Fragmento del comienzo de Viaje a la semilla, la biografía definitiva de García Márquez, escrita por Dasso Saldívar, de la que dijo Gabo: «Si hubiera leído antes El viaje a la semilla, no habría escrito mis memorias».
Aquel viaje que hizo Gabriel García Márquez con su madre a Aracataca a principios de marzo de 1952, para vender la casa de los abuelos donde había nacido, es tal vez, como lo reiteraría años más tarde, uno de los hechos más decisivos de su vida literaria.
García Márquez era un joven narrador de veinticinco años con la convicción de que toda buena novela lo es en función de dos circunstancias simultáneas: ser una transposición poética de la realidad y una suerte de adivinanza cifrada del mundo. Desde hacía cinco años venía intentando darle una salida literaria al mundo de pesadillas de su infancia en los cuentos de Ojos de perro azul, en una protonovela amorfa e interminable titulada La casa y en dos o tres versiones de La hojarasca. Sin embargo, el regreso a su pueblo natal le permitió ver que estaba lejos de conseguirlo por el camino emprendido. Se dio cuenta de que para recuperar el tiempo dejado atrás y para llegar hasta la médula de lo que acababa de ver en Aracataca (ruina y soledad), necesitaba una perspectiva más amplia, y de que, por tanto, tenía que remontar el pasado de su infancia y adentrarse en el tiempo y en los pueblos guajiros desde los cuales provenían sus abuelos maternos.
En el mismo tren de regreso a Barranquilla, donde residía hacía dos años colaborando para el periódico El Heraldo, empezó a preguntarle a su madre por sus abuelos: quiénes habían sido en realidad, de dónde y cuándo habían llegado a Aracataca, quién era el hombre a quien el coronel Márquez había tenido que matar en un duelo cuarenta y cuatro años atrás y quiénes, en fin, habían refundado Aracataca junto a los Márquez Iguarán a partir del año del cometa Halley.
Cuando retornó a Barranquilla, no sólo dejó la escritura de La casa y reelaboró La hojarasca, sino que sintió con más urgencia que nunca la necesidad de continuar, como en el cuento de Alejo Carpentier, sus viajes a la semilla, o, mejor dicho, a la semilla de la semilla: al origen de los abuelos, pues todo lo que había ocurrido en la casa que acababan de vender, empezando por su nacimiento, estaba conectado de una forma o de otra al destino más remoto de Nicolás Ricardo Márquez Mejía y Tranquilina Iguarán Cotes.
Fue así como, al año siguiente, García Márquez iba a realizar un viaje todavía más minucioso por Valledupar y La Guajira, mientras vendía, o hacía como que vendía, enciclopedias y libros de la editorial Uteha, para buscar los pueblos y lugares de la memoria de sus mayores, siguiendo la ruta inversa a la que el destino les había trazado a ellos a finales de la primera década del siglo. Tanto este viaje esencial como otros que venía realizando desde comienzos de la década, los hizo en compañía de su amigo y compadre Rafael Escalona, “el sobrino del obispo” (*), quien, además de mostrarle La Guajira profunda, le ayudó a identificar escenarios y personajes de muchas de las historias que le habían contado los abuelos en Aracataca cuando era niño.
Un día, mientras se tomaban unas cervezas en la única cantina del pueblecito de La Paz, vecino de Valledupar, se toparon con un José Arcadio: un hombre alto y fuerte, con sombrero de vaquero, polainas de montar y revólver al cinto. Escalona, que era su amigo, se lo presentó a García Márquez. El hombre le tendió una mano segura y afectuosa al escritor mientras le preguntaba: “¿Tiene algo que ver con el coronel Nicolás Márquez?”. El escritor le dijo que era su nieto. “Entonces”, recordó el hombre con una antigua complicidad familiar, “su abuelo mató a mi abuelo”. Se llamaba Lisandro Pacheco, y, ciertamente, el abuelo de García Márquez, Nicolás Ricardo Márquez Mejía, había tenido que matar en un desafío a su abuelo, Medardo Pacheco Romero, hacía cuarenta y cinco años en la población guajira de Barrancas. Por precaución, Escalona le sugirió a Lisandro que no removiera esa historia, que Gabriel no sabía mayor cosa de la misma, y, amparado en su afición y conocimiento de las armas de fuego, le sustrajo el revólver de la funda con el pretexto de probar puntería; descargó la recámara, dejó una sola bala y dijo: “Voy a ver qué tal puntería tengo hoy”. Lisandro, complacido, lo animó a que hiciera todos los disparos que quisiera, y, de pronto, los dos se enzarzaron en un mano a mano de tiro al blanco. Cuando invitaron a García Márquez a que probara puntería, éste se negó, pero entre cerveza y cerveza siguió presenciando la competición.
La cautela del ya célebre compositor de música vallenata fue innecesaria: los dos nietos se hicieron tan amigos que estuvieron “de parranda tres días y tres noches” en el camión de contrabandista de Lisandro Pacheco, “bebiendo brandy caliente y comiendo sancocho de chivo en memoria de los abuelos muertos”. Durante varios días viajaron por pueblos de los departamentos del Cesar y La Guajira: El Copey, Valledupar, Manaure, Patillal, Urumita, Villanueva, San Juan del Cesar, Fonseca, Barrancas, Riohacha y el Manaure guajiro. En este viaje definitivo, García Márquez completó su trabajo de campo de lo que catorce años después sería Cien años de soledad, y de paso Lisandro Pacheco le presentó a varios de los hijos naturales que su abuelo Nicolás Márquez había dejado desperdigados antes, durante y después de los años erráticos de la guerra civil de los Mil Días.
Los dos nietos debieron de detenerse con especial atención en el pueblecito de Barrancas, la “escondida ranchería” de otros tiempos donde sus abuelos, igual que José Arcadio Buendía y Prudencio Aguilar antes de la fundación de Macondo, habían sido dos hombres felices hasta que uno tuvo que matar al otro en un duelo, el 19 de octubre de 1908. Podemos convenir que en aquel lugar y en esta fecha empieza la biografía de Gabriel García Márquez, diecinueve años antes de su nacimiento, pues lo ocurrido durante ese día por la tarde en Barrancas va a prefigurar la suerte personal y literaria del escritor: no sólo permitirá que sus padres se conozcan dieciséis años más tarde, sino que es también la causa lejana de que García Márquez se quedara a vivir hasta los diez años con sus abuelos en la casa grande y fantasmal de Aracataca, el hecho más importante para el futuro novelista. (pp. 23-26)
Saldívar, D. (2014). García Márquez: El viaje a la semilla. Bogotá: Editorial Planeta Colombiana S. A.
(*) Rafael Calixto Escalona Martínez (Patillal, 26 de mayo de 1927- Bogotá, 13 de mayo de 2009) conocido como "El maestro Escalona", fue un compositor colombiano, considerado uno de los más grandes compositores de la música vallenata.
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