sábado, 18 de agosto de 2018

COMIENZOS CÉLEBRES DE LIBROS

Los lectores sentimos que las palabras con las que comienza un libro son esenciales, quizás más que las últimas, porque sabemos que toda conclusión tiene algo de Ítaca y que llegados a ella ya no hay más viajes ni aventuras. La frase inicial de un texto presagia (aunque no revela) ese arribo al ansiado puerto. “Si seré el héroe de mi propia vida, o si ese rol será adjudicado a otro, las páginas siguientes lo dirán”, escribe Dickens al comienzo de David Copperfield. Lo mismo puede decirse de toda primera palabra. (A. M.)

LOS COMIENZOS MÁS CÉLEBRES

Odisea. Homero. Siglo VIII antes de Cristo. “Háblame, Musa, del varón de gran ingenio…”.

Ilíada. Homero. Siglo VIII antes de Cristo. “Canta, diosa, la cólera de Aquiles…”.

Eneida. Virgilio. Siglo I antes de Cristo. “Canto las armas y a ese hombre que de las costas de Troya llegó el primero a Italia…”.

Divina comedia. Dante Alighieri. 1321. “A mitad del camino de la vida, en una selva oscura me encontraba porque mi ruta había extraviado…”.

Don Quijote de la Mancha. Miguel de Cervantes. 1615. “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”.

El contrato social. Jean-Jacques Rousseau. 1762. “El hombre ha nacido libre y en todas partes se halla en cadenas”.

Moby-Dick. Herman Melville. 1851. “Llamadme Ismael”.

Anna Karénina. León Tolstói. 1877. “Todas las familias felices se parecen, pero cada familia infeliz lo es a su manera”.

La metamorfosis. Franz Kafka. 1915. “Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontrose en su cama convertido en un monstruoso insecto”.

En busca del tiempo perdido. Marcel Proust. 1913-1927. “Mucho tiempo he estado acostándome temprano”.

Lolita. Vladímir Nabokov. 1955. “Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas”.

Cien años de soledad. Gabriel García Márquez. 1967. “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.

Tomado del artículo Érase una vez el “érase una vez”, por Alberto Manguel, publicado en El País, España

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