¿Qué tiene el humilde haiku para haber atraído a tantos y tan distintos poetas a lo largo de los siglos?
Quizá sea la sencillez de su estructura —17 sílabas divididas en tres versos— que obliga a condensar la carga poética en un único y breve fogonazo. O tal vez la exigencia que impone al autor, que debe despojarse de su ‘yo’ y fijar la atención en un instante irrepetible que transcurre ante sus ojos:
¡Un viejo estanque!
Dentro salta una rana…
Ruido del agua.
Son cualidades que quedan reflejadas en este poema de Matsuo Basho (1644-1694), uno de los autores más influyentes de la poesía japonesa. El haiku, que en sus inicios servía de introducción a una composición más extensa denominada renga, se convirtió gracias a él en una de las formas poéticas más populares de Japón.
Para Mila Villanueva, escritora y presidenta de la asociación cultural Concilyarte en Valencia, el haiku es «una lección de silencio». El secreto de un buen haijin —como se conoce a quienes practican el arte de las 17 sílabas— «es ser curioso y tener capacidad de asombro. También, como decía el poeta Antonio Cabrera, hay que desarrollar la atención, que es lo que potencia la meditación», señala Villanueva.
«Un haiku puede ser más intenso que un soneto», asegura Vicente Gallego, que emplea en sus palabras la misma concisión que traslada a sus versos. «Y en cuanto que es poesía, está más allá de las intenciones de su autor», añade. Juana Castro, por su parte, lo considera «poesía contemplativa, una especie de ascética» que intenta retratar «más con menos. Dentro del instante, la emoción».
Al escribir un haiku, afirma la autora Susana Benet, «primero experimentamos una fuerte sensación que nos hace acudir al papel y tratamos de sugerir, más que explicar, aquello que nos ha conmovido. A veces se trata de sensaciones gratas, otras pueden ser desagradables o curiosas. Pero lo importante es que sean auténticas».
Luis Alberto de Cuenca ve en él «una forma de expresión poética sugestiva e interesante. Métricamente equivale a la segunda parte de nuestra seguidilla». Susana Benet explica que, «aunque el haiku es para algunos una vía espiritual o una experiencia zen», para ella representa «una forma de hacer poesía, por eso no me atengo a los principios estrictos del haiku tradicional japonés, sino que me aparto de ese modelo para expresar mis vivencias y sentimientos, permitiendo que, en ocasiones, aparezca el ‘yo’».
Las normas, a veces, están para quebrantarlas. Aunque muchos poetas occidentales han conservado la esencia del haiku en sus composiciones, en algunos casos han roto con sus exigencias más estrictas para ofrecer una visión más personal de este género poético. Así lo hizo, por ejemplo, Ezra Pound en uno de sus haikus más famosos, titulado En una estación de metro:
La aparición de estos rostros entre la multitud:
Pétalos en una rama oscura y húmeda.
La poeta Elena Torres asegura respetar siempre la división de las sílabas en 5-7-5, «porque eso es lo que hace al haiku. Pero me cuesta no poner el ‘yo’ o la metáfora como exige. Por ello suelo practicar más el senryu, que es la parte del haiku en la que existen tanto el ‘yo’ como la emoción».
Juana Castro considera que lo más complicado es la brevedad y la métrica. «Te obligan a cortar por lo sano y tienes que renunciar a lo que crees un hallazgo. Lo más difícil es mantener la idea, el pensamiento original, en esa construcción tan breve, un ángel al que hay que podarle las alas», afirma la poeta cordobesa. Luis Alberto de Cuenca, por otro lado, se crece con el reto. «Lo estricto es, para mí, positivo siempre», señala. A su juicio, «es difícil acertar de lleno, aunque resulta fácil componer haikus correctos y aseados. Aquel o aquella que considere complicada la métrica del haiku debería renunciar a escribirlos».
Para Susana Benet, ajustar las palabras a un patrón «es más un estímulo que una limitación. Me ha ayudado mucho a entrenarme mentalmente, de tal modo que a veces los haikus me vienen a la cabeza ya formados. Por supuesto, no todos valen. Pero siempre encuentro alguno que destaca o que puede mejorar con algún retoque», apunta.
Vicente Gallego destaca lo imprevisible del resultado, siempre sujeto a las leyes del azar poético: «Un haiku puede resultar más retórico que una sextina, también más inane que un bostezo, o una obra maestra. No existen ayudas, pero tampoco limitaciones para la poesía».
Lo que sí es cierto es que, como afirma Susana Benet, el haiku «ayuda a tener los sentidos más despiertos y a captar detalles que antes pasaban inadvertidos». Y lo importante, subraya, «es que sepamos percibir esos ligeros cambios o fenómenos que nos salen al paso en cualquier momento o lugar. Hechos que, sin ser extraordinarios, mueven una fibra sensible en nuestro interior».
Si a algo se parece el haiku es a una instantánea, una imagen irrepetible fijada en palabras para siempre. «Es un instante, sobre todo un instante», explica Luis Alberto de Cuenca. «En el Fausto de Goethe se lee: ‘Detente instante. Eres tan bello…’. Pues eso». Su primer haiku, asegura, fue uno dedicado a Jaufré Rudel, el poeta provenzal:
Talle de viento.
Un jazmín se desploma.
Llanto del agua.
También recuerda de manera especial otro, escrito muchos años después:
Viajar a Marte
o al cuarto de la plancha.
Pero contigo.
Y uno más, en este caso de su mujer, Alicia Mariño:
Las mariposas
visitan los cerezos.
Siempre fue así.
Vicente Gallego, que descubrió el haiku leyendo a Basho, probó suerte la primera vez con estos versos:
Perdona, flor,
te corté para el vaso
y el agua clara.
Puestos a elegir, cita un poema de Susana Benet:
A cada vuelta
del tiovivo, mi padre
diciendo adiós.
La propia Benet, de cuyo blog están escogidas las ilustraciones de este artículo, menciona uno de los primeros haikus que escribió: «Está inspirado en un pino altísimo que veía al ir hacia el trabajo. La parte superior de ese pino se iluminaba de madrugada con los primeros rayos del sol, mientras el resto del jardín permanecía en sombras. Eso le daba aspecto de ‘faro’. El tercer verso da título a mi primer libro publicado»:
Veo encenderse
el pino en la mañana.
Faro del bosque.
Juana Castro se encontró con el haiku en una antología de Issa Kobayashi editada por Hiperión. «Me fascinó la presencia de la naturaleza en esos poemas, tan breves», afirma. Y se lanzó a escribirlos a petición del también poeta Josep M. Rodríguez, que invitó a varios autores a componer sus primeros haikus para una antología. Uno de sus favoritos es obra de la autora del siglo XVII Den Sute-jo, discípula de Basho:
Ni una sola hoja.
No duerme ni la luna
en este sauce.
Mila Villanueva está preparando un libro de haikus ilustrado con imágenes de Japón, una «ruta de viaje» a base de poemas en el que quiere condensar «toda la esencia de la cultura japonesa». Su primer haiku publicado, escrito originalmente en gallego, rezaba:
Cantan los gallos
y ya queda muy lejos
la noche cerrada.
Elena Torres publicó en 2019 El tiempo en las clepsidras, en el que además del haiku también incluye senryu y tanka. Esta última modalidad añade dos versos de siete sílabas en los que el autor puede expresar su emoción:
Noche de agosto.
Perseidas al nordeste
de la mirada.
Recordar un encuentro
que no volverá a ser.
Villanueva reconoce su deuda como maestro con Vicente Haya, uno de los máximos expertos españoles en el haiku al que define como «una notaría de la vida». Torres reconoce que llegó a esta forma poética a través de autores hispanoamericanos como Borges o Mario Benedetti. El poeta uruguayo publicó en 1999 un libro titulado Rincón de haikus con poemas como este:
me gustaría
que el año comenzara
todos los sábados
¿Y qué consejo se puede dar a quien quiera probar a escribir haikus? «Que Dios lo pille confesado», bromea Vicente Gallego. Luis Alberto de Cuenca recomienda leer a los clásicos japoneses «para aprender, pero también para no hacerles caso en las restricciones temáticas que impusieron al género».
En ese sentido, Susana Benet menciona una «obra fundamental» del profesor Fernando Rodríguez-Izquierdo, editada por Hiperión: El haiku japonés. «Contiene información teórica ofrecida desde un punto de vista didáctico y abierto, con gran cantidad de ejemplos de autores clásicos», asegura.
Además, para quienes están en sus comienzos, Benet insta a buscar foros de haiku en Internet. «Hay dos muy recomendables: Paseos.net y El rincón del haiku. En ellos pueden compartir sus tercetos y recibir comentarios del resto de participantes». También, añade, «está la asociación AGHA (Asociación de la Gente del Haiku de Albacete), que reúne a expertos en el tema y que cada año convoca certámenes de haiku. Y pueden acceder a la revista digital HELA (Hojas en la Acera), una de las pioneras dedicada exclusivamente a esta forma poética».
Tregua de vidrio:
el son de la cigarra
taladra rocas.
Así traducía Octavio Paz un haiku del maestro Matsuo Bashó. Es una invitación a la contemplación, a abrir los ojos al momento presente y, ¿por qué no?, retratarlo para siempre en el papel. Escribir un haiku igual de memorable puede estar también a su alcance.
12 Jul 2020
#Haiku
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