miércoles, 7 de febrero de 2024

5 MICROFICCIONES - XII

I. CONSEJO A UNA DESDICHADA EN EL AMOR
“Muchacha”, le dijo Tío Passolini a la vecina cuya ventana de posibilidad matrimonial (o de romance) se le achicaba casi hora a hora: “perdona que te diga esto, Calandria, pero no creo que tu problema se cure con novenas y promesas a San Antonio. Mírate en el espejo, quítate el capote ese de zacatecas de la era victoriana que vistes, ve al salón, ponte colorete y cimbrea un poco la cintura al caminar… déjale saber a quién te mire que en tu interior hay un volcán con más actividad que una paila de majarete caliente, listo para hacer erupción. Llévate de mí, descámate, deja la cara de alarido que tienes, sonríe con confianza... y cámbiate ese nombre, por Dios; pide que te llamen Cali. Haz lo que te digo, y verás que te pondrás más atractiva e irresistible que la fuerza de la gravedad”.

II. UN SECRETO CARO
Todos, los años, desde hace 24 (que le juro será el último), al aproximarse el "Día del Abogado", recibo este escueto mensaje:

Estimado Placensio, una notita para saludarlo y agradecerle su ininterrumpido patrocinio. Gracias.
Con todo respeto,

Bufete de Abogados Orestes Extremo

Al principio le enviaba una papeleta de mil pesos, pero hace quince años tuve que aumentar el monto, primero a diez mil, y últimamente a veinte mil, para, según él, compensar por la inflación. Sabrá Dios cuánto se le antojará demandar en el futuro. Y todo porque Orestes, por una suma exorbitante, con sus tejemanejes logró que me exoneraran sin juicio de un asunto que de saberse me hubiera destruido tanto política como socialmente. Pero ya está bueno; creo que es tiempo de contactar a Clemenza para deshacerme de esa sanguijuela, no por el monto, sino por el abuso y el descaro. Además, sobre todo, por la vergüenza de que un hombre como yo sea víctima de la extorsión y esté a la merced de un pelele insignificante como ese abogaducho. Clemenza sabe qué hacer. Hasta la vista, Orestes.

III. EL VIEJETE CABREADO
Neponio yacía inconsciente en medio de un charco de sangre…
— “¿Podría alguien decirme qué pasó aquí?”, preguntó el oficial de policía.
— “Na’… estábanos jugando dominó lo más tranquilo, relajando entre nosotro como siempre lo hacemo y Neponio hizo un comentario que a Frontonio no le gutó y este se paró como una fiera y agarró un garrote y le rajó la cabeza a Neponio de un garrotazo”.
— “¿Y qué fue lo que dijo Neponio, que molestó tanto a Frontonio?”, preguntó el oficial.
— “Na’… dijo que Frontonio era tan y tan viejo que había sido uno de los camarero en la última Cena…”
— “Eso bató para que al viejete se le metiera la furia de Tantói”, dijo otro de los testigos.
— “A Frontonio nunca le han gustado lo relajo con la edad y Neponio lo sabía”, concluyó otro
— “¡Qué joda ahora!”, dijo otro de los testigos.

IV. UN "SOL" SALVADOR
Ceruptonio era conocido en su pueblo por sus flatulencias estruendosas y malolientes, las que soplaba en cualquier momento y lugar. Era tal su fama, que en la comunidad los pedos pasaron a conocerse con el eufemismo “Cerubombas”. Un día, como de costumbre, al llegar a su casa, Ceruptonio comenzó a descargar su abultado vientre al ritmo de los nombres básicos de las notas musicales: Do, pra; Re, pra; Mi, pra… en Sol, pra, se oyeron unas risotadas incontrolables que salían del closet, lo que aprovechó nuestro protagonista para salir rápidamente de la habitación y ponerle el petillo a la puerta atrapando a los dos ladrones que allí se habían refugiado hasta que llegó la policía y los apresó. Preguntado uno de los ladrones a qué se debió su risa delatora y la de su cómplice, este contestó: “Jamás en mi vida había oído a un culo solfear tan bonito... ¡Qué maestría! ¡Ese tipo puede ir a RD tiene talento y te apuesto a que gana!”.

V. TORCUATO Y SU DESTILADOR ATMOSFÉRICO
— “¿Y qué es eso?”, le preguntó el oficial a Torcuato al ver aquello que parecía un embudo gigante, pero hecho de una malla fina tupida, conectada a lo que parecía un “calimete” larguísimo que terminaba en una embocadura de plata, a su vez conectada a un termo también plateado.
— “Eso es un destilador atmosférico”, dijo el interpelado con orgullo.
— “¿Cómo?”, preguntó el oficial.
— “Un destilador atmosférico…”, repitió Torcuato. 
— “¿Y para qué sirve eso, cristiano?”
— “Lo uso para extraer del aire alrededor de las fábricas de romo, las partículas de alcohol que contiene”.
— “¿Y eso funciona?”
— “Prueba eso…”.
— “¡Dios mío, sí, sabe a romo! 
— “Y es alcohol puro, sin contaminación… hace años que no compro romo… y no es ilegal porque simplemente estoy capturando aire de la atmósfera, que no pertenece a nadie”.
— “… pero los terrenos donde estás, Torcuato, sí pertenecen a alguien, a Brugal…”.
— “Vamos a arreglar esto, oficial… llévese cinco botellas y dejemos eso así”.
— “’tá bien… pero no te dejes ver de nuevo de mí, Torcuato, o vas preso”.
Pasados unos días, el oficial salió en busca de Torcuato, lo convenció para que fuera de nuevo a los alrededores de una de las bodegas para añejar romo de Brugal, ocasión que aprovechó un compañero del oficial para apresarlo y dejarlo ir, a cambio de cinco botellas. Hoy tienen un arreglo, los oficiales y Torcuato: le permiten a este “destilar” en los terrenos toda la semana sin molestarlo, a cambio de tres litros semanales.

Por Isaías Ferreira Medina

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