martes, 4 de julio de 2023

LOS DIARIOS DE SYLVIA PLATH

 
Por José Emilio Pacheco 
“Inventario” de 1982

Sylvia Plath (1932-1963) ha ganado todas sus batallas después de muerta. Su poesía se ha vuelto inseparable de su vida. Adelantada, emblema y mártir de la liberación de las mujeres, hoy es arma en la guerra de los sexos. Su viudo, Ted Hughes, no puede leer en público sin que las feministas lo acallen al grito de “asesino de Sylvia Plath”. Los “male chauvinist pigs” (por ejemplo W.D. Snodgrass) responden que no se suicidó porque estuviera oprimida: se mató por no soportar que Hughes sea el más grande poeta vivo de Inglaterra y muy probablemente de la lengua inglesa.

Como suele ocurrir en estos tiempos, lo que se ha escrito sobre Sylvia Plath ya es cien o mil veces más extenso que la obra de Sylvia Plath. En la era de la televisión no hay nada que no pueda convertirse en espectáculo. Todos formamos parte, querámoslo o no, de un público sado-voyeurista. Y siete años después (las pausas equivalen a entreactos, acumulan suspenso) de sus ‘Letters Home: Correspondence 1950-63´, nos sirven otro banquete de carne cruda: ‘The Journals of Sylvia Plath’, editados por Ted Hughes y Frances McCullough (The Dial Press, 370 páginas)

CASTIGO Y RECOMPENSA DE LA POESÍA

La primera pregunta que suscita este libro no es tanto si tenemos derecho a consumir lo que no se hizo para ser consumido: Es si vale la pena que alguien pase por lo que pasó Sylvia Plath a fin de escribir en toda una vida cuatro o cinco poemas “definitivos”. La interrogante no tiene respuesta. Sin embargo, millones de mujeres han sufrido y sufren tanto o más que Sylvia Plath sin tener la posibilidad de objetivar y hacer compatible su dolor como ella. O bien, muchas otras se han desahogado escribiendo, pero los textos resultantes no han tenido sino valores subjetivos y terapéuticos.

En este sentido Sylvia Plath fue afortunada. Viva, logró publicar muchos poemas y dos libros (‘The Colossus’ y la novela ‘The Bell Jar’). Estudiante brillantísima, ganó todos los premios y becas concebibles. Si esto parece poco, recordemos que las escuelas norteamericanas de “creative writing”, universitarias y privadas, arrojan cada año a un mercado saturadísimo decenas de millares de personas a quienes se condena a la frustración de por vida. A pesar de sus títulos y diplomas, sólo una de cada mil logrará abrirse camino como escritor, ya no digamos como poeta. ‘The New Yorker’, para citar un solo ejemplo, recibe anualmente un promedio de treinta mil poemas de los cuales sólo puede incluir ciento cincuenta. Publicar un libro de poemas es —y la situación empeora— casi imposible. Los tirajes son como los nuestros: mil o dos mil ejemplares. Por algo en un manual reciente, ‘The Poet’s Handbook’, Judson Jerome aconseja no esperar de la poesía más recompensa que la íntima satisfacción del trabajo bien hecho.

En un mundo que ha convertido el trabajo en maldición enajenadora y fomenta por todos los medios lo malhecho (al fin cualquier cosa en pocos minutos llegará al basurero), no es inútil el consejo de Jerome ni recordar lo que Rodin le dijo a Rilke cuando le preguntó cómo se debe vivir: “Trabajando, uno debe encontrar la felicidad en su trabajo. A menudo en las cosas más modestas es donde se aprende más. El trabajo es misterioso. Se entrega a los pacientes y a los simples. Y se niega a los apresurados y a los vanidosos. Se entrega al aprendiz y se niega al alumno. Y un día nace la maravilla de las manos del humilde trabajador”.

SUPERVIVENCIA Y OLVIDO

Si algo hizo Sylvia Plath fue trabajar. La parte más sana y admirable de su estructura psíquica es la voluntad moral con que desde muy niña se preparó para escribir. Cuenta su madre, Aurelia Schober Plath: “Criticábamos nuestra expresión verbal y escrita porque compartíamos el amor a las palabras y las considerábamos un instrumento para lograr una expresión precisa. Necesitábamos la exactitud para describir nuestras emociones y para entendernos mutuamente.” A los 19 años Sylvia Plath se queja: “Nunca, nunca, nunca alcanzaré la perfección que anhelo con toda mi alma.”

Este libro ampliamente censurado no incluye sus diarios infantiles: empieza cuando entra en Smith College (1950) y se detiene en mayo de 1962. Hughes confiesa en el prólogo que destruyó los cuadernos finales “porque no quise que sus hijos los leyeran (en aquellos días yo consideraba el olvido parte esencial de la supervivencia)”. En realidad, casi todos los poemas por los que recordamos a Sylvia Plath —que en su mayor parte fueron publicados por Hughes en ‘Ariel’ (1965)— los escribió entre octubre de 1962 y la víspera del suicidio, el 11 de febrero de 1963.

Mientras la llamada “Crisis del Caribe” parece el comienzo del fin del mundo (un hecho soslayado por los exégetas de ‘Ariel’), Hughes abandona a su esposa con dos niños (Frieda, de dieciocho meses, y Nicholas, de nueve) porque se ha enamorado de la poetisa israelí Assia Gutmann [1927-1969], quien a su vez terminará suicidándose.

LA FURIA Y LA DEVASTACIÓN

En esas circunstancias la poesía para la que con tanta paciencia y pasión se adiestró Sylvia Plath brota en un estallido que su autora asimila a “un chorro de sangre”. Poesía radical y visionaria porque ve el horror cotidiano ante el cual se nos enseña a cerrar los ojos. La cocina aparece como un lugar de encono. Las papas en la estufa despiden un silbido de víboras. Cruje el cordero en su brasa (“Oh niño de oro, el mundo matará y comerá”). El cuchillo le corta un dedo como rebana una cebolla. La nieve es muda. La luna es muerte. Hay que escribir de madrugada, haciendo la comida, calentando la leche de los niños. Un breve, intraducible poema, “El ahorcado”, resume la furia y la devastación:

Por las raíces de mi cabello algún dios se apropió de mí.
Al arder en sus voltios azules, sisée como profeta en el desierto.
Las noches se perdían de vista en un chasquido como párpado de lagartija.*
Un tedio zopilotesco me clavó a este árbol.
Si él fuera yo, hubiese hecho lo que hice.

Un poema de Hughes, igualmente breve, demuestra hasta qué punto compartieron la violencia, tanto más insólita por el contexto poético de aquel momento. Pertenece a ‘Crow’ y se llama “Rey de la carroña”:

Su palacio está hecho de calaveras.
Su corona, las últimas astillas del vaso de la vida.
Su trono, catafalco de huesos, las cosas del ahorcado, el potro de tortura y su lecho de muerte.
Su manto la oscuridad de la última sangre.
Su reino está vacío.
Mundo vacío, de donde cayó el último grito inmensamente flácido, lejano sin remedio hacia la ceguera, la sordera, la mudez del golfo.
Volvió encogido y silencioso para reinar sobre el silencio.

Los últimos poemas de Hughes son todavía más violentos Al hacer la crónica antibucólica de su granja, revela el espanto que yace tras las cosas en apariencias más inocentes de nuestra vida: la leche, la mantequilla, el queso, las milanesas de ternera, las hamburguesas, las salchichas. El tema predilecto de su poesía, los animales, se constituyen en acusación viva contra nosotros y nuestra ruptura con la naturaleza de que formamos parte. La granja es el modelo y la caricatura intolerable de la explotación humana, de los crímenes de una clase contra otra, de un país contra otro. Y, sobre todo, una ventana y un espejo del mayor problema político: nuestras relaciones con nuestros prójimos más próximos.

Ante obras como las de Sylvia Plath y Ted Hughes se explica que nadie, ni siquiera los mismos poetas, quieran leer poesía. Mejor decir: no entiendo, no me interesa, son mariguanadas, que enfrentarnos con verdades incómodas.

LOS CAMINOS DE LA DESDICHA

Aunque algún día se recuperasen los diarios que Hughes afirma haber destruido, nunca sabremos toda la verdad sobre los meses en que se escribió ‘Ariel’ ni la relación exacta entre la poesía de este género y la exigencia personal que impone a sus autores.

El primer acontecimiento traumático en la vida de Sylvia Plath fue la muerte en 1940 de su padre, un entomólogo alemán nacido en el corredor polaco. Los caminos de la desdicha son inescrutables: la niña interiorizó esta pérdida como un abandono, engendrador de una hostilidad sin medida. En el más célebre de sus poemas, “Daddy”, compara a Otto Plath, quien, por supuesto no tuvo culpa alguna de haberse muerto, con un nazi, no un dios sino una suástica, un verdugo que tiene la pasión de atormentar. Y añade:

Toda mujer adora a un fascista,
la bota en la cara; el bruto,
bruto corazón de un bruto como tú.

Si exteriormente cuando comienzan los diarios, es la niña modesta y aplicada, la quintaesencial muchachita de los cincuenta, “the all American Girl” modelada sobre Doris Day y Esther Williams, Sylvia Plath lleva por dentro la rabia que arde en sus poemas. En su adolescencia hace dos intentos de suicidio. Su novela autobiográfica ‘The Bell Jar’ y los recuerdos de su compañera de cuarto Nancy Hunter Steiner (‘A Memory of Sylvia Plath’, 1973) son absolutamente explícitos acerca de su primera experiencia sexual que desglamoriza para siempre el tópico de la seducción, predilecto de la literatura “galante”.

En 1956, en Cambridge, a donde ha ido becada, se encuentra a Hughes y al poco tiempo se casan. En principio no puede haber unión más perfecta: ambos quieren lo mismo, son inteligentísimos y talentosísimos y comparten una pasión por la poesía como no se ve en este lado del mundo. Pero es el crepúsculo de una época. Sylvia Plath, que llega al final y para quien no hay mañana, puede expresarla, resumirla entera y anticiparse a lo que vendrá.

Seguramente entre 1958 y 1963 innumerables mujeres se hicieron las mismas preguntas (¿”Por qué yo tengo que cocinar, hacer la casa, lavar y planchar la ropa, atender a los niños, mientras él trabaja en lo suyo o se va con sus amantes? ¿Por qué nadie me pregunta mi opinión y siempre tengo que escuchar y acatar lo que dicen él y sus amigos”?) De esta experiencia común Sylvia Plath derivó su fuerza y su sentido como poeta.

Escribió en la frontera exacta de un mundo que no alcanzó a conocer pero que ahora vemos como si hubiera nacido en parte de su inmolación y de su extraordinaria poesía. ~

***
A la versión que aparecía en la página web de ‘Proceso’ le faltaba un verso. La estrofa en inglés dice:
The nights snapped out of sight like a lizard's eyelid:
A world of bald white days in a shadeless socket.
***
Inventario publicado en la revista ‘Proceso’, No. 292, 7 de junio, 1982.
D. R. ©️ Herederos de José Emilio Pacheco.

Tomado de “José Emilio Pacheco: textos a la deriva” que con tanto amor y generosidad comparten en Facebook los ©️ Herederos de José Emilio Pacheco. Gracias.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Entradas populares