domingo, 2 de febrero de 2025

EL ESCRITOR TIENE ALGO DE FILÓSOFO Y ALGO DE PINTOR

Ensayo publicado 
originalmente en el blog de Sinjania, Escuela de Escritura Creativa en línea.

    Cuando pensamos en qué es un escritor y en las disposiciones que alguien que quiera escribir literatura debe tener, se nos ocurren muchas cualidades: imaginación, tesón, creatividad, un enamoramiento del lenguaje, pasión… Pero hay más, mucho más. Por eso muchos autores se han dedicado a reflexionar sobre este tema.

    En El arte de la ficción, Henry James se ocupa brevemente de este particular. En su ensayo, el escritor asevera: «La única razón para la existencia de una novela es un intento real de representar la vida».

    Para James, el escritor se ocupa —como el historiador— de buscar y representar la verdad.  «Representar e ilustrar el pasado, las acciones de los hombres, es la tarea de cualquier escritor», dice James. Por supuesto, James no habla de una verdad universal, sino de la verdad del escritor, de lo que para él es cierto. Por eso especifica: «Por supuesto, quiero decir, la verdad que él asume, las premisas que le aceptamos como verdaderas, sean cuales sean».

    Como vemos, esta idea guarda una estrecha relación con la mirada del escritor, con ese particular modo de entender el mundo que cada escritor desarrolla y expresa en sus obras. El artista, el escritor, mira el mundo de un modo diferente a como lo hacen el resto de las personas. Su mirada es más profunda, más certera y afilada, es capaz de encontrar relaciones entre temas en apariencia inconexos, de esbozar contrastes y paralelismos, de parir metáforas que nombren la realidad de manera nueva o que, incluso, aludan a una nueva realidad: la que el escritor crea.

    Si representar «las acciones de los hombres» es la tarea de cualquier escritor, sin duda su trabajo se parece al del historiador, que hace algo semejante. Debemos obviar, naturalmente, la diferencia evidente de que el historiador trabaja con hechos y personalidades reales, mientras el escritor lo hace —casi siempre— con hechos y personalidades ficticios. Pero James establece todavía una diferencia más (para mayor honor del novelista, apunta): «que el novelista tiene más dificultades en recoger sus pruebas, que están lejos de ser meramente literarias».

    El historiador puede ser un mero recolector de datos, en su objetivo de representar las acciones de los hombres. Pero el escritor tiene que hacer mucho más: inventar los datos, imaginarlos y recrearlos, inferir sus relaciones, idear y comprender la personalidad de sus personajes y extraer de todo ello una verdad que es su verdad, pero también una verdad universal sobre la que arroja luz para el lector, invitándolo a reflexionar sobre ella a su vez y a extraer sus propias conclusiones.

    Quizá por todo ello, Henry James remacha:

El hecho de que el escritor tenga tanto en común con el filósofo y con el pintor me parece que le otorga un gran carácter; esta doble analogía es un magnífico patrimonio.

    Sin duda estas cualidades del escritor son un patrimonio magnífico, pero adquirirlo requiere compromiso e inteligencia. Repasemos qué tiene en común el escritor con un filósofo y con un pintor.

Filósofo

    El escritor, como el filósofo, reflexiona sobre la realidad del mundo y nuestra relación como seres humanos con él. Y, a juicio de muchos, quizá lo haga con más verdad que los propios filósofos.

    Así escribe Antonio Tabucchi en Sostiene Pereira:

Y en ese momento a Pereira le vino a la cabeza una frase que le decía siempre su tío, que era un escritor fracasado, y la repitió. Dijo: la filosofía parece ocuparse solo de la verdad, pero quizá no diga más que fantasías, y la literatura parece ocuparse solo de fantasías, pero quizá diga la verdad.

    Mientras en El arte de la novela, Milan Kundera sostiene:

En efecto, todos los grandes temas existenciales […] fueron revelados, expuestos, iluminados por cuatro siglos de novela europea. Una tras otra, la novela ha descubierto por sus propios medios, por su propia lógica, los diferentes aspectos de la existencia.

    La literatura, la narrativa, respira vida. Expone, casi siempre a través de historias ficticias, los grandes temas que han preocupado a los filósofos desde el origen de la humanidad. Como ellos, los escritores buscan respuesta a las grandes preguntas que atribulan al ser humano. Y exponen esos temas y plantean esas preguntas ciñéndose a una serie de convenciones que, por otra parte, están siempre expuestas a revisión y reforma.

    En cualquier caso, el escritor necesita dotes de filósofo. Es preciso que los grandes temas y las grandes preguntas de la humanidad despierten su interés, que le inciten a reflexionar sobre ellos, a observar cómo sus congéneres les hacen frente, como individuos y como sociedades. Que explore, en resumen, todo lo que nos afecta como individuos y como cuerpo social.

    Podría decirse que filósofo es aquí un término genérico que engloba otras ciencias, algunas mucho más modernas que la filosofía. El escritor tiene también mucho de psicólogo, sociólogo, politólogo, antropólogo e incluso arqueólogo e historiador. En una palabra, un escritor no es otra cosa que un humanista. El escritor debe tener una mente inquisitiva, inquieta, inquiridora. Su curiosidad es siempre insaciable y nunca deja de interesarse por lo que acontece a su alrededor.

Pintor

    Pero, además de con un filósofo, Henry James opina que el escritor tiene mucho en común con un pintor.

    Si el intento del escritor es representar la realidad, algo similar pretende el pintor. Uno lo intenta con palabras, el otro con formas y colores, pero el objetivo es el mismo: atrapar una porción de la realidad, con todas sus implicaciones; no solo lo aparente, lo visible, sino también lo que no resulta tan evidente: sensaciones, sentimientos, ideas, connotaciones, inferencias…

    Si la tarea del escritor es «representar las acciones de los hombres», no cabe duda de que estas están por todas partes, dispuestas a ser representadas. Vivimos rodeados de seres humanos y de sus acciones. Traducir esas acciones a palabras no es tan difícil, lo complicado es aprender a ver. Para la correcta representación de lo humano es imperativa su correcta observación.

    Lo que nos lleva de nuevo a la mirada del escritor.

    Vladimir Nabokov decía que el arte de escribir supone ante todo «el arte de ver el mundo como el sustrato potencial de la ficción». Pero el arte de ver el mundo no pasa solo por «ver», sino también por ser consciente, al mismo tiempo, de la conciencia que mira. Esa doble capacidad —nada sencilla de desarrollar, pero indispensable para un escritor— es la que asegura que la obra no refleje solo lo aparente o lo superficial, porque allí no reside, en la mayoría de las ocasiones, la verdad; la verdad se esconde debajo, en capas inferiores que se superponen unas a otras y que deben ser estudiadas y expuestas con atención y cuidado.

    Eso es lo que hace que cada escritor «cree» un mundo. Porque lo que hace es pintar lo que ve, pero incluyendo en la pintura la conciencia del que mira. Una conciencia que a veces es la suya, la del autor, pero otras veces será la conciencia de sus narradores y de sus personajes, como señalaba Henry James.

    Vemos entonces qué peculiares son las cualidades que un escritor ha de tener para cumplir bien con su tarea de representar la verdad mediante la ficción. Y a ello se une todavía la necesidad de tener un gran conocimiento de la historia de la literatura, un buen dominio de las técnicas literarias y el desarrollo de una poética propia. Pero, como decía el narrador de Michael Ende en La historia interminable: «Esa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión».



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