lunes, 21 de mayo de 2018

NOTAS SOBRE EL ARTE DEL CUENTO-1

Alguien señaló en cierta ocasión, que la diferencia que puede percibirse, a primera vista, entre un cuento y una novela, es la misma que existe entre una fotografía y una película. En verdad, el asunto no es tanto de diferencia sino, más bien, de proporción: un cuento es a una novela, como una fotografía es a una película. En la novela y en la película se trata de historias totales, explicitas en sentido amplio, completas. En cambio, en el caso del cuento y la fotografía, lo más importante es todo aquello que no se dice, lo que apenas está sugerido por el lenguaje, lo que insinúan los personajes, pero que desborda el marco de la fotografía o los límites rigurosos del cuento. Para quienes admiran este género y lo disfrutan con placer, en ese último aspecto radica buena parte de su encanto: en lo que se dice sin decir, en su poder sugerente, en su violenta capacidad sugestiva e insinuante, dejando al lector en plena libertad para completar, redondear, a su gusto, el relato que ha concluido, tanto en lo que atañe al antes como al después.

Alguna vez, cuando Cortázar teorizó sobre el cuento, y lo hizo con una clarividencia y una precisión asombrosa (es tan difícil hablar de lo que se ama), anotó que él optaba por el cuento porque la novela transformaba la vida en destino. En otras palabras, que la novela, por su propósito totalitario, por su forma acabada y por la actitud omnisciente del autor (conoce de antemano la trayectoria y el desenlace de lo narrado) despoja a la materia narrativa del azar, un ingrediente imprescindible en la vida de los personajes, tan necesario como lo es para la vida del lector. El cuento, en cambio, por su naturaleza misma, al sugerir, al insinuar, al trasponer sus límites estrictos, al decir cuando calla, multiplica las alternativas, desarrolla las posibilidades. Es, pues, una estructura abierta.

[Cada cuento debe tener] una forma peculiar para provocar en el lector su imaginación, para sugerir alternancias, insinuar posibilidades, formular equívocos, o encontrar definidas oscuridades o engañosas claridades. Este aspecto es crucial, si se quiere comprender uno de los rasgos en los que radica parte del inmenso poder de atracción que ejerce el cuento sobre los lectores y uno de los obstáculos más serios para quienes se aventuran a escribirlos. Hemingway, quien escribió algunos buenos cuentos, aunque no tantos como Faulkner, sostenía que todos ellos empezaron por la poesía y ante los tropiezos sufridos optaron por el cuento y luego de probar suerte y descubrir sus dificultades, terminaron por resignarse a la novela. (El añadido en el corchete al comienzo del párrafo, es mío, IAM)

[…]

Borges, anotó alguna vez, que para él constituía un desvarío laborioso y empobrecedor el de extender indefinidamente una idea, una imagen, una circunstancia que bien podría caber, perfectamente, en 500 líneas.

Notas tomadas del prólogo a la obra "Los mejores relatos latinoamericanos (Antología)", por Conrado Zuluaga Osorio, Alfaguara, 2002.

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