Por Miguel Munárriz
“Poeta es el que escribe unas cosas —no necesariamente en verso— que despiertan en mí unas misteriosas sensaciones, que llamo poéticas, porque no hay otra palabra para nombrarlas”. —Juan Carlos Onetti: Confesiones de un lector.
Para Óscar Bianchi, que sabe leer entre líneas.
Ut pictura poesis, dijo Horacio, que viene a decir, “la poesía como la pintura”. Cuando escribí Poesía para los que leen prosa (Visor, 2004), dije que la poesía estaba en todas partes, en la música, en la pintura… y también en la prosa. Y no me estaba refiriendo a la prosa poética sino al latido que vibra en algunos textos que, aunque hayan sido escritos con otra intención, pueden sonar al oído atento con una música distinta. Por ejemplo, mientras leía un texto escrito en prosa, a mí me estaba llegando con un ritmo poético. Es lo que dice Onetti en la frase que abre esta página.
Yo vi el poema escondido entre las líneas de un prólogo que destilaba en su fraseo el ritmo que mi oído me dictaba. Prescindí de algunos fragmentos y copié solo los que consideré mejores para conseguir el resultado que buscaba.
El prólogo es de Carlos Pujol a los Sonetos de Shakespeare. Pujol habla de los sonetos pero la belleza rítmica me invitaba a sustituir la palabra “soneto” por la de “amor” y a inventarme una historia distinta.
Este es el texto de Carlos Pujol, en el que resalto en negrita las palabras y oraciones que he convertido en versos que no siguen necesariamente el orden en que se escribieron:
“Lo que se sabe con certeza de los Sonetos cabe en muy pocos renglones y defrauda nuestra curiosidad: que son obra indiscutible de Shakespeare (aunque tal vez no los dos últimos), que datan en su mayor parte de fines del siglo XVI y que se publicaron en Londres en 1609 por iniciativa de Thomas Thorpe, el T.T. que firma la dedicatoria. Lo demás, incluyendo las escabrosas historias del joven rubio y la dama morena, pertenece al territorio de la conjetura y de las suposiciones más o menos imaginativas.
El aparente misterio del libro, quizá solo claros datos incomprobables y de importancia anecdótica, ha dado mucho que hablar y que escribir, pero todo queda aún casi tan oscuro como el primer día —la erudición nos ha enriquecido en múltiples y cambiantes dudas—, y acaso sea un error empeñarse en descifrar biográficamente estos versos, que como todos los versos han de tener vida propia, existir por sí mismos como palabra.
¿Y si solo aspirasen a ser ingenio y música verbal que se amplía sin agotarse en ecos y sugestiones nunca aclaradas por ningún análisis, jamás explicadas por los sabios? ¿No serán los Sonetos puras ganas de lucirse, vanidad de poeta muy bien dotado que sutiliza hasta el delirio lugares comunes y se envuelve en una hojarasca picante y manierista al gusto de la moda de entonces? Porque es posible que la única verdad que maneja Shakespeare sea la belleza de la expresión (…).
Los Sonetos tienen por pretexto una trama que posee un vago aire de invención teatral, como una comedia de las equivocaciones en la que siempre se ama sin ser correspondido, con doblez y engaño. Lo que no sabemos es si lo que nos cuenta es de veras o si el perfecto engaste de las palabras nos empuja a suponer que se nos habla con el corazón en la mano. El arte del dramaturgo está en fingir, y Shakespeare no renuncia al disfraz que le hace ser más parecido a sí mismo (…).
Tormentosos amores sodomíticos, sufrimientos y celos, reproches, dulces y desesperadas hipérboles, desgarro de la broma obscena, traición, sin olvidar la pose de melancolía incurable que sienta bien a los poetas, todo eso como un bello decorado. La parte de verdad que pueda contener se nos escapa, y además no importa. O es solo la música y el deslumbrante color del verso de Shakespeare nos ciega con el polvillo dorado de su espléndida retórica y se complace una vez más en hacerse enigma.
Este hermoso laberinto de palabras, a menudo ambiguas y equívocas, de intrincadas alusiones cuyo sentido podemos entrever, pero que casi nunca es posible reproducir en otra lengua obliga al traductor, como suele decirse, a campar por sus respetos. Cualquier obediencia literal al texto inglés conduce necesariamente al absurdo, y de este naufragio hay que salvar, pues, lo que se pueda y como se pueda con la máxima dignidad de forma y emoción de que seamos capaces.
Toda traducción es siempre otra cosa muy distinta, y así ocurre con estos Sonetos en castellano. Es como la complicadísima maquinaria de un reloj que se ha desmontado y que cuando intenta armarse de nuevo resulta que sobran piezas y que se ha convertido sorprendentemente en un artefacto difícil de clasificar, que uno confía también dé las horas. Las de Shakespeare, sin duda, y las nuestras que estamos viviendo”.
El poema lo he titulado,
El amor en William Shakespeare,
según Carlos Pujol
Pertenece el amor al territorio de la conjetura,
a un aparente misterio, que como la poesía
ha de tener vida propia en sí mismo
como la palabra.
¿Y si sólo aspirase a ser ingenio y música verbal
que se amplía sin agotarse en ecos y sugestiones
jamás explicadas por los sabios?
¿No serán puras ganas de lucirse,
vanidad que sutiliza hasta el delirio lugares comunes
y se envuelve en una hojarasca picante y hermosa
cuya única verdad sea la misma belleza de la expresión?
Amores tormentosos, sufrimientos y celos, reproches,
dulces y desesperadas hipérboles, desgarro y traición,
un hermoso laberinto de palabras, ambiguas y equívocas,
de intrincadas alusiones que casi nunca es posible reproducir
en otras lenguas.
Una pose de melancolía incurable que encierra tras de sí
un bello decorado: cualquier obediencia literal
conduce necesariamente al absurdo
y al naufragio.
El amor tiene por pretexto una trama que posee
un vago aire de invención teatral,
como una comedia de la equivocaciones
en la que siempre se ama sin ser correspondido.
Cuando le preguntaron a Miguel Ángel cómo había logrado tal perfección al esculpir el David, respondió: “David estaba dentro de ese bloque, yo tan sólo quité lo que sobraba“. Exactamente, la poesía vive también así, oculta entre las cosas. Solo hay que saber descifrarla.
William Shakespeare. Sonetos. Versión de Carlos Pujol (1936-2012) Editorial Comares.
Tomado de www.zendalibros.com
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