Mario Emilio Pérez
Primera entrega
Las estampas son uno de los géneros más difíciles del periodismo. Como su nombre lo sugiere, es la forma de estampar, imprimir, trasladar al papel la imagen o figura de una realidad viva. Es, precisamente, lo que hace el talentoso periodista dominicano Mario Emilio Pérez en este libro. Parodiando a don Miguel de Unamuno debemos decir que estas semblanzas no son literatura sino vida. A veces el matiz es subido y la frase atrevida, pero eso es también vida, y las estampas --que a la vez son semblanzas-- recogen la vida en sus más variados aspectos. El lector, criollo o no, hallará amenidad e interés en estas páginas. (De la solapa del libro)
Se ha dicho en reiteradas ocasiones que el dominicano es triste, que no tiene el sentido de la diversión colectiva, y que vive amargado como un dueño de compraventa.
Pero nadie puede negar que este es un país donde continuamente se pone de manifiesto un humor seco y cortante en frases oídas al azar, en un piropo o en un apodo genialmente aplicado.
Recuerdo que una noche paseaba por la avenida Bolívar a altas horas de la noche, cuando me encontré de golpe frente a una discusión que sostenían dos trotacalles de las que ejercen el antiguo oficio en esa moderna vía de la capital dominicana.
Luego de un despliegue de palabras obscenas y frases duras, una de ellas gritó: “Ay, no embromes, para lo que tú alumbras, apágate”.
Cuando un transeúnte trató de intervenir en “el sacar de trapitos a la luna”, otra mariposita noctámbula le voceó: “¡Cállate, chulo aserenao!”.
Más tarde me enteré que las dos mujeres que discutían respondían a los motes de “Mercedes nalgas de bombillo” y “Ramonita Tutamblumen”.
En eso de apodos, el criollo es genial. Por ejemplo, las diversas formas de cráneo y sus dimensiones, han provocado motes como “medio mundo”, “caco ‘e puya”, “caquito de malapalabra” y “martillito ‘e juez”.
Si un hombre está mal vestido por razones de estrechez económica, se dice de él que viste de “robalagallina”, Tarzán o “pan de fruta”.
Si alguien demuestra por su anatomía endeble que está consumiendo más calorías de las que ingiere, se dice de él que “tiene más hambre que un maestro de escuela”.
Cuando alguna persona intenta mezclarse en el círculo de otras que la consideran social o intelectualmente inferior, se le dice medio en serio, medio en broma: “cucaracha, busca tu seto”. O se da el caso de una mujer hablando despectivamente del último embullo de su marido, de la que dice que “vale menos que un pestillito de letrina”.
En el piropo, el dominicano tiene chispa, cachet, verunte, sabor y talento.
Cinco de la tarde, calle el Conde, gran cantidad de mujeres en minifalda recorriendo la vía. De pronto se acerca una chica cimbreando el talle con donaire, y surge el piropo oportuno: “Si como caminas cocinas, guárdame el concón”.
Pero, esperen un momento. Por ahí se acerca otra. Y el pepillito de cabellera abundante y bien peinada, con bigotitos finos, a lo "Omar Shariff", le dice: “Por ti sería capaz hasta de trabajar”.
Pero no solo en el piropo se pone de manifiesto ese humor agridulce del criollo.
Resulta que Pollollo es un hombre que pide tantos cigarrillos, que los fumadores del barrio donde reside, le han puesto de sobrenombre “la aduana”. Y es que todo aficionado al elegantemente inútil vicio de aspirar y expeler humo con nicotina, furfural y monóxido de carbono, debe pagar el impuesto correspondiente a Pollollo.
Un día que se discutían los efectos nocivos del tabaco, nuestro héroe manifestó que estaba fumando demasiado. A lo que respondió Doroteo: “Claro te fumas más de una cajetilla de colillas al día”.
Y volvemos al arte del piropo, pues este ha evolucionado tanto que a veces se emplea ante el paso de una mujer hermosa una frase en la que no se dice nada de sus ojos, ni de su pelo, ni de sus “guardalodos” exuberantes. Y esta frase podría usarse, y se usa cotidianamente, en los templos católicos y protestantes: “Aplaca señor tu ira, tu justicia y tu rigor”.
También resulta interesante el caso del pobre empleado público que a costa de privaciones de todo género, logró reunir 800 pesos para comprar un pequeño auto de diez años de uso. Transita con aire de satisfacción por el malecón, cuando de repente el motor comienza a fallar. Entonces un muchacho, parado con cuadre de “timacle” le grita: “Cámbialo por pollos de libra y media”.
Ruperto se está robando el público en el sancocho preparado por Domitila en su casa de la calle Caracas. Lanza un chiste aquí, otro allá, pero es interrumpido por la voz de Claudio el zapatero: “Diablo, Ruperto se ha portado hoy mejor que nunca. Solamente ha metido la pata dos veces”.
Vale la pena mencionar el caso de Pirulo, quien con disimulo le suelta un cocotazo a Pellé. Este se voltea, pero no puede determinar quién es el gracioso que le “aflojó” el golpe en la memorria. Sin embargo, y con aire de circunstancias, pregunta: “¿Quién le dio un cocotazo al marido de su mamá?”
Luis barquilla es un hombre que tiene la manía de introducir en las conversaciones frases con temas muy ajenos a lo que se está tratando. Cansado de esa actitud, su amigo Cachirulo lo esperó pacientemente en una conversación sobre beisbol de Grandes Ligas, y cuando Luis barquilla iniciaba un monólogo acerca de la gran cantidad de mujeres que le estaban pegando cuernos a sus esposos en el país, le tiró de sorpresa esta frase, extraída de una canción que interpretaba el desaparecido cómico dominicano Paco Escribano: “Ay, Luis, como sé que te gusta tanto el dulce de leche, por debajo de la puerta te metí un ladrillo”.
Ramoncito trata de opinar sobre todos los temas, pero lo hace con tan mala pata, que ya sus amigos le aplicaron el mote de “ñame con corbata”.
En la avenida Duarte de la capital, una mujer de bajísima estatura camina con aire resuelto a las diez y treinta minutos de la noche. Un paletero la mira con curiosidad y le suelta la frase picaresca: “Esta mujer uno la mira, y como que se acaba de una vez”.
Otro más atrevido le gritó: “Ave María, pero que ‘chin’ de mujer”.
No está demás relatar la tragedia de Gollito, quien trata de demostrar a sus compañeros de labor que fue él quien terminó los amores con Maruca.
La reacción no se hace esperar, y aquí está la voz de Nené:
—Yo siempre he dicho que Gollito es un hombre orgulloso, desde que Maruca lo botó, él terminó con ella los amores.
Por eso, aunque sociólogos, psicólogos y siquiatras continúen hablando de la tristeza del dominicano, y señalen que vive amargado como un maestro rural, nosotros estaremos de plácemes, siempre que nos encontremos con las manifestaciones de un humor seco y cortante en una frase oída al azar, un piropo o un apodo genialmente aplicado.
Las estampas fueron publicadas en formato de libro originalmente el 1 de enero de 1971.
SOBRE EL AUTOR
MARIO EMILIO PÉREZ es con toda seguridad el más leído de los humoristas dominicanos de la actualidad. No hay aspectos de la cotidianidad dominicana que sus escritos no los aborden, incluyendo su querido barrio San Miguel, donde nació, y al que dedicó uno de sus más chispeantes libros: Personajes migueletes. Se formó como periodista en el radio- noticiero Noti-Tiempo desde donde pasó a laborar en la revista ¡Ahora! Fue allí donde inició una serie de escritos de corte costumbrista que con el nombre de «Estampas dominicanas» constituyó un éxito inmediato de lectoría. Los artículos que siguieron gozaron también de buena aceptación, los que compilados formaron el libro homónimo Estampas dominicanas, impreso en el año 1971 y que conoció en lo sucesivo varias reimpresiones. Otros textos de igual chispa humorística siguieron, conformando la más amplia bibliografía que escritor alguno haya producido sobre la idiosincrasia del dominicano. Los escritos de Mario Emilio Pérez han sido ponderados por los más representativos de la intelectualidad dominicana, incluyendo exigentes críticos de arte.
Mario Emilio Pérez nació el 28 de septiembre de 1935 en el barrio intramuros de San Miguel, en Santo Domingo, cantera inagotable de vivencias que luego plasmaría en forma de estampas humorísticas dominicanas. Por años ha escrito sobre temas cotidianos y según José Rafael Lantigua «es el mejor escritor de humor de nuestra literatura». Sus obras resaltan las costumbres y los valores de los dominicanos siendo uno de nuestros escritores más difundidos.
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