jueves, 20 de febrero de 2025

ENTREVISTA A ISABEL ALLENDE: LA MUJER QUE GRITÓ SU NOMBRE AL VIENTO

Por Lydia Cacho

    No es casualidad que Isabel Allende (Perú, 1942) haya vendido más de 72 millones de libros ni que se le conozca en países que jamás habían traducido a ninguna autora hispanohablante. Esta escritora universal que huye del «glamour» y la pantomima intelectual acaba de publicar «El viento conoce mi nombre» (Plaza & Janés), que es probablemente su novela más comprometida socialmente. Es fácil distinguir su particular estilo narrativo, aunque esta vez se arriesga al tocar un tema que está demasiado cerca de su vida personal: el exilio, el desapego, la urgencia de reconectar y la crítica política a través del activismo. Allende escribe sobre lo que conoce; y lo hace convencida de que la pasión literaria la lleva también a dejar testimonio sobre aquello que la humanidad jamás debería olvidar. En esta nueva entrega, la autora nos pide a ratos que hallemos esperanza donde parece imposible hallarla. Para ello ha creado a un personaje peculiar: una niña invidente, que al no poder ver el mundo precisa de los demás sentidos a fin de comprender su locura. Quien lea esta novela cerrará los ojos más de una vez para acompañar a la heroína en su viaje de vuelta del infierno, que es precisamente lo que le ocurrió a la periodista, escritora e infatigable defensora de los Derechos Humanos Lydia Cacho, quien habló con Allende en exclusiva para © LENGUA.

    Encontrarse con Isabel Allende es siempre estar frente a la mirada de asombro de una mujer de gran sabiduría que defiende el poder de la imaginación y la intuición insondable en el proceso de creación literaria. La congruencia de su mirada feminista y sociocrítica se ha sostenido a lo largo de cuarenta y un años de carrera literaria. Frente a mí aparece una mujer de cabello blanco, sonrisa inmensa y esos ojos grandes que miran al mundo como quien conoce los secretos de lo invisible. La he seguido desde hace casi treinta años a través de sus libros y más tarde en ferias literarias en que atestigüé cómo su público lector la recibía igual que a una estrella del rock.

    A los ochenta y un años ha llegado a ser la escritora latinoamericana más traducida y prestigiosa de la actualidad con insuperables ventas de libros (más de 72 millones de ejemplares en 42 idiomas). Ella resta importancia a su fama de autora best seller. Ha logrado convertirse en ese raro tipo de escritora icónica de la estela del boom latinoamericano despojada de todo discurso grandilocuente. A pesar de que su literatura y su prestigio han fascinado a millones de personas, Isabel sigue siendo, de alguna forma extraordinaria —en el sentido literal de la palabra—, la misma escritora de vida sencilla que en 1982 publicó La casa de los espíritus y que abrió las puertas a nuevas autoras que narraban la dictadura y la guerra desde el corazón de lo doméstico tradicional a la vez que retrataba la ruptura de paradigmas sociales, relacionales y políticos.

    Esta vez conversamos con ella desde su casa en California, a raíz del lanzamiento de la nueva novela, El viento conoce mi nombre, una historia que reflexiona sobre la supervivencia en la niñez, los afectos, el miedo al vacío después del exilio y la añoranza de una vida nueva, incierta, en un país distinto al propio. La autora conoce por experiencia personal el sentimiento que causa el destierro, la migración forzada, el dejarlo todo atrás como quien abandona la vida y no comprende si ha llegado al sitio de la muerte o de una nueva vida. Tal vez por ello esta historia ha tocado tantas fibras en sus lectoras de todo el mundo. En esta novela cruzan sus vidas y caminos un viejo austriaco exiliado cuando niño, que descubre la orfandad durante la Segunda Guerra Mundial, y una niña invidente originaria de El Salvador que enfrenta al sistema migratorio de los Estados Unidos sostenida por una conmovedora pulsión libertaria en que añora ser vista y nombrada como humana, no como un número más entre millones de niñas migrantes. Esta nueva entrega de Isabel Allende es un viaje estremecedor hacia las movilizaciones forzadas provocadas por las guerras que entreteje historias de inocencia, valentía, incertidumbre, miedo y compasión.

    Lydia Cacho: Tú te viste obligada a salir de Chile en 1973 cuando el presidente Allende, tu tío, fue asesinado por Pinochet. ¿Hasta dónde toca tu historia personal este relato?
    Isabel Allende: Yo fui una refugiada muy privilegiada, porque salí de mi país a Venezuela, que era un país rico, generoso, abierto, que recibía a millones de migrantes de todas partes del mundo. Había trabajo y era fácil que te dieran los documentos de residencia o permiso temporal de trabajo; o sea, que una podía navegar el sistema: allí viví trece años. Primero fui sola, pero muy pronto llegó mi marido con los niños, él se consiguió trabajo en el otro extremo del país y nos veíamos poco. Para mí fue difícil porque en Chile me iba muy bien, hacía periodismo con éxito, hacía teatro, televisión, adoraba mi casita; mis suegros vivían al lado y cuidaban a mis niños, mis hijos se iban caminando al colegio; era una vida que ya estaba organizada. Me costó mucho la decisión de salir, pero el miedo es cosa fuerte, por eso me fui. Entonces mi marido se dio cuenta de que yo no podría regresar y se reunió conmigo y empezamos una vida difícil. Cuando yo comparo mi experiencia con la gente aquí, en la frontera de los Estados Unidos, a través de mi fundación, no tiene nada que ver; la experiencia es completamente distinta porque mi situación fue de privilegio. Lo que yo veo es gente que llega desesperada y muy pobre, que ha perdido todo, sin contactos, que se encuentra frente a una frontera brutal, hostil, cruel y, en caso de que logren cruzar, les quitan a los hijos, a las hijas. Ahora se supone que eso ya no sucede, pero todavía hay operaciones nocturnas secretas de separación de familias. Yo me entero porque conozco gente que está trabajando en la frontera.

    Lydia Cacho: Tu libro toca las fibras de las diferentes formas de migrar.
    Isabel Allende: Sí, lo que pasa es que la experiencia del exiliado es muy diferente a la del inmigrante. La inmigrante, generalmente joven, anda buscando una vida mejor y toma la decisión de lanzarse en esa odisea que es llegar a otro país y establecerse siempre mirando al futuro y con el ánimo de echar raíces. El refugiado dejó todo atrás y está pensando volver. Las exiliadas salimos mirando al pasado, creyendo que vamos a poder volver. Las exiliadas salimos con la llave de la casa en el bolsillo.

    Lydia Cacho: Es imposible no contrastar la parálisis emocional en que se quedó Samuel, sacado de Austria por su madre para salvarlo de la guerra, y la pulsión libertaria de Anita, la niña que, ochenta años después de que Samuel emigrara, lo enfrenta con su pasado y su silencio. ¿Cómo construiste esos personajes?
    Isabel Allende: Mira, me enteré a fin de 2018 del caso de una niña ciega llamada Juliana que entró a este país con su mamá y su hermanito de cuatro años y que fueron separados en la frontera. La niña y el niño estaban aferrados para que no los separaran, pero los separaron porque siempre llevan a los más pequeños a otro sitio. La madre se perdió en la burocracia y finalmente, ocho meses más tarde, gracias al trabajo de una abogada como la Selena del libro, se reunió a la familia. El caso se llevó a la corte y los deportaron a todos a México. La familia desapareció y no volvimos a saber de ellos. Anita, mi personaje, no es Juliana, pero sí está inspirada en ella. Empecé a pensar en cuántas veces esto ha sucedido en la historia. Aquí en los Estados Unidos les quitaban a los niños de sus brazos a las mamás esclavas africanas para venderlos. En América les quitaban de los brazos a los niños indígenas para meterlos en colegios cristianos y «civilizarlos», como hicieron en Chile, en Australia y en tantas otras partes. En Irlanda, las monjas católicas les quitaban a sus hijos a las madres solteras y los vendían en adopción. Esa es una tragedia que se repite y siempre es igualmente dolorosa. Como mamá me planteé una vez hace muchos años una pregunta: vi una obra de teatro en Nueva York que se llamaba Kinder Transport y allí aparece el caso de una niña a la que la madre mete en un tren sola para que se vaya a Inglaterra. Y me quedé pensando: «¿Qué haría yo?, ¿subiría yo a un tren con destino desconocido a mi hijo sin saber quién va a recogerlo para salvarlo de los nazis o de cualquier otro terror?». Y no sé. Es la raíz del libro. Los padres de Centroamérica lo hacen con sus hijos para salvarlos de las maras, del narcotráfico, de la pobreza y de la extrema violencia.

    Lydia Cacho: Titulaste la obra El viento conoce mi nombre porque los agentes migratorios les ponen números a niñas y niños en las celdas.
    Isabel Allende: A los niños en la frontera les ponen un número, no tienen nombre, es imposible no hacer la conexión con el Holocausto. Otra cosa que hay que resaltar es que ahora hay madres y niños de Ucrania que son bien recibidos porque son blancos. Eso demuestra que aquí hay un problema de raza y clase: si los refugiados fueran escandinavos les abrirían las puertas, pero son personas de color. La novela habla de eso también.

    Lydia Cacho: Tu personaje Selena representa a todas esas abogadas que trabajan para la defensa y protección de la niñez migrante, más de 40.000 y casi todas mujeres. ¿Cómo se explica el hecho de que la mayoría de las organizaciones civiles de ayuda humanitaria han sido fundadas y operadas por mujeres?, ¿crees que eso cambiará algún día? Es decir, que más hombres se involucren.
    Isabel Allende: Selena le dice a Frank: «Aquí todo es pro bono por compasión». En este trabajo del activismo de protección a refugiados no hay gloria, ni fama, ni dinero, solamente corazón. Eso es lo que hacemos las mujeres en el mundo. En la novela, Frank primero no lo entiende, pero entra a ayudar a las defensoras de migrantes, se ve involucrado porque en realidad se quiere acostar con Selena. Luego su vida cambia cuando conoce a Anita, ahí empieza a entender. Sí creo que las cosas van cambiando, lo que es cierto es que no somos iguales: buscamos la equidad, pero hay cantidad de cosas muy diferentes entre hombres y mujeres, culturales y biológicas.

    Lydia Cacho: ¿Historias individuales para poner rostro a una crisis global?
    Isabel Allende: Cuando te dicen que hay ochenta millones de refugiados en el mundo y que la mayoría son mujeres y niños, eso son números abstractos. Es muy fuerte, pero no significa nada hasta que no conoces un caso, escuchas una historia, sabes un nombre, ves una cara... ahí te conectas. Cuando escribo una historia como esta, ¿qué es lo que pretendo? Acercar al lector a algo que a mí me importa mucho, y siempre es una historia chiquita, individual, personal, no es la macrohistoria de la humanidad como se lee en un libro o en la prensa. Y además siempre me interesa la gente que está haciendo el bien, porque siempre escuchamos lo malo; de los torturadores, de los asesinos, de los criminales, pero no sabemos que en ese mismo lugar hay reporteras que están arriesgando la vida, tratando de sacar la verdad, y activistas como la Selena de la novela. También hay mujeres religiosas —aunque yo soy antirreligión—: la Iglesia ha tenido un papel muy importante en ofrecer refugio a migrantes.

    Lydia Cacho: ¿Te llevó mucho tiempo escribir este libro?
    Isabel Allende: No. Fue una novela dolorosa pero fácil de escribir. De hecho, la hice muy rápido porque tengo el privilegio de estar en contacto con las organizaciones a las que doy crédito al final del libro. Es un tema muy contemporáneo y con mi fundación tengo acceso a muchas historias reales, por eso pude hablar directamente con mucha gente, expertas y sobrevivientes. En otros libros, en cambio, he tenido que hacer largas investigaciones históricas en bibliotecas y demás.

    Lydia Cacho: Tus últimos cuatro libros tocan el tema del desplazamiento, las migraciones y los exilios y cada uno tiene algo nuevo sobre la extranjería y el desarraigo: ¿hay una especie de nostalgia de la errante?
    Isabel Allende: Mira, creo que llevo procesándolo varios años. Yo me siento como una eterna extranjera, pero eso no me produce ninguna tristeza. Me parece que es un estupendo desafío desde el punto de vista de la escritura porque nunca estoy totalmente cómoda en ninguna parte. Siempre tengo que estar observando cuidadosamente, escuchando, preguntando por cosas que otra gente da por sentadas, cosas que no se cuestionan; yo creo que con eso de tener que preguntar todo el tiempo voy recogiendo historias e igual nunca pertenezco a esos sitios.

    Lydia Cacho: ¿Qué ha cambiado en Isabel Allende desde las dos novelas La casa de los espíritus y De amor y de sombra? Además de la fama y el prestigio, ¿sientes que aún vive en ti esa joven que escribió la primera novela en 1984?
    Isabel Allende: La casa de los espíritus tuvo un tremendo impacto inesperado y me pavimentó el camino como escritora. Ese libro fue un ejercicio de memoria, de recordar, de tratar de recuperar todo lo que había perdido emocionalmente, de los afectos y la familia, pero también de mi país, mi trabajo, mi casa… lo que me era muy familiar. Y después De amor y de sombra fue un trabajo muy periodístico que hice desde Venezuela, de un caso real que ocurrió en Chile pero que yo no podía ir a reportear. Y aunque hubiera ido, la dictadura le echó tierra, pero se supo porque la Iglesia católica intervino y abrieron la tumba donde estaban todos estos cadáveres antes de que el gobierno pudiera pararlos, así se conoció internacionalmente. Era muy difícil encontrar información porque el gobierno la ocultaba, así que tuve que imaginar mucho. Pero como la vida es tan rara, y la escritura es tan rara, Lydia, muchos años más tarde, cuando cayó la dictadura, yo fui por primera vez a Chile: estaba en casa de mis padres todavía asustada porque el aparato de la dictadura seguía en pie, entonces me cuidé de no salir en la prensa. Estaba en el apartamento de mis padres cuando un día vino un hombre en jeans y camiseta. Me dijo que era sacerdote jesuita, que él fue quien escuchó en confesión los crímenes y que durante el toque de queda se fue de noche en una motoneta a la mina que estaba cerrada. Ahí descubrió los cadáveres y tomó las fotografías. Me preguntó que cómo yo lo sabía, porque aparece en mi novela y nadie más que el cardenal y el sacerdote lo sabían. Y le dije que me lo imaginé, que no había forma de saberlo. No me creyó, entonces me preguntó que cómo yo sabía que él llevaba un chaleco azul. «Ni idea —le dije—, lo imaginé». Son esas cosas que pasan, ya me ha sucedido varias veces, es inexplicable. Es una cosa como profética de la imaginación. 

    Lydia Cacho: ¿La intuición profética de la escritora?
    Isabel Allende: Sí —ríe un poco—, son esas cosas mágicas que suceden. Me ha pasado con muchos libros míos que coinciden con algo que está sucediendo en ese momento. Por ejemplo, se publicó este libro nuevo, El viento sabe mi nombre, justo cuando se terminó la medida migratoria Title 42 de Trump. Como se terminó la pandemia tuvieron que quitarla porque era una medida para evitar que la gente cruzara durante la pandemia, pero la reemplazaron con otras dos leyes que son peores, mucho más restrictivas. Entonces sale mi libro sobre el tema que justo está en toda la prensa, en discusiones del Senado. No lo hice intencionalmente, pero para la prensa es una novela de absoluta actualidad.

    Lydia Cacho: ¿En qué otra ocasión tu obra hizo esa elipse de la ficción a la realidad?
    Isabel Allende: Me demoré cuatro años en escribir La isla bajo el mar, sobre la revolución de los esclavos en Haití, y salió el libro justo cuando el terremoto en Haití. Entonces se removió la historia de ese país en la prensa. Por eso —dice riendo—, mi hijo dice que yo provoco las cosas, me dice: «Tenga cuidado con lo que escribe, mamá, no sea que vaya a suceder». 

    Lydia Cacho: ¿Eres una mujer sabia que utiliza su intuición periodística innata para escribir literatura?
    Isabel Allende: No, yo creo que lo que sucede es que paso mucho tiempo sola y callada. Entonces hay como antenas que todas tenemos, pero por el ruido del mundo no las usamos, y como yo paso tanto en silencio me parece que percibo el inconsciente colectivo, eso que está en el aire. Es como el sueño colectivo con el cual yo me conecto porque estoy callada, aislada. Necesito silencio para conectar con la intuición. 

    Lydia Cacho: ¿Solo en silencio escribes?
    Isabel Allende: Siempre. Cuando estoy escribiendo estoy totalmente concentrada en lo que hago, hundida, sumergida en la historia, y la llevo conmigo. Mis nietos dicen que yo tengo un pueblo en la cabeza y que vivo en ese pueblo... ¡y es verdad! Cada libro es un pueblo. Yo estoy en ese pueblo, con esa gente, hasta que termino —ríe con la mirada iluminada—, y vivir durante esos días, esos meses, en ese universo y en silencio, es extraordinario, es magia pura.

    Lydia Cacho: ¿Para quién escribes? ¿Qué has descubierto de tu obra a partir de la publicación de este libro?
    Isabel Allende: No sé para quién escribo, no me hago esa pregunta, simplemente quiero contar una historia. Una escribe intuitivamente. Mis lectoras o lectores leen entre líneas cosas que yo no conozco. Mis lectoras, periodistas y críticos me han mostrado cosas que yo no sabía que había puesto en el libro.

    Lydia Cacho: Eres feminista y, sin predicar, encontramos en tus novelas esa la mirada: ¿crees que el feminismo es útil a la sociedad? 
    Isabel Allende: ¡Claro! Yo espero que mis nietas vivan el reemplazo del patriarcado por otro sistema, otra civilización. Para allá vamos, ahora, con unos culatazos de retroceso brutal. Mira lo que pasa en Afganistán. En 24 horas los talibanes metieron a las mujeres a sus casas; el 97 % de la población está sumida en la pobreza y no se les puede ayudar porque los que trabajan en las organizaciones humanitarias no pueden acercarse a las mujeres para ayudarlas. Pero en general sí hemos logrado grandes avances. 

    Lydia Cacho: ¿Recuerdas cuándo te descubriste feminista?
    Isabel Allende: Seguro, desde niña me sentí diferente y aislada. Vivía en una casa de mi abuelo con mis tíos solteros, un territorio de hombres. Mi mamá fue abandonada con tres niños en pañales, yo no quería ser como ella. Los hombres de la familia tenían libertad, coche, sueldo, y mi madre, nada. Yo tenía catorce años y lo único que quería era trabajar. Yo me di cuenta de que mi mamá estaba en desventaja por ser mujer y por carecer de dinero; yo no quería eso. En cuanto empecé a trabajar a los diecisiete años, nunca me dejé que nadie me pagara nada. Para mí la independencia económica es la base del feminismo, junto con los derechos reproductivos. Yo soy superfértil. Fui la primera generación de la píldora en Chile, eso me salvó porque si no tendría 24 niños... ¿te imaginas? Por eso las dos cosas fundamentales de mi fundación son la salud integral de las mujeres; me refiero también a salud reproductiva, que tengan un oficio y libertad económica.

    Lydia Cacho: La fundación se creó inspirada en tu hija Paula, sobre quien escribiste el libro que lleva su nombre mientras ella estaba hospitalizada y finalmente murió.
    Isabel Allende: La fundación está inspirada en mi hija. Ella era psicóloga y su filosofía era tener lo mínimo y ayudar a otras mujeres y niñas. Al libro Paula le ha ido muy bien incluso después de 31 años. Todavía recibo una carta a la semana de gente conmovida por el libro. Decidí que las ganancias del libro irían a una fundación dedicada a las mujeres. Mi nuera se hace cargo de la fundación, ahora estamos dentro del Global Fund For Women. Al principio solo eran las ganancias del libro, yo soltaba cheques por todas partes; pero ahora saco dinero de todo mi trabajo de forma organizada para la fundación de ayuda a las mujeres.

    Lydia Cacho: Mientras te entrevisto, tu esposo tiene covid y tú llevas una semana durmiendo en tu despacho para no contagiarte... ¿no tienes otra habitación?
    Isabel Allende: ¡Mira, llevo varios días sin cambiarme de ropa! —Ríe a carcajadas—. Eso no es nada glamuroso para una escritora. Yo tengo una vida muy simple, por eso soy tan libre. Vivo en una casa con una sola habitación, un marido, dos perros comunes y tenemos un coche viejo. No necesito más. La vida sencilla te da mucha libertad. Mi mantra es: para qué quiero dos sombreros si tengo una sola cabeza; eso lo aprendí de mi hija Paula, el desapego a lo material; la vida sencilla te hace libre.

Isabel Allende sosteniendo una copia de su obra más reciente, El viento sabe mi nombre

    Esta entrevista ha sido tomada de “Lengua, una revista para leer”, el blog de © Penguin Libros, con el solo propósito de difusión cultural, sin afán de lucro.

    Lydia Cacho (Ciudad de México, 1963). Periodista, escritora y defensora de los Derechos Humanos. Autora de 12 libros traducidos a nueve idiomas y en venta en más de veinte países, ha sido reconocida con algunos de los premios más importantes del mundo en materia de periodismo y Derechos Humanos.


Puede leer la biografía completa de Lydia Cacho en Wikipedia haciendo clic aquí

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