Cierro puertas y ventanas y declaro el fin de un día
quizás vacío, quizás lleno, quizás triste, quizás pleno,
quizás dulce, quizás agrio, quizás mío, o de nadie.
Apago todas las luces y examino mi conciencia
y hurgando dentro del día por si he manchado mi ropa
miro las cosas que hice que pudieron ser mejores.
Hago promesas como éstas:
generar felicidad, dejar atrás los prejuicios,
llenarme de compasión y sentirme terrenal.
Me encomiendo a mi Señor y me apresto a descansar,
oigo ruidos, siento pasos, escucho perros ladrar
y las puertas que se empeñan en caminar a su antojo.
Entre temores y miedos me levanto de la cama
y en aquella oscuridad tropiezo conmigo misma,
siento el sonido de mi alma y entiendo que no estoy sola,
sino que aún en compañía, aunque no quiera “soy sola”.
Me abrazo, me uno a mí, me siento fuerte y más libre
no me quiero repetir,
sólo quiero reinventarme, pero con mi misma esencia,
con mis huellas digitales, pero con manos más puras,
más abiertas, más sensibles, más piadosas, más humanas...
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