Por Alice Munro
17 agosto, 2019
Trabajo con lentitud. Siempre es difícil. Casi siempre es difícil. La realidad es que vengo trabajando sin parar desde que tenía veinte años, y ahora tengo ochenta y uno. Ahora mi rutina es así: me levanto a la mañana, me tomo un café y me siento a escribir. Y después, un poco más tarde, puede ser que haga una pausa y coma algo, para seguir escribiendo. La escritura de verdad sale a la mañana. Al principio de lo que sea que estoy escribiendo no puedo dedicarle mucho tiempo, apenas unas tres horas. Reescribo mucho, así que reescribo y cuando pienso que está listo, lo envío. Y después quiero reescribirlo un poco más. Lo que me pasa a veces es que hay una o dos palabras que me parecen tan importantes que pido que me manden el libro de vuelta para poder agregarlas.
Mi idea era escribir novelas, pero empecé a escribir cuentos porque era para lo único que podía hacerme tiempo. Entre las tareas de la casa y el cuidado de los chicos, nunca habría tenido tiempo de escribir una novela. Y después fue como si el formato del cuento, en realidad, una forma más bien inusual de cuento, por lo general una forma de relato bastante largo, fuese lo que quería hacer. Ese espacio alcanzaba para decir lo que quería decir. Y al principio fue difícil, porque la gente esperaba que el relato breve tuviera cierta extensión y no otra. Querían que fuese una historia corta, y mis historias eran bastante inusuales, ya que de alguna manera cuentan más y más cosas diferentes y no paran. Nunca sé, o al menos no suelo saber, la extensión que tendrá un relato. Pero no me asusto: le doy todo el espacio que necesite. De todos modos, no me importa si lo que estoy escribiendo en ese momento es un cuento, algo clasificado como cuento, u otra cosa. Es ficción y punto.
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