jueves, 18 de agosto de 2022

SOBRE EL CUENTO “EL PERSEGUIDOR”

Julio Cortázar conversa con Luis Harss, autor de “Los nuestros”
Fragmento

[...]
El protagonista, Johnny Carter—basado en la figura del famoso jazzman Charlie Parker— es un personaje del bajo fondo, un saxofonista negro con un sexto sentido pero pocos recursos intelectuales, para quien la música de jazz es no sólo una forma de expresión —y un ingreso al ser: la caída al centro— sino también un vehículo de largo alcance para la trasformación espiritual. Johnny, que recorre los cementerios de la tierra tratando de resucitar a los muertos, oye ecos de voces divinas en urnas rotas. Es uno de los grandes nostálgicos de la tierra, una especie de vidente ciego, un cazador celeste, sediento de absoluto. Siente su verdadero ser hipotecado en el espacio y el tiempo, como un rehén que espera en vano ser finalmente rescatado del cautiverio de la individualidad. Su talento es su fuerza-su posible salida-pero también su ruina. Porque fundamentalmente es una pobre alma perdida, ignorante de sus propias facultades, que vive atormentándose con sus percepciones, sin comprenderlas. Capta indicios de un infinito que desconoce y no puede retener. Es una visión informe, una nebulosa que al final lo pierde. El camino lleva cuesta abajo, a través de las drogas, a la locura. Como Oliveira —un hombre asfixiado por la intelectualidad— y también la Maga —una especie de personificación del instinto poético en su forma pura— en Rayuela, a pesar de sus momentos de comunión con el universo, es demasiado inepto, o en su caso, cándido, para organizar nunca una estrategia coherente en base de sus intuiciones súbitas, esas promesas incumplidas que desaparecen como chispazos en la oscuridad. Cortázar dice de "El perseguidor": "Hasta ese momento me sentía satisfecho con invenciones de tipo fantástico. En todos los cuentos de Bestiario y de Final del juego, el hecho de crear, de imaginar una situación fantástica que se resolviera estéticamente, que produjera un cuento satisfactorio para mí, que siempre he sido exigente en ese terreno, me bastaba. Bestiario es el libro de un hombre que no problematiza más allá de la literatura. Sus relatos son estructuras cerradas, y los cuentos de Final del juego pertenecen todavía al mismo ciclo. Pero cuando escribí 'El perseguidor' había llegado un momento en que sentí que debía ocuparme de algo que estaba mucho más cerca de mí mismo. En ese cuento dejé de sentirme seguro. Abordé un problema de tipo existencial, de tipo humano, que luego se amplificó en Los premios y sobre todo en Rayuela. El tema fantástico, por lo fantástico mismo, dejó de interesarme en la medida en que antes me absorbía. Por ese entonces había llegado a la plena conciencia de la peligrosa perfección del cuentista que, alcanzando cierto nivel de realización, sigue así invariablemente. En 'El perseguidor' quise renunciar a  toda invención y ponerme dentro de mi propio terreno personal, es decir, mirarme un poco a mí mismo. Y mirarme a mí mismo era mirar al hombre, mirar también a mi prójimo. Yo había mirado muy poco al género humano hasta que escribí 'El perseguidor'." [...]

Harss, Luis. Los nuestros, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, Argentina; Tercera Edición. 1969. Pp. 272-274.

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