El intelectual Kovrin sufre de alucinaciones.
[…]
Cuando volvió a la casa, indolente y descontento, el oficio ya había
terminado. Yegor Semiónich y Tania, sentados en los peldaños de la terraza,
bebían té. Estaban conversando, pero al ver a Kovrin se callaron. Por la
expresión de sus rostros, el enfermo dedujo que hablaban de él.
—Me parece que es hora de que tomes la leche —le
dijo Tania a su marido.
—No, aún no —respondió éste, sentándose en el
peldaño más bajo—. Bébela tú. A mí no me apetece.
Tania intercambió con su padre una mirada llena de
inquietud y dijo con voz culpable:
—Tú mismo has dicho que la leche te hace bien.
—¡Sí, mucho bien! —dijo Kovrin entre risas—. Les
felicito: desde el viernes he engordado una libra —se apretó con fuerza la
cabeza con las manos y comentó con pesar—: ¿Por qué, por qué tratan de curarme
ustedes? Preparados de bromuro, ociosidad, baños calientes, vigilancia,
temores pusilánimes de cada bocado que como y cada paso que doy: todo eso
acabará por convertirme en un idiota. Había perdido la razón, tenía manía de
grandeza, pero al menos me sentía contento, animoso e incluso feliz, era una
persona interesante y original. Ahora me he vuelto más razonable y reposado,
pero soy como todo el mundo: un mediocre, y la vida me aburre… ¡Ah, qué
crueles han sido ustedes conmigo! Tenía alucinaciones, pero ¿a quién
molestaba? A ustedes se lo pregunto: ¿a quién molestaba?
[…]
—¡Por suerte Buda, Mahoma o Shakespeare no tuvieron familiares
bondadosos y médicos que les curaran de su éxtasis e inspiración! —dijo
Kovrin—. Si Mahoma hubiera tomado bromuro de potasio para curar sus nervios,
hubiera trabajado sólo dos horas al día y hubiera bebido leche, ese hombre
notable habría dejado tan poca huella como su perro. Los doctores y los
familiares bondadosos terminarán por conseguir que la humanidad se embote, la
mediocridad pase por genialidad y la civilización perezca. ¡Si supieran
ustedes lo agradecido que les estoy! —añadió con enfado.
Un curioso pasaje que tiene más de 120 años y que nos hace preguntar “¿padecen
los grandes creadores de alguna enfermedad mental?”. Pero lo que más me llamó
la atención fue esto: "Los doctores y los familiares bondadosos terminarán por
conseguir que la humanidad se embote, la mediocridad pase por genialidad y la
civilización perezca".
Recordemos: Antón Chéjov era médico.
Cuentos y opiniones de Antón Chéjov
en Ciudad Seva

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