domingo, 7 de abril de 2019

POÉTICA DE LA LECTURA: EL SUPERLECTOR - IV

Por Randolfo Ariostto Jiménz
Parte 4 de 5

El acumulado
r

La insuficiencia de conocimiento debe servir de aliciente para la exploración de nuevos signos, sonidos, literaturas, pinturas o esculturas, etc. y precisamente en ese punto es que la poesía deviene en descubrimiento, epifanía de lo cierto; en algunos puede que deslumbramiento, conforme su falta de lectura. Solo el contraste de la ignorancia con el conocimiento nos complementa en El Todo, eso que fluye a nuestro alrededor, nada qué ver con La Nada, por imposible. Hay una ley no declarada que exige a La Nada una incapacidad total de ser. La Nada es nulidad, inexistencia total donde ni la misma muerte puede existir, mucho menos La Existencia. No hay un vacío anterior al que recurrir porque siendo La Nada, en qué espacio acomodaría el vacío, del mismo modo que no hubo espacio para la tabla rasa en el conocimiento.

La existencia, vista así, es un Todo en eterno estado de deslumbramientos, lo que deja de parir se extingue. El mismo universo y la infinidad de universos que estallan y surgen a su alrededor, antes y después de este, lo confirman. Este universo y el polvo de estrella que nos conforma están condenados a parir, del mismo modo que una lectura sesuda del cosmos nos lleva a nuevos conocimientos y a la poesía, al no poder evitar la creación que abarrota el cosmos. Sí, somos parte de un Todo inconmensurable, condenados por igual a parir y para ello, hasta el momento, pendemos de la lectura, y gracias a ella de la creatividad estética y el genio, dicho de otro modo, de la Poesía.

Ahora fijémonos en el ritmo, esa lectura a niveles empáticos que realiza el poeta desde el íncipit y durante el proceso de creación, interpretación medular; ebullición de una lectura profunda, desde el subconsciente, aceptada por nuestro ser de manera integral, que moldea la creación. Si la lectura es ese buque que zarpa de la realidad hacia un punto en la creación, el ritmo es la labor del astillero desconocido agazapado en la conciencia. No hay epifanía, tampoco milagro, sino asunto de lectura previa, a veces antigua, muchas veces encofrada a través de décadas en el ADN, o confrontación de lo que es conocido con lo apenas abordado por esfuerzo de comparación, nada más.

La lectura es un modo idóneo de encarar la realidad y como tal acude en ocasiones a lecturas extraídas del más inhóspito rincón en forma de ritmo, con atuendos de imágenes que obedecen su propio flujo interno, haciendo posible la libertad de dichas imágenes. Este es el secreto que el buen Leonardo (1452-1519) y Vitrubio, (80-70a. C.-15ª.C.) al parecer no tuvieron tiempo de confiar, la imaginación es la forma en que el ritmo se apodera de las imágenes, cadencia de pentagrama o fluidez de torrente, y su manera de existir con conciencia interna; seduciendo al poeta, al artista, al científico, al pensador, soltando las bridas de la creación. No hay milagro, nada extraño al polvo de estrellas que nos conforma.

El modo en que fluye la imaginación tiene mucho que ver con el aprovechamiento de los sentidos y la facultad inherente al cerebro de etiquetar las imágenes. El cerebro construye nuevas ideas a partir de imágenes, o de viejas ideas, conceptos, del modo en que un ilustrado organiza una enciclopedia; partiendo de mapas formados en función de la empatía y antipatía de las imágenes, en los que el silogismo y la inferencia son apenas algunos de los recursos. Como ejemplo: la inferencia capta o rechaza imágenes nuevas mediante empatía, aprobadas o desaprobadas en el cerebro por medio de nuevas visualizaciones, sonidos, gustaciones, tacto, olfato, y lo mismo mediante el silogismo. La antipatía también aporta lo necesario. De la aprobación y la confrontación surgen el oxímoron y la antítesis, la suplantación metafórica, el símil, y así por el estilo, imágenes y recursos conceptuales se unen en un baile estético en el que el artista puede o no alcanzar a tener el control.

Las imágenes procuran perpetuarse en función del contexto para crear un cosmos total, es decir, el cerebro crea nuevas imágenes o ideas por el deseo de explicarse a sí mismo en su contexto existencial, tomando elementos conocidos de antemano o desconocidos que atrajeron su atención al compararlos o igualarlos con otros, atendiendo a que estos resulten fáciles de ser asociados, o de ser disociados, en cualquiera de los casos encontrará un lugar donde situarlo. El cerebro es un acumulador por excelencia, un coleccionista, sin dejar de explorar cuando la lectura adquiere su propio ritmo. En definitiva, el ritmo puede asociar distintos modelos de imágenes o paradigmas conceptuales, lo que permite a una imagen, sonido, olor, emparentar una imagen o concepto distinto a su especie, dando cabida a la ilación teórica, poemas, un cosmos nunca antes imaginado, de modo que la capacidad del cerebro para crear es ilimitada, como su capacidad de recibir información y analizarla, como también la capacidad de reflexionar y criticar.

A medida que las imágenes o ideas se robustecen, resulta más plausible la introducción de más ideas o imágenes, es lo que denominamos imaginación fluida. De ese modo, apoyada en los recursos del silogismo, la inferencia, o bien por exploración y acumulación, la imaginación adquiere automaticidad de ideas e imágenes, dando por sentado el empleo de los sentidos en su labor de explicarse a sí misma, de definirse dentro del marco conceptual que le dio cabida en el ámbito de nuestros pensamientos, es decir, explicarnos en función de quienes somos.

El cerebro crea nuevos cosmos mientras procura justificarlos en nuestra existencia. Es una lucha constante entre la realidad exterior y la interior en la que la facultad de leernos para existir y la de existir para ser leídos aporta lo suyo al flujo constante de la imaginación y el fluir de las ideas, del pensamiento enriquecido por el alimento de la lectura; creando, como un armador escondido en nuestra oficina craneal con el sistema nervioso y los sentidos a su disposición.

Por otro lado, la fijación de ideas fútiles, si bien no deja de ensanchar la enciclopedia cerebral, puede retrasar el desarrollo de imágenes o ideas productivas respecto a la creatividad artística o el análisis de leyes que expliquen nuestra esencia. Es decir, las ideas triviales en poco nos ayudan a leernos a nosotros mismos y a situarnos en el cosmos que nos afecta. La calidad de la lectura del cosmos que realizamos, o más bien de nuestro ser situado en el cosmos, determina la de las imágenes o ideas que nutren nuestra creatividad y/o pensamiento científico. De igual modo, a mayor número de lectores que lean en el sentido de la provechosa lectura, mayor la prospección a aparecer mentes creativas y científicas; cimentando una sociedad culta, por concernir a un ser humano que se sitúa en su espacio tiempo y que se considera a sí mismo, no la medida del cosmos según Vitrubio, sino que es en él. Entre más lectora es la sociedad, mayor es su prospección a las redefiniciones, al surgimiento de nuevas teorías, concepciones y sistemas de pensamientos. De la lectura depende la aparición de mentes superdotadas, o la progresión de estos por herencia, en el menos común de los casos, virtuosos del arte, investigadores incisivos que desnuden el pasado y el futuro, la obtención de respuesta, sobre todo, la respuesta a la pregunta mayor, ¿quién soy realmente en mi espacio tiempo?, o sea ¿qué me define, qué me llena?, cuya respuesta será siempre la misma, la lectura particular que obtenga de mí, ese soy yo, así que no espero demasiado para aprender a leer.

Si no aprendo a leer el mundo, un libro, a leer mi pensamiento, el ritmo fallecerá a falta de imágenes y con ellas la imaginación a falta de aliciente. Lo antes dicho, leer es el primer utensilio de la creación. El ritmo moldea la obra escrita porque todo ritmo es una lectura personal, identitaria, una lectura emocionante de nuestro ser intrínseco.

Desde siempre el ser humano ha sido aquello que lee, su lectura de la realidad, de un discurso; un hecho o mensaje aceptado como verdad ha provocado éxodos, sacrificios humanos, masacres, guerras, conquistas, civilizaciones, ruinas, escuelas de pensamiento, debacles en lo moral, banderas, nomenclaturas de razas, apartheid, semitismos, normas interesadas, constituciones antojadizas, sistemas de gobiernos, géneros artísticos, atraso armamentista: cada innovación armamentista es un atraso de la humanidad; etc. Esto ocurre porque desde el inicio de los tiempos han existido hombres hábiles que han descubierto que al proporcionar una lectura convincente del cosmos, en especial la que ellos ofrecen de la realidad, pueden mover las masas a sentirse identificadas con esa lectura enlatada, bien historiada, discursada de tal modo que el cerebro la acepte de forma acomodaticia, erigiéndolos dueños de nuestros actos.

Se nos proporcionan, queramos o no, creencias religiosas, artísticas, belicistas, filosóficas: la quietud, la comodidad es la salida, la aceptación de La Nada al otro lado del pensamiento, constaten la inoperancia de la crítica, leer el mundo es demasiado cruel para sus sentidos defectuosos, den al César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios. Solo tienen que proporcionarnos una historia contada de manera convincente y para ello se surten de lo que estimen necesario, un sacerdote, un poeta, traigan a Homero; un apóstol, alguien ha visto a Pablo; un místico, un general ducho en escaramuzas, políticos por camiones, líderes cosméticos, tiranos, lo mismo de diferente manera; sirve el discurso de mano firme, la protección de la nación siempre ayuda; una invasión, qué miedo, traigan al tirano.

Como ven, es fácil acatar una lectura manida cada domingo, en la plaza, en el cuadrado embovedado de estatuas, con la luz baja de la democracia, del comunismo, del socialismo, cuando es claro que la solución no vendrá de los sistemas políticos, lo dicho, el único sistema político fiable es la paz; los sistemas ni siquiera son el problema, sino la falta de aceptar ese que somos en el otro, el ser humano no se lee en el otro. Es increíble que juntándonos en manadas realmente nos estén separando como ermitaños, nos apartan de nosotros mismos al alejarnos del otro con discursos separatistas disfrazados de piedad y unidad nacionalista; so pena de ser tachados de anarquistas, enemigos del sistema económico, candidatos al infierno, ¡traigan a Dante!, o peor, el terror de una insondable Nada al rasgar el velo. ¿Puede ser insondable La Nada? ¿¡Qué clase de Dios tarado emanaría de La Nada!? La Nada es un final donde ni siquiera hubo historia. La imposibilidad de La Nada es nuestro premio a la existencia, dicho de otro modo, mientras exista la necesidad de una explicación acerca del origen de la existencia, no hay posibilidad de destruir nuestra presencia en el cosmos, no hay un destino mortal donde alojarnos mientras no haya un principio. Tan insólito resulta hurgar en el nacimiento de Dios, su existencia primigenia, como en la sopa de explosiones que originan los Big Bang, el final primero será siempre el mismo, la eternidad del hombre, no en círculo, sino en trascendencia, el final del universo es tan intrascendente como su origen, nadie conoce el destino de la quietud del orbe y menos la del caos que lo solaza y a quién tiene que importarle si el destino es ser quién somos y no el adónde vamos.

Bajo esa luz, resulta más conveniente que en nuestra formación educativa, la que precisamos para convertirnos en entes de provecho, desarrollemos una lectura particular del mundo, identitaria, promovida por una buena zapata de lectura comprensiva. Debemos desarrollar conciencia del tipo de lectura que se ajusta a nosotros mismos, como sujetos situados, críticos; imperfectos a medida que trepamos con lentitud la escalera de la lectura reflexiva, pero en la misma medida que aprendemos a leernos en la realidad que nos rodea, y/o en los demás, nuestro intelecto crecerá en cantidad y calidad de ideas. En ello radica el verdadero sentido de individualidad, la verdadera humanidad, quienes somos en realidad, tolerándonos unos a otros, puesto que al final, todos somos nosotros, sin el falso sentido de otredad, sin la necesidad del rebaño. De ahí que la poesía se empecine en mostrar una visión particular al poeta, una identidad singular en medio de la vastedad de quienes somos, diseminados en el ancho cosmos, anhelando el lado no explorado de una misma lectura; voltear la realidad patas para arriba a ver qué parte del poeta permanece a oscuras, y sacarla a la luz obteniendo como resultado una lectura en apariencia tan distinta que cuasi resulta impenetrable al lector perezoso, pero a un tiempo, sin perder la esencia de quien somos en la otredad.

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