martes, 8 de octubre de 2024

UNA RENUNCIA EN ESTOCOLMO

Por David Huerta
[Un texto de 2005]

La decisión de a quién otorgar el premio literario más famoso del planeta depende de un grupo de personas, respetables como tales, de las cuales no tenemos prácticamente ninguna noticia. Se han constituido, empero, en representantes de la máxima autoridad literaria del mundo. Y no lo son, así de sencillo. Por eso no le dieron el premiote a Borges, a Kafka, a Joyce ni a Proust. Pero son ellos quienes deciden las lecturas literarias de millones.

De vez en cuando, los lectores de literatura debemos hacernos esta pregunta ante tantos autores contemporáneos: ¿voy a pensar con mi propia cabeza o prefiero a los académicos suecos como autoridades absolutas en mis elecciones de lectura? Casi todos prefieren el punto de vista de los académicos suecos. Ni modo; no hay mucho por dónde bordar en este asunto.

La decisión de a quién otorgar el premio literario más famoso del planeta depende de un grupo de personas, respetables como tales, de las cuales no tenemos prácticamente ninguna noticia. Se han constituido, empero, en representantes de la máxima autoridad literaria del mundo. Y no lo son, así de sencillo. Por eso no le dieron el premiote a Borges, a Kafka, a Joyce ni a Proust. Pero son ellos quienes deciden las lecturas literarias de millones. Es uno de los enigmas menos interesantes de la vida. Su esclarecimiento depende de los prestigios inventados y de la inercia institucional de esos mismos prestigios, en una estrambótica combinación con la fama, tal y como la deciden los medios internacionales de comunicación.

Los lectores independientes suelen no estar de acuerdo con la academia sueca. Por eso es tanto más extravagante la noticia de un académico de ésos en desacuerdo con su propia institución: la renuncia del señor Knut Ahnlund en octubre de 2005 causó de veras desconcierto. Ahnlund manifestó, muy tardíamente, su inconformidad con el premio de 2004 en favor de la escritora austriaca Elfriede Jelinek. Los términos de la renuncia no pudieron ser más duros: al ahora ex académico, Jelinek le parece, en pocas palabras, una autora detestable; pudo decirlo antes, pero no lo hizo: otro misterio trivial. El renunciante afirmó esto en los días anteriores al anuncio de Harold Pinter como Nobel literario de este año.

Ay, la academia sueca, con sus “listas cortas”, el bobo suspenso en torno de sus anuncios, la ceremonia suntuosa de la entrega de los premios. Y uno, aspirante continuo a lector independiente, todavía discutiendo, hasta la extenuación, con los otros lectores: “Pero ¿cómo es posible tu necedad, tu rechazo a leer a tales o cuales, si les dieron el Nobel?" El señor Ahnlund se ha formado, extrañamente, en nuestras menguadas filas. No significa ningún consuelo. 

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