La ironía es un recurso usado a menudo en narrativa. Y lo es con razón, ya que puede utilizarse de muy diversos modos para conseguir distintos efectos, de esos que logran persuadir al lector y hacer que desee seguir leyendo. Podría afirmarse que la ironía siempre hace disfrutar al lector, algo en lo que sin duda todo escritor está interesado.
Por eso hoy vamos a hablar del uso de la ironía en narrativa y repasar algunas ideas para que puedas incorporarla a tus obras.
Qué es la ironía
Comencemos por acotar qué es la ironía.
El diccionario de la Real Academia la define como: «Burla fina y disimulada. Tono burlón con que se expresa ironía. Expresión que da a entender algo contrario o diferente de lo que se dice, generalmente como burla disimulada».
Esta definición ya nos da idea de al menos dos formas en que podemos usar la ironía en una obra. En primer lugar, podemos incluir burlas «finas y disimuladas» en nuestro texto: un personaje puede burlarse con sus palabras o su actitud de otro, o de sí mismo, como también el narrador puede burlarse de los personajes, e incluso del propio lector.
Así, la ironía plantea un contraste entre las acciones y/o las palabras y la realidad. Es decir, hay una diferencia, por lo general humorística, entre lo dicho o hecho y el contexto en que las palabras se pronuncian o los hechos suceden.
Ahora bien, la ironía es siempre un recurso sutil. Por supuesto, el lector debe comprender la diferencia entre lo expresado y la realidad, pero si esa disparidad se expresa groseramente, la ironía perderá toda su eficacia.
La ironía surge entonces de una incongruencia entre lo expresado y lo real, entre lo evidente y el contexto en que eso «evidente» se da. Y eso nos lleva al otro modo en que la ironía puede usarse en narrativa, creando contrastes entre la situación (o lo que los personajes o el lector saben de ella) y la realidad. Ese contraste aporta un significado extra, que vas más allá del sentido evidente de lo narrado, pero que el lector puede inferir sin dificultad.
Es decir, no solo las palabras pueden ser irónicas, sino también las situaciones.
Repasemos a continuación algunas de las maneras en que la ironía puede infiltrarse en el texto.
Ironía del lenguaje
Al usar irónicamente las palabras, estas pasan a significar algo distinto de lo que sería su sentido estricto.
Como ya hemos dicho, mediante el lenguaje, un personaje puede burlarse de otro o de sí mismo; y también el narrador puede burlarse de sus personajes, de sí mismo en su labor de relator de la historia e incluso del lector al que se dirige.
Usar el lenguaje con un sentido irónico permite a menudo dar a entender algo que podría resultar quizá vergonzoso u ofensivo si se dijera explícitamente, pero que, envuelto en la ironía, resulta aceptable e incluso gracioso.
Ironía de la situación
La situación puede generar ironía cuando lo que sucede no es lo que realmente se esperaba. Se crean así unas circunstancias paradójicas fruto de que al personaje le sucede lo contrario de lo esperado, ya sea lo esperado por el propio personaje o bien por el lector.
Enrique Jardiel Poncela suele usar la ironía en sus obras con gran maestría. Por ejemplo, en su novela Amor se escribe sin hache, un hombre visita al marido de su amante para pedirle que renuncie a su esposa. Pero el marido, lejos de enfadarse al saber que su mujer tiene un amante, se muestra encantado y le da las gracias por la relación que mantiene con su mujer.
La situación aquí se subvierte: el marido de lady Silvia debería sentirse enfadado e incluso disputar con el amante de su mujer. Sin embargo, es todo gentileza para con él y se muestra agradecido ya que, mientras su esposa se encuentra con su amante, el esposo disfruta de tranquilidad.
La ironía también puede atañer al personaje, cuando se da una oposición entre lo que un personaje cree o dice ser, y lo que realmente es. Por ejemplo, en la novela Barry Lyndon, de Thackeray, la ironía situacional surge de que el protagonista dice ser un caballero y un hombre de honor, pero sus hechos muestran continuamente que no es ninguna de las dos cosas.
En general, también las novelas protagonizadas por un antihéroe —ese personaje que no tiene las cualidades morales que habitualmente se le adjudican al héroe— suelen tener un trasfondo irónico que surge precisamente de la ironía situacional.
Ironía dramática
La ironía dramática surge también de la situación, pero en este caso proviene del hecho de que el lector tiene más información acerca de los hechos que el personaje y puede valorar las circunstancias de un modo en que a este (por su menor conocimiento de los acontecimientos) le está vedado.
La ironía dramática es propia de las tragedias clásicas. Seguro que conoces el argumento de Edipo rey, la tragedia de Sófocles. Edipo es el hijo de los reyes de Tebas, Layo y Yocasta; Layo consulta un oráculo que le vaticina que morirá a manos de su hijo, por lo que manda matar a Edipo. Sin embargo, las órdenes del rey se incumplen y Edipo es recogido y criado por Pólibo, el rey de Corinto.
Más tarde, el propio Edipo consulta un oráculo que le anuncia que matará a su padre y yacerá con su madre. En un intento de evitar lo vaticinado por el oráculo, Edipo huye de Corintio, pero, al hacerlo, su destino le llevará a matar a Layo y a convertirse en esposo de su viuda.
La ironía dramática surge de que el lector (en este caso el espectador, pues la obra fue concebida para ser representada) sabe en todo momento que Edipo es hijo de Layo y Yocasta, y no de los reyes de Corinto, y que cuando se afana en saber quién fue el asesino de Layo lo que hace es esforzarse en revelar una verdad que lo destrozará.
Pero no solo en obras de la Antigüedad clásica podemos encontrar ese tipo de ironía que se desprende del hecho de que el lector sabe más que los personajes; por ejemplo, William Godding la usó en su conocida novela El señor de las moscas. En la novela, se describe una batalla aérea de resultas de la cual un paracaidista muerto cae en la isla en la que poco antes se estrellara un avión cargado de escolares.
El paracaidista cae en la isla de noche, mientras los niños duermen, de modo que ninguno de ellos lo ve. Más tarde darán con el cadáver, también una noche, y, en la oscuridad, creerán que el cuerpo sin vida del paracaidista es algún tipo de monstruo. Aterrados, los niños abandonarán esa parte de la isla, justamente la parte más alta, en donde habían tratado de mantener un fuego encendido para atraer a algún barco que acudiera al rescate.
La ironía dramática surge del hecho de que el lector sabe que lo que asusta a los niños y los obliga a renunciar a su plan de hacer señales para ser rescatados no es ningún monstruo.
Cómo usar la ironía
En general, para que la ironía funcione es necesario que la narración muestre las evidencias precisas que permitan al lector entender su sentido irónico. Si mediante el texto o el contexto el lector no recibe esas señales que apuntalan la ironía, no será consciente de esa contradicción entre lo aparente y lo real en la que anida lo irónico.
Si el personaje dice «¡Qué hermoso día!» cuando sale a la calle, pero el narrador no se ha encargado de advertir que llueve a cántaros, el lector no podrá percibir la ironía subyacente en esas palabras.
Si el lector no tiene una referencia de por qué determinada situación es irónica (por ejemplo, ignora la convención de que un marido ultrajado no suele recibir bien al amante de su esposa), no comprenderá la ironía que se oculta en ella.
Lo mismo sucede con la ironía dramática, que no funcionaría si el lector no supiera por anticipado aquello que el personaje todavía ignora.
Por lo general, los distintos tipos de ironía se mezclan para construir una narración facetada que el lector puede apreciar.
Por ejemplo, en el relato de Roald Dhal titulado Cordero asado una mujer mata a su esposo, que acaba de decirle que la va a dejar, con una pierna de cordero congelada. A continuación, asa la pieza y se la da de cenar amablemente a los policías que investigan el caso.
La ironía surge del hecho de que el lector sabe algo que los policías ignoran: que la asesina es la esposa de la víctima y que lo ha matado con la pierna de cordero que ahora degustan. Y alcanza su cenit cuando uno de los policías dice que el arma homicida debe de estar «probablemente delante de nuestras propias narices», lo que traspasa la ironía directamente al lenguaje.
Como ves, la ironía es un recurso sutil, pero potente, que puede aportar mucho a tus obras. Valora la posibilidad de incorporarla.
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