Por José Rafael Lantigua, ex Ministro de Cultura de República Dominicana
(D. Libre. 1-2-20)
En 1966, cuando el país comenzó a reorganizarse a tientas después de la gesta
abrileña y la intervención norteamericana, comenzó el reinado intelectual de
Antonio Zaglul, que perduraría justamente durante tres décadas. Lo recuerdo
perfectamente. Tenía una enorme admiración por él aunque nunca crucé más que un
saludo en la librería La Trinitaria. Asistía a sus conferencias, adquiría y leía
sus libros, y lo veía caminar, siempre con un cigarrillo en los labios –no sé si
acaso vivía por allí- por una de las aceras de la avenida Independencia, en los
alrededores del Banco Agrícola. De hecho, lo vi muchas veces. El doctor Zaglul
era un suceso intelectual, si vale el término, y era frecuente encontrárselo en
diferentes escenarios.
Su fama comenzó cuando publicó sus célebres memorias como director del manicomio
de Nigua, luego trasladado a una nueva edificación en el kilómetro 28 de la
carretera Duarte. Recuerdo el suceso que supuso esa publicación que yo leí en su
tercera edición, en 1972, justo el año en que me residencié en Santo Domingo. En
mi pueblo nativo conocí enfermos mentales de distintos tipos que terminaron
convirtiéndose en figuras pintorescas. Todos los conocían y ambulaban libremente
por las calles, cada uno con sus características individuales. Llegué incluso a
ver un loco en cepo, encerrado, atado con sogas, mientras soltaba unos fuertes
alaridos y sonidos extraños como los de un lobo. Solamente se calmaba cuando la
madre de ese pobre orate llegaba para medicarle y ofrecerle comida.
Miembro de la muy importante colonia árabe en nuestro país, uno de los
componentes fundamentales de la etnia dominicana, el doctor Zaglul era libanés
por los dos costados, aunque había nacido en San Pedro de Macorís. Médico de la
UASD, luego se especializó en psiquiatría en España. A su regreso, fue nombrado
para dirigir el sanatorio mental de Nigua, donde tenía de vecinos al leprocomio
y a una finca de Trujillo. Cuando el manicomio se trasladó al 28, su vecino fue
entonces el hospital para tuberculosos. Siempre escuché decir que el doctor
Zaglul no se casó mientras vivió su madre y que lo hizo ya cuando casi superaba
el medio siglo de existencia. Se matrimonió con una mujer inteligente y
ejemplar, la doctora Josefina Záiter, con quien procreó tres hijos. Ella,
graduada en la UASD, con un doctorado en Psicología de la Complutense y
especializada en Psicología Social Comunitaria. La tenaz, valiente, profesional
y dedicada labor del doctor Zaglul como director del insalubre, apestoso y
desordenado sanatorio de Nigua, transformó no sólo el espacio físico y las
condiciones de vida de los dementes allí hacinados, sino que modificó el
comportamiento de los propios especialistas con respeto al trato que debían dar
a los enfermos y mostró a los dominicanos la realidad que se vivía en aquel
lugar. Por eso, su libro Mis 500 locos se constituyó en un suceso de
lectoría entre los sesenta y los setenta.
Zaglul dirigió el manicomio en plena dictadura. Para entonces, a Nigua, como
luego al 28, no llevaban solamente a los insanos reales, sino a muchos a quienes
los horrores de las ergástulas trujillistas habían dañado sus mentes, por ser
disidentes del régimen, y a otros a quienes sus familias dejaban allí
abandonados por hastío, desinterés o porque simplemente no tenían medios para
aclarar las oscuras conciencias de sus parientes. Zaglul contó muchas de esas
historias particulares de sus pacientes, al tiempo que educaba a los lectores
sobre los distintos tipos de locuras. La galería de estos enajenados, que
pasaron a ser personajes inolvidables para los que leyeron entonces la obra de
Zaglul, incluyó a Plinio, el poeta, al corredor, al liniero que lo sabía todo,
al loco que nunca reía, al que más que loco era un ladrón, a Bombín, el
herbolario, a Antonio, el necrófilo, al que desarrolló una paraplejía histérica
que no le permitía caminar y que permanecía todo el tiempo en cama después de
haber asesinado a varias personas y haber conocido la promesa de los parientes
de las víctimas de que lo matarían donde quiera que se refugiase; al alemán
homosexual que juraba no serlo y que pedía amenazadoramente que le consiguiesen
un certificado que probase lo contrario frente a sus familiares; a Bienvenido,
el negro gigante de hocico catatónico, deportado de Estados Unidos por el estado
en que se encontraba, y quien encontró en el manicomio a su hermana gemela,
Providencia; al venezolano, sicario de la dictadura de Pérez Jiménez, cuya
obsesión era servir al régimen de Trujillo, buscado un día por los calieses del
SIM y llevado preso. El venezolano logró superar su suerte, pues regresó al
manicomio y luego de la muerte del dictador su familia lo reclamó y salió del
país. Zaglul contaba que recibió cartas suyas desde Panamá y México, donde el
psiquiatra llegó a pensar que fue recluido nuevamente en un manicomio de este
último país. Y en la lista, la presencia de Pablito Mirabal, el niño cubano de
apenas 12 años que acompañó a su padrino, Delio Gómez Ochoa, en la acción
guerrillera del 14 de junio de 1959. Pablito fue enviado al manicomio porque las
torturas y los asesinatos que vio de algunos de sus compañeros, le producían
alucinaciones nocturnas que el doctor Zaglul eliminó, como logró sanar a otros,
con sus eficaces tratamientos. El jovencito logró regresar a Cuba luego de que
la presión internacional obligase a Trujillo a liberarlo.
Toda la historia de Mis 500 locos resulta todavía hoy, singularmente
impresionante. Una docena de años después del libro de Zaglul, Torcuato Luca de
Tena publicó en España una novela que fue, en su tiempo, un acontecimiento
editorial que aún se menciona, Los renglones torcidos de Dios (Planeta,
1979), prologada por el eminente siquiatra Juan Antonio Vallejo-Nágera,
narración detectivesca que refiere la vida en un sanatorio de orates. Zaglul fue
un pionero, y tal vez (hablo desde mi ignorancia) el fundador de una nueva forma
de ejercer la psiquiatría y un nuevo modo de tratar a los pacientes
esquizofrénicos paranoides, neuróticos, psicópatas, o maníacos-depresivos.
Leticia Tonos, una veterana y admirada cineasta, ha llevado al cine con el mismo
título del libro la historia narrada por el doctor Zaglul. Se ha tomado algunas
libertades: ha modificado personajes, ha introducido nuevos, fusiona casos.
Empero, nada de esto afecta el contenido y la calidad del filme que ha producido
con un ajustado elenco de veteranos y actores emergentes. Los roles de todos los
actuantes me parecen ejecutados con precisión y sin afectaciones. La atmósfera
del sanatorio, los claroscuros con los que ella juega armoniosamente, la banda
sonora, la fotografía tan bien nivelada, y todo el acopio argumental está
correctamente concebido para que el “espíritu” del manicomio de Nigua, descrito
por el renombrado galeno en su célebre libro, se represente en su realidad
lúgubre, en un universo donde la locura se expresa en toda su crudeza y
dimensión. La película de Leticia merece aplausos y creo que ingresa a la lista
de las mejores producciones cinematográficas que se han realizado en nuestro
país desde el surgimiento de la Ley de Cine. Independientemente de las
excelentes actuaciones y de todos los detalles que la directora no descuidó, del
script de Waddy Jáquez, donde observé la asesoría de un escritor cubano
amigo, que ha producido muy buenos guiones en su país, Arturo Arango, la obra
fílmica de Leticia Tonos constituye un homenaje al doctor Antonio Zaglul, a su
obra, a su apostolado siquiátrico que hizo escuela, veinticuatro años después de
que terminara su reinado intelectual que, aparte de la vida del manicomio que
nos relatara, incluyó también sus muchos artículos sobre el ser dominicano y su
personalidad. La historia narrada en Mis 500 locos ha regresado cincuenta
y cuatro años después. Vale la pena conocerla de nuevo, desde este otro
formato.
LIBROS
• Mis 500 locos
• Antonio Zaglul
• Taller, 1972. 159 págs.
• Las memorias del director de un manicomio que logró transformar la vida de
pesares y maltratos de los orates hospitalizados y que, a su vez, inauguró
nuevas maneras de evaluar y tratar las enfermedades mentales, en medio de las
circunstancias adversas que imponía la dictadura.
• Apuntes
• Antonio Zaglul
• Taller, 1974. 132 págs.
• El gancho, la paranoia dominicana, la subestimación de lo nuestro, los dichos
de la personalidad criolla (Ah, no, yo no sé, no…No me doy cuenta), estar chivo
y estar bronco, descritos por Zaglul y convertidos hasta hoy en escuela del ser
nacional.
• En las tinieblas de la locura
• Antonio Zaglul
• Taller, 1990. 130 págs.
• Breves biografías de locos célebres, partiendo del “ilustre loco”, Juan Isidro
Pérez, uno de los gestores de nuestra independencia, y continuando entre otros
muchos con Eduardo Brito, Altagracia Saviñón, Ezra Pound, Van Gogh y Manuel
Duarte (hermano del Padre de la Patria).
• Obras Selectas
• Antonio Zaglul
• Editor: Andrés Blanco Díaz. AGN/BanReservas, 2011. Dos tomos: 786 págs.
• Toda la obra del doctor Zaglul recogida en dos volúmenes, desde “Mis 500
locos”, pasando por sus apuntes, galería de médicos dominicanos, hasta sus
formidables biografías de la primera médica dominicana, Evangelina Rodríguez y
del doctor Miguel Canela Lázaro.
• Antonio Zaglul. Vida y Obra
• Fernando Sánchez Martínez
• Impresora Soto Castillo, 2004. 348 págs.
• Este otro eminente siquiatra, quien prologara algunos de los libros de Zaglul,
escribe su biografía, abarcando desde sus orígenes árabes, su vida familiar y
profesional, su exilio, hasta su muerte ocurrida a causa de un cáncer estomacal
contra el que luchó por dos décadas.
Fuente:
Debate Plural
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