Por Randolfo Ariostto Jiménez
Parte 5 de 5
El Superlector
El problema humano empezó cuando desaprendimos a leer, la tecnología nos acostumbró, o nos acomodó, a leer mal y leer menos. Somos el producto de una sociedad que cada día vino leyendo menos y haciéndolo de la manera impúdica que solo procura matar el instante, cambiamos las obras literarias por el mata tiempo y la chanza salió mal, veamos la clase de muchachos lerdos que vaga por ahí y sabremos cuán mal devino la caída.
Me gusta jugar con la idea de que el Currículo Educativo acierta en la diana cuando reclama en su Filosofía Educativa la formación de un ciudadano crítico, consciente de sus derechos y deberes sociales, a lo que agrego, la formación de una mentalidad lúcida, capaz de desentrañar los misterios que le formula el día a día. Mas, como extraída de una realidad antitética, el principal obstáculo de la lectura proviene de la Educación en el entendido de que esta no logra aunar la amalgama de saberes que les son consustanciales a la formación de una conciencia crítica en ese punto cartesiano en que en vez de una dialéctica sospechosa de hipocresía constituya dos capas de un mismo extracto.
Sí bien la adquisición de conocimientos puede surgir de manera empírica, desordenada, a diferencia del que dimana del Sistema Educativo, que es sistemático, cuando viene acompañado de una conciencia crítica provee las armas precisas para transitar el campo de batalla de una realidad plagada de informaciones fútiles, dirigida a la insolvencia intelectual.
Las redes sociales pueden servir para enseñarnos a leer la realidad lo mismo que para convertirnos en analfabetas progresivos, escríbalo, es posible menguar hacia el analfabetismo y la imbecilidad de la conciencia, ese fenómeno recibe el nombre de degeneración.
Una mente clara, llamémosle así, crea poesía ahondando de manera reflexiva en la realidad, ya de la mano del ritmo o de manera intencionada transgrediendo el ritmo natural de las imágenes o de las ideas. Este Ritmo, agente catalizador de imágenes, se desliza por los andamios de la conciencia poética porque procede de ella, es el producto de una lectura sensual, no por ello superflua, antes mejor, inherente al fluir de la conciencia lo mismo que al arpegio de razonamiento, cauce lúdico, catarsis y sosiego; constituyendo el centro mismo de la creación, no como sustancia, sino como buril intelectual. Hay duelos poéticos en los que aún los duchos son conducidos al agobio; la conciencia poética no teme al agobio, descansa, reposa, vuelve a la batalla apertrechada de nuevos bríos, de las manos de pre saberes que antes pasó por alto y esa batalla con el nosotros desconocido que nos espera en cada tramo de la realidad, captura la poesía mientras el ritmo atrapa imágenes sueltas por ahí, que han de acompañarlo en una nueva lectura.
Como dijo el brillante Carl Edward Sagan, (1934-1996): somos una extensión del universo y en consonancia solo somos afectados por nuestra aceptación o falta de conciencia de lo que es y representa para nosotros. Del cosmos provenimos y jamás dejamos de ser en él, cosmos y ente, indisociables, y no se infiera que el cosmos dependa de nosotros, eso también lo explicó Sagan; lo que el cosmos debe saber es que jamás podrá librarse de nosotros, somos tan eternos como puede serlo la materia y la energía, cambiantes y trashumantes, jamás desechables.
Leemos porque es la única forma de encontrarnos en el universo, de situarnos, leemos para no olvidar, para aprender más de nosotros, para comprobar que somos esencia universal. Leer el cosmos exige la conciencia lúcida de la que hemos hablado, consciencia de que en realidad nos estamos leyendo a nosotros mismos, que la otredad hierve por ser en nosotros y no al revés, pero para ello tenemos que reconocernos en ella, no imitarla con ese falso sentido de usurpación que no resulta más que pérdida de identidad. Leer es razonar el nombre de las cosas, nombrar la vida, nombramos las cosas porque son verdad y toda verdad necesita ser nombrada; pensamos las cosas porque las proveemos de nombre, por necesidad.
En la medida que aprendemos a situar nuestra mismidad en el Todo que nos rodea y a interpretarnos en el cosmos, que es la única forma sincera de interpretar nuestra existencia, podremos interpretar nuevos constructos de nosotros mismos, imprimir un sello peculiar a nuestra lectura.
Donde la Creatividad se ufana de nuestra presencia en el universo, es allí donde amanece la Poesía. Es eso lo que procura el Ritmo, arrobado de conocimientos que lo empujan en loco desenfreno y cargado de imágenes a soliviantar nuestra presencia en el cosmos.
El Ritmo, como interpretación de una lectura determinada del cosmos, busca nuevas imágenes que agranden su parcela en la vasta totalidad, a eso se le llama imaginación. Se trata de interpretar la realidad de una manera tan hecha a nuestra lectura del cosmos que se transforma en masa artesanal, misma que el poeta moldea a su antojo y la torna creación suya al ofrecerle visos de una nueva realidad.
Un modo semejante de analizar esta lectura creativa lo refiere la parábola nietzscheana del Superhombre, equiparada al proceso de apropiación de la lectura como acto que conduce a la libertad de la conciencia estética y al proceso creativo. Hablo de las etapas del camello, el león y el niño. Mediante esta metáfora intentaré explicar cómo el lector logra alcanzar el estado poético tras abandonar la lectura impuesta por los discursos manidos, lo que le permite declararse sujeto situado en el cosmos, sujeto creativo. Las etapas del Superlector constituyen el punto quiditativo en el que converge el lector de cultura universal y la más pura realidad, aquella que representa un estado inmaculado de la conciencia y el estado perfecto de la realidad, es decir, la realidad tal cual, sinónimo de lo que representa la verdad.
El lector que no trasciende la etapa del camello jamás abandonará los esteros del realismo, historicismo, criollismo, sin una noción antropológica amplia desde el punto de vista de su yo situado en una realidad cambiante. Asimismo, quien no trasciende el león deambulará sin rumbo en los albores de la vanguardia por carecer de la capacidad interpretativa necesaria para ahondar más adentro en el magma de la realidad, y el lector que no trasciende la etapa del niño quedará rezagado en el surrealismo, el dadaísmo, etc.
Debo aclarar aquí que este Superlector no promueve el retroceso en círculo del eterno retorno del Superhombre nietzscheano, lo cual restringiría su imaginación. El Superlector abandona el peso de cualquier sistema que le impongan para salvaguardar intacto su sentido crítico ante la realidad, ya en lo filosófico, moral, religioso, político, cultural, y se libera de la lectura manida de la realidad a través del niño; pero éste no se limita a la inocencia y el juego, sino que juega con las ideas, las preserva en un estado progresivo, crea donde otros recrean. En tanto el niño vuelve atrás, el Superlector se libera hacia El Todo.
En resumidas cuentas, el Superlector rompe el constructo, quiebra el espejo, se libera, abandona concepciones preconcebidas para enfrentar los límites de la existencia. La cultura universal es un cauce que lo arrastra a la pradera intelectual. Veámoslo así, el propósito del universo es la trascendencia, persistir hasta que de su inmanencia surge la necesidad de cambio y ciertamente, algo nuevo siempre brota en el confín de universos que estallan por todas partes, procreando nuevos materiales que habrán de influir a su vez, por interacción, en la aparición de nuevos universos; gravitando en torno a leyes que le ayudan a superar el quietismo relativo al que lo somete la transitoria degradación y el estatismo momentáneo de las eras.
Debemos situarnos entre la quietud y el caos que nos rodean sin incurrir en el error del Eterno Retorno que golpea la existencia contra una pared infranqueable dada la imposibilidad de ofrecer una explicación al origen, por lo que tiende a girar en U, lo que en términos sociológicos puede que encuentre justificación, como en el caso del Darwinismo Social, pero el Superlector buscará con ímpetu la trascendencia, sin importar cuán benévola haya sido su existencia hasta el momento.
Albert Einstein (1879-1955), consideraba una locura repetir una y otra vez el mismo procedimiento esperando distintos resultados. ¿Imaginan que algo tan inconmensurable como el cosmos puede padecer de semejante enanismo existencial como el Eterno Retorno? ¿Por qué algo tan vasto que procrea sin cesar, recurriría a rumiar su original rareza? Basta comprender que el cerebro humano es quién erige el muro para la vuelta al origen en sus ansias de liberarse de la existencia mortal, de escapar a la trascendencia. ¿Acaso buscar con denodado afán un origen nomotético y un final escatológico no es un modo de suplicar una puerta?
La lectura que nos debe ocupar es aquella que desmitifique el cerebro que nos habita, este órgano que al final somos y que de ser posible buscaría escapar de nuestro cuerpo hacia un falseado sentido de eternidad o a su perpetuación en un cuerpo simbiótico que le permita minimizar las dolencias del daño físico, y que si tal fuera el caso, miraría la vastedad del cosmos para leerse en ella como un ser expulsado, debido a que el cosmos no piensa en el cerebro como alguien a quien deba ofrecerle una explicación, sino como en una fracción súper minúscula de sí, parte de un todo que carece de trascendencia por sí solo. Sorprende a la eternidad este cerebro anhelante de escapar hacia dónde no todavía no comprende, porque no hay salida para él, solo la anchura que llega del cosmos con la muerte, bendita muerte que nos recuerda nuestro estado esencial, y antes que corran a disparar el gatillo o terciarse la soga como corbata deben entender que nuestra existencia actual está plagada de poesía y es en suma maravillosa. Se trata de que al regresar al cosmos del que provenimos en sentido literal dejamos de crear poesía para ser poesía, un estado de existencia tan ajustado a nuestra verdadera realidad, que es el más parecido a las versiones de eternidad sublimizada que nos venden las religiones.
La conciencia, en su recorrido milenario por las vías del ADN y el genoma, sin afectación de falsas lecturas, nos lleva de la mano a lo que somos en realidad, polvo de estrella, vida eterna en estado puro. Quién imagine infelicidad en ser aire, polvo de estrella, savia o viento, tiene una idea equivocada del por qué al cosmos le resulta tan holgado ser ancho y profundo, hay demasiada existencia en juego. La vida es apenas una suma de destellos del estado que experimentamos antes o después del actual.
El Superlector se sabe partícula del cosmos, eterno, satisfecho para siempre. Si el estado anterior hubiera sido depresivo o atroz, nuestros sensores guardarían algún vestigio que lo proyectara desde el subconsciente, pero, dada nuestra incapacidad de recordar nuestro estado anterior, llega a nosotros vestido de paz intocada.
Lo que nos aguarda al final es tan satisfactorio que ni siquiera somos capaces de interpretarlo en el genoma, en caso contrario, nuestra existencia hubiera sido el equivalente a la de una anguila esquizofrénica, imposible de soportar, ya que el sistema nervioso humano no podría ocultar una reminiscencia adversa. Recuérdese que no hay un vacío anterior a nosotros, es imposible La Nada, no hay generación espontánea, ni tábula rasa.
Somos sujetos de paz para con nosotros mismos, no hay nada que altere nuestra pureza antes o después de la biología, por eso debemos aprender a leernos en el cosmos, no obstante, no hay nada antes o después que perturbe nuestra paz.
Leamos la realidad que nos rodea, superlectores, hagamos poesía de camino a la poesía cósmica que nos aguarda.
En resumen, el trayecto distendido de la lectura consciente y reflexiva al placer de leer como un premio a los sentidos, como recompensa a la perseverancia, gusto por la adquisición cultural, por el fluir de las ideas y camino a la diana de la creación, se tambalea en la brisa pertinaz de las ideas banales cuya intención es arrojarnos al lagar de la sistematización, donde lo que cae es recibido por los brazos de la decrepitud.
Solo leer hasta que nos acoraza el placer de desentrañar aquello de noble que subyace en la conciencia, resistiendo el tentempié cotidiano de lo superfluo, nos puede mantener despiertos en medio del sueño de esta era.
Se necesita constancia puesto que cada vez es mayor el acoso de la futilidad, el grito de la manada, la inutilidad nos seduce por relajante y ya asidos por ellas no nos soltará, al punto en que nuestra lectura del mundo en vez de mostrarnos las luces de la razón, nos obnubilará hasta el sueño de las ideas.
No hay posibilidad para la espontaneidad en la creación, no se trata de un acto espiritual, aunque ciertamente es creadora de espíritus, no hay don de lo alto desde que el cosmos es uno en nosotros y somos en el cosmos. Somos polvo de estrellas y desde siempre existe un precedente para cada acto lector.
Antes del asombro hubo una razón para asombrarse, una comparación, antítesis, similitud, reminiscencia, desconocimiento, descubrimiento de algo que era antes de ser leído. Es decir, no hay espontaneidad en el hallazgo, solo lectura. Si el asombro parte de una realidad desconocida, cabe preguntarse, ¿de qué nos asombramos? Ciertamente de comparar lo desconocido con lo conocido.
Solo el camino que conduce a la poesía salva al hombre de la rampante y asfixiante mediocridad. Lejos de la poesía habitamos el instinto a niveles de conformidad mórbida, de inutilidad parasitaria; como dicho atrás, balamos como ovejas lo que una realidad que aborrece la lectura nos dicta; nos alejan de nuestra independencia con baja calidad lectora, nos suplantan el espíritu crítico con espectáculo, boato y juego; nos aplanan el carácter, la identidad, con rutina laboral exasperante. Se teme a la formación intelectual del mundo por ser portadora de una de las más peligrosa armas: la razón, madre de la individualidad y hermana siamés de la libertad.
Al final de cuentas, la lectura consciente es un recurso indispensable para la construcción de un sistema pacifista. La verdadera paz el resultado de una lectura personal de uno mismo y del mundo que uno habita. La lectura es la semilla de la paz, como la educación es la semilla de la razón, pero en estos temas habrá que ahondar más adelante. Gracias por leernos.
Esperanza, Valverde. 23/12/2018.
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