lunes, 4 de mayo de 2020

EL EMBRUJO ENTERIZO DEL ARTE POÉTICO

Por Federico Henríquez Gratereaux
Premio Nacional de Literatura Dominicana 2017


El alcohol, la buena comida, la lisonja, son tres tónicos humanos de efectos inmediatos. Las sabidurías griegas, chinas, mesopotámicas, no son tónicos estimulantes; son más bien fortalezas de la voluntad, adquiridas lentamente por ejercicio continuo. La voluntad tiene bastante de músculo ejercitado y mucho más de sueño o de imaginación. La ambición de los poetas es crear mundos inexistentes, que sean perfectos y que su belleza nos cautive inmediatamente. A esa carta juegan sus vidas, sus fortunas y, a menudo, la seguridad de sus familias. ¿Qué encanto mágico posee el arte poético? Tanto los artistas como los espectadores, quedan atrapados por una fuerza vital que les permite tolerar la vida tal como es: un mundo feroz, lleno de injusticias. El arte es más embriagante que el alcohol, más satisfactorio que la buena comida y toca el yo de un modo que la lisonja no logra alcanzar.

Cuando un gran poema hace su aparición memorable, todo queda en suspenso. Por eso no me parece razonable que, de ciertas composiciones, las antologías publiquen fragmentos. Un poema como Yelidá, por ejemplo, no debería ser troceado, para enseñar muestras, en un acto perverso de mutilación. Hacerlo es una carnicería sangrienta, un sacrificio horrendo de una belleza integral. Ese es el caso de Sinfonía en gris mayor, de Rubén Darío, de Sin mundo ya y herido por el cielo, de Franklin Mieses Burgos, de Yelidá, de Tomás Hernández Franco. Desde la primera palabra: «Erick» ,ya se sabe que es un nombre escandinavo; inmediatamente explica: «el muchacho noruego que tenía alma de fiord y corazón de niebla»; y reitera la procedencia nórdica de Erick. La inocencia del muchacho es trasmitida directamente: «en un anual calafateo de llamas estopas y breas Erick tenía veinte años y era virgen dentro de su botas de hule y creía que los niños nacen así como los peces en la noche quieta de los reposos del mar».

El encuentro con Madame Suquí, «grumete hembra del burdel anclado» y su vida con ella, se narra mediante una inyección verbal:«Érick sin sueño marinero varado sobre la carne fría y nocturna de Suquí fue dejando su estirpe sucia de hematozoarios y nostalgias en el vientre de humus fértil de su esposa de tierra y Erick murió un buen día entre Jesucristo y Damballá-Oueddó. Apagado el pulso de viento del velero perdido en el sargazo su alma sin brújula voló para Noruega donde todavía le quedaba el recuerdo de un pie de mujer blanca que hacia frágiles huellas en la arena mojada». El arte poético es para ser consumido de un tirón; sólo debe ser digerido de manera enteriza. Pero ya hemos cometido el pecado de serruchar un extenso poema ejemplar, de romper la delicada expresividad sinfónica del conjunto.

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