Tengo en mi casa varios espejos que, como las personas, unos me quieren bien y a otros se les va la mano.
En un pasillo que da a mi habitación está el más grande. Ese es mi peor enemigo, resalta todas mis imperfecciones y soy dichosa si me permite quedarme con la ropa que elegí ponerme, pues me examina de arriba abajo y critica por igual si el pantalón luce ajustado o si me queda ancho. Nunca está satisfecho con mi pelo, y muchas veces me lleva a repeinarme solo para molestarme. Aunque trato de no hacerle caso hace tan bien su trabajo que me deja con la duda de si los demás me verán como él me ve.
En una de las habitaciones adicionales está el que me retrata de cuerpo entero. Ese tampoco me quiere mucho, me dice que debo bajar de peso, que las blusas largas me hacen ver más bajita, que debo abandonar los pantalones cortos, y ay de mí si busco otro de ayuda para verme por detrás, le coge con criticar mi trasero.
Así aparecen otros tres o cuatro más que no los tomo muy en cuenta porque no son confiables, no se ponen de acuerdo; a veces me piropean y cuando les parece me dan un bajón.
El que está en mi baño tiene encima una luz que magnifica las señales que el paso del tiempo ha dejado: huellas alrededor de los ojos, marcas sobre los labios, arrugas en el cuello, una que otra mancha de esas que llaman seniles y algunos etcéteras más. Cuando alarmada corro por las cremas llego ¡ay qué alivio! al único que me quiere, mi aliado, el de gavetero de mi habitación. Me dice que me veo muy bien, que mi piel está radiante, que los años no pasan por mí, y que me queda muy lindo el collarcito que tengo puesto.
Ya con la estima por las nubes le pico un ojo, me olvido de la opinión de los otros, le digo gracias por ese mágico reflejo, agarro mis llaves y salgo al mundo con la alegría y el esplendor que da tener buenos amigos.
Jajaja, la actitud es la diferencia entre escoger lo que nos degrada o lo que nos motiva.
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