Prólogo a la obra "Color magenta", de Miriam Mejía
Por Aurora Arias
Muestra de los asistentes a la puesta en circulación del libro Color Magenta, el 8 de diciembre de 2023, en la ciudad de Nueva York
Conocí a Miriam Mejía hace casi 30 años, en un concurrido mercado de Huairou, un distrito ubicado en las afueras de Beijing durante la celebración de la IV Conferencia Mundial de la Mujer. En aquella ocasión, a punto de terminar en una celda china por culpa de una fotografía que nunca logré hacer, la aparición de Miriam, más que salvadora, fue tan providencial como la de un hada madrina. Su sonrisa conciliadora, su actitud firme pero calmada y poder comunicarse en inglés lograron lo que para mí fue como un milagro.
Antes de ese incidente desafortunado en Huairou, había oído hablar de Miriam Mejía de manera entusiasta a través de mis amigos y compañeros de trabajo en el mundo de las ONG en Santo Domingo; conocía de su destacado activismo social dentro de la comunidad dominicana en la ciudad de Nueva York, y del respeto que se había ganado tanto en su país natal como en su lugar de residencia en el extranjero.
Con el tiempo, he podido comprobar que Miriam sigue siendo la misma hada madrina que me salvó el pellejo en China. Tuve el privilegio de ser invitada en más de una ocasión a la Feria de Escritoras Dominicanas que ella junto con nuestra gran amiga Hortensia González, crearon e implementaron durante casi una década. También he sido testigo de su trayectoria como una hacedora de libros incansable; libros no sólo de su autoría, sino también de otras mujeres a las que ha dado un espacio para hacer oír su voz, con una sensibilidad feminista y solidaria adornada, además, por una sabiduría natural, que, sospecho, ha heredado de sus amadas antepasadas.
En esta colección de relatos escritos con la calma y destreza de una narradora experimentada y comprometida con la claridad y la minuciosidad al comunicar, se me antoja que la sensibilidad de Miriam tiene un color, el magenta, “un poco más claro que el color granate”, como responde el niño adolorido en la sala de emergencias en “Color magenta”, el microrrelato que da título al libro. Es esta sensibilidad tan difícil de ignorar como el color magenta, la que colorea y da vida a cada uno de estos relatos, algunos cortos, otros muy breves; algunos dolorosamente realistas, otros tocados por la varita mágica de la inocencia; algunos propicios para ser leídos alrededor de una fogata en una noche de luna llena, mientras que otros podrían servir de compañía a cualquier ser solitario encerrado entre las cuatro paredes de su casa durante una cuarentena.
La estructura de este libro es tan singular como la sensibilidad de su autora. Cada texto reunido bajo un mismo título sirve de pie de amigo al siguiente, del mismo modo en que los distintos temas que abordan se van entrelazando: los mitos religiosos, las maternidades, la muerte, los estragos de la guerra, la corrupción política, la violencia doméstica, el Black Lives Matter, la inmigración, la inocencia de una niña que no comprende por qué las ardillas huyen de los humanos, el frío-frío que nos deja imaginar lo no dicho, e incluso, la ternura de una abuela que va detrás de la nieta que acaba de ver una unicornia (¡sí, en femenino!).
En “La clepsidra del desierto”, el relato con que se inicia el libro, una especie de Génesis, o quizás debería decir una especie de Apocalipsis que se convierte en “un nuevo ciclo de vida”, la autora nos habla de la esperanza sin necesidad de mencionarla.
En “Historia apócrifa”, la traviesa, pero consciente sensibilidad imaginativa de Miriam hace que Eva y Adán reescriban de otra manera una historia contada desde el principio de los tiempos otro modo, que ninguna religión dará por buena y válida, pero que nos sorprende con un final acorde con los tiempos actuales.
“Cabañuelas”, uno de mis relatos favoritos de esta colección, narra el conteo imperceptible pero tenaz y a ratos lleno de esperanza de los primeros doce días de enero de una mujer atrapada en una relación tóxica con un hombre violento. En “Arcoíris”, la realidad se reúne con la fantasía, mientras que en “Quiero ser feliz”, que junto a “Veterano de guerra” y “El asesino”, me parece uno de los relatos más crudos de esta colección, dos mujeres víctimas del tráfico humano comparten la noche y la muerte en Barcelona.
Como ocurre en toda la obra poética y narrativa de Miriam Mejía, las mujeres son las principales protagonistas. Sin importar la edad ni el origen, las mujeres estamos indefectiblemente presentes entre las páginas de sus libros, a veces como crisálidas en busca de sus alas, y otras, como brillantes mariposas capaces de emprender el vuelo sin importar los desafíos que se presenten.
Con toda la admiración, cariño y respeto de una colega hacia otra, invito a leer este Color magenta de Miriam Mejía y a dejarse empapar por la corriente de sensibilidad, conciencia humana y social y amor por la vida que corre por sus páginas como el agua del antiguo reloj que mojó el desierto.
Y como dice mi hada madrina de Huairou en su relato “Hijas de las diosas”: ¡Que el verbo sea mujer!
Aurora Arias
Michigan, septiembre 2023.
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