Análisis por David Llada
El escritor y crítico literario Richard Ford sostiene que los cuentos de Chéjov son “impenetrables para los jóvenes corrientes”, debido a que nos muestran “sentimientos maduros” y sutilezas de las que no es fácil apercibirse. Según esta interpretación, apoyada por otros muchos autores, se requiere haber saboreado sensaciones como la soledad, la resignación, o la desesperanza, para identificarlas y poder comprender toda la melancolía encerrada en los relatos de Chéjov, ya que éstos están llenos de “experiencia de la vida”.
De acuerdo con los defensores de estas teorías, Chéjov habría acumulado todo este conocimiento sobre la condición humana a través de la práctica de la medicina, que le permitió mantener trato con personas de toda condición: ancianos, campesinos, gente humilde…
Supongo que esto es así, y aunque yo he disfrutado enormemente de su lectura en una etapa reciente de mi juventud, estoy de acuerdo en que la relectura de sus obras a una edad más madura quizá pueda hacerme apreciar otros matices de sus relatos que ahora seguramente habré pasado por alto.
Para desarrollar este trabajo sobre Antón Chéjov, he elegido centrarme en uno de sus cuentos más famosos, La dama del perrito. Aparte de ser posiblemente el más conocido, me parece uno de los cuentos más característicos del autor ruso, tanto por la temática escogida como por su estilo narrativo y, sobre todo, por los recursos técnicos que Chéjov aplica en él.
Hay quien ha definido a Chéjov como “el maestro del cuento que no tiene trama argumental”. Sin ir tan lejos, lo que podemos afirmar es que Chéjov narraba historias que podrían parecer corrientes o insulsas, pero lo hace con tal maestría que consigue que nos maravillemos con su forma de describir situaciones y sensaciones cotidianas.
La dama del perrito es un buen ejemplo de esta característica chejoviana. Es una historia que no contiene ningún acontecimiento extraordinario; los personajes, no son ni héroes ni villanos, sino personas con una existencia corriente, incluso diríase aburrida. Los principales elementos argumentales de esta historia de amor podrían ser el sexo, el adulterio, o el desenlace de la historia… y lejos de explotar su dramatismo, lo que hace Chéjov es pasar muy de puntillas sobre estos asuntos, entreteniéndose aparentemente en detalles nimios, que sin embargo acaban conformando la mejor descripción posible de los ambientes en que se mueven los personajes, y de los verdaderos sentimientos de éstos.
Básicamente, La dama del perrito es un pequeño ensayo sobre cómo surge el amor entre dos personas, desde el punto de vista un tanto particular que tenía Chéjov de este sentimiento. Para él, el amor nace a partir de una especie de tristeza o de compasión hacia la persona amada. Por ejemplo, me parece reveladora la enternecida descripción que hace Chéjov de una joven por medio del narrador de su cuento Las Bellezas:
“Esa belleza me producía una sensación un tanto extraña. No era deseo ni éxtasis ni goce lo que Masha despertaba en mí, sino una tristeza dolorosa pero grata. Era una tristeza vaga e indefinida como un sueño. Por alguna razón me compadecía de mí mismo, incluso de la propia muchacha… y tenía la impresión de que todos hubiéramos perdido algo importante y esencial en la vida que nunca volveríamos a encontrar.”
Un sentimiento parecido es el que le inspira Anna Sergéyevna a Dmitri Gúrov, protagonistas del relato que nos ocupa. Por ejemplo, tras su primera conversación con la solitaria dama del perrito, Gúrov piensa en ella al acostarse:
“Recordó su fino y débil cuello, los hermosos ojos grises. ‘De todos modos, hay algo en ella que inspira compasión’, pensaba antes de comenzar a dormirse.”
Como se puede ver, se trata prácticamente de la misma idea en ambas citas. Pese a que Chéjov se suele mostrar más bien escueto en adjetivos cuando realiza una descripción (prefiriendo optar por otros recursos narrativos), en este caso no elude hacernos la observación de que el cuello de Anna es “fino y débil”, acentuando así su imagen de fragilidad.
También contribuye a reforzar esta impresión en el lector la anécdota de la pérdida que sufre la protagonista un día que se acerca por el muelle, hecho relatado con extrema sencillez: “La señora extravió los impertinentes entre la muchedumbre”. Este pequeño detalle hace las delicias de Nabokov en sus comentarios sobre la obra: “eso, dicho así, tan de pasada, sin ninguna influencia directa sobre la historia, sin un simple comentario, de algún modo encaja con ese patetismo desvalido del que ya hemos hecho mención”, dice en su Curso de Literatura Rusa. Todo esto forma en conjunto la imagen de una mujer vulnerable, que inspira esa compasión y esa melancolía por las que Chéjov parecía tener predilección.
Por otro lado, en varias de las reseñas sobre La dama del perrito que he tenido ocasión de leer durante la preparación de este trabajo, creo que se ha exagerado la importancia de que se trate de un amor adúltero. Evidentemente, la infidelidad es un tema destacable dentro del relato, pero ni mucho menos el principal.
En mi opinión, sólo hay un fragmento del cuento que sí se centra en este asunto, e incluso podría recordarnos a la gran novela sobre el adulterio escrita en el siglo XIX, Madame Bovary. Se trata de la escena en que Anna Sergéyevna cae momentáneamente en el arrepentimiento, tras su primer encuentro íntimo con Gúrov, e intenta excusarse ante su propia conciencia por lo que ha hecho. En una especie de monólogo (“A Gúrov le aburría escucharla”, apunta el narrador) dice de sí misma que se casó demasiado joven; que aunque su marido es bueno, es “como un lacayo”; y que después de casada, comenzó a torturarle la curiosidad por todo, el deseo de “otra vida”, hasta convertirse en una sensación abrasadora: Tormentos muy parecidos a los de Emma Bovary en la genial obra de Flaubert.
Todo se comprende mucho mejor si tenemos en cuenta el poco crédito que daba Chéjov al matrimonio como institución. Él mismo no se casó hasta cumplidos ya los 41 años, algo muy inusual en su época, y si lo hizo (con Olga Knipper, una joven actriz) fue posiblemente porque ya veía próximo el fin de sus días: moriría escasamente tres años después. También, en una carta a un amigo, Chéjov emitió algo así como una declaración de principios de su mundo personal. Sostuvo que “la medicina era su esposa y la literatura su amante”: cuando se cansaba de una pasaba la noche con la otra, y así “lograba mejorar la relación con ambas”. Hablaba de trabajo en estas afirmaciones, pero el símil elegido es muy revelador al respecto de sus puntos de vista sobre el matrimonio.
En relación con esto, un asunto que me resultó curioso es el papel en esta historia del perrito, cuyo protagonismo me he detenido a estudiar detalladamente. Paradójicamente, en la historia del arte, este animal siempre ha simbolizado la fidelidad. Sobre todo, en las obras pictóricas: hay multitud de ejemplos en la pintura flamenca de parejas de recién casados que se hacían retratar junto a un perro como expresión de su juramento de permanecer fieles.
Sin embargo, resulta evidente que éste no es el caso. En este relato el animal es, ya desde el comienzo (¡o desde el mismo título incluso!), un elemento que sirve para caracterizar a la joven mujer que pasea sola por el malecón de Yalta. El hecho de que su compañero de vacaciones sea un perrillo, en lugar de su marido, ya presenta a Anna como una persona que está sola y desamparada. Más aún, gracias a la reiteración, el perro se convierte en un atributo a través del cual Chéjov consigue crear las trazas principales de su personaje en sólo dos párrafos, los dos primeros del relato:
“Decían que por el paseo marítimo había aparecido una cara nueva: una dama con un perrito. Dmitri Dmítrievich Gúrov, que llevaba en Yalta dos semanas y ya se había hecho al lugar, también empezó a interesarse por las caras nuevas. Sentado en la terraza del Pabellón Verne, vio avanzar por el paseo a una señora joven, una rubia de mediana estatura, con boina; tras ella corría un ‘lulú’ blanco. Más tarde se la encontró varias veces en el parque de la ciudad y en la glorieta. Paseaba sola, siempre con la misma boina y el ‘lulú’ blanco. Nadie sabía quién era y la llamaban simplemente ‘la dama del perrito'”
Con estas palabras se presenta la historia, lo que hace a Richard Ford calificar el comienzo de este cuento como “breve, complejo, y sin embargo directo”. Todo un ejemplo de economía narrativa, ya que es difícil decir más sobre un personaje de forma tan sutil y con tan pocas palabras. Y nos hace asimilar ya de entrada que “la dama del perrito” es una forma indirecta de decir “la dama que se siente sola”, un detalle que creo que cobra mucha importancia más adelante.
El perrito cumple también una función destacable en el acercamiento entre Gúrov y Anna. El primero, a quien el narrador ya nos había presentado como un hombre dado a las aventuras extraconyugales y experto conquistador, atrae con carantoñas al animal, para después provocarle un gruñido. De esta forma, aparte de causar el azoramiento de la joven mujer, la forzaba a excusarse, lo cual permitía a Gúrov mostrarse amigable con ella y comenzar una conversación; no era ninguna otra cosa la que pretendía.
Y aquí viene un detalle que me parece crucial en la estructura del cuento: A partir de este momento, una vez desempeñado su papel, no vuelve a saberse más del perrito durante la parte del relato que transcurre en Yalta (todo el segundo capítulo). Desaparece por completo de la acción, y ni siquiera sabemos si el animal acompañaba a la pareja en sus numerosos paseos, que por lo demás quedan profusamente descritos. Tampoco se le menciona cuando Gúrov despide a Anna en el tren; no sabemos si el lulú va en brazos de su dueña, como sería imaginable. El narrador, tan detallista en otras cosas, pasa por alto la presencia del animal, de una forma tan sospechosa que yo interpreto que es deliberada.
Si a través de la exposición anterior llegábamos a la conclusión de que el perro simbolizaba la soledad de la protagonista femenina, siguiendo la misma línea argumental podemos aventurar que la ausencia del perro que se produce tras el contacto entre ella y Gúrov significa que su sensación de desamparo ha desaparecido. Dicho de forma aun más breve: el perro es la soledad de Anna, y tras la aparición de Gúrov, la soledad de Anna se esfuma de repente.
Esta hipótesis que sostengo también encajaría con el estilo típico de Chéjov, quien comunica tanto con lo que dice como con lo que omite: en este caso, la ausencia del animal es una forma de hacernos sentir que Anna ya no estaba necesitada de compañía, porque había encontrado a una persona con quien compartir su vida.
La reaparición del lulú no se producirá hasta el momento en que Gúrov decide viajar a la ciudad de su amada, para tratar de localizar su casa gracias al apellido poco corriente del marido de ésta. La aparición fugaz del perrillo, esta vez sacado a pasear por una viejecita, le confirmaba a Gúrov que la casa ante la que estaba era efectivamente la de Anna Sergéyevna. Allí era donde la mujer a la que él amaba trataba de mitigar como podía su soledad, tocando el piano. De nuevo, la visión del perro viene ligada a una estampa melancólica, reflejo de la soledad de la joven esposa:
“[Gúrov] continuaba paseando por la calle y esperando junto a la cerca aquella ocasión [de encontrarse con Anna]. Desde allí vio cómo un mendigo que atravesaba la puerta cochera era atacado por los perros. Más tarde, una hora después, oyó tocar el piano. Sus sonidos llegaban hasta él, débiles y confusos. Sin duda era Anna la que tocaba. De pronto se abrió la puerta principal dando paso a una viejecita, tras de la que corría el blanco y conocido ‘lulú’. Gúrov quiso llamar al perro, pero se lo impidieron unas súbitas palpitaciones y el no poder recordar el nombre del ‘lulú’.”
Por último, y una vez repasadas las características más representativas de este relato, es necesario detacar el final del cuento, que también responde a lo habitual en multitud de obras de Chéjov. Se trata de un final completamente abierto, indefinido, en el que el autor no nos da la más mínima orientación sobre el destino que aguarda a los amantes:
“Y les parecía que pasado algún tiempo más podría encontrarse una solución, y que entonces empezarían una vida nueva y maravillosa; y ambos veían claramente que el final estaba todavía muy lejos, y que lo más complicado y difícil no había hecho más que empezar.”
Es obvio que, aunque las palabras concluyen, en la imaginación del lector la historia no termina. Y es que, como apunta Nabokov sobre este final predilecto de Chéjov: “mientras las personas sigan vivas no hay conclusión posible y definida de sus conflictos, sus esperanzas o sus sueños”.
BIBLIOGRAFÍA:
A. CHÉJOV: Cuentos imprescindibles. Edición y prólogo de Richard Ford. Ed. Debolsillo. 2003, Barcelona. Traducción: Ricardo San Vicente.
A. CHÉJOV: La sala número 6 y otros cuentos. Ed. Aguilar. 1967, Bilbao. Traducción: Luis Abollado, A. Aguilar, E. Podgursky.
V. NABÓKOV: Curso de Literatura Rusa. Ediciones B. 1997, Barcelona. Traducción: María Luisa Balseiro.
V. LÓPEZ QUESADA: Chéjov: El brillo perdido y la apatía existencial. Artículo publicado en la revista digital de cultura “Sitio al Margen”.
Copiado de DavidLlada.Com
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