Fragmento de un ensayo de Miguel de Unamuno en el que acuña los términos escritor “ovíparo” y escritor “vivíparo”, al referirse a la forma en que un escritor gesta y pare su producción literaria.
Siempre he creído que los escritores y los publicistas debemos ser muy sobrios en hablar de cosas del oficio, de procedimientos o de técnica del arte de escribir para el público. Con facilidad se olvida uno de que al público le importa muy poco cómo estén hechas las cosas, con tal de que le sirvan para algo, y con facilidad también caemos en creernos poco menos que aislados en el mundo. Así sucede que en las redacciones de los periódicos suele escribirse para las otras redacciones más que para el público, y que preocupa más que la opinión de éste la de los colegas. Y de los escritores no digamos nada, pues es cosa sabida que, si hay doscientos que gesticulen y vociferen en el tablado de las letras, cada uno de ellos publica doscientos ejemplares de cada una de sus obras, y, con sendas dedicatorias, se los reparten entre sí.
Conviene que los jóvenes que se dedican a las letras no se hagan demasiadas ilusiones, persuadiéndose a tiempo de que su nombre llegará a ser mucho más conocido que sus obras. Desde que, al leer en Bilbao un discurso de Juegos Florales, tuve la suerte de que aquello fuera sonado y resonado y repercutiese por España toda, me han llamado a más de una población como a mantenedor de Juegos Florales, ya de cartel, y, cuando se acerca el verano, suelo decir a mis amigos: «Ya viene la temporada; veremos las contratas que me salen». He viajado así a Levante, al Mediodía y al Noroeste, y no puedo quejarme de la acogida que por dondequiera he hallado. Pero he podido también notar que era mi nombre, y no mis trabajos, lo que generalmente se conocía, y que, respecto a mí y a mi obra, tenían, los más de los que decían conocerme, los más disparatados prejuicios. Siete volúmenes, entre chicos y grandes, llevo publicados, y he podido percatarme de que los que más me habían seguido en la Prensa no conocían ninguno de ellos.
No traigo aquí esto para ponerme a disertar respecto al horror al libro que en España domina, sino para advertir a los jóvenes que a nuestro pueblo le interesan muy poco las empresas literarias, y que, por lo tanto, el hablar de técnica literaria es hablar en cotarro. Nuestro pueblo no quiere leer, sino que le lean o le reciten, y por eso cobra aquí reputación y fama antes el orador que el escritor, y el único género literario que da dinero es el dramático, pero el dramático que se representa.
Empecé a escribir todas estas consideraciones, aun siendo ellas tan vulgares y tan conocidas, para justificar mi propósito de hablar aquí de una cuestión de mera técnica literaria, de una de esas cuestiones que sólo a los del oficio nos interesan, y porque soy de los que creen que, en un concierto dado al público por un pianista, no debe irle éste con estudios, ni dificultades técnicas vencidas, ni prestidigitaciones de ninguna clase. Mas, una vez que me he decidido a escribir de cosas de técnica literaria, ruego al lector no profesional que me lo tolere, y desde ahora le aseguro que, aunque sé por dónde he empezado este ensayo —o lo que fuere—, no sé por dónde lo he de acabar. Y de esto es precisamente de lo que quiero escribir aquí, de esto de ponerse uno a escribir una cosa sin saber adónde ha de ir a parar, descubriendo terreno según marcha, y cambiando de rumbo a medida que cambian las vistas que se abren a los ojos del espíritu. Esto es caminar sin plan previo, y dejando que el plan surja. Y es lo más orgánico, pues lo otro es mecánico; es lo más espontáneo.
Yo he sido casi siempre escritor ovíparo, y sólo desde hace algún tiempo me ha entrado la comezón de convertirme en escritor vivíparo. Y esto pide que explique aquí, aun cuando creo haberlo hecho en uno de esos innumerables articulillos que he ido desparramando por diarios y revistillas efímeras, pide que explique aquí, digo, qué entiendo por escritores ovíparos y qué por escritores vivíparos.
Hay quien, cuando se propone publicar una obra de alguna importancia o un ensayo de doctrina, toma notas, apuntaciones y citas, y va asentando en cuartillas cuanto se le va ocurriendo a su propósito para irlo ordenando de cuando en cuando. Hace un esquema, plano o minuta de su obra, y trabaja luego sobre él; es decir, pone un huevo y lo empolla. Así hice yo cuando empecé a trabajar en mi novela Paz en la Guerra, y lo traigo aquí por vía de ejemplo.
Escribí primero un cuento, y, apenas lo hube concluido, caí en la cuenta de que podía servir de núcleo, o más bien de embrión de una novela, y me puse a empollarlo. Día por día, y según estudiaba la historia de la última carlistada y de sus precedentes, iba añadiendo al cuento detalles, episodios y nuevas escenas. Metime de hoz y de coz en la rebusca de noticias referentes a la última guerra civil; tuve la paciencia de leer el montón de folletos carlistas que precedieron al levantamiento de 1872, los relatos de la guerra, y muy en especial cuanto se refería al bombardeo de mi pueblo, Bilbao —bombardeo del que, siendo casi un niño, fui testigo— y a las acciones de Somorrostro.
Con todo ello, y con observaciones respecto al paisaje de mi Vizcaya y al carácter de mis paisanos, observaciones tomadas en mis excursiones por mi tierra, iba aumentando el cuento. Cuando los añadidos, notas, episodios, etc., formaban una masa mayor que el núcleo, que el cuento primitivo, vino el meterlo todo en masa, el podar, el limar y ajustar, y de allí salió un nuevo relato, que era ya entre cuento largo y novela corta, lo que llaman los franceses una nouvelle. Y vuelta a empezar.
Y así, por una serie de expansiones y concentraciones sucesivas, llegué hasta fraguar la novela en que el cuento primitivo iba diseminado en una serie de escenas de costumbres vascas, y en un relato de gran parte de la última guerra civil carlista, relato para cuya hechura procedí con tanta escrupulosidad como si se tratase de escribir una historia, pues no hay en él detalle que no pueda comprobar documentalmente. Y todo ello fue una verdadera empolladura de escritor ovíparo.
Hay otros, en cambio, que no se sirven de notas ni de apuntes, sino que lo llevan todo en la cabeza. Cuando conciben el propósito de escribir una novela, pongo por caso, empiezan a darle vueltas en la cabeza al argumento, lo piensan y repiensan, dormidos y despiertos, esto es, gestan. Y cuando sienten verdaderos dolores de parto, la necesidad apremiante de echar fuera lo que durante tanto tiempo les ha venido obsesionando, se sientan, toman la pluma, y paren. Es decir, que empiezan por la primera línea, y, sin volver atrás, ni rehacer ya lo hecho, lo escriben todo en definitiva hasta la línea última. Así me ha dicho que trabajaba uno de nuestros más celebrados novelistas, cuya pluma hace años está colgada. Estos son escritores vivíparos.
Uno y otro modo de proceder tienen sus ventajas y sus inconvenientes respectivos, dice Gedeón, añadiendo un sinfín de perogrulladas. Yo casi siempre he producido ovíparamente; mas, desde hace algún tiempo, he ensayado a producir vivíparamente, y así van los ensayos que durante este año vengo publicando en diferentes revistas. En ninguno de ellos sabía a punto fijo, al empezarlo, cómo habría de terminar, sino que he ido dejándome llevar de mi pensamiento, como Don Quijote de Rocinante, al azar de los caminos o de los pastos.
El trabajo de empolladura tiene muy graves inconvenientes, y acaso el peor es el de que cuesta mucho trabajo sacrificar notas, observaciones y detalles; cuesta ser sobrio. En una crítica que Wyzewa hizo de la novela Lourdes, de Zola —novela que no conozco, pero sí a Zola como novelista, y éste sí que era ovíparo y empollón—, hacía notar con gran tino que el célebre novelista no pudo resistir a la comezón de vaciar en su novela cuantas notas tomó en Lourdes, sin seleccionarlas, llenándola de detalles pueriles e insignificantes. Y, en efecto, las descripciones zolescas degeneran, con harta frecuencia, en descripciones de inventario, hechas por receta, y de una monotonía fatigante. Raro es el libro suyo en que hay fluidez, en que se vea que ha corrido la pluma desembarazada y libre, y sin el obstáculo de los cuadernitos de notas o la minuta previa.
Ocurre no pocas veces que lo costoso no es la obra, sino sus preparativos, como ocurre a las veces que cuesta más levantar el andamiaje de una torre que no la torre misma. Y luego que el arquitecto levantó la torre, cuando conviene derribar el andamiaje y dejarla exenta y libre, para que su gallardía resalte sobre el cielo, le da pena derribarlo, y se dice: «¿y cómo van a conocer ahora el trabajo que me ha costado levantar esta torre?». Y deja los andamios, que estorban a la clara visión, para que las gentes juzguen de su esfuerzo.
No otra cosa hacen los autores que nos dan en sus obras cuatro líneas de texto y cuarenta de notas, y que llenan de referencias los pies de las páginas. Libros son éstos a los que no resisto por molestos, antiestéticos y pesados.
Y no es esto lo peor, sino que, por lo regular, los andamios suelen ser excesivos y se echa en ellos mucha más madera de la que hace falta. Es de permanente actualidad lo que Cervantes dijo de las citas en el prólogo de su Quijote, de que él se bastaba para decir por sí mismo lo que otros con aparato de autores decían. Suele haber citas donosísimas, y no desconfío de encontrar algún economista que traiga a colación el apoyo de dos, tres o más autoridades para corroborar el principio de que, si hay una corriente de emigración del país A al país B, crecerá la población en B a la vez que disminuirá en A. La mayor parte de las notas que veo en los libros suelen ser perfectamente superfluas.
Digo, pues, que aleccionado por lo que me ha ocurrido y por lo que a otros ocurre, y huyendo de la especial pesadez que llevan en sí las obras producidas por oviparición, me he lanzado a ejercitarme en el procedimiento vivíparo, y me pongo a escribir, como ahora he hecho, a lo que salga, aunque guiado ¡claro está! por una idea inicial de la que habrán de irse desarrollando las sucesivas. […]
Setiembre de 1904
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BIOGRAFÍA DE MIGUEL DE UNAMUNO
Miguel de Unamuno y Jugo (Bilbao, 29 de septiembre de 1864-Salamanca, 31 de diciembre de 1936) fue un escritor y filósofo español perteneciente a la llamada generación del 98. Es considerado como el mayor de sus integrantes y, en cierta medida, su maestro. Cultivó todos los géneros literarios: ensayo, novela, poesía, periodismo y teatro. (Continuar leyendo la biografía completa en Wikipedia)
UN RESUMEN DE OVÍPARO Y VIVÍPARO
ESCRITOR OVÍPARO
Un escritor ovíparo es aquel que construye sus obras a partir de una idea pequeña que va desarrollando a medida que escribe. Esta expresión fue acuñada por Miguel de Unamuno para clasificar a los escritores según cómo gestaban sus obras.
Ventajas de ser un escritor ovíparo
• No suelen tener bloqueos creativos
• Disfrutan del impulso creativo
• Escriben con ímpetu
• Guiados por la curiosidad, no saben hacia dónde les llevará la historia
Desventajas de ser un escritor ovíparo
• Deben desechar muchas ideas que no conducen a ninguna parte
• Se bloquean con mayor frecuencia que los escritores vivíparos
• Necesitan revisar mucho, sobre todo después del primer borrador
• Deben retocar el tema y la trama para que la historia tenga unidad
Escritores ovíparos famosos
• Gustave Flaubert (1821-1880) es considerado por algunos como el escritor ovíparo por excelencia.
ESCRITOR VIVÍPARO
Un escritor vivíparo es aquel que planifica todo su texto antes de empezar a escribir. Los escritores vivíparos, que también pueden llamarse de mapa, son aquellos que planifican cualquier texto que vayan a escribir antes de ponerle una sola coma. Hacen resúmenes, fichas de personajes, de espacio, escaletas, prueban títulos, se hacen cronologías, coleccionan fotos, hacen dibujos, etc. Miguel de Unamuno usó esta clasificación para describir a los escritores según cómo gestan sus obras.
Ventajas de un escritor vivíparo
• Es metódico y tiene oficio
• No suele bloquearse porque ya sabe lo que quiere contar
Desventajas de un escritor vivíparo
• La historia puede nacer muerta antes de empezar a escribirla
• El texto puede resultar insulso por falta de pasión
• Puede necesitar mucha fuerza de voluntad para continuar escribiendo
Comparación con el escritor ovíparo
El escritor ovíparo, también llamado de brújula, parte de una idea pequeña y va construyendo la historia a medida que escribe.
Ejemplo de escritor vivíparo
Miguel de Unamuno es un ejemplo de escritor vivíparo. Aunque tardó siete años en publicar Niebla, este libro aportó muchos cambios al léxico y a la estructura.
NOTA DEL ADMINISTRADOR
En lenguaje coloquial, en inglés, un escritor “ovíparo” es lo que se conoce como un “pantser”, término derivado de la expresión “by the seat of one’s pants”; o sea, que es espontáneo, “hecho o realizado utilizando su propio juicio y sentimientos sin planificación, preparación o ayuda de otros”.
En cambio, el escritor “vivíparo” es conocido en inglés coloquial como “plotter”; o sea, “alguien que planifica y esquematiza meticulosamente su historia antes de comenzar a escribir”.
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