar momentos de transformación espiritual o psicológica. Dado que la forma a menudo contrasta la vida interior del protagonista con las circunstancias externas, estos momentos de transformación a menudo ocurren de manera invisible para cualquier observador que no sea el lector. Como hizo notar Raymond Carver alguna vez:

Es posible, en un poema o un cuento, escribir sobre cosas y objetos comunes usando un lenguaje común pero preciso, y dotar esas cosas (una silla, una cortina de ventana, un tenedor, una piedra, un arete de mujer) con un inmenso, incluso asombroso, poder.

Desde la época de Poe hasta el presente, los escritores han tratado de explicar el poder visionario del cuento, lo que a menudo pareció paradójico ya que la forma con frecuencia representa de modo realista a personajes promedio en situaciones cotidianas. ¿Cómo puede lo mundano convertirse tan fácilmente en algo extraordinario? James Joyce tomó el término teológico epifanía y lo aplicó al cuento. Una epifanía en el sentido griego original es un "resplandor", que los primeros cristianos solían utilizar para expresar la manifestación de Dios en el mundo material. Joyce lo usó, seguramente pensando en las historias de Chéjov así como en las suyas propias, para describir lo que vio como la tarea esencial del cuento, que consistía en representar una escena o evento secular de tal manera que revelara la esencia profunda y oculta de lo descrito. El verdadero realismo, de acuerdo con tal definición, es necesariamente visionario. El experimentalista argentino Julio Cortázar articuló una noción similar cuando afirmó que si bien el cuento parecía concentrarse en un tema, una historia significativa tenía "la misteriosa propiedad de iluminar algo más allá de sí mismo". Cortázar agregó:

Una historia es significativa cuando sobrepasa sus propios límites con una explosión de energía espiritual que de repente ilumina algo mucho más allá de esa pequeña y a veces sórdida anécdota que se cuenta.

El arte del cuento, en última instancia, es cumplir con su doble obligación con la verdad y el placer. El arte viene en el manejo de ambas tareas sin descuidar ninguna. Una historia exitosa cumple con las expectativas formales de su género: generar suspenso, asombro, terror, diversión o simpatía, sin dejar de ser fiel en un sentido esencial a la vida. Además, como nos recuerda Cortázar, una gran historia también apunta al paradójico objetivo de representar la realidad mientras trasciende de alguna manera la simple realidad para revelar una visión inesperada.

El cuento no persigue necesariamente perspicacias grandes o universales, el tipo de verdades sobre las cuales se construyen filosofías completas de la vida. En vez, trata de encarnar la realidad particularizada de un individuo específico en una situación única, siempre reconociendo lo difícil que puede ser manejar incluso esa pequeña tarea de manera responsable. La historia corta no ofrece abstracción sino representación, ni un concepto idealizado, sino una experiencia tangible. Bien enfocada y vívidamente contada, la historia permite al lector vivir momentánea, pero memorablemente, más allá de los límites de su existencia individual. Esta enseña, desafía, recuerda y encanta. "La literatura es la memoria de la humanidad", dijo Isaac Bashevis Singer. El arte del cuento es mostrarle a la humanidad algo inolvidable.

Introduction to The Art of the Short Story: 52 Great Authors, Their Best Short Fiction and Their Insights on Writing, anthology by Dana Gioia and R. S. Gwynn. Pearson Longman, New York, Boston, San Francisco. 2006. (pp. 3-6)

Traducción sin autorización por Isaias Ferreira Medina
Translation without authorization by Isaias Ferreira Medina, blog administrator





ACERCA DE LOS AUTORES

Dana Gioia (Hawthorne, California, 24 de diciembre de 1950) es un poeta y escritor estadounidense.

Robert Samuel "Sam" Gwynn (nació en 1948, Eden, North Carolina) es un poeta y antólogo estadounidense

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