1
Lo confieso, amor mío:
soy hijo del bolero
por eso no lo dudes,
arrastro un ritmo de lamentos
donde el bongó y las maracas
resuenan como artilugios,
como pinzadas de un eco cósmico,
como una luz renaciendo clara
No puedo negarlo, amada mía,
junto al recodo del amanecer
acuden como fantasmas
los recuerdos de las noches,
con las ventanas abiertas
esperando los trinos,
las congojas y los efluvios.
Sí, soy un hijo desamparado,
hambriento y expectante del bolero,
del bolero mimoso e insomne,
del bolero convertido en esencias,
del bolero que renueva los suspiros
y aturde la razón que evoca;
del bolero como iracunda voz
que bendice y desdobla la pasión.
Ayer mismo, mientras deshacíamos
las erradas promesas incumplidas,
mientras tu voz se disfrazaba de balada,
mis pensamientos volaron alucinados
hasta unas melódicas campanillas
brotadas como cuerdas de guitarras.
Entonces escuché a Los Panchos
y para qué negarlo surgió la catarsis
como una cascada de oro y sueños,
como un acento de ribetes góticos
como la osadía de llorar, de pensar
y alucinarme en la trampa del recuerdo,
donde la historia es pan comido
y las flores se redimen en sus brotes.
No puedo negarlo, heroína apasionada,
soy un atónito esclavo del bolero
y eso encarna en mí un aturdimiento
cuando el tuyo renace con arpegio de tambor,
como ilusión de colores donde se fusionan
aquella España que aterró a Vallejo
y este Caribe domador de tempestades,
confabulador de tiempos y canciones.
2
Los hijos del bolero, compañera de estación,
solemos recibir los crepúsculos junto al mar
en temblorosas esperanzas de trovas;
solemos contemplar con refulgentes celajes
los espejismos inconstantes del amor,
los arrebatos donde el goce se derrite,
donde lirios y rosas remozan sus perfumes,
donde la madrugada canta amorosa
sobre jardines y altos balcones
despertando sinsontes y cigarras
para cubrir el horizonte de hechizos.
El bolero es un himno, amor mío,
una abrasadora pasión de dos por cuatro
que podría convertirse en cien por ocho,
en un millón por dos, o la vida por siempre
porque donde truenan amor y vida
el ritmo se disuelve entre altivas olas,
sobre espumas de gloria atinando los cantos.
El bolero es un ronquido profundo
como los misterios del bosque;
el bolero es una fragancia
donde Eva Garza eleva una plegaria
y Leo Marini la recoge en suaves eructos
que transborda la magia de Toña,
envolviéndolos en tonos bajos
que renacen en María Luisa.
3
Soy un hijo del bolero y, por lo tanto,
un heredero de los sonidos puros;
soy un navegante perdido
entre un diluvio de ritmos,
de brumas, soles y albricias;
soy una selva de voces
que sobrevuelan las quimeras;
soy un apátrida de melodías nacientes,
libre de enmascaramientos digitales.
Mi orfandad es tan confusa
que sueño cada noche los sueños del ayer
donde germinan confesiones pasionales
en incontables rosarios de verdor,
donde voces y silencios alcanzan eufonías
que encienden y aprisionan los ardores
y lo armónico se congrega entre las dichas.
Soy un cantor del silencio del capullo,
un consumido delfín de viejas serenatas,
un náufrago del amanecer encendido.
Ábreme tus brazos, mujer de la aurora,
cobíjame en la matriz del sueño
sólo allí donde la vibración del bolero
se esconde de las alimañas, de lo obtuso,
del desenfreno y las rabias del pasado.
SOBRE "HIJO DEL BOLERO"
Bolero y nostalgia en “Hijo del bolero”, de Efraím Castillo, por Patricio García Polanco.Una defensa lírica del bolero.
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