— El Pelo del perro, Lydia Davis (Northampton, Massachusetts; 15 de julio de 1947)
— Los perros del odio, Manuel del Cabral (Santiago, República Dominicana, 7 de marzo de 1907 – Santo Domingo, República Dominicana, 14 de mayo de 1999)
— El principio es mejor, Isidoro Blaisten (Concordia, 12 de enero de 1933-Buenos Aires, 28 de agosto de 2004)
— Narcisa, Luisa Valenzuela (26 de noviembre de 1938, Buenos Aires)
— Una historia sobre el cuerpo, Robert Hass (San Francisco, California, 1 de marzo de 1941)
— A Story About the Body, by Robert Hass
EL PELO DEL PERRO
Lydia Davis
El perro no está más. Lo extrañamos. Cuando suena el timbre, nadie ladra. Cuando volvemos tarde, no hay nadie esperándonos. Todavía encontramos sus pelos blancos aquí y allá por toda la casa y en nuestra ropa. Los recogemos. Deberíamos tirarlos. Pero es lo único que nos queda de él. No los tiramos. Tenemos una esperanza loca: si recogemos suficientes, vamos a poder armar el perro otra vez.
LOS PERROS DEL ODIO
Manuel del Cabral
La gente decía que en una caverna, no muy lejos de los hombres, nacieron unos perros enormes y oscuros que poblaban de terror y asombro la ingenuidad de la comarca.
Los perros pertenecían a un déspota de vieja y ancha fortuna. Por la noche los vecinos escuchaban sin tregua a estos canes gigantes. Sin embargo, nadie los había tocado, nadie los había visto. Pero el pueblo sabía que eran enormes, oscuros y horribles. Mas no era necesario temerles, ni ocultárseles ni huirles, porque de día, cuando de la caverna salían estos ladridos, hambrientos, feroces, al contacto del aire y del sol se deshacían…
La luz los devoraba.
EL PRINCIPIO ES MEJOR
Isidoro Blaisten
En el principio fue el sustantivo. No había verbos. Nadie decía: «Voy a la casa». Decía simplemente: «casa» y la casa venía hacia él. Nadie decía «te amo». Decía simplemente «amor» y uno simplemente amaba.
En el principio era mejor.
NARCISA
Luisa Valenzuela
Como quien mira por la ventana del bar, miro la ventana. El tipo que me ve desde afuera entra para interpelarme.
–Me gustás.
–Lo mismo digo.
–¿Yo también te gusto?
–Nada de eso, me gusto yo. Me estaba mirando en el reflejo.
UNA HISTORIA SOBRE EL CUERPO
Robert Hass, escritor estadounidense
El joven compositor, que trabajaba ese verano en una colonia de artistas, la había observado durante una semana. Ella era japonesa, pintora, tenía casi sesenta y él pensó que estaba enamorado de ella. Amaba su trabajo y su trabajo era como la forma en que ella movía su cuerpo, usaba sus manos, lo miraba a los ojos cuando daba respuestas divertidas y consideradas a las preguntas de él.
Una noche, volviendo de un concierto, llegaron hasta la puerta de su casa y ella se volvió hacia él y dijo: «Creo que te gustaría tenerme. También a mí, pero debo decirte que he sufrido una doble mastectomía». Y cómo él no entendía, aclaró: «He perdido mis dos pechos».
La radiante sensación que él había llevado consigo en su estómago y en la cavidad de su pecho –como música– se marchitó de pronto y él se obligó a mirarla mientras decía «Lo siento. Creo que no podría».
Volvió a su propia cabaña a través de los pinos, y a la mañana se encontró un pequeño recipiente azul en el porche. Parecía estar lleno de pétalos de rosa, pero cuando lo levantó, vio que los pétalos de rosa estaban arriba; el resto del cuenco –ella las había barrido, seguramente, de los rincones de su estudio– estaba lleno de abejas muertas.
A STORY ABOUT THE BODY
by Robert Hass
The young composer, working that summer at an artist's colony, had watched her for a week. She was Japanese, a painter, almost sixty, and he thought he was in love with her. He loved her work, and her work was like the way she moved her body, used her hands, looked at him directly when she made amused and considered answers to his questions. One night, walking back from a concert, they came to her door and she turned to him and said, "I think you would like to have me. I would like that too, but I must tell you that I have had a double mastectomy," and when he didn't understand, "I've lost both my breasts." The radiance that he had carried around in his belly and chest cavity—like music—withered very quickly, and he made himself look at her when he said, "I'm sorry. I don't think I could." He walked back to his own cabin through the pines, and in the morning he found a small blue bowl on the porch outside his door. It looked to be full of rose petals, but he found when he picked it up that the rose petals were on top; the rest of the bowl—she must have swept them from the corners of her studio—was full of dead bees.
Una historia sobre el cuerpo me parece tan poderoso. Su final es fenomenal.
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