La erupción de un volcán sepulta más de veinte mil víctimas humanas. Una niña sobrevive, pero queda atrapada en el lodo y los escombros de la cintura para abajo. Por transmisión de satélites, el mundo es testigo durante tres días y dos noches de la agonía de la niña y la del reportero que con impotencia la ve apagarse y trata, con cuidado compasivo y humano, de hacer su calvario más soportable, hasta que esta sucumbe. "De barro estamos hechos", refleja semejanzas con el caso de Omayra Sánchez, la niña colombiana de 13 años que murió víctima de la erupción del volcán Nevado del Ruiz en 1985.
Descubrieron la cabeza de la niña asomada en el lodazal, con los ojos abiertos, llamando sin voz. Tenía un nombre de Primera Comunión, Azucena. En aquel interminable cementerio, donde el olor de los muertos atraía a los buitres más remotos y donde los llantos de los huérfanos y los lamentos de los heridos llenaban el aire, esa muchacha obstinada en vivir se convirtió en el símbolo de la tragedia. Tanto transmitieron las cámaras la visión insoportable de su cabeza brotando del barro, como una negra calabaza, que nadie se quedó sin conocerla ni nombrarla. Y siempre que la vimos aparecer en la pantalla, atrás estaba Rolf Carlé, quien llegó al lugar atraído por la noticia, sin sospechar que allí encontraría un trozo de su pasado, perdido treinta años atrás.