lunes, 22 de abril de 2019

TRES POEMAS DE IDA VITALE, LA GANADORA DEL PREMIO CERVANTES 2018

Ida Vitale, la escritora uruguaya, que ya había recibido numerosos reconocimientos, entre ellos, el de la FIL de Guadalajara, Octavio Paz, Alfonso Reyes y Reina Sofía, solo por nombrar algunos, ahora se alza con el Cervantes, el prestigioso premio de las letras castellanas.

Suele decir que la poesía no era el género que más le gustaba y responsabiliza a una practicante que le acercó, a los 12 años, un poema de Gabriela Mistral que resultó revelador para su angustia porque no lo entendía. Entonces, se afanó para comprenderlo y así, entró para siempre al mundo de la poesía.

Nació el 2 de noviembre de 1923.

En su homenaje, aquí van tres deliciosos poemas de Ida Vitale:

FORTUNA

Por años, disfrutar del error
y de su enmienda,
haber podido hablar, caminar libre,
no existir mutilada,
no entrar o sí en iglesias,
leer, oír la música querida,
ser en la noche un ser como en el día.

No ser casada en un negocio,
medida en cabras,
sufrir gobierno de parientes
o legal lapidación.

No desfilar ya nunca
y no admitir palabras
que pongan en la sangre
limaduras de hierro.

Descubrir por ti misma
otro ser no previsto
en el puente de la mirada.

Ser humano y mujer, ni más ni menos.

ESTE MUNDO

Sólo acepto este mundo iluminado
cierto, inconstante, mío.

Sólo exalto su eterno laberinto
y su segura luz, aunque se esconda.

Despierta o entre sueños,
su grave tierra piso
y es su paciencia en mí
la que florece.

Tiene un círculo sordo,
limbo acaso,
donde a ciegas aguardo
la lluvia, el fuego
desencadenados.

A veces su luz cambia,
es el infierno; a veces, rara vez,
el paraíso.

Alguien podrá quizás
entreabrir puertas,
ver más allá
promesas, sucesiones.

Yo sólo en él habito,
de él espero,
y hay suficiente asombro.

En él estoy,
me quede,
renaciera.

AGOSTO, SANTA ROSA

Una lluvia de un día puede no acabar nunca,
puede en gotas,
en hojas de amarilla tristeza
irnos cambiando el cielo todo, el aire,
en torva inundación la luz,
triste, en silencio y negra,
como un mirlo mojado.

Deshecha piel, deshecho cuerpo de agua
destrozándose en torre y pararrayos,
me sobreviene, se me viene sobre
mi altura tantas veces,
mojándome, mugiendo, compartiendo
mi ropa y mis zapatos,
también mi sola lágrima tan salida de madre.

Miro la tarde de hora en hora,
miro de buscarle la cara
con tierna proposición de acento,
miro de perderle pavor,
pero me da la espalda puesta ya a anochecer.

Miro todo tan malo, tan acérrimo y hosco.

¡Qué fácil desalmarse,
ser con muy buenos modos de piedra,
quedar sola, gritando como un árbol,
por cada rama temporal,
muriéndome de agosto!

Tomado de Clarín

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